“Siempre andas rumiando pensamientos que no son propios de una niña. Yo creo que eres demasiado lista”. Julieta tiene 11 años cuando es así descrita por una mujer que vive en el pueblo de su madre, La Sabina, en el que ha sido entre condenada y liberada a pasar el verano después de suspender casi todas las asignaturas del curso. A los ojos del resto, antes “no era así”, pero una práctica que ocurre en contra de su voluntad –y que le costará ser capaz de traducir en palabras– le hace cambiar para siempre. Su tutora, Laura, sí que se da cuenta, pero las conversaciones con su madre para hacérselo ver se tornan en una misión imposible.
Esta adolescente es la protagonista en En la boca del lobo (Seix Barral), la nueva novela de Elvira Lindo, que, haciendo alusión a su título, sostiene a este periódico: “A los niños hay que protegerlos y no mirar hacia otro lado si corren peligro”. La escritora y guionista, que el próximo 28 de abril estrenará en cines su debut en la dirección junto a Daniela Ferjaman, Alguien que cuide de mí; firma un texto en el que la fábula y la sutileza se entrelazan para abordar temas como el trauma infantil, la maternidad adolescente y las herencias emocionales.
“La gente joven está más abierta a pensar que no hace falta ser novelista desde los 16 hasta que te mueres”, reconoce al mirar hacia atrás en su carrera, que empezó en la radio y que continuó con sus inicios en la literatura marcados por el éxito de la serie Manolito Gafotas, cuyo primer ejemplar publicó en 1994. Más adelante llegaron otros títulos como El otro barrio (1999), Una palabra tuya (2005), Lo que me queda por vivir (2010) y A corazón abierto (2020). Además de los guiones de largometrajes como La primera noche de mi vida (1998), El cielo abierto (2000) y La vida inesperada (2014).
En la novela dice mucho sin ser explícita. Aun así, todo lo que se intuye, incluido el abuso sexual, sobrecoge. ¿Fue algo intencionado?
Completamente. Sé que se hace una literatura en la que hay que ponerlo todo en los ojos del lector. Mostrarle todo el desgarro, con detalles escabrosos, impúdicamente. Esta es la forma en la que ahora nos encontramos en los libros las desgracias. Yo no quería hacerlo así, por eso eché mano del cuento clásico, en el que hay mucho que no se cuenta y que es tan amenazador.
Tuve muchas conversaciones con mujeres que han sufrido algún tipo de desamparo en la infancia. Esperaban que se hablara de estos asuntos con mucho respeto y delicadeza. A lo mejor desde fuera empezamos a elevar la voz y lo que estamos haciendo es revictimizar. No creo que nadie sienta eso como una defensa agradable. Utilicé el tono delicado y susurrante que he tenido en las conversaciones a lo largo de los años con ellas, pero no quería vulnerar su secreto. Me alegro de haberlo hecho así porque creo que el lector al final se sobrecoge por lo que no se cuenta.
Hay una literatura explícita, las imágenes que se ven en los informativos también lo son. Se ha normalizado incluso que aparezcan cadáveres. Pero, sin embargo, sigue habiendo muchos tabús.
Se emplean muchas palabras y las palabras no sirven para todo. Se hacen muchas descripciones. Se quiere hacer explícito el sufrimiento en toda su crudeza y a lo mejor, si contienes esa exhibición, estás dejando espacio al lector para que piense.
“La maldad forma parte de nuestro bello mundo” es la cita de Mary Oliver con la que abre la novela. ¿Por qué?
Me gusta mucho esta poeta que tiene mucho que ver con la importancia que le he dado a la naturaleza en la novela. Ella la cuenta amándola, pero sin dar una versión idílica. Habla de cosas que ocurren entre los animales que pueden resultar desgarradoras y que a lo mejor no serían un buen argumento de una película infantil, pero es que así es como ocurren las cosas. En la línea de lo que hace ella, he querido mostrar que nosotros también somos animales. Y como dice el personaje de Emma, no es lo mismo que un animal haga daño a otro que lo haga una persona. Los seres humanos tenemos esa dinámica de agredirnos, a veces hasta la muerte, otras en la vida diaria. El mal tiene un prestigio que la literatura ha explotado mucho.
¿Los traumas infantiles pueden superarse?
Para los pequeños traumas sí hay escapatoria. Todos tenemos que tener algo de dolor. No existe una vida entre pañales, como se decía antes. Pero cuando el trauma ha sido con mayúsculas, esas personas tienen que aprender a convivir con él. Se tratan toda la vida de aquello que padecieron. El trauma no va a salir de ellas o ellos, pero sí creo, y quería que fuera así en el libro, que se puede vivir. Y no solo eso. Se puede ayudar a vivir a otras personas, se puede crear vida, tener un hijo, estar enamorado...
Todas esas cosas que tienen que ver con los afectos, que son las que nos ayudan a convivir con ese trauma. Aparte de que ahora contamos con unas terapias que no había hace 30 años. Hay gente muy profesional que ha tratado a muchos niños traumatizados que saben no reconducir, sino que se reconcilien con ese 'yo' al que mantienen completamente apartado.
El mal tiene un prestigio que la literatura ha explotado mucho
En la novela hay una tutora que se preocupa por el cambio radical que ha dado una de sus alumnas. ¿Se debería estar más pendiente desde el aula de estas situaciones?
Falta un punto de atención. Aquí hay una buena tutora que quiere tomar cartas en el asunto. La madre no responde porque no todas las madres protegen a sus hijas de los peligros. Ella es una madre que no sabe proteger ni protegerse a sí misma. No está capacitada para la maternidad.
Es una madre de la adolescente, otro tema abordado en el libro y del que tampoco se habla demasiado.
Se quedó embarazada a los 16 años y padeció también el desamparo y desprotección por parte de su madre. Lo van heredando de una a otra y eso es lo que a veces nos cuesta admitir. Queremos buscar algo bueno en este personaje, y es que a lo mejor puede ser que no se preocupe con su hija. Conozco a personas que han padecido traumas de cualquier tipo, como de abandono sexual, que cuando han sido víctimas de un abandono muy evidente, no perdonan.
Perdonar es casi un lujo que a veces no te puedes permitir. Perdona si puedes perdonar, porque hay ocasiones en las que no te sale. Puedes cuidar a quien no te ha protegido, eso se da mucho. Niños que no han sido protegidos por sus padres y, sin embargo, de mayores les cuidan, porque hay una necesidad de querer a quien te trajo al mundo muy animal, muy instintiva. Pero de perdonar en el sentido moral del término, no. Mucha gente que ha sido desamparada en la infancia puede cuidar pero no regalar un perdón.
Perdonar es casi un lujo que a veces no te puedes permitir
La religión católica inculca constantemente que “hay que perdonar”, como si fuera una liberación.
No hay liberación. A veces se cuida a un mal padre o una mala madre porque en el fondo no quieres quedarte con un sentimiento de culpa cuando ellos desaparezcan. Esa es la razón. Es duro pero es así.
Julieta dice que su madre y su abuela le dejaron una herencia de sufrimiento que la llevó prácticamente a “adiestrarla” a disfrutar de la vida. ¿Qué problema hay en esto? ¿La herencia es una condena?
En este mundo hay campeones del sufrimiento, se lo quedan todo. Todos tenemos a nuestro alrededor a personas que nos quitan nuestra pequeña posibilidad de queja. Que siempre revisten su dolor y siempre tiene un tamaño mayor. Lo único que te queda es callarte y evitarles un poco para que no te chupen la energía y la sangre.
Periodista, escritora, guionista... ¿Cómo combina todas estas facetas habiendo una, la periodística, en la que deja patente su ideología?
Tengo mis opiniones que creo que expreso siempre con muchísima educación, pero hay periodistas que inmediatamente te colocan en un sector político. A mí eso no me importa, porque tengo mis principios y mis ideas. Lo que es triste es que vivimos en un país tan polarizado que si yo publico una novela de ficción, se me puede achacar lo que expreso en mis artículos. Expresar tus opiniones políticas y escribir luego una novela es un riesgo que tienes que asumir.
Yo me disocio mucho, tengo una especie de compartimentos en mi cerebro. Leo la prensa toda la semana y hay un día en el que analizo algo desde un punto de vista diferente. Para mí esto tiene una retribución porque me mantiene interesada por la actualidad y eso me gusta. Pero la manera que tenemos de juzgarnos en este momento es excesiva, melodramática y sectaria.
Mi tono es el de una persona educada. No uso exabruptos ni nada de eso. Pero no importa. A la gente que cree ser tu adversaria le da igual que te expreses educadamente. No te perdonan. Léete el libro y hazlo con una mirada limpia, porque si no, no leerías la mitad de la literatura. Si los escritores viviéramos apartados del mundo sin ninguna opinión política, o el menos no en los periódicos, se nos dedicaría una atención más inocente. Pero es que eso no existe.
Empezar su carrera literaria con un éxito como Manolito Gafotas ¿cómo le ha marcado?
Cuando escribí el primer libro de Manolito tenía 32 años y llevaba una década haciendo radio. Para la gente de mi generación quizás sea una cosa incomprensible. Mis idas y venidas, escribir cosas humorísticas, luego algo más dramático. Tengo la sensación de que eso ha cambiado y que la gente joven con la que trato está mucho más abierta a pensar que es interesante tener una vida un poco híbrida donde se hagan varias cosas, donde no haga falta ser novelista desde los 16 hasta que te mueres. Se pueden tocar muchos palos.
Siempre he sentido que tenía que dar muchas explicaciones de lo que hacía. Responder a preguntas como: “¿Por qué has abandonado a Manolito?”. Y dices: “Oye, que yo no he abandonado a un niño de verdad. Es un personaje”. Sabía que en aquel momento bajarían los lectores de libros de adultos al esperar de mí otra cosa, pero estaba segura de que resistiendo y haciendo lo que honradamente crees, al final tienes reconocimiento.
La gente joven está más abierta a pensar que no hace falta ser novelista desde los 16 hasta que te mueres
Lanza nueva novela y su primera película con apenas un mes de diferencia.
Cada cosa tuvo su momento. Si he podido trabajar con tanta concentración durante este tiempo es porque no me paso la vida promocionando mis libros. Sé que ahora tengo que hacerlo, pero va a llegar un momento, julio, en el que me voy a retirar. Hay mucha gente que puede hacer compatible la vida de continua promoción con la escritura, pero no es mi caso porque me disperso en seguida.
Las cosas que me han llevado a decir 'no' han sido las que pudieran restarme algo de mi vida privada. De mi tiempo para desayunar y escuchar la radio, de pasear, estar en casa, ver a las personas a las que quiero. Ahora siento que estoy completamente vacía, que no puedo pensar en nada. Tengo ese bajonazo de acabar algo que te ha gustado mucho. Supongo que irá yéndose estando sola, pensando, disfrutando de la vida. Se habla mucho del trabajo. Esto ha sido trabajo y disfrute pero tengo ganas de no hacer nada de nada.
Su discurso se contrapone a la incesante presión actual que impone que cuanto más se trabaje, mejor y que hay que estar continuamente produciendo.
Es horrible porque se está generando una ansiedad incluso para la gente que tenemos que pensar. Si creas algo, no puedes estar a matacaballo. Se está generando una cosa de convertirnos en empleados de nosotros mismos. Dada la circunstancia puede parecer que vivo para trabajar, pero te aseguro que no es así. En eso tengo un espíritu muy hedonista, muy del sur o del Mediterráneo. Me puedo permitir trabajar y disfrutar mucho de la vida también.