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Encontrarle porno infantil a tu ex como arranque de una novela inflamada de rabia

“Odio a mis hermanos. Ellos no tienen que aprender a cuidar de un bebé, ni a una muñeca. Mean de pie. No tienen que esconder lo que les cuelga. Lo sacan cuando quieren, como un arma”. Porque pueden, es un poder que les pertenece. Una supremacía que una niña de doce años es capaz de detectar y decidir rebelarse. Su crudo relato escuece como las heridas abiertas y corresponde a Pepa, una de las tres voces narrativas que componen Kudryavka (Perra de pelo rizado) (Alianza), el debut en la novela de Xenia García, con la que ganó el Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.

La Niña y el Hombre son los otros dos protagonistas de un libro cuyo germen fue una noticia que la autora leyó hace años en la prensa. En ella se indicaba que una mujer, tras veinticinco años de matrimonio, había descubierto material pedófilo en el ordenador de su marido. Su reacción fue guardar silencio hasta que un día la policía irrumpió en su casa. “Aquello me impactó y anidó en algún sitio de mi cerebro durante años. Me pregunté muchas veces: '¿Y yo qué haría?'”, explica la escritora en un encuentro con varios medios entre los que se encuentra este periódico.

Al convertirlo en el eje vertebrador de su obra, optó por incluir un cambio sustancial: que el Hombre estuviera muerto. Por ello, la novela arranca con Pepa recibiendo la noticia de que su expareja se ha suicidado al tiempo que se produce un incendio: “Me parecía más interesante que esa persona estuviera muerta y no le pudieras preguntar, que contar cómo se revela la verdad y el posterior broncazo entre ellos”. Durante su proceso de documentación, le impactó hablar con agentes que le contaron su propia experiencia: “No te puedes hacer a la idea de las patadas que damos en casas en las que nadie sabe nada. Son padres, abuelos, que son detenidos ante el estupor de las familias, los niños”.

En la investigación le impactaron cifras como que, según la OMS, uno de cada cinco menores sufre abuso sexual antes de cumplir los diecisiete años. “Somos una sociedad enferma. Nuestro silencio fortalece la estadística y esta es mi manera de no contribuir al silencio”, sostiene García. La periodista y autora de los libros de relatos El trigo que cae y Cárceles de azúcar, lamenta que al “recibir tantos datos”, la sociedad viva en cierto modo “anestesiada”. “Me interesaba rascar detrás de la estadística y contar una historia que respondiera a todos estos patrones”, comparte. Eso sí, aclara que su intención no ha sido “sentar cátedra”. “No soy psicóloga”, recuerda.

Entre las características en común que detectó entre pederastas, está que “muchos de ellos están divorciados, les gusta la velocidad al volante, no pagan la pensión de alimentos a los hijos y sienten un desprecio hacia las leyes; todo eso está en la novela como anecdótico”. Rasgos presentes en el personaje del Hombre, y sobre los que, poco a poco, va reflexionando su expareja, a medida que se va dando cuenta tanto de los abusos que sufrió en sus carnes siendo pequeña y las actitudes controvertidas que posteriormente tuvo su exmarido con ella, a través de escenas muy crudas, como entender por qué le pedía que siempre estuviera completamente depilada.

“Está intentando buscar explicación al comportamiento de alguien a quien conoció hacía una década”, comenta la autora sobre Pepa, que opta por ponerlo por escrito, lo que le permite ir armando un discurso con el que tratar de gestionar la situación. “Escribir tiene algo de morirse, de abandonar momentáneamente este mundo que durante más de una semana llevo habitando para intentar comprender sus razones. Escribir tiene también algo de renacer a la vida una vez hemos acabado con los fantasmas, con los remordimientos, con los chicles de fresa. Quizás la costra, después de todo, se haga más liviana una vez escriba”, postra la protagonista en sus páginas que forman parte de la ficción.

“Ella se niega a creer que fue un monstruo desde el inicio, que era otra de las cosas que quería transmitir en la novela: no todos los monstruos nacen monstruos. Es muy fácil decir que quienes hacen monstruosidades nacen monstruos, pero no”, advierte la escritora. Y añade un nuevo dato: entre los diez libros más vendido de Amazon en 2010 figuró, por un módico precio de cinco dólares, La guía del pedófilo para el amor y el placer: Código de conducta para los amantes de los niños, escrito por Philip R. Greaves. “En él se les dan pautas a los pedófilos para no ser descubiertos”, describe con estupor la escritora.

Derecho a usar el cuerpo, pero no a gobernarlo

Para los capítulos narrados por el Hombre, García optó por usar la segunda persona; mientras que a Pepa y a la niña les reservó la primera. “¿No es acaso ella todas las ellas que existen en el mundo y tú no existes en la realidad, sino que eres todos los hombres del mundo que eligen bucear en las cloacas, todos los testigos por turnos, el vecino que permite, la religión que tapa, la madre que acuna, el amigo que no pregunta, la amante que se viste de niña para complacerte, el guía espiritual que te perdió?”, escribe García en boca del Hombre, hasta estremecer al lector.

El libro permite intuir que la familia del exmarido pertenecía al Opus Dei: “No quería tanto indagar en cómo los abusos se perpetran en el seno del opus Dei, sino en cómo el Opus Dei reacciona ante alguien de su familia que comete abusos, o ante el suicidio. El cristianismo no lo contempla porque como todo cuerpo es de Dios, los seres humanos solo somos usuarios de ese cuerpo. Tenemos derecho de uso pero no de gobierno. Me parecía relevante ver que el ejercicio último de libertad del ser humano puede ser decidir acabar con su vida”.

La escritora recuerda que no todas las personas que se suicidan están enfermas, una idea que comenta que se implantó desde que en el siglo XIX empezara a tomar más valor la psiquiatría. “Se implantó achacar los suicidios a personas enfermas que se disociaban porque no sabían lo que hacían. Lamentablemente, hay quienes se suicidan y saben lo que hacen. En este caso el Hombre estaba haciendo cosas terroríficas y es por eso que toma la decisión de terminar con su vida”, afirma.

Y entre medias, la culpa

La novela de Xenia García es compleja y muy rica por cómo entrelaza la forma en la que una mujer de 40 años y otra de 12 experimentan en sí mismas el abuso sexual. Ambas lo cuentan desde el presente porque, como señala la autora, es el “tiempo verbal de las heridas”. Y cómo, en los dos casos, sus vivencias están atravesadas por una culpa que, intrínsecamente al sentirla, provoca una reacción en cadena de plantearse: “Si la sientes, debes ser culpable, ¿no?”. Una culpa que inflama y que tratan de localizar ante la imposibilidad de digerirla: “¿En qué parte del cuerpo alberga una mujer la culpa? ¿En el coño?”.

Una culpa que, además, no siempre viene “del otro, del poderoso castigando al desobediente”. Aunque a veces sí: “El Hombre me mete la culpa en la boca y me pide que la mastique. Mastica, Pepa, coño. La culpa como una forma de violencia, de control, de agarrarte por el brazo, de atarte las extremidades con lazos negros”. Y un culpa vinculada con la apariencia física.

“Hay una crítica a la tiranía de la belleza a la que estamos sometidas las mujeres. Pepa se sentía una niña fea pero aprendió a utilizar la belleza. Es muy contradictoria. Reconoce que siempre le dice que sí a los hombres pero no sabe por qué. Yo no he pasado por ahí, pero sí que me he sentido muy utilizada. Y amigas mías también. Escribir esta novela ha sido vomitar un montón de rabia de situaciones que hemos vivido”, asegura. Y añade como problema la hipersexualización de infancia: “No sé cómo no nos llevamos las manos a la cabeza más a menudo”.