Estuvo a punto de ser expulsado del instituto, se metía en las peleas de tizas, era de los que se lanzaban borradores y se golpeaban con los manuales hasta desgastar las tapas y casi repite varios cursos de Primaria, de la ESO y de Bachillerato. Dice que empezó a interesarse por la filosofía a través de la poesía, cuando descubrió a Becquer y, desde la inocencia de un adolescente al que el sistema educativo no satisfacía demasiado, pensó: “Yo lo puedo hacer mejor”, cuenta riéndose. Hoy, Ernesto Castro es ya uno de los filósofos más presentes en la esfera del pensamiento contemporáneo de todo el país.
Después del ruido que hizo su ensayo El trap. Filosofía millennial para la crisis en España (Errata Naturae, 2019), otras publicaciones como Ética, estética y política (Arpa, 2020), Otro palo al agua (Roneo, 2021) o los vídeos que cuelga en YouTube, el filósofo, que es profesor de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid, saca ahora a la luz la segunda parte de la trilogía platónica que empezó con Jantipa o del morir (Temas de Hoy, 2022) y que parte de “las tres obras más fascinantes de Platón” según el autor: Fedón, Fedro y Banquete. Si en la primera exploraba la muerte, ahora lo hace con la libertad: una joven Perictione estadounidense de origen griego que viaja a París para doctorarse y narra el Mayo del 68 a través de las cartas que se manda con su mejor amiga, con su madre, su hermano y su profesora de tesis. En el ambiente, en lo anecdótico y en las cosas que inteligentemente parecen estar de fondo, es donde reside el verdadero relato.
Castro cita a elDiario.es en las torres de la Castellana de Madrid y se pasea bajo la inmensidad de un espacio que le recuerda, dice, a la libertad. “Es el culto fálico al gran edificio como una cosa prometeica, la construcción de la torre de Babel, el elevarnos hasta el cielo, la superación, la excelencia, la meritocracia… Todos esos valores representados por esta idea jerárquica y vertical del edificio que se eleva por encima de las chabolas y de lo mediocre para alcanzar la excelencia”, piensa. “Este espacio representa, como casi ninguno en Madrid, esa libertad que se enarbola de una manera abstracta por ciertos partidos, movimientos o asociaciones contra un comunismo ficcional que existía en Mayo del 68, que mataba en Mayo del 68, pero que a día de hoy es un fantasma que, no obstante, sigue poblando el mapa ideológico actual”, reflexiona.
Entre la pulcritud y la lujuria que rodea al Hotel Eurostars, opina que todo eso que le envuelve es “ya no la búsqueda del bien”, asegura, “sino de la mejora, del perfeccionamiento, del progreso, de la apertura, de una tolerancia muy laxa sobre el hecho de que cada uno esté haciendo lo que quiera mientras uno pueda estar en su torre de marfil”. Allí encuentra la metáfora perfecta para hablar de lo que, en realidad, viene diciendo ya en una novela que se adentra en uno de los conflictos más impregnados en la contemporaneidad: las contradicciones, límites, aperturas y significados de lo que se entiende por libertad.
Lo interesante es que el lector se topa con el testimonio vivo de una joven que, de alguna manera recordando a aquel mítico Nada de Laforet, descubre lo que hay dentro de una ciudad ajena y una vida universitaria que no es más que el escenario de unos conflictos inmunes al tiempo, tan permanentes y tan encendidos como los que rondan hoy en la sociedad contemporánea: la familia, el amor, la amistad, la lucha política, el deseo, la convicción, la duda, las decisiones, las ansias de libertad y la decepción de encontrarse con una prisión propia mucho más violenta, silenciosa e indetectable.
Perictione fue la madre de Platón y ahora es el diálogo entre dos épocas anexionadas no solo por el testigo directo de su protagonista, sino también por el transcurso de los hechos políticos e históricos que conducen al lector hacia la revisión de una era contemporánea colapsada ya por lo que para Castro es la idea más fundamental: sin oposición, no hay democracia. Y sin oposición, no hay libertad.
Si todos tus deseos se realizan inmediatamente, no sabes si son tus deseos o los de otros
A través de lo que puede parecer un análisis sociohistórico, el filósofo habla de la oposición “tanto parlamentaria como en la vida”, y dice: “Si todos tus deseos se realizan inmediatamente, no sabes si son tus deseos o los de otros. En el momento en el que te encuentras con una resistencia y quieres superar los obstáculos y realizar tus propios proyectos, descubres que son verdaderamente tuyos a través del sacrificio que te exige realizar tu voluntad”. De allí Perictione o de la libertad. “El que vive totalmente alienado, aunque la alienación no la sienta, es subjetivamente libre pero objetivamente esclavo”, añade.
Perictione, a través de sus cartas
Llegar a construir una narración directa a través de las cartas le pareció al filósofo la forma más acertada de acercarse a lo que quiere contar, por el interés que le nace en trasladar el registro oral a la escritura y por acercarse de alguna manera a Platón, apoyándose en sus diálogos y en el conjunto de discursos sobre el amor, plasmado esta vez en cartas sobre la libertad. “Se pretende cierta ambigüedad a lo largo de todo el libro”, explica, y paradójicamente, autor y personaje conectan en una misma idea: la libertad del escritor como quizás la única verdadera.
El mismo Castro asegura que, después de dedicarse al género del ensayo, adentrarse en la novela es guiarse precisamente por la libertad de la escritura, y eso le acerca todavía más al pensador de la antigua Grecia. “Lo más curioso de Platón es que, siendo el filósofo más importante de toda la tradición occidental e incluso universal, no sabe cuál es su verdadera posición”, afirma el autor. “Sobre todas las cuestiones interesantes, él plantea muchas alternativas. Se presupone que su posición es la de Sócrates, pero Sócrates es un ironista que muchas veces dice una cosa y luego la contraria”, detalla.
Lo que planteo en esta novela es la duda de si la locura es el máximo ejercicio de la libertad
De la ficción, la literatura, el pensamiento y la realidad también hay mucho en el simbolismo de Perictione. “La literatura epistolar hace que el lector guarde empatía con un sujeto que le habla en primera persona y en presente, que es algo fundamental para la constitución de la novela como un género dominante en la tradición moderna, pero la contrapartida es que al ser un conjunto de cartas sin respuestas, como un diario, ese narrador puede ser perfectamente fraudulento, engañador y mentiroso”, dice. “Lo que yo planteo es la duda de si la única libertad que tiene realmente Perictione es la libertad de la escritora al ficcionalizar lo que le da la gana, y en qué medida esa construcción de mundos imaginarios y ficcionales está a un paso de la locura. Es decir, la duda de si la locura es el máximo ejercicio de la libertad”, se pregunta.
Cansancio académico
Entre las vivencias de la joven protagonista, uno observa el conflicto familiar, la ruptura en la amistad, la bisexualidad, las relaciones de poder o el cansancio laboral universitario. Ernesto Castro se doctoró hace unos años y asegura que para él fue algo “muy feliz”, quizás porque señala no haber sido nunca de los que tienen “pretensiones profesionales ni nada por el estilo” y por tener “esa vocación de aprender”, admite. “Hay mucha gente que piensa que va a quedarse dentro de la Universidad por medio de una servidumbre voluntaria que consiste en hacer trabajos que te vuelvan indispensable. Pero el profesor indispensable en la universidad no es el que da las mejores clases: por buenas o malas que sean las clases, lo importante es que se den”, opina.
En la Universidad estamos todo el rato evaluando nuestro propio vómito
De hecho, apunta que lo realmente complicado es “dar buenas clases” y que allí reside la diferencia entre la universidad española y la estadounidense: “En el modelo anglosajón hay un triunfo de la mediocridad, es decir, todos los profesores están perfectamente adecuados para dar un servicio medio perfecto. Pero, en España, existe precisamente esa libertad de cátedra que no se nos ha arrebatado todavía, así que un profesor puede dar un nivel muy bueno o un nivel muy malo. La universidad española tiene una libertad para hacer el bien y el mal”. El problema, más bien, está en la estructura jerárquica que Castro bautiza como 'juanpalomista'. “Uno se lo guisa y uno se lo come”, comenta. “Como profesor, le das un contenido al alumno y tienes que evaluar el contenido que tú mismo le has dado al alumno. Le obligas a asumir unos contenidos y luego examinar cómo regurgita esos contenidos. En la universidad estamos todo el rato evaluando nuestro propio vómito”, considera.
Y quizás ese enfado de la protagonista de la novela con el mundo académico es un guiño al agotamiento y a la precariedad de la que el filósofo es consciente: “Hasta el año pasado, cobraba 700 euros por mi trabajo en la Universidad. Si no hacía otras cosas fuera, no me ganaba la vida”. Recuerda llorarle a su madre en un cumpleaños diciéndole: “Mamá, yo no quiero ser becario”, a sabiendas de que “las estadísticas señalan que los doctorandos es el gremio con mayor índice de depresión, ansiedad y estrés”, explica.
Pero lo de Castro es vocacional: lo que falla, indica, es sistémico: “Siempre pongo el ejemplo de que la Universidad es como un negocio con una fachada donde el público cree que funciona por ofrecerle un servicio, pero la universidad es como una pizzería que en el fondo se sostiene porque vende cocaína por detrás. La cocaína de la universidad se llama proyectos de investigación, estancias, congresos, papers indexados y tesis doctorales: todo eso que los estudiantes no ven porque para ellos el profesor es Dios en la tierra. Pero para los que estamos en el otro lado, hay una jerarquía que es como la de la Iglesia, donde no es lo mismo el capellán que el canónigo, que el obispo, que el arzobispo, que el cardenal y que el Papa”.
La institución en la que han trabajado los profesores toda su vida consiste en no escuchar
“Decía Jefferson que el lector de periódicos vuelve al periódico como el perro a su vómito: para recordar lo que ya sabía; para que le de la razón. Igual que sucede en el periodismo, el profesor está constantemente en una imagen especular consigo mismo, dando unos contenidos que luego le vienen devueltos todo el rato. Es como una sed horrible que conduce inevitablemente a la locura”, afirma Castro. “Por eso empatizo mucho con esos profesores que, tras repetir el mismo temario durante 40 años, se han vuelto locos, hablan consigo mismos, tienen sus propios fantasmas y no oyen nada. La institución en la que han trabajado toda su vida consiste en no escuchar”, asegura.
Para Ernesto, lo problemático es que la tendencia universitaria y académica sea “fijarse unos contenidos” y especializarse en ellos, “glorificarse en el propio campo”, pensar: “Este es mi coto cerrado y yo soy el filósofo de Hegel, o el filósofo del trap, y nadie me va a quitar este pequeño terrenito en el que yo doy conferencias y entrevistas”, explica. “Pero no. La labor del filósofo y del escritor, en realidad, es la libertad del pensamiento y la libertad de la escritura”. Así que Perictione se ha reconvertido, a partir de ahora y en el pensamiento contemporáneo, en una figura capaz de mostrarle al lector, al profesor, al alumno, a la madre, a la amiga, al escritor, al filósofo y a uno mismo, lo que hay en ese abismo entre una cosa y la otra; lo que puede haber, sin escondites, falacias ni trampas fraudulentas, en la mismísima libertad.