Mientras investigaba las diferentes etapas de la vida del antiguo púgil José Luis 'Dum Dum’ Pacheco, el escritor Servando Rocha se dejó llevar por la posibilidad de ensayar una aventura a través de las múltiples ramificaciones de la historia. Las experiencias de Pacheco como niño de la postguerra permitían hablar de la miseria económica y habitacional imperante en la periferia de Madrid. Su introducción en los Ojos Negros, una pandilla juvenil inspirada en los bailes de West Side story, facilitaba hablar de un franquismo que permitía ciertas modernizaciones que cobrarse con divisas de turistas. Sus experiencias como atracador conectan con el auge de los quinquis, y la fama y el olvido cosechados como boxeador son un espejo de los altos y bajos de un país que alterna los estallidos de optimismo (y especulación) con las crisis económicas.
Todo el odio que tenía dentro (La Felguera, 2021) podría haber sido una biografía complementaria a Mear sangre, el autorretrato recientemente reeditado del mismo Pacheco. Rocha afirma que aquel libro, que considera complaciente y un tanto fabulado, fue esencial para su proyecto: le dio hilos de los que tirar, aunque también “tenía muchos vacíos”. Poco a poco, su proyecto se fue convirtiendo en otra cosa. “Iba a ser algo cortito, pero no sirvo para eso”, explica el autor, y ríe tras publicar un volumen que se acerca a las 600 páginas. El resultado tampoco es un libro de boxeo, aunque haya relatos de combates, sino una especie de “historia alternativa de España que huele a sótano, a viejo”.
Como suele pasar en la obra del escritor y editor, y en el catálogo del sello La Felguera, la atracción por lo extraño y lo chocante convive con el gusto por sumergirse en archivos polvorientos, con la punzada de pensamiento crítico en la recuperación de fenómenos a veces subterráneos. En el catálogo de esta editorial con gestos de sociedad secreta conviven Baroja y Valle Inclán con el mago Aleister Crowley o los ensayos sobre culturas urbanas y movimientos políticos radicales. Todo el odio que tenía dentro conecta con publicaciones anteriores como Cólera o Las calles siniestras, donde se habla de las condiciones de vida terribles en suburbios que la capital española fue absorbiendo durante su crecimiento.
El libro tiene varias columnas vertebrales, quizá necesarias para soportar el peso de un relato colectivo. Es, por una parte, la vida de Pacheco. También es el relato de una investigación sobre la banda juvenil Ojos Negros, que avanza lentamente y en espiral a medida que el autor vence los silencios relacionados con intereses y lealtades de los testimonios. “Cada personaje me abría la puerta a otro personaje”, dice el autor. Así que su propuesta tiene algo de ejercicio narrativo porque se relatan los descubrimientos a medida que tiene lugar, sean estos sobre la División Azul o sobre el legado de unos periodistas que escriben crónicas sobre boxeo que parecen novelas negras“. Por el camino, aparecen retazos de expresión personal de Rocha y de sus experiencias en Madrid.
Un torrente de estímulos diversos
Algunas antropologías e historias sociales de la cultura pop, como las acontecidas alrededor del fenómeno quinqui, han caído en una cierta romantización. Hemos podido evocaciones nostálgicas y glorificadoras, también explotaciones lúdicas y pintoresquistas, que no reparan en el dolor que había detrás de todo ello. Rocha afirma que le preocupó caer en este tipo de enfoques, especialmente cuando iniciaba la redacción: “Incluso me quedé un poco paralizado durante un tiempo, porque todo era muy excesivo pero yo quería tratar a Pacheco con respeto, sin convertirlo en una caricatura. Tampoco quería hacer de él un héroe proletario, pero creo que la despedida del personaje es hermosa”.
El recorrido por toda esta historia implica algunas escenas violentas. No solo hay palizas entre chavales, atracos o sangrientas veladas de boxeo. También hay asesinatos. A la vez, la historia de Pacheco se ramificaba con la aparición de personajes como Camilo Sesto. En ese mundo excesivo, un lanzamiento (fingido o real) de moco por parte del cantante del grupo musical The Kinks desata una batalla campal. Junto a las fiestas, las trangresiones, las cicatrices y los dolores, también emergen estos esperpentos que a veces resultan divertidos. Porque esa también es una parte de la historia: “Toda la gente con la que hablaba añora esa época porque se lo pasaron de puta madre”, afirma el escritor.
Todo el odio que llevo dentro podía haber servido para dotar de glamur a las bandas, podría hacer hecho énfasis en los paisajes de miseria como el neorrealismo italiano de postguerra. También podría haber tomado la forma de una comedia extraña sobre excesos juveniles y no tan juveniles o una sátira sobre las relaciones entre la cultura pop española y los poderes franquistas. Su autor no ha escogido los acontecimientos que explica para marcar una línea, sino que ha recogido todo tipo de hechos vinculados por hilos a veces casi invisibles. Y arrasta al lector con un torrente de estímulos contradictorios como la misma realidad, que no tiene tesis y puede resultar muy contradictoria.
Rocha se apoya en una abundante bibliografía, pero se fundamenta en muchos testimonios orales. Entre ellos está Mariano Revilla, lugarteniente de Ángel Luis Tello en la banda Ojos Negros. El empeño tiene algo de práctica espiritista, porque el autor no deja de hablarnos de gente que ya no está... y de permanencias que quizá no se detectan a simple vista. “Nada desaparece absolutamente, no hay crímenes perfectos en la historia: siempre hay huellas e indicios. El presente ya fue, de alguna manera... pero tampoco se parece exactamente al pasado”, explica.
Astucias del poder
En Todo el odio que tenía dentro se explican, entre otras cosas, diversas oleadas de enriquecimiento de unos pocos alrededor del sector de la construcción y de los planes de urbanización de Madrid. Según el autor, la política franquista de que los obreros no fueran proletarios sino propietarios funcionó bien en la ciudad, donde había barrios rojos como Villaverde, Tetuán o Vallecas: “Pacheco destaca que el franquismo le dio una casa. Y es cierto, tenía una chabola y le dieron una casa de mierda, provisional, mal construida, sin infraestructuras de salud o educación alrededor”, comenta el escritor. En el libro, relata simulacros ridículos de las autoridades. Un responsable de políticas urbanísticas había dado orden de arrancar el césped artificial de su chalet, y de trasplantar árboles a toda prisa, para hacer más presentable un proyecto de viviendas con ocasión de la visita del dictador.
En paralelo, Rocha trata de los yeyés o de la movida madrileña. Las contradicciones y las extrañezas emergen de manera constante: “Dentro de la escena del rock’n’roll había mucha gente que se llevaba muy bien con las autoridades franquistas. José Luis Alvarez, el promotor de conciertos, tiene una bandera con una águila pintada en el coche, y es algo que va más allá de un caso puntual. El régimen vio que había fenómenos internacionales que llegarían al país y que era mejor tenerlos controlados bajo cuerda”. Permitir e incluso alentar ciertas expresiones de modernidad podía servir en términos propagandísticos para dar la imagen aperturista que el régimen deseaba.
Estos gestos de modernización podían ser, también, un buen negocio. Un nazi financió la revista Triunfo. Un antiguo miembro de la Organización de la Armada Secreta, el grupo ultraderechista patriótico que pretendía luchar contra la descolonización de Argelia a través de la violencia, fundó la sala Rock-Ola, como explicó Ramon G. del Pomar en la novela La materia de mis edades. Y personas vinculadas al Opus Dei invierten en el sello discográfico Movieplay, que publicó a grupos con ambiciones artísticas como Triana e incluso comercializa el disco del asesino satanista Charles Manson.
“La historia de España no es pacífica y a veces no es fácil dividir netamente entre ganadores y perdedores, en medio habían muchos personajes”, explica el escritor y editor. El mismo Pacheco, a pesar de que había sido torturado pocos años antes por el conocido policía Billy El Niño, se alineó con el nacionalcatolicismo. Rocha comenta que el largo proceso de escritura del libro lo ha dejado “un poco afectado”: “España es aterradora. Ha sido un fangar tremendo, y Pacheco es el primero que te lo dice. Me contó cosas de personajes famosos del país que no aparecen en el libro porque así me lo pidió”. El viaje, con momentos duros, ha merecido la pena. El autor de Algunas cosas oscuras y peligrosas considera que Todo el odio que tenía dentro es su libro más importante porque preserva la memoria viva “de personas de 70 años, de 80 años... Muchas de ellas han muerto y otras puede que no tarden en hacerlo. Así que saldo una deuda con una memoria que iba a ser enterrada”.