Éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.
“No es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle”, dice Sancho en el capítulo XIII de Don Quijote de la Mancha. Pero no es inusual. Miguel de Cervantes no escatimó en insultos en la considerada obra culmen de la literatura española porque, al fin y al cabo, también forman parte de un idioma con más de 85.000 palabras. De esta manera, a lo largo de las aventuras del ingenioso hidalgo se pueden leer términos como necio, de ingenio boto, majadero, infacundo, prevaricador del lenguaje o mentecato, entre muchos otros. Es el arte de blasfemar.
No se sabe cuándo ni por qué nació el lenguaje soez. Ni siquiera si este surgió al mismo tiempo que el habla. No obstante, sí que hay documentos de la antigua Grecia en los que se puede leer a filósofos como Diógenes llamando pórdalo (pedorro) a Platón o a Timón diciéndole a Zenón que tenía “menos intelecto que una cuerda o una sarta de tonterías”.
Muchos de estos detalles están recogidos en el libro ¡Mecagüen! (editorial Vox), en el que Sergio Parra explora el origen de los insultos y cómo algunas palabras se han convertido en palabrotas. Solo hace falta echar un vistazo al pasado para comprobar que estas no solo aparecen en la historia, sino que forman parte de ella. En la poesía trovadoresca, por ejemplo, no es extraño encontrar metáforas o comportamientos moralmente ofensivos como las aventuras sodomitas de un obispo narradas por el trovador catalán Guilhem de Berguedà (1130 – 1195).
Sin embargo, hubo algo que marcó el inicio del insulto escrito: la aparición de la imprenta. “A finales de la Edad Media y con la llegada del Renacimiento, la imprenta de Gutenberg facilitó el acceso de más gente a la literatura, lo que trajo consigo una preocupación por ofrecer a esos nuevos lectores historias que conectaran con su vida cotidiana”, explica Parra a eldiario.es.
Y conectar con la vida cotidiana, como no podía ser de otra manera, implicaba el uso de insultos. “Este fenómeno fue particularmente interesante en España, donde surgió el género de la picaresca con el Lazarillo de Tormes y se consolidó con El Quijote, en el que se hacía uso del lenguaje soez de forma desacomplejada y tremendamente creativa”, añade el autor. Era una forma de luchar contra los libros de caballerías y las novelas sentimentales propias del Renacimiento. De hecho, los poemas satíricos entre Quevedo y Góngora son una buena muestra de hasta dónde llegaba el insulto entre intelectuales.
El Siglo de Oro fue una época proclive en cuanto a insultos se refiere. Entre los autores más destacados se encuentra el conde de Villamediana, un adepto al lenguaje soez y a los dardos contra el reinado de Felipe III. Pero ¿cuáles eran estos términos?
La obra de Parra cita algunos como estafermo, dedicado a aquellas personas que permanecen paradas o embobadas sin hacer nada. En realidad, a lo que se refiere es a un maniquí con forma humana utilizado en la Edad Media para el entrenamiento de la caballería al que se le golpeaba con una lanza. Su etimología italiana deja clara la función del muñeco: “stà” y “fermo” (está firme).
De la misma época son también insultos como zurcefrenillos, aquel que hace actividades propias de un insensato; mangurrián, para quien es poco civilizado o actúa de forma tosca; o berzotas, un clásico de tebeos como Mortadelo y Filemón que se refiere a una persona ignorante y necia. “Es un aumentativo sobre la palabra berza, la col o a las variedades más toscas de la col, es decir, una verdura silvestre considerada de muy escaso valor”, señala el escritor.
Teniendo en cuenta la sumisión a la devoción y al catolicismo, no es raro comprobar que lo que era blasfemo para la Iglesia también era algo a evitar en el vocabulario. Bastaba con mencionar a Dios o a sus atributos para que acabara siendo visto como una profanación de algo que debía ser adorado en lugar de pronunciado. Pero hay una blasfemia que destacaría por encima de todas. Una capaz de adaptarse a todo tipo de usos y entornos, como un camaleón lingüístico. Esta no es otra que “hostia”.
“No solo representa el cuerpo de Cristo, sino que se transforman en él, así que mencionar esta palabra llegó a ser considerado una blasfemia mayúscula. Por ello, hoy en día hay hablantes que la escriben sin hache para evitar el vínculo con el concepto ritual religioso”, apunta Parra. Continúa diciendo que sus orígenes etimológicos “son inciertos”, pero que parece proceder de hostis (enemigo) o de una derivada de hostire (golpear). Y es que “hostia” se puede aplicar a todo. Para transmitir simpatía con (“eres la hostia”), para recalcar algo extraordinario (hostia, qué casa) o incluso describir asombro (“hostia, no te había visto).
Con el tiempo, a raíz de la secularización y de movimientos contraculturales como el Provo (de provocación) de Holanda, las blasfemias se empezaron a quedar cortas. Por ello, para recalcar el carácter rebelde de estas, algunas se unieron con lo sexual y lo escatológico. Por ejemplo, “¿quién demonio eres tú” fue sustituido por “¿quién jodido eres tú?”. Esta influencia ha llegado incluso al cine, y es que en películas como Pulp Fiction (1994) aparece la palabra 'joder' (en inglés: fuck) hasta 265 veces.
Lo sexual, precisamente por ser tabú, es también una pata importante para la formación de insultos cuyo origen en ocasiones resultaba ser de lo más curioso. Es el caso de “echar un polvo” que, como explica el autor, “originalmente era lo que hacían los caballeros del siglo XVIII cuando se retiraban un momento a esnifar lo que se conocía como rapé, un tipo de tabaco en polvo. Estas ausencias en una fiesta, por ejemplo, se aprovechaban para para mantener un rápido escarceo con alguna invitada, lo que fue derivando al sentido actual”.
Pero el insulto no siempre tiene éxito. A veces se produce una técnica de “reapropiación” por parte de aquellos a quienes cataloga. Es, por ejemplo, lo que recientemente ha ocurrido con el fantasma Gaysper, que fue utilizado por Vox para criticar al colectivo LGTBI y finalmente se ha convertido en icono de esta comunidad.
“Si nos autoinsultamos, el otro pierde la facultad de hacerlo. Esto suele ocurrir con colectivos que son reprimidos o caricaturizados y que, al hacer suyo el insulto, reafirman su condición. Es el caso de 'yayoflauta', que nació durante las movilizaciones del 15M para ridiculizar a los manifestantes más veteranos y que ellos mismos acabaron adoptando”, aprecia Parra. Porque, como reflejan estos casos, ni siquiera el que insulta queda libre de convertirse en el insultado.
Éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.