Su intención no era escribir una novela, pero cuando Eugenia Ladra se quiso dar cuenta ya había llenado 40 páginas y su historia no estaba ni cerca del cierre, así que continuó con la creación del universo de Pueblo Chico. Ese es el lugar recóndito en el que se desarrolla la trama de su primera novela, Carnada, que se acaba de publicar en España de la mano de Tránsito y de la editorial Criatura en Uruguay, país de origen de la autora. La realidad que describe en su libro está cubierta por una nebulosa de misterio que no tiene nada que ver con el esoterismo, al contrario: es su carácter terrenal lo que la hace insólita.
Según aparecen, todos los personajes se postulan a protagonistas pero ninguno lo es porque todos lo son. El foco de la novela de Ladra se pone en el pueblo, en los mecanismos que tiene una comunidad que reside en un lugar aislado para organizarse. En el elenco aparecen Marga, la adolescente a la que sus vecinos consideran gafe; Recio, el joven extranjero que recala en la localidad; Justa, la abuela de la joven; Olga, la partera; los pescadores; el ciego Godoy, que vive recluido en su casa o Luisito, el dueño de la taberna La Paraíso, donde los hombres se emborrachan por la noche con ‘agüita de arroz’.
“Me interesaba hablar de qué pasa en los lugares aislados en relación con la violencia y las reglas propias que se generan”, sostiene Ladra en conversación con elDiario.es. Ella nació en Montevideo, pero a los nueve años se fue a vivir a un pueblo que se llama Nueva Palmira, donde está el barranco Punta Gorda, un lugar apartado donde iba con sus amigos. Esos paisajes de su adolescencia suponían el escenario perfecto para desarrollar Carnada, así que aprovechó esos recuerdos que se habían quedado en un rincón de su memoria y se manifestaban de vez en cuando para dar forma a la idea que tenía para construir todo un imaginario.
Las vivencias de los personajes son las que muestran esas normas con las que se estructura esa comunidad en concreto pero, de alguna manera, también son universales. Un ejemplo claro es el de la trayectoria de Marga, que funciona como relato del paso de la infancia a la adolescencia, marcado por la sexualidad. Tanto por cómo la percibe ella misma como por cómo lo hacen los demás. “Al principio yo empecé escribiendo desde la primera persona de ese personaje, pero cuando ya llevaba bastante avanzado el texto sentí que esa voz no me cuadraba”, comenta la autora. “La narración en tercera persona era más elástica, me permitía estar más a ras del pueblo y entrar y salir de cada personaje para ver cómo se movían en ese escenario”.
Lo que los hombres olvidan
El trato a los comerciantes chinos que atracan en el puerto para vender sus productos baratos y de calidad cuestionable, son una representación de la xenofobia así como el ritual de aceptación en la comunidad al que tiene que someterse Recio. Asimismo, lo que sucede en las noches dentro de la cantina no se comenta de puertas afuera, lo que sugiere otro tipo de rechazo. De hecho, en uno de los pasajes del libro, Olga advierte a Marga de que no debe entrar en La Paraíso: “Mejor quedarse afuera; no es que sea un lugar peligroso, no, es que a veces, dentro de esas paredes, los hombres se olvidan de cómo funciona el mundo”. Es el lugar en el que olvidan las normas que ellos mismos impusieron y si eso ocurriese a la luz del día, sería el caos según su concepción de la corrección.
La historia se desarrolla en un pasado no tan lejano pero sí analógico. Marga nace en los años 90 y el presente de la novela se sitúa en los primeros años del siglo XXI, rasgos que comparte con su creadora, que nació en 1992. “Le cedí a Marga la experiencia vital de ese pasaje de la niñez a la adolescencia. No habría podido escribirla desde el presente porque mi relación con la tecnología es un poco nula, hace poco que aprendí a sacarme un selfie”, declara entre risas. “Nada de lo que cuento es real pero no podría haberlo escrito si no hubiese tenido determinadas vivencias”.
En un mundo en el que las redes sociales dominan la realidad, nada de lo privado ya lo sería tanto y muchas situaciones no podrían haberse dado. Un móvil con cámara en el interior de la taberna habría sacado a la luz lo que pasa en la oscuridad de ese local sin ventanas y Marga les habría contado por mensaje a sus amigas cada detalle de su relación con Recio. “Aparecen celulares, pero no son como los que tenemos ahora y están muy en segundo plano”, comenta Ladra. Además con internet, la joven podría haber tenido otros referentes emocionales o sexuales que no fuesen los personajes de la terrible telenovela que cada día veía en la televisión junto a su abuela y Olga. “Es la educación sentimental que tiene, aprende hasta cómo dar un beso o relacionarse con las personas que le gustan”, afirma la escritora.
Pasar del cuento al largo
Antes de Carnada, Eugenia Ladra había publicado el libro infantil Ramona y Ramiro (Planeta) y las antologías de relatos La naturaleza de la muerte (2019) y El espacio podría sonar así (2020). En un inicio, esta primera novela iba a ser un relato, un género con mucho peso en la literatura de América Latina. Más que en la española, al menos hasta hace unos años en los que ha empezado a gozar de más reconocimiento.
Para Ladra, adentrarse en la narrativa ‘larga’ supuso un ejercicio de reestructuración mental en cuanto al trabajo. Por un lado, en relación al tiempo que necesitaba invertir para terminar el relato y, por otro, en la manera en la que debía construir la estructura. “No era solo la imagen o la emoción que quería contar, sino que tenía que ir un poco más allá y pensar en cómo se relacionaban los personajes principales, pero también los secundarios. En un momento recuerdo que me tuve que hacer como un mapa porque me perdía en mi propia imaginación”, desarrolla. “No es que me sienta más orgullosa de haber publicado una novela que un relato, pero sí que adquirí nuevas experiencias por las que antes no había pasado. Este fue un proceso muy hermoso, porque además el trabajo de edición con las dos editoriales fue supercuidado”.
Entre los escritores y escritoras que le han servido como referencia menciona a clásicos como el cuentista Horacio Quiroga o Juan Rulfo, que tiene un epígrafe en su libro, tanto por sus relatos como por Pedro Páramo. “Temporada de huracanes de Fernanda Melchor fue estructural porque la idea del narrador de Carnada me vino de ella, me pareció increíble. Y también de El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, me encantó ver ese narrador en su máxima expresión”, repasa.
Encontrar el cariño a los personajes masculinos
Asimismo, recuerda que durante el proceso de escritura de su novela leyó mucho a la escritora argentina Selva Almada. Su tratamiento de las masculinidades la ayudó mucho en la construcción de algunos personajes como, por ejemplo, los pescadores del pueblo. “Me acuerdo que fue un hallazgo muy lindo encontrármela mientras escribía, porque me mostró un trabajo sobre la figura de los personajes masculinos que me hizo encariñarme un poco más con ellos”.
La memoria es una herramienta esencial en el trabajo de Ladra. Durante el tiempo que pasó con la escritura de Carnada no desarrolló más proyectos paralelos, salvo algún cuento para alguna revista. Ahora, le da vueltas a una idea la llama desde el pasado. “Ahora mismo estoy en una residencia literaria y estoy empezando a delinear un proyecto, que parte de un recuerdo de la infancia. Es una imagen que vi y tengo clavada, no me la puedo sacar, está ahí”, dice. Por el momento, aún está asimilando su debut en la novela porque, como remarca: “¡No es solo la primera que publico, sino también la que escribo!”. Y está contenta.