Edogawa Rampo y el peligro de las utopías

Si escuchásemos a un japonés pronunciar el nombre de Edgar Allan Poe, lo que entendería nuestro oído occidental sería Edogawa Rampo. No es casual que este sea el seudónimo de Hirai Taro, uno de los más grandes representantes de la literatura detectivesca nipona. Muchos dirían que la relación entre el autor de El corazón delator  y el escritor que nos ocupa va más allá del mero homenaje eufónico del nombre con el que imprimía sus libros.

En palabras de Jesús Palacios, que firma el excelente y didáctico epílogo de El extraño caso de la isla Panorama, “Rampo está considerado, con todas las salvedades de rigor, como el creador de la moderna literatura policiaca, detectivesca y criminal japonesa, además de ser uno de los pioneros en su país en dedicar a esta la merecida atención crítica y literaria que merece”.

Lo que nos encontramos con esta novela es un relato bien distinto. Comparte con el género que le hizo famoso el hecho de que su desarrollo es pura adicción. Pero no hay ningún asesinato que resolver, ningún detective aficionado al whisky, ningún encuentro confidencial en un oscuro andén de tren. Lo que sí que hay son muertos que vuelven extrañamente a la vida.

Rampo, el padre del 'ero-guro'

Edogawa Rampo nació a las puertas del siglo XX y pasó su juventud desempeñando todo tipo de faenas. De joven vendía fideos chinos en un puesto callejero, sirviendo la comida en bol con una mano mientras cultivaba su pasión con la otra, la lectura. Con el tiempo, consiguió dedicarse a algo más cercano a sus preferencias al trabajar de dependiente de una librería de segunda mano primero, y ayudante de una imprenta de Tokio después. Se graduó en Ciencias Económicas en la Universidad de Waseda en 1916, pero lo más cerca que estuvo de dedicarse a lo que había estudiado fue ser secretario de una empresa comercial en Osaka.

En 1922 vio la luz su primer relato: La moneda de cobre de dos sen, publicado en Shin Seinen, una popular revista juvenil para la que él mismo había traducido relatos de otros autores, entre ellos Poe, claro. Desde entonces empezó a labrarse una prolífica carrera tan popular como variada. Artículos, novelas por entregas y relatos cortos que creaban en el imaginario juvenil un universo pesimista, oscuro y truculento que contrastaba con la política militarista y patriótica del Japón de su época. No es de extrañar que relatos como La oruga fuesen perseguidos por la censura de la era Shōwa, e incluso por los norteamericanos durante la ocupación.

“Si Rampo ha sido acreditado, justamente, como el mayor impulsor de la novela policial en Japón, merece ser reconocido como uno de los más retorcidos, fascinantes y enfermizos cultivadores del ero-guro nansensu”, afirma Palacios. Según afirma el autor de Goremanía y editor de Asia Noir. Serie negra al estilo oriental, este movimiento artístico que se traduce como grotesco-erótico-absurdo, “hoy campa por sus respetos en el manga, el anime, la literatura y el cine nipón”.

“Ese es el escritor que encontramos en este libro, el Rampo que se yergue, más allá de su señalado papel para el desarrollo de la novela policíaca japonesa, como verdadero maestro de lo macabro, al nivel de su idolatrado Poe”, afirma Palacios en el epílogo.

La utopía de la isla Panorama

Otro autor asiático, este de origen chino, decía que lo que se busca en la vida no es más que la idea máxima de amor y placer. Pero que al ser conscientes de que conseguirlos era algo utópico, la idea de lo inalcanzable no nos producía nada más que pesadumbre. Para el Premio Nobel Gao Xingjian, la utopía era tristeza: “Una profunda tristeza humana, infinita, imposible librarse de ella”.

Publicado por Satori Ediciones, una pequeña editorial afincada en Gijón y especializada en cultura japonesa, El extraño caso de la isla Panorama es el camino hacia un descubrimiento semejante al razonamiento de Xingjian. Entre las páginas de esta novela, descubrimos poco a poco que la utopía entraña peligros. Lo que se obtiene de la representación de un sistema para todos deseable, no es la felicidad sino su opuesto. Llámese dolor, amargura o locura.

La que guía al protagonista de la novela, Hirosuke Hitomi, no es una utopía de carácter político o económico. Su sueño obsesivo es crear una obra de arte de grandes proporciones fundamentada en la naturaleza, en las piedras, los árboles, las flores... “Igual que los músicos usan sus instrumentos para crear música, los pintores sus lienzos y pinturas o los poetas las palabras, él se serviría del sueño de la naturaleza creada por los dioses, no solo para transformarla a su antojo, sino para dar forma a sus ideales estéticos. En otras palabras, pretendía convertirse en un dios”, cuenta Rampo.

Algo imposible hasta que el fallecimiento de un antiguo compañero de universidad inmensamente rico con el que guarda un inquietante parecido físico. Para conseguir su fortuna solo tiene que hacerse pasar por el muerto fingiendo una suerte de entierro prematuro a causa de una catalepsia no diagnosticada.

Cuando, milagrosamente, el joven rico vuelva de entre los muertos y nadie se percate de que no es quien dice ser, Hirosuke podrá hacerse con el control de sus finanzas y ponerse manos a la obra con la realización de su delirante utopía. Una obra de arte viva y perfecta llamada isla Panorama. Un plan en el que solo hay un pequeño detalle puede dar al traste con todo: Chiyoko, la hermosa viuda del hombre suplantado que se convertirá para el protagonista en la fruta prohibida de un depravado paraíso.

Una lectura apasionante que nos lleva por senderos luminosos profundamente oscuros, en los que la descripción de la belleza tiene un punto macabro y la fealdad un punto hermoso. Nada es lo que parece en Panorama, aunque todo se asemeja al sitio en el que quisiéramos vivir para siempre. O no.