Romper los lazos, volver al seno, aceptarla como es, formar una... Las relaciones familiares han sido un tema principal de la literatura durante toda su historia, porque si todas las personas están marcadas por la suya, cómo no lo van a estar los personajes. Si no llega a ser por sus parientes, Romeo y Julieta no hubiesen tenido más problemas que los propios de una pareja joven de su época y los favores de los Corleone habrían sido solo actos de buena fé. Por no hablar de los líos que se montaban entre padres, hijos, primos y dioses en la Ilíada. Nadie escoge la familia en la que nace, a veces parece que ni siquiera en las páginas de un libro.
Este verano editorial ha sido un buen ejemplo. En el caso de las memorias, siempre surge de una u otra manera. El que no se haga referencia a ella es, de hecho, una manera de señalarla. A principios del estío se publicó en España uno de los libros más polémicos –en Reino Unido– de la escritora Rachel Cusk: Despojos. Sobre el matrimonio y la separación (Libros del Asteroide). El título no deja mucho lugar a dudas sobre la temática del mismo.
Sus reflexiones sobre la institución del matrimonio, la idea de familia ‘correcta’ impuesta por el cristianismo, los roles de género o cómo sus convicciones feministas encajan en todo esto dirigen la narración de cómo fue su separación con el fotógrafo y padre de sus hijas Adrian Clarke. Y lo hace con tanto detalle que escandalizó a quienes no estaban cómodos con el cuestionamiento de unos valores que creían inalterables (y que por otro lado, también se enfadaron porque querían saber más, según la propia autora).
El divorcio y sus consecuencias para la vida de los relacionados con él es un asunto recurrente en la obra de Jane Smiley. Lo trata en los dos títulos que la editorial Sexto Piso ha publicado en España, La edad del desconsuelo (2019) y Un amor cualquiera (2020), ambos traducidos por Francisco González López. En el segundo, una novela de apenas 120 páginas, una madre se reúne con sus hijos con motivo del regreso a Estados Unidos desde la India de uno de ellos.
Un acontecimiento supuestamente alegre pero que obliga a mantener una conversación pendiente entre la progenitora, Rachel, y sus descendientes. Tener un encuentro similar fue imposible durante años, después de que ella le confesase a su marido una infidelidad y él se marchase con los niños al otro lado del charco. Una cuestión enquistada que imposibilita que la comunicación entre ellos sea fluida hasta que no se pongan las experiencias sobre la mesa y cada cual pueda explicar cómo vivió todo aquello.
Aunque no acude al evento, la figura del padre está presente en todo momento. Al fin y al cabo es él quien marcó el ritmo del matrimonio, el que manejó la vida de su mujer y la educación de los hijos. Tuvo tanto poder que fue capaz de llevárselos al otro lado del mundo sin que la madre pudiese hacer nada al instante, porque también la había dejado sin dinero.
Ella no se disculpa en esa reunión, solo expone y responde a preguntas pendientes, cómo y por qué. Ellos sacan a la luz experiencias que nunca contaron y finalmente, el padre acaba siendo el protagonista de gran parte de la charla. “Era un hombre tan joven, tan guapo, tan listo. Ese entusiasmo por la vida familiar no era otra cosa que la pasión –ahora me doy cuenta– de un ególatra, cuya mujer, cuyos hijos y cuyos perros constituían extremidades de su propio cuerpo”, reflexiona Rachel después de un rosario de confesiones y tiranteces.
El hombre que da y quita la vida
Katherine Angel analiza esa figura patriarcal en su libro Daddy Issues. Un análisis sobre la figura del padre en la cultura contemporánea que la editorial Alpha Decay acaba de publicar en castellano traducido por Alberto Gª Marcos. Parte del título se ha mantenido en su idioma original porque según la editorial: “se trata de un término psicológico muy divulgado, y que hace referencia a una serie de impulsos, asociaciones y complejos que atañen específicamente a las relaciones paternofiliales”.
En este breve ensayo, la autora analiza los diferentes aspectos y percepciones que tiene de la figura del padre desde un punto de vista feminista. La del moderno frente a la del anticuado y cerril, las relaciones que una hija puede establecer con la figura del papá ausente, su intromisión en el lazo maternofilial o el sentimiento de posesión relacionado con la sexualidad de la hija que reside en el progenitor. Entre otras cosas.
“Es difícil evaluar a nuestra propia familia y su vívida presencia en nuestro interior, con todas sus virtudes y defectos, pero hay algo de lo que estoy segura: examinar el origen de nuestra agresividad y nuestra hostilidad —perseguir una relación inflexible— es sano. Preocuparse por el objeto (el padre), conformarse con él, no es una muestra de amor”, sentencia Angel, doctora en psiquiatría y sexualidad.
Sus planteamientos hacen constante referencia a obras del cine, la radio o la literatura. Una de las escritoras a las que menciona es Sarah Moss, cuya novela Muro fantasma es una de más perturbadoras de las que se han publicado este verano en España. La editorial Sexto Piso ha sido la encargada de editarla y Vanesa García Cazorla de traducirla.
La historia de Moss está protagonizada por Silvie, una adolescente que participa con su familia en una simulación de cómo vivían los britanos en la Edad de Hierro junto a un profesor de arqueología y tres de sus alumnos. Su padre, obsesionado con la materia, es el que lleva a su mujer y su hija a vivir la representación, que cada vez tiene menos de teatro y más de realidad. En esa recreación se incluye un ritual en el que se sacrifica a las mujeres de la tribu ahogándolas en el pantano atadas de pies y manos después de causarles diferentes formas de dolor.
Un proceso de tortura en el que la autora vive un espacio de tiempo en el que es: “demasiado tarde para regresar al mundo de los vivos y demasiado pronto, todavía no, no durante un rato, para estar completamente muerta”. Por supuesto, es Silvie la que nota el roce de la soga en el cuello y los cortes en la piel, porque en el acto su padre es el que sacrifica su posesión más preciada: su hija. La sangre de su sangre no es una persona autónoma, sino un objeto que le pertenece.
Un poco de armonía
Todas las familias tienen su interés, no solo las catastróficas. No hay ninguna igual por muy feliz que sea pese a lo que diga Tolstói, y hasta las mejores avenidas también tienen su atractivo. Tampoco todo tiene que ser un dramón desgarrador por necesidad para atrapar al lector. Para comprobarlo y aunque no se haya publicado este verano, la obra de Elizabeth Jane Howard es la opción perfecta.
La más famosa es la pentalogía en la que narra las vivencias de los Cazalet (toda editada por la editorial Siruela y traducida por Celia Montolío y Raquel García Rojas), un clan dichoso aunque sus miembros tengan secretos oscuros y relaciones difíciles. La cena más tensa que se puede encontrar en las páginas de sus (extensos) volúmenes es un festín alegre al lado de una pequeña interacción entre los personajes de Sarah Moss. Un respiro en este verano extraño de relaciones alteradas.