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El FBI, tras los pasos de García Márquez

Cuando Gabriel García Márquez llegó al Hotel Webster tuvo que pagar 200 dólares por adelantado. Su mujer, Mercedes Bach, y su hijo, Rodrigo García, iban con él. El FBI lo sabía todo. Eran conscientes de que pasar un mes en el emblemático hotel neoyorquino era caro, que EEUU perdía la guerra ­-otra más­- en Cuba en 1961, que Gabo aún no tenía todo el reconocimiento internacional que merecía, pero por alguna razón creyeron que ese colombiano bigotudo era peligroso y decidieron poner una lupa sobre su cabeza durante los 24 años siguientes.

La información fue desclasificada por el FBI el pasado viernes, y The Washington Post ha tenido acceso a un informe de 137 páginas de las que todavía faltan 133 por salir a la luz.

García Márquez fue a Nueva York en 1961 a trabajar. La agencia de noticias cubana Prensa Latina le había ofrecido un puesto en su delegación que iba a ser inaugurada en Manhattan. Por aquel entonces, Gabo ya había coincidido con Fidel Castro dos años antes, pero no sería hasta tiempo después que la relación entre ambos se estrecharía. El FBI tomó buena nota de todos los pasos que dio el escritor durante su corta estancia en EEUU. Era el tiempo de la más cruda Guerra Fría, del revés en Bahía de Cochinos. Era un colombiano en territorio enemigo trabajando para el enemigo. No podía pasar desapercibido. 

“Considerando el hecho de que este colombiano estaba en Nueva York para abrir una agencia de prensa cubana, hubiera sido inusual que no lo espiaran”, dijo Rodrigo García al periódico estadounidense. Como él, nadie en su familia supo hasta el pasado viernes que los movimientos del escritor habían sido vigilados por el FBI desde 1961 hasta 1985.

Juego de espías

Fue J. Edgar Hoover, director del FBI desde 1935 hasta 1972, quien ordenó la apertura del expediente. Gabo no fue el único literato espiado en ese período. Otros escritores famosos como Ernest Hemingway, John Steinbeck y Norman Mailer también contaron con informes propios en la oficina central de los Federales en Columbia.

En el informe de García Márquez no existen indicios sobre la apertura de una investigación criminal contra él. En los 24 años que permaneció abierto el expediente, la policía estadounidense se dedicó a recabar sus encuentros, contactos y datos, como que era un buen amigo de Fidel Castro; o reseñas sobre sus artículos en prensa y sus novelas acerca de Latinoamérica.

En esa carpeta figuró el título de José García Márquez durante años. Probablemente porque el nombre completo del escritor, que nunca usaba, era Gabriel José de la Concordia García Márquez. Los agentes, que también se mofaban de él por su limitado dominio del inglés, tuvieron siempre en mente la orden que dio Hoover cuando ordenó la apertura del expediente para que fuera notificado de inmediato por si el escritor ingresaba “a EEUU con cualquier propósito”. Según su hijo, Gabo volvía algunas noches al hotel contando que dos desconocidos le seguían hablando “a susurros”. Ahora, medio siglo más tarde, lo que parecía un delirio del padre ha terminado por cobrar sentido.

El comunista de palo

Hoover murió en 1972, pero no por ello los pasos de García Márquez dejaron de ser rastreados. Asegura Rodrigo García al Post que “mi padre no era un miembro del Partido Comunista”. Y continúa: “Había publicado algunos artículos sobre sus viajes a países socialistas que contenían opiniones diferentes. Así es que no se le consideraba un verdadero comunista y perdió su trabajo”. 

Gabo se exilió a México el 2 de julio de 1961 por presiones del gobierno estadounidense, la CIA y algunos disidentes cubanos que le acusaban de “comunista”. Paradójicamente, el trabajo que llevó al escritor a Manhattan en aquellos primeros meses de 1961 no duró más de dos: de Prensa Latina le despidieron por ser demasiado poco “radical” en sus artículos, según cuenta su hijo. En diciembre de ese mismo año, el periodista cubano Francisco V. Portela, coordinador de la oficina de Nueva York, fue detenido por el FBI. Así empezó el declive momentáneo de la agencia cubana en gran parte de Latinoamérica, subsanado diez años después, a partir de los años 70, con los últimos coletazos de la Guerra Fría.

Después llegó la prohibición de entrar en EEUU, la fama internacional de García Márquez y su amistad con Bill Clinton, que en 1995 revocó la medida. El tiempo dio a Gabo la razón. No así la vida: una ironía de esas que el destino prepara con tino, o conducirle a uno hasta la boca del lobo para no perder ya nunca más el hedor amargo que de ella se desprende.