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Una historia que fantasea sobre todo lo que nunca sabremos del traductor de Salman Rushdie

Ángeles Oliva

16 de junio de 2023 22:23 h

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Cuando Salman Rushdie publicó en 1988 su cuarta novela, Los versos satánicos, se desataron las protestas de musulmanes en varios países. En los meses siguientes hubo disturbios graves con muertos en India y Pakistán, amenazas de bomba contra su editorial y quemas del libro en Inglaterra, que hicieron que distintas librerías retiraran el libro. En febrero de 1989 Jomeini, el líder político y religioso de Irán, promulgó una fetua contra el libro por blasfemia y ofreció una recompensa de más de tres millones de dólares a quien asesinara a Rushdie. 33 años después, Rusdhie sigue sin estar a salvo, como demuestra el atentado que sufrió en Estados Unidos el pasado agosto y que le ha hecho perder la visión de un ojo y la movilidad de un brazo. Sigue afrontando la vida con valentía aunque con dificultades para escribir.

La fetua de Jomeini se extendió hacia todos aquellos que participasen en la publicación y difusión del libro. En España, y como respuesta, 18 editoriales asumieron la publicación conjunta de la novela, en colaboración con el Ministerio de Cultura. La traducción la firmó un tal J. L. Miranda, un seudónimo para evitar las represalias, como sucedió con el traductor al japonés y al italiano. Nunca se desveló la identidad del español. El escritor Fernando Parra fabula con ella en su nueva novela Las cinco vidas del traductor Miranda (Funambulista, 2022), un libro que combina realidad y ficción para contar los años más duros de la persecución a Rushdie mediante tres voces: la del escritor, la del traductor español y la de un joven islamista radicalizado en Londres. Una de las múltiples redes que teja la publicación de este libro cierra un círculo. El editor de Funambulista es Max Lacruz, hijo de Mario Lacruz, el editor en Seix Barral de Los versos satánicos.

Fernando Parra, que ha recibido el Premio de la Crítica Literaria Valenciana por la novela, aclara que el libro estaba ya a punto de publicarse cuando se produjo el atentado contra Rushdie el año pasado. Eso le provocó un dilema moral. “No sabía si publicarlo o no, porque a lo mejor se veía como una cosa muy oportunista. La gente podría pensar que había hecho una novela sacando tajada literaria de una desgracia ajena. Pero luego me dijeron que más que oportunista era oportuno: es una respuesta, aunque sea desde una editorial pequeña y de un escritor poco conocido, pero una respuesta inmediata a lo sucedido”, indica el escritor que es además columnista del Diari de Tarragona.

Tejer realidad y ficción

Del libro de Fernando Parra es real la persecución a Rushdie y se ha basado en su propia autobiografía. Es más, utiliza en la novela el seudónimo que Rushdie se dio a sí mismo, Joseph Anton, combinando los nombres de sus escritores favoritos, Joseph Conrad y Anton Chejov. Pero a partir de ahí, levanta una ficción en lo que respecta a la información sobre el traductor español. “Siempre lo aclaro porque mucha gente cree que estoy desvelando su identidad. Y no es verdad. He fabulado absolutamente, entre otras cosas porque no tenía derecho a desvelar su identidad, teniendo en cuenta que él había tomado tantas medidas para parapetarse tras ese seudónimo en una coyuntura tan complicada. Han pasado 33 años, pero el pasado mes de agosto se demostró que el rencor seguía vivo”, explica el escritor, que añade que ese personaje de ficción se apoya en datos reales.

Un dato que sí es real y concierne al traductor es la elección de su sobre nombre. Fue el poeta Pere Gimferrer “que en ese momento ostentaba un cargo en Seix Barral”, la editorial que publicó Los versos satánicos, “quien decidió el nombre del traductor, porque al parecer ese Miranda había sido un represaliado de la República, y esto tenía un peso simbólico por la defensa de la libertad de expresión”, afirma. Lo que no se esperaban es la mala suerte de que ya existiera un traductor con ese nombre, y que la invención les ocasionaría tener que indemnizar al argentino José Luis Miranda por la coincidencia.

Además de Rushdie y Miranda, la tercera voz del libro es un joven musulmán residente en Londres, que es reclutado por unos terroristas islámicos para perpetrar atentados. El personaje es inventado pero interactúa con otros reales: “Kokabi y Abrinia, los que lo alistan en las filas de los terroristas, existieron de verdad. Kokabi es ahora mismo ministro de Ciencia de Irán. Llegó a Londres becado por el gobierno de Jomeini, pero era un subterfugio para colocarlo allí como topo, una práctica muy frecuente. Jomeini becaba sobre todo a estudiantes de ingeniería para que luego atentaran en Londres. Y este Kokabi ha medrado mucho, de ser aquel estudiante que ponía bombas en las librerías, a ministro”, señala. “Quería bucear en las motivaciones que hacen que un ciudadano normal se radicalice. Sufre un montón de agravios en Londres y encuentra una identidad en esa cruzada que le propone Kokabi”, añade.

Conflicto con la identidad

En la novela, Fernando Parra aborda dos de sus obsesiones como escritor, que ya había tratado en sus dos libros anteriores: la identidad y la culpa. “Todos los personajes de la novela tienen una relación conflictiva con la identidad. El personaje musulmán también, porque encuentra una identidad al ofrecerse en una cruzada para matar a Rushdie y, por tanto, defender su propia religión. De alguna manera, reivindica una identidad, sentirse algo o alguien por primera vez en su vida, tener una misión”, reflexiona el escritor.

En el caso del traductor, el juego de identidades se mueve entre el personaje que Parra ha construido, ese otro J.L. Miranda que aparentemente es solo un nombre, y que luego desvela otras personas detrás, y la identidad del traductor real de Los versos satánicos al español, al que nunca conoceremos.

En el caso real de Salman Rushdie, se le fuerza a cambiar su nombre, a llevar peluca y disfraces, a vivir aislado, en la clandestinidad absoluta, temiendo siempre por su vida. “Rushdie tiene un doble origen, es indio pero también británico. Desde la India lo repudian por haber escrito ese libro, y en Londres es el extranjero que da problemas, el díscolo que produce un gasto muy oneroso en las arcas públicas para garantizar su seguridad, que si se queman librerías y bibliotecas por su culpa”, recuerda. El rechazo, tanto de una parte como de otra, le crea un “vacío identitario”. “Él ha dicho alguna vez que se siente como la coma del título de su libro de cuentos Oriente, Occidente; no sabe muy bien dónde está. La solución de ese problema conflictivo con la identidad es encontrar otra. En este caso, Rushdie la encuentra en la literatura, que al final es una patria chica que tenemos todos. En el hecho de escribir es donde se siente él de verdad, más allá de las identidades oficiales”, sostiene Parra.

La culpa acumulada

En Las cinco vidas del traductor Miranda, Salman Rushdie soporta una culpa abrumadora. No solo por los atentados a librerías, los heridos en varios países o los gastos británicos para protegerle. La novela relata hechos reales terribles, como el asesinato, en 1991, del traductor de Los versos satánicos al japonés, y el intento, días antes, de asesinato del traductor italiano. Pero además, hay un momento en que cae sobre Rushdie el peso de la geopolítica internacional: que él sea acogido por Estados Unidos puede poner en peligro las vidas de los rehenes norteamericanos que permanecen en el Líbano.

Mientras tanto, en la novela, el personaje del traductor arrastra una culpa por un suceso que no se explica, se le acusa de algo terrible que no sabemos. “Rushdie siente responsable de los disturbios públicos y de las muertes. Esa culpa llega a un momento culminante en el pasaje en el que firma un documento donde parece que se medio retracta de la novela. Y todo el mundo que le ha apoyado, que se ponía chapas diciendo ´yo también soy Rushdie´, las asociaciones culturales que estuvieron de su lado desde el minuto uno, se sienten defraudadas. Y él también se siente culpable por eso. Es una concesión, pero es que vive una presión terrible. Y al final, ese documento humillante no le sirve para nada”, recuerda el autor.

La vida desgastada

Las cinco vidas del traductor Miranda sigue a Salman Rushdie durante los años más duros de la clandestinidad. Describe una vida en permanente huida, la pérdida del sentido del tiempo cuando se está escondido, la importancia de lo cotidiano cuando uno no lo tiene. Hay un miedo real a que lo maten, o maten a su hijo, y hay otra muerte lenta en la que se va desgastando poco a poco la vida. “Yo creo que cualquier elemento que acabe por minar la cotidianidad de una persona, supone minar también su vida y su futuro. Por eso para mí era muy importante que dentro de esa cotidianidad que él ha perdido, encontrase un refugio en algo que le reconciliase con su propia vida, aquí la redención es la propia literatura. Él se siente él mismo cuando escribe, es su manera de paliar esa cotidianidad maltrecha que ha acabado con su vida”, cuenta Fernando Parra.

En la novela hay un momento en el que parece que las cosas se arreglan un poco. Rushdie puede aparecer públicamente en una librería, sin aviso previo al público, y se pone a firmar ejemplares con su nombre real, se obsesiona y aprieta de manera exagerada la pluma con su nombre en el papel: “Es decir: este soy yo, por fin. Recupero algo de mí. Pero esa recuperación es merced siempre a la literatura, no a lo demás, porque lo demás sigue estando roto. Para mí es un tema importante: la pérdida de una vida, pero también la manera de recuperarla, en este caso gracias a esa patria chica, la literatura”.