Dice Eduardo Mendoza que empezó el texto que nos ocupa movido por la ansiedad. Escuchaba desatinos de unos y otros, de independentistas y unionistas, en casa y en el extranjero, cuando decidió “cuestionar nuestras ideas y explicarnos las cosas en lugar de encogernos de hombros ante el prejuicio, la negligencia y la incomprensión”, como dice en el subtítulo.
En un librito de apenas ochenta páginas, el premio Cervantes pone un poco de luz desde la parcialidad pero sin tomar ningún bando. Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral) sigue la línea de El descarrilamiento del procés, la columna de El País que escribió antes de que estallasen las consecuencias, violentas, sociales y políticas, de la votación del 1-O.
Mendoza (Barcelona, 1943) echa mano de los argumentos más escuchados durante estos tres meses, sobre todo por parte de los ex miembros del Govern catalán. Lo hace para desmentir algunos y para apoyar otros con datos históricos. Sobre todo, le dedica varios capítulos del ensayo al franquismo y a su papel en el debate actual sobre Catalunya.
No son apuntes incendiarios y ni siquiera habla de las fechas esenciales, como el 1-O, sino que matiza aspectos que se han pasado por alto en la crisis soberanista más importante de nuestra historia moderna. A través de doce epígrafes, el escritor da su opinión sobre el estereotipo del catalán y habla de su carácter, de sus miedos, de la Barcelona maldita y de los desafíos con el idioma.
1. Relativizando el franquismo
Mendoza se refiere al franquismo como uno de los temas más reiterados cuando le invitan a hablar de Catalunya. No le resta importancia en la crisis actual, pero teme que se trate con ignorancia e irresponsabilidad. También atribuye al término separatismo el juicio peyorativo con el que nació en aquella época, ya que “implica una unidad que alguien quiere romper”.
Sin embargo, piensa que muchas veces el uso del franquismo es vago y responde a una carencia de ideas para afrontar los muchos problemas del presente. “Todos viven y piensan como si la Guerra Civil hubiera acabado ayer y Franco todavía presidiera los destinos de España desde el palacio del Pardo”, escribe minimizando el recurrente agravio histórico.
2. El maltratado (no prohibido) idioma catalán
Durante la dictadura, la enseñanza a todos los niveles debía impartirse en castellano. Sin embargo, el escritor puntualiza que nunca se llegó a prohibir el uso del catalán en el franquismo, como se ha dicho estos días. Pero tampoco estuvo autorizado. Este coto no se limitó al idioma, sino que alcanzó a la cultura, la literatura y los actos públicos.
La sociedad catalana era mixta desde el punto de vista idiomático, y convivía buenamente, según Mendoza, con el castellano. Aun así, en ocasiones tenían lugar encontronazos incómodos y desventajosos con los forasteros. “Eran casos aislados, pero existieron y contribuyeron a crear una sensación de intolerancia y abuso que ha pasado a formar parte del código genético de muchos catalanes”.
3. Inventarse su propio pasado
Según Mendoza, la capitalización en Catalunya se consiguió a costa de los esclavos, por lo que “los catalanes se opusieron hasta el último momento a la abolición de la esclavitud”. De la misma forma, la industrialización llegó con la explotación de los trabajadores y generó feroces conflictos sociales. La burguesía catalana no gustaba de airear los métodos empleados para construir el país, algo que le procuró bastante mala prensa.
“Para esconder lo que consideraban sus vergüenzas, la imaginación y el talento artístico catalanes se dedicaron a inventarse el pasado que la sociedad habría querido tener”, explica en el ensayo.
4. Barcelona, el pecado original
Otro de los elementos que Mendoza relaciona con la crisis actual en Catalunya es su capital. La superioridad tardía de Barcelona, no solo respecto a otras capitales de provincia españolas, sino a las propias ciudades catalanas, es en parte culpable de la inquina que despierta. “Barcelona se hacía cada vez más cosmopolita y las pequeñas ciudades se fueron cerrando paulatinamente en sí mismas”.
Gracias a la transformación urbana, Barcelona pasó de ser una ciudad marginal a ser un referente mundial. Pero, según el ensayo, en el subconsciente de los ciudadanos “pervive la nostalgia de una Catalunya rural, más auténtica, más representativa de las verdaderas esencias del pueblo catalán”.
5. El estereotipo del catalán tacaño
Aunque siempre han servido como recurso humorístico, una de las principales brechas entre las distintas regiones y culturas españolas han sido los topicazos. El de los catalanes se nutrió sobre todo durante el franquismo, cuando se repartieron los papeles de la quimera fascista y les asignaron uno muy poco favorecido. De este “calvario en miniatura”, como lo refiere Mendoza, se derivan consecuencias que inciden en los sucesos de estos últimos tiempos.
6. El verdadero carácter catalán
A riesgo de parecer ingenuo, “porque cada individuo es como es”, Eduardo Mendoza ofrece unas breves líneas sobre lo que él entiende por carácter catalán. Son una serie de atributos temperamentales por los que asegura que los catalanes sufrieron una “lacerante discriminación” durante el franquismo.
7. El uso mágico de la democracia
En este apartado de Qué está pasando en Cataluña, Mendoza ironiza con el uso continuado de los políticos de la palabra democracia. Considera más preocupante que esas estrategias coyunturales calen en la población y que se empiece a pensar que el fin del franquismo “pasa solo por la retirada de estatuas, placas y símbolos”.
Califica de ingenuos a los que apelan a la democracia para criticar el uso extremo de la fuerza policial en el 1-O y a los que, en el otro lado, recurren a ella para justificar cualquier acto en nombre de la ley y la Constitución.
8. El deseo de la independencia
En los últimos epígrafes, Mendoza se muestra inquieto por si en algún caso ha dado a entender que la crisis de Catalunya era una parte inexorable del devenir de la Historia. “Porque quería decir todo lo contrario”, afirma. El escritor cita algunos momentos clave de la región con un fin didáctico y analítico, no comparativo.
También se cuida de aclarar que las “diferencias” de los catalanes con el resto de España han sido usadas como instrumento por los gobiernos dependiendo de los intereses. A veces eran irreconciliables y, otras, parte de la riqueza heterogénea del país.
Un poco más adelante, vuelve a establecer distancias entre los hechos actuales y el franquismo, como hace en el primer punto.
El tono final del análisis queda lejos de ser optimista: “España no es país dado a reconciliaciones”, recuerda Mendoza, y añade que mientras lo escribía no dejaron de ocurrir cosas “como un mal presagio”. Sin embargo, asegura que lo necesitaba para aliviar su “inquietud intelectual” y recordar algunos debates que pudimos tener antes de llegar al desastre. “Quizá ya es tarde. Casi siempre es tarde cuando nos ponemos a pensar las cosas”.