En 2012, Benjamin Moser recibió una invitación para meterse en un laberinto profesional del que tardó seis años en salir: escribir la biografía de Susan Sontag, una de las intelectuales más famosas y controvertidas de la historia reciente. Al final del camino le esperaban el Premio Pulitzer 2019 y un buen escándalo. El libro no es precisamente una oda a su persona sino un retrato poliédrico en el que salen a la luz aspectos de su personalidad bastante cuestionables. Ahora llega a España de la mano de la editorial Anagrama bajo el título Sontag. Vida y obra, traducido por Rita Da Costa.
Por supuesto, esta no es la primera biografía sobre Sontag. De hecho, el año pasado la editorial Alpha Decay publicó Susan Sontag. La entrevista completa de 'Rolling Stone'. Se trata de la transcripción entera de la conversación que tuvo con Jonathan Cott, editor para Europa de la revista, en 1978. Doce horas de charla, parte en París y parte en Nueva York. Dicho diálogo da una idea de la imagen que ella mostraba al público por aquella época.
Por aquellos tiempos, la escritora afirmaba que: “solo me interesa la gente que se ha embarcado en un proyecto de transformación personal”. Es una de las cosas que Moser pudo apuntar porque David Rieff, el hijo de Sontag, le dio el permiso para acceder a los cientos diarios, el ordenador personal y a los papeles que necesitase de la escritora. Fue él quien le ofreció el trabajo que en un principio iba a publicarse con la editorial Farrar, Straus y Giroux (cercana a la familia) pero que al final acabó saliendo al mercado con Harper Collins.
Moser ya era conocido en español gracias a Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector (Siruela, 2017. Traductora Cristina Sánchez-Andrade), una obra que también despertó algunas críticas entre el público. Pero las voces discordantes no fueron lo suficientemente potentes como para impedir que el libro se convirtiese en un referente a la hora de conocer la vida de la escritora brasileña ni para empañar el prestigio del autor.
El ‘salseo’ del círculo de los intelectuales
Moser no solo utilizó los diarios, obras y papeles de la protagonista, sino que además habló con cientos de personas que se habían relacionado con ella. Tanto cercanas –su familia, sus parejas, sus mejores amigos– como otras que coincidieron en algún momento de su vida. La mayoría contestaron a las preguntas del biógrafo: unos porque querían aportar sus recuerdos y otros porque era la oportunidad excelente para relacionar su nombre con el de la escritora.
Sontag fue toda una diva. Cuando era pequeña y aún vivía Tucson decidió que uno de sus objetivos vitales era ser popular. Y no solo como intelectual: su referente podía ser Thomas Mann pero también lo era Greta Garbo. Una mezcla entre cultura y glamour. Lo consiguió (como casi todo que intentó) y acabó rodeandose –para bien o para mal– de celebridades como Andy Warhol, Richard Avedon, Lauren Bacall (aunque fuese un momento) o Jackie Kennedy. Cuando a los treinta y un años publicó Notas sobre lo camp, ya era un icono de Nueva York, aunque nunca parecía ser demasiado consciente de ello.
Como escribió la siempre perspicaz Nora Ephron en 1967: “De la noche a la mañana, la sesuda crítica literaria que escribía para revistas minoritarias, la autora de novelas filosóficas y profesora de universidad, se convirtió en un producto de la cultura popular”. Todos estos nombres van apareciendo en las páginas, entre los que se cuelan cotilleos –algunos más conocidos que otros– como que Sontag pensaba que la mencionada Jackie era tacaña, que Norman Mailer había acuchillado a su mujer con una navaja o que Patti Smith sufrió quemaduras de primer grado en el culo durante una sesión fotográfica con Annie Leibovitz.
Tres nubes oscuras
Pero muchos y muchas de las personas que prestaron testimonio la dejaron en mal lugar. Algo que Moser tampoco intentó maquillar para que quedase mejor. Al contrario, se le ha acusado de haberla juzgado duramente y de manera subjetiva en algunos temas. Janet Malcom, periodista y escritora, publicó un artículo en The New Yorker en el que básicamente denuncia que el libro puede provocar que quien lo lea sienta más pena por Sontag que admiración.
Lo cierto es que en algún momento se llega a decir que era mala persona, aunque en la mayoría de las ocasiones, el autor ofrece una explicación de sus comportamientos. Uno de los aspectos espinosos de la vida de Sontag es la relación con su hijo David, el hijo que tuvo con Philip Rieff a los 19 años, marcada por los traumas que arrastraba de la infancia.
Después de sufrir a una madre alcohólica que vivía ajena a las necesidades afectivas de sus hijas, ella repitió el patrón con su descendiente. Se iba de viaje y le dejaba meses con amigos o se lo llevaba con ella a fiestas en las que el crío se dormía encima de los abrigos (anécdota que después contaba entre risas). Pero con la edad, ella fue confiando su bienestar en él sin que hubiese reciprocidad, a la vez que seguía intentando dirigir su vida.
Por ejemplo, cuando le detectaron el cáncer con apenas 40 años, David lo dejó todo para cuidarla. Pero cuando tiempo después se descubrió el problema de él con la cocaína, la madre le despreció por ‘vulgar’ (no por la droga, ella misma era adicta a el speed para dormir poco y trabajar mucho) y no se hizo cargo. Vivía mirando para sus propias necesidades, obsesionada con sus inseguridades y ajena a que la gente que la rodeaba también tenía problemas.
Moser tampoco es demasiado complaciente con la actitud política de Sontag. Sin embargo, aunque no fuese la más ‘radical’ del círculo neoyorquino de la cultura –pocos lo fueron– sí se implicó y escribió a favor o en contra de muchos sucesos históricos. Se opuso a la guerra de Vietnam y escribió el ensayo Viaje a Hanoi (1967) después de viajar al país, alabó la revolución cubana de Fidel (aunque con los años cambiaría de opinión y llegaría a decir: “el comunismo es fascismo con rostro humano”) y apoyó de manera incondicional a Salman Rushdie cuando el Ayatollah Jomeini le condenó a muerte por su novela Versículos satánicos.
El gran gesto lo tuvo en 1993, cuando se desplazó a Sarajevo para representar Esperando a Godot en plena Guerra de los Balcanes. Una producción teatral en la que participaron actores locales y que tenía como objetivo mejorar el ánimo de las personas que estaban viviendo el conflicto armado. El teatro como herramienta de supervivencia (como las Guerrillas del Teatro de María Teresa León en la Guerra Civil).
Pero Moser es especialmente duro con el hecho de que nunca llegase a confirmar públicamente su bisexualidad. Cuando el sida apareció y se conocía como ‘el cáncer gay’, el que alguien de renombre se pronunciara abiertamente sobre su orientación sexual era casi un gesto político que ayudaba a visibilizar la enfermedad.
Según Moser, en sus diarios “hay una lista de muertos por sida, sin comentario alguno, como el monumento a los veteranos a la Guerra de Vietnam inaugurado en 1982, justo cuando empezaba la crisis sanitaria”. Finalmente, en 1986 publicó en The New Yorker el ensayo Así vivimos ahora, que después acabaría convirtiéndose en el principio de El sida y sus relatos (1988). A su vez, una ampliación de La enfermedad y sus metáforas, el ensayo que publicó en 1978 sobre la tuberculosis y el cáncer.
Pero su bisexualidad siguió siendo algo privado aunque todo el mundo supiera de sus relaciones tanto con hombres como con mujeres. La última y más duradera fue con la famosa fotógrafa Annie Leibovitz, con la que mantuvo un romance tormentoso. En el libro se rescata un párrafo de un perfil que Joan Acocella escribió en el año 2000 en The New Yorker:
“La gente no soportaba cenar en su presencia cuando estaba con Annie por lo sádica, lo insultante, lo cruel que se mostraba con ella. Huelga decir que quien quedaba mal no era Annie. Susan decía algo sobre Artaud y añadía renglón seguido: 'Ni siquiera intentaré explicarte quién es…'. Era sencillamente increíble. Una puesta en escena absolutamente increíble que se repetía de forma sistemática cada vez que aparecían juntas en público”.
Sin embargo, Annie la acompañó al final de sus días y la retrató en su lecho de muerte. Esas fotos, junto a muchas otras, se recogen en el libro Vida de una fotógrafa: 1990-2005 (Lunwerg Editores) que publicó en 2006, dos años después de la muerte de Sontag. Si hubiese estado viva quizás habría impedido su distribución o quizás lo habría utilizado para ganar aún más reconocimiento (aunque las fotos fuesen de su pareja). Si algo queda claro después de leer las 800 páginas de biografía es que la protagonista se pasó la existencia debatiéndose entre el sentimiento de superioridad y una inseguridad patológica. Y aún así consiguió convertirse en Susan Sontag, el mito.