El escritor Javier Cercas no suele dejar indiferente con sus novelas basadas en hechos y personajes reales. Si en Soldados de Salamina sacaba a relucir al falangista Sánchez Mazas y en Anatomía de un instante daba una vuelta de tuerca a la figura de Adolfo Suárez, en El impostor (Random House) se detiene sobre Enric Marco, el hombre que durante décadas estafó a millones de personas haciéndoles creer que fue uno de los 9.000 deportados y supervivientes del campo de concentración de Mauthausen. Es más, un héroe que llegó a ser el presidente de la asociación Amical de Mauthausen.
Y con esta historia, a la que ha dedicado varios años con múltiples entrevistas a este “Maradona de los impostores”, escarba en la llaga de la memoria histórica, ese “oxímoron”, según él, que vivió su época triunfal a comienzos de este siglo y que acabó diluida como un azucarillo.
“No le va a gustar a mucha gente este libro”, confiesa Cercas, que ha vuelto a jugar con los límites de la verdad histórica y la literatura en una novela que es una mezcla de muchos platos, “como un cocido”, desde la crónica a la autobiografía. Y es muy probable que tenga razón. Él hace saltar por los aires muchas creencias y valores morales establecidos como buenos que en manos de ciertas personas no lo son tanto. “También hay canallas de las buenas causas”, afirma.
Pero la novela no deja indiferente porque la historia de Enric Marco ya fuera conocida. Salió a la luz ya en 2005, muy poco antes del gran homenaje que se les iba a dar a los supervivientes de Mauthausen en el 60º aniversario del campo. Un historiador, Benito Bermejo, desenmascaró a Marco, hizo ver que era un falsificador, y este tuvo que anular su presencia en el homenaje. La historia ocupó páginas en todos los periódicos, incluso de la prensa internacional. Pero esa es, como sostiene el escritor, “la parte visible” del libro; la invisible es mucho más cruda y cruel porque muchos se la creyeron.
De hecho, en las primeras páginas del libro, Cercas cuenta que se pensó mucho escribir esta historia. Sabía que, al fin y al cabo, la impostura de Marco no dejaba de ser un fracaso de todos, de la sociedad en su conjunto, que siempre había creído al supuesto héroe y superviviente. Y ya en esas primeras letras, el escritor incide en el error que constituyó que en toda esa primera década de los 2000, una memoria, que era colectiva, se llenara de subjetividad.
Un movimiento justo
Un movimiento justo“Era un movimiento absolutamente justo porque se trataba de resarcir por completo a las víctimas del periodo más oscuro de este país y de afrontar el pasado español con la máxima claridad, coraje y espíritu crítico para digerirlo. Esto no es fácil y el único país que lo ha hecho de forma ejemplar es Alemania. En España, veinte años después de la muerte de Franco, tuvimos esa oportunidad y no lo hicimos porque se creó la industria de la memoria”, explica Cercas. Y aún dispara más allá: “Se sustituyó lo objetivo por lo subjetivo. El problema es que se convirtió en un negocio”.
Cercas compara este fenómeno con el de la industria del entretenimiento, “que no es cultura, sino un sucedáneo. La industria de la memoria lo que provoca es un pasado falsificado, sentimentalizado y kitsch. Y Marco es el emblema de todo esto”, resume para recalcar que en aquellos años “no necesitábamos una ley de memoria histórica, sino que el Estado se ocupara de cumplir con su obligación”.
El chantaje del testigo
El chantaje del testigoDice que no escribe novelas históricas sino que, para explicar el presente, hay que acudir al pasado. Justifica así su incursión en la Guerra Civil con Soldados de Salamina y en el 23F con Anatomía de un instante. Hay que volver atrás, en un análisis un tanto freudiano, para clarificar muchas cosas. La historia de Marco, que se convirtió “en una rockstar de la memoria histórica” es, por tanto, para él, una metáfora de cómo nos hemos enfrentado a nuestro pasado para restañar las heridas.
“Marco, que ahora tiene 94 años, tiene una vitalidad increíble y ahí está la clave de todo. Con la industria de la memoria sucedieron dos cosas. Por un lado, el chantaje del testigo. Hemos aceptado que el testigo tiene la verdad y eso supone una rendición incondicional. El testigo no entiende nada de lo que sucede, pero nosotros lo hemos sacralizado. Por otro lado, se ha producido la conversión de las víctimas en héroes. Eso es una perversión. Los héroes son los que dicen que no, como el historiador Benito Bermejo, que fue a contracorriente de lo que opinaba la mayoría”, sostiene Cercas.
Todos somos impostores
Todos somos impostoresPara el escritor catalán, la palabra ‘no’ es, precisamente, la esencia de sus novelas. O más bien, la de aquellos que supieron decir 'no' en un momento en el que parecía terriblemente difícil decirlo. Así, según él, el héroe de Soldados de Salamina es ese soldado que se niega a disparar a bocajarro a Sánchez Mazas a pesar de ser el gran enemigo; o el propio Adolfo Suárez, que prefirió mantenerse en su sillón del Congreso mientras el teniente coronel Tejero le conminaba a tirarse al suelo.
Sin embargo, Enric Marco fue un hombre que dijo siempre que sí, y cayó en ese circo de la memoria. Llegó incluso a ser el secretario general de la CNT con sus mentiras, entre las que se encontraba decir, por ejemplo, que había nacido el 14 de abril de 1921, cuando los datos reflejan que fue el 12. Ahora bien, hay algo a lo que dijo que no: a su propia vida real y anodina, “aunque mucho más apasionante que la inventada”, apostilla Cercas, y que es finalmente la que aparece retratada en la novela.
Al fin y al cabo, el escritor quería comprenderle, aunque no justificarle. “Es lo que más me interesaba porque este hombre tiene algo de todos nosotros, y es su extraordinaria capacidad de farsa. Todos los seres humanos somos de alguna manera impostores por nuestra necesidad de ser aceptados. No lo hacemos por dinero, tampoco lo hizo Marco, sino para que nos quieran”.
La realidad te mata, la ficción te salva, escribe en varias ocasiones Cercas en esta novela. Es lo que Marco llevó a cabo –y a día de hoy aún justifica sus actos– y que el escritor explica de forma particular: “Es una muestra de nuestra incapacidad para vivir solo con la realidad, que es pobre y miserable. Todos somos novelistas de nosotros mismos. Y es también un reflejo de nuestra fastuosa capacidad para decir ‘sí’ y nuestra cobarde capacidad para decir ‘no’”. A la vida hay que ponerle sal, un poco de ficción. Si no, todo puede resultar irrespirable.