Jordi Cruz Pérez (Barcelona, 1976) es el rostro de referencia de los que vivieron su infancia en los 90. En ese momento tenía 19 años y ahora va camino de cumplir 46, pero de alguna forma sigue evocando a aquella época del Club Disney. A pocos de sus compañeros les ocurre, pero Cruz ha hecho las paces con este síndrome de Peter Pan impuesto y ha dado la vuelta a lo que para otros sería un castigo. Todo esto lo explica en Mejor no te lo creas (Plaza & Janés), una biografía que narra su vida desde los inicios hasta la pandemia.
Hace poco se ha empezado a correr el rumor de que Jordi Cruz iba borracho y sin dormir a presentar Art Attack y otros programas de Disney. En una entrevista con este diario, lo desmiente. Reconoce haber sido un chaval de 20 años normal que alternaba vida nocturna con trabajar en el espacio infantil con más audiencia de la televisión, pero no era un juguete roto. “Cuando salía tampoco me transformaba en un monstruo”.
También cuenta que hay vida más allá de Disney, en la que ha trabajado como decorador de discotecas, administrativo en la clínica familiar o reportero dicharachero entrevistando a strippers y a actrices porno. Ahora comparte espacio en antena con Samantha Hudson en el pódcast ¿Sigues ahí? y tiene un programa de entrevistas en Twitch llamado Estamos probando. Pero el libro, sobre todo, es un acto de amor hacia sus padres y su hermano. El Big Fish de Jordi Cruz, una de las figuras más queridas de nuestra memoria infantil.
Cuenta en el libro que años después de dejar de grabar el programa, cuando vivía en Mallorca y se dedicaba a organizar fiestas en discotecas, seguía siendo “el chico de Art Attack”. ¿En algún momento lo ha visto como un sambenito?
A mí Art Attack me ha dado mucho, a nivel profesional y a nivel personal. Me sentía muy implicado con el formato y con lo que estábamos consiguiendo. Era un programa que grabábamos durante 15 días al año y luego, por contrato, el resto del tiempo te quedabas esperando. Igual otra persona se hubiese tirado a la bartola, pero yo quise aprovecharlo y empecé a dar clases de manualidades por el mero hecho de pasármelo bien, de ocupar mi tiempo, de sentirme realizado y de ser creativo con lo que había aprendido en Art Attack. Me encanta y me lo paso muy bien con el público infantil. Así que nunca he tenido una relación de amor-odio con el programa.
¿Por qué cree que le ha durado más la vinculación con el mundo Disney que a otras compañeras, como Elena Ballesteros?
Yo creo que Art Attack es el que mucha gente recuerda, porque Club Disney forma parte de los programas infantiles que se veían como Megatrix o los de las teles autonómicas. Piensa que se emitió, y no te exagero, durante 15 años ininterrumpidamente, todos los días y a todas horas. Eso es un poquito tortura china también, es una gotita que va cayendo, clic, clic, clic.
Para los que no estamos familiarizados con el showbusiness, ¿qué suponía ceder su imagen a Disney a los 19 años? La parte buena y la mala. ¿Le limitaba tener que pedirles permiso para casi todo?
A mí hubo una cosa que me llamó mogollón la atención, que fue la de ceder los derechos de imagen en países, en soportes y en planetas por descubrir. Claro, estamos hablando de los años 96 y 97. No existía el iPad, YouTube ni la posibilidad de imaginarlos en nuestra mente. Pero Disney se avanzaba a eso para que, si dentro de 20 años hay vida en Marte y emiten Art Attack, no vayas a reclamar tus derechos de imagen en Marte. También yo afronto así los contratos y los trabajos: si crees al 100% en el proyecto y te gusta, ceder la imagen es el punto que menos me importa. No quieres limitar que eso se vea y se comparta.
Cada año tenía ese momento de duda existencial, de no querer hacerlo [Art Attack] porque a lo mejor me iba a limitar, pero mi madre siempre me decía: 'Hazlo, Jordi'
Pero hubo momentos en los que, precisamente por alargar las emisiones, seguía estando ligado a Disney aunque no estuviese trabajando con ellos en ese momento. ¿Le cerró eso alguna puerta?
No, porque el programa se seguía emitiendo y yo me encontraba con productores que me daban la enhorabuena por algo que llevaba grabado cuatro años (ríe). Pero así funciona esta industria, sobre todo si tienes la suerte de no cambiar mucho físicamente. Todo tiene su precio y es verdad que cada año tenía ese momento de duda existencial, de no querer hacerlo porque a lo mejor me iba a limitar, pero mi madre siempre me decía: “Hazlo, Jordi, porque no sabes lo que estás consiguiendo con este programa y siempre habrá tiempo de negociar”. Mientras piensas que puede haber algo mejor fuera, no estás poniendo el foco en lo que estás haciendo y pierdes el valor de disfrutarlo. Todo llega en esta vida y, si se te juntan dos cosas, siempre podrás solaparlas o tendrás la suerte de poder elegir.
Disney es una empresa bastante tradicional en cuanto a los valores de la familia. ¿En algún momento se sintió coartado de hacer su propia vida o de expresar su sexualidad?
No, no, para nada. El equipo de Disney tenía mucha empatía y era un equipo muy humano y muy joven. Yo nunca recibí ninguna directriz, pero tampoco hacía nada anormal, ¿sabes? Ha salido un titular que parece que soy 'el Fiestas', y hace poco coincidí con una directora del Club Disney y me dijo: “Joder, Jordi, pues yo no lo notaba”. Bueno, es que nunca fui borracho a trabajar. Una cosa es ir sin dormir, que con 20 años es un camino de rosas, y otra cosa es llegar de empalmada con tropecientos cubatas encima, y eso nunca pasó. Y menos en Art Attack, como se dice.
Pero, mentalmente, ¿cómo alternaba la doble vida del veinteañero normal que sale, bebe y baila por la noche con la de llegar al trabajo y meterse en el papel de presentador infantil?
Cuando salía tampoco me transformaba en un monstruo. Estaba viviendo mi sueño y en ningún momento iba a ponerlo en peligro por una noche de fiesta, un jaleo o una copa de más. Eso lo primero de todo. Y luego, que uno no se tiene que obsesionar al 100% con el trabajo. Ahí viene lo de Mejor no te lo creas. Tienes que disfrutar de la experiencia. Yo tenía muy buenos amigos en Madrid y hablo de una época en la que me venían a recoger para hacer Club Disney en directo los sábados a las 06:30. Hay noches en las que son las doce, la una, te lo estás pasando bien, y dices: '¿Qué hago? ¿Me voy a dormir ahora y duermo dos horas? Venga, voy del tirón'. Y además tengo la suerte de que soy buen bebedor, tengo un buen saque, que creo que viene de familia.
Convivía con las dos partes. El que estaba bailando encima de la barra de un bar o en un podio de una discoteca las Spice Girls era el mismo que estaba presentando Club Disney o el que estaba haciendo arte a la mañana siguiente. Yo siempre he sido muy yo en todas las cosas. Nunca he pensado que estaba viviendo una doble vida como presentador infantil.
Siempre han pintado el Club Disney, en especial el de Estados Unidos, como una especie de fábrica de juguetes rotos, donde todo son historias trágicas de depresión y de adicciones. ¿Cómo se veía aquello desde la pata española y por qué cree que aquí no pasó lo mismo?
Nuestra proyección era diminuta comparada con la de presentadores como Britney Spears, Miley Cyrus o Justin Timberlake. El Disney Club allí es una herramienta más dentro de la industria en la que bailas, cantas y actúas. En España una vez sacamos un disco, cantamos tres canciones y actuamos un puente de mayo en Disneyland París. Esa fue nuestra carrera musical y menos mal que ese disco no está por ningún lado (ríe). Era distinto.
Piensa en un chaval de diez o doce años, como eran ellos en esa época, y en tener la agenda comprometida para los próximos tres años. No puedes ver a tus amigas porque estás en Rusia, en China, tienes ensayos de los MTV, una sesión de fotos, entrevistas, presentas una canción y luego grabas Disney Club. Debe ser bastante duro como para que no llegue el momento en que te rebeles contra el sistema o la líes parda. Es un mecanismo de defensa para parar esa máquina. Jolín, que con esa edad lo que te apetece es vivir.
Nunca fui borracho a trabajar. Una cosa es ir sin dormir, que con 20 años es un camino de rosas, y otra cosa es llegar de empalmada con tropecientos cubatas encima
Quizá no de una forma tan extrema, pero sí que se extrae de su libro un frenesí de trabajo y un nivel de exigencia bastante alto. ¿En algún momento se ha parado a pensar en lo joven que era y en la cantidad de horas que echaba?
Sí, pero eso en el fondo era lo de menos porque iba acompañado de una experiencia. Hay mucha gente que trabaja todas esas horas haciendo todo el rato lo mismo y ahí sí que puedes acabar un poco de los nervios. En mi caso, iba a grabar un programa internacional a Inglaterra un día y tenía una entrevista con las Spice Girls al siguiente. Luego iba a tomar unas cañas con mis amigos y se lo contaba con toda la normalidad del mundo. El nivel de trabajo era grande, pero las exigencias y lo que estábamos haciendo también era muy grande. Había días que decías: hoy no puedo grabar más, estoy harto. Pero luego pensabas en todo lo que estabas haciendo y decías: qué tontería.
También lo tuvo que alternar con momentos personales muy duros, como la enfermedad y la muerte de su madre o la operación de su padre.
Sí, en ese caso, vas a grabar Club Disney de verano con toda la ilusión del mundo y de repente te llama tu padre y te dice que a tu madre le acaban de detectar un cáncer. ¿Qué haces en ese momento? No puedes parar la grabación ni irte porque está todo en marcha. Y tienes que estar animado frente a la cámara. Además, yo soy de preocupar muy poco a la gente y no se lo conté a casi nadie. Tienes que esperar toda la semana, el fin de semana irte a visitar a tu madre y el domingo volverte. Pero bueno, le pasa a mucha gente que se dedica a esto. También creo que para nosotros es una forma de desconectar y lo veo como una suerte.
Es un mecanismo de defensa que no tiene todo el mundo, como les pasa a algunos cómicos, pero en este caso además teniendo que levantar el ánimo a millones de niños. ¿Entiende más el mito del payaso triste?
Sí, sí, es bastante duro. Pero luego echas un vistazo a la sociedad y tu momento duro de repente baja de aquí a aquí (señala abajo). Sé que a lo mejor esa es la excusa fácil para quitarle presión a tu problema, pero para mí es importante para tirar hacia adelante con optimismo y con positividad. Lo digo en este libro, por desgracia tengo un poder de imaginación muy fuerte, tanto para lo bueno como para lo malo. Cuando he tenido que afrontar tanto la enfermedad de mi madre como la operación de mi padre, me ponía en el mejor de los casos y en el peor de los casos. Tengo una imaginación muy real. A veces me decía: “Jordi, esto es lo que va a ocurrir, se van a ir y te vas a quedar solo”. Qué miedo. Pues esa imaginación me sirve un poco de entrenamiento para ir asumiendo las realidades.
Volviendo al trabajo, está el tema de la relevancia. Se hizo famoso a los 19 y nunca ha dejado de serlo, pero sí que ha tenido picos de menor presencia en los medios. ¿Cómo se gestionan esos altibajos?
El segundo o tercer día después de llegar al Club Disney, cuando empezaba todo, me acuerdo de tener la típica conversación entre un equipo de chavales superjóvenes sobre si seríamos famosos o si la gente nos reconocería. Y nos dieron una pista muy importante: ahora no, pero dejad que estos niños crezcan y entonces lo vais a notar. Y es verdad. Un niño no te manda un mensaje o te para por la calle. Pero ahora ese público ha crecido y es ahí cuando ves el impacto que has tenido en su infancia. Es agradable porque es gradual. Si la fama te viene de repente, como un tsunami, es posible que pierdas la estabilidad. Pero en cambio la fama de los programas infantiles llega poquito a poco y la sientes mucho mejor.
Hay una parte que cuenta en el libro y de la que poca gente tiene conciencia, que es cuando hizo de reportero en El rayo, con entrevistas y reportajes subidos de tono y bastante bestias. ¿Fue su momento de ruptura con Disney, como les ocurre a los presentadores norteamericanos?
El tema es que cuando estaba haciendo Art Attack, terminó mi época en Club Disney y de repente me ofrecieron hacer El rayo. Era un programa que iba a ir los domingos por la tarde, superblanco, sobre los Juegos Olímpicos de Sídney, la gala de los Grammy y eventos, y eso es lo que les dije en Disney. Pero a las tres semanas de empezar lo pasaron al jueves para competir contra Crónicas Marcianas. Y yo les encajaba muy bien: el chico Disney que viene del universo de mariposas y de colores pastel y que se metía en esto tan bizarro. Pero no dejé de ser yo mismo, y muchas veces digo que hacía lo mismo que en el club Disney, pero con otro tipo de contenido. Es verdad que se vieron cosas superhorribles que por suerte no me han vuelto a pasar.
Lleva 25 años en el showbusiness, durante este tiempo ha tenido muchos proyectos e incluso se le ocurrió la idea de que los cantantes españoles interpretaran Resistiré durante la pandemia. ¿Nota que la industria le ha tomado en justa consideración a nivel ejecutivo?
Mira, me acuerdo de unas declaraciones de Jesús Vázquez donde dijo que después de haberse metido en el tema de la producción entendió que lo suyo era presentar. A mí me ha pasado un poquito lo mismo. Lo de negociar en un despacho, con los directivos, los presupuestos... Yo pagaría a todo el mundo el triple y me gastaría todo el dinero. En esa serie de discusiones me vengo abajo y sé que no soy válido. Pero sí que valgo para hacer algo chulo y organizar un buen equipo. Porque yo confío mucho en la experiencia, no en los resultados. Los resultados van y vienen. Pero la experiencia forma parte de nosotros, está en nuestras manos.
Ahora hace un pódcast con Samantha Hudson. ¿Qué pensó al conocerla y por qué cree que les plantearon tándem?
Lo de pensarnos como tándem fue cosa de Karen de Wisconsin, de Netflix. Ella hizo este match y nadie más tiene el mérito. Conocer a Samantha ha sido de las mejores cosas que me han pasado en los últimos años. Me ha hecho mejor persona, porque ahora tengo mucho más conocimiento, información y vocabulario para sumar algo positivo a un debate. Sus teorías, desde la más loca hasta la más real, y su poder de sinopsis me han hecho mejor persona. Solo hay que saber escuchar y tener ganas de que te cuenten cómo son las nuevas realidades y escenarios para no volver a ser la misma persona que eras antes. No es que antes fueras abominablemente horroroso, pero te faltaba información.
¿Habría hecho falta una Samantha Hudson en el Club Disney para enseñarles más realidades a los niños? Al final, en vuestra época había muy poca diversidad.
Aquí a lo mejor me mojo un poco, pero Club Disney, gracias al equipo de Globomedia, fue un programa muy, muy abierto en ese aspecto y muy arriesgado en muchas cosas. Jugábamos mucho con el humor. Me acuerdo de una sección que se llamaba La publi pirata y que dejamos de hacer porque los anunciantes reales se quejaron. El equipo de guionistas, realizadores y directores, que eran gente más mayor que nosotros, entendían que eso era un caballo de Troya. También me acuerdo que en el Día del Padre hubo una reflexión sobre si no había padre o había dos madres, y se cambió el guion. Así que de forma muy sibilina íbamos introduciendo toda esa información y a veces nos preguntábamos entre nosotros: “¿Tú tienes novio o novia?”. Y ya está, no había ningún tipo de problema.
Ni yo seré tan bueno ni él [Jordi Cruz, Masterchef] será tan malo. Pero sí que creo que tienes que intentar ser buena persona, no herir y no dañar
Lleva 25 años en antena y aun así le siguen llamando Jordi Cruz 'el bueno', por delante que de una persona que lleva muchos menos años en el ojo público. ¿Cómo ha logrado mantener ese cariño o esa imagen?
A mí me llaman 'el bueno' para poder llamar a otro 'el malo'. Eso también hay que ponerlo encima de la mesa, porque ni yo seré tan bueno ni él será tan malo. Pero sí que creo que tienes que intentar ser buena persona, no herir y no dañar. Intentar ser buena gente incluye que muchas veces te equivoques, pero pidas disculpas. A mí me deja la sensación de que la gente puede confiar en mí y yo confiar en la gente. Yo confío en ti, en que esta entrevista va a ser superguay. La empatía también es muy importante. Yo la he cagado muchas veces en esta vida y siempre he pedido disculpas y lo he enmendado. Y las cosas buenas que he hecho, las he hecho porque me han salido del alma.
Mejor no te lo creas es una biografía, pero también tiene un regusto de agradecimiento y despedida a tus seres queridos. ¿Con qué querría que se quedase la gente de este libro?
A la gente le ha emocionado el libro. Les ha parecido un viaje muy bonito a la nostalgia y les ha tocado muy dentro en ciertos momentos. Yo creo que haber despertado esos sentimientos es el mejor premio por haber dedicado el tiempo a la escritura. Yo no quería dar lecciones ni que sirviese de coaching. La base de este libro era un poquito Big Fish, la película de Tim Burton, con la que me siento muy identificado. Porque las historias las puedes contar o las puedes contar (abre los brazos) y a mí me han dado la oportunidad de hacerlo a lo grande.
Vídeo y edición: Alejandro Navarro Bustamante