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entrevista
ESCRITOR

Juan Manuel Gil: “Mientras nos lamentamos por un tiempo pasado maravilloso, no dedicamos esfuerzos en el futuro”

Juan Manuel Gil.

Francesc Miró

28 de mayo de 2021 21:18 h

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Para el escritor y profesor Juan Manuel Gil la literatura, fundamentalmente, “nos ayuda a sentirnos menos solos”. Y lo cierto es que los personajes que habitan su nueva novela, Trigo limpio, acompañan al lector de tal forma que sobreviven al final de la misma. Uno cierra el libro pero se lleva de paseo al misterioso y embaucador Huáscar, al pecoso y huidizo Simón o a ese bravucón sin nombre propio conocido en la novela como 'el del síncope', por las causas de su fallecimiento.

Tal vez la entidad de sus personajes fuera una de las razones que llevaron al jurado del Premio Biblioteca Breve 2021 a galardonar Trigo limpio, entre los 967 textos que participaban en el certamen. El jurado, compuesto por Enrique Vila-Matas, Raquel Taranilla, Pere Gimferrer, Olga Merino y la editora Elena Ramírez, tuvo a bien destacar el humor del autor a la hora de captar “la fascinación por la infancia perdida en un barrio periférico”.

Gil fue alumno de la primera promoción de residentes de la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores, ha publicado ya seis obras y cuenta en su haber con reconocimientos como el Premio Andalucía Joven de Poesía o el Premio Agraria Especial 2013. En el ámbito de la novela destacan Las islas vertebradas (Playa de Ákaba, 2017) y Un hombre bajo el agua (Expediciones polares, 2019), a la que se suma ahora Trigo limpio (Seix Barral, 2021).

Trigo limpio establece cierta continuidad con su anterior novela Un hombre bajo el agua. Existen entre ambas pasadizos como los que fascinan al personaje de Simón en la novela. ¿Cuánto tiene ésta de aquella?

Trigo limpio le debe a Un hombre bajo el agua, sobre todo, el impulso y el entusiasmo que me trasladaron los lectores de aquella novela. Tuve un feedback muy gratificante que me hizo reflexionar sobre cuestiones en las que yo no había reparado de manera consciente. Y me di cuenta de que me abría una serie de puertas por las que podía seguir indagando el oficio. Así que tuve claro desde muy pronto que iba a usar la misma voz narrativa y el sentido del humor. La una y la otra son obras independientes, pero están conectadas por esos pasadizos que mencionas. 

Hablando de la voz narrativa, escribe usted “tan estúpido es confundir la brevedad con el buen ritmo, como el narrador con el escritor”. Sin embargo, Trigo limpio juega a confundir narrador y autor. ¿Quería darle la vuelta al calcetín de la autoficción? 

Creo que algo de eso hay, efectivamente. La autoficción es un género por el que siento una gran atracción, pero en el que como lector me siento un tanto incómodo, fundamentalmente porque muchas veces se aborda desde la solemnidad. Pero paralelamente, reconozco que soy un gran lector de autoficción. Entonces consideré que podía hacer algo, salvando las distancias, muy cervantino: parodiar la autoficción escribiendo autoficción. En ese sentido, mi voluntad era moverme en un género por el que siento atracción e incomodidad. Creo que esa incomodidad es consustancial a mi manera de entender la literatura. Si no me siento incómodo en el terreno en el que me meto difícilmente voy a conseguir teclear cuatrocientas páginas. 

Respecto a difuminar las líneas entre narrador y autor, también escribe en Trigo limpio que hoy en día la tercera persona “no está muy bien vista”. ¿Comparte esa impresión? Y si es así, ¿por qué cree que la tercera persona está démodé?

Bueno, yo lo que comparto realmente es la ironía que se esconde detrás de ese tipo de consideraciones que parece que vienen impuestas por la moda, por aquello que se lleva o que mejor se vende. Durante un tiempo parece ser que la tercera persona fue desplazada por la primera persona y parecía que no teníamos nada que hacer si no hacíamos uso de la primera persona. 

En realidad, considero que la novela que uno tiene en la cabeza sólo puede ser escrita desde una persona, sea cual sea, y esa elección le corresponde al escritor, no a la moda ni a la lista de libros más vendidos. Pero me apetecía jugar con este tipo de consideraciones literarias que damos por sentadas. En la novela utilizo la fórmula “dicen quienes saben de estas cosas”, para reírme un poco de todo esto. Lo cierto es que nadie sabe quienes son realmente 'los que saben de esas cosas'. Ahí entran el juego el humor y la ironía.

La nostalgia en literatura tiende a pringarlo todo como una especie de melaza, que lleva necesariamente a cierta idealización

Trigo limpio vuelve sobre la infancia del protagonista, que mira hacia atrás queriendo impugnar su nostalgia. De hecho dice la novela “hay cierta estupidez en rebuscar en el pasado si no se pone a la nostalgia en cuarentena”.

He procurado que la nostalgia estuviera con un bozal sentada cerca, donde yo la pudiera tener controlada. Me parecía que era la manera más interesante de abordar esta historia, porque la nostalgia en literatura es un ingrediente que tiende a pringarlo todo como una especie de melaza, que nos lleva necesariamente a cierta idealización. Y a mí la idealización en la literatura me interesa bien poco.

De hecho, no me ha resultado difícil mantener a raya la nostalgia porque no tengo un recuerdo especialmente feliz de mi infancia. No porque fuese una infancia dura y tremenda, sino porque era una infancia bastante implacable, de descampado, piedra y cicatriz en la ceja.

En el ensayo Sobre la nostalgia, el profesor de ética política Diego Garrocho apuntaba la idea de que existe una generación forzada a vivir la nostalgia porque se les ha truncado las esperanzas de futuro. ¿Cree que la nostalgia tiene más que ver con la falta de futuro que con la abundancia de pasado?

Hay un poco de todo. Teniendo en cuenta las nuevas generaciones y el horizonte económico y social que se les parece dibujar… esa juventud cuya infancia ya se les jodió por la crisis de 2008 y cuyo futuro les aboca a otra crisis, pues sí: hay algo en la ausencia de esperanzas que nos lleva a mirar hacia el pasado. Pero también hay mucha nostalgia cuando aquello a lo que se vuelve es un espacio y un tiempo que están en extinción.

Yo tengo 41 años, y mi infancia corresponde a una era preinternet sin dispositivos móviles. Una época en la que los parques no estaban acolchados para no perder los dientes, si es que se tenía suerte y había un parque. Mi generación salía a construir su propio imperio en mitad de un descampado, pero hoy el mismo concepto de descampado está en extinción porque ahí han construído un edifición, un parking o un centro comercial. Y en esa generación sí que cunde la nostalgia, no porque fueran épocas mejores, sino porque lo que conocíamos se ha extinguido.

No sé si ha escuchado el discurso de la escritora Ana Iris Simón sobre el reto demográfico

Sí, lo he escuchado, sí. 

Ella afirma que tiene envidia de sus padres, que a su edad ya tenían hijos y una hipoteca. ¿La nostalgia tiene una contrapartida política?

Claro, ese es el problema. Apostar todo al platillo de la nostalgia supone muchas veces abandonar el platillo no ya del futuro sino del presente. Mientras nos lamentamos por un tiempo maravilloso que ya ha pasado, no dedicamos esfuerzos al análisis ni la articulación de un discurso, unas propuestas que permitan un futuro a las próximas generaciones. En ese sentido la nostalgia es un bálsamo que te pueda ayudar en determinado momento de la vida, pero es algo que hay que mantener muy controlado porque se puede desatar en cualquier momento. Y todo eso impide, como digo, articular el futuro. Ojo, no estoy hablando de olvido, sino de esa idealización a la que muchas veces nos conduce la nostalgia. 

Creo en la importancia de la literatura en la construcción de nuestra sociedad y su futuro, pero hay otras muchas cosas que tienen una influencia más directa sobre la vida de las personas

En ese mirar al futuro, ¿juega algun papel la literatura? Pienso en las dificultades que tiene la ficción para imaginar mundos mejores, más igualitarios y democráticos, mientras alienta todo tipo de distopías y futuros despiadados como La carretera de McCarthy. 

La cuestión de para qué sirve la literatura ya sabemos que tiene una respuesta muy complicada. Pero no escurro el bulto: creo en la importancia que ha de tener la literatura en la construcción de nuestra sociedad y su futuro, pero siendo prudentes añadiría que hay otras muchas cosas que tienen una influencia más directa sobre la vida de las personas. Sí te diré que la literatura nos ayuda a sentirnos menos solos, a saber que el lugar que ocupamos nosotros ya fue ocupado por otras personas, que nuestros problemas y anhelos ya los tuvieran otros, que emprendieron determinados caminos. 

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Hablemos de la estructura formal de Trigo limpio. Su apuesta resulta muy atractiva por cómo se plantea como una especie de mapa: por un lado tenemos esa exploración de pasadizos que hace el protagonista junto con su amigo Simón, por otro esas interrupciones del personaje de Huáscar, y todo ello guiado por una voz que va doblando el mapa poco a poco. ¿La estructura de la novela era un objetivo en sí mismo, o la descubrió a medida que construía la historia?

Desde que supe que iba a escribir esta historia, conocía la estructura iba a tener. Como apuntas, esa disposición de mapa o, mejor dicho, de plano que uno puede abrir y doblar sobre una mesa. Un plano simula la realidad, pero todos sabemos que el plano del metro y los túneles excavados en la tierra son cosas distintas. Este aspecto no lo tenía planeado en el sentido de que tuviera trazado un esquema previo de cómo iba a ser la historia, consideraba que eso la podía cargar de artificiosidad y de algo como de cartón piedra. 

No, lo que hice fue escribir todo eso de una manera orgánica. Necesitaba que la historia creciera del mismo modo que se riega una planta, que se somete a los condicionamientos de la luz y el espacio. Solamente que mis condicionamientos eran intentar levantarme siempre a la misma hora, las cinco de la mañana, y escribir diariamente de lunes a domingo tirando del propio pulso de la historia.

El uso de la primera persona que hace está cargado de reflexiones sobre la literatura, las herramientas de los escritores, cómo se construye la ficción, las modas y los críticos literarios... ¿Cuánto tiene esa voz de su forma de entender el hecho de la escritura?

Hay buena buena parte de mi manera de percibir o de mirar la literatura, de entenderla y desentrañarla. Era un verdadero reto para mí incluir una especie de manual sobre cómo escribir una novela dentro de una historia que, como tú bien sabes, tira mucho del humor, de los diálogos chispeantes, rápidos, etcétera. Yo sabía que iba a haber una parte de la novela en la que iba a echar el ancla, a frenar la velocidad y reflexionar. Necesitaba encontrar un tono narrativo y hacerlo desde un punto de vista que me permitiera no naufragar y, sinceramente, estoy contento con el resultado. 

Muchos de esos planteamientos casan muy bien con mi manera de concebir la literatura. Cuando reflexiono sobre los personajes secundarios o la distribución de la línea argumental: mantener la tensión, dar un rodeo, llegar a un repecho y descanar… En fin, me parecía que en esta novela lo adecuado era optar por una primera persona que tiene bastante de lo que yo me planteo en mi día a día, cuando me siento a escribir.

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