Entrevista

Karina Pacheco, escritora: “Exponer a indígenas en los museos transmite que hay humanos que pueden ser disecados”

“Quería hacer una retrato de los años previos al estallido del conflicto armado en Perú y de los jóvenes que podrían haber construido otros tipos de vidas pero, en medio de la ebullición de aquellos años y la emergencia del Sendero Luminoso convocando una revolución sangrienta, se vieron arrastrados”. La escritora peruana Karina Pacheco explica así el origen de su novela El año del viento (Destino), Premio Nacional de Literatura en su país, en la que, a través de la historia de Nina y Bárbara, arma un relato en el que los recuerdos, los secretos de la infancia, el dolor, la violencia política y la pérdida; se entrelazan para abrir puertas y ventanas en un pasado todavía en movimiento.

Un encuentro fortuito en una tarde poco antes de la pandemia es la que trae a Nina de vuelta a Bárbara, de quien no ha sabido nada en cerca de cuarenta años. Todo lo que emerge de esta sorpresa le lleva embarcarse en un viaje que funciona como una especie de descenso a los infiernos, pero en el que no se renuncia en ningún momento a la luz. La autora de títulos como Las orillas del aire (2017), El bosque de tu nombre (2013) y No olvides nuestros nombres (2009); eligió a sus protagonistas y desarrolló su fuerte vínculo como ejemplos de las personas que “te pueden dejar una huella muy marcada cuando eres niña”, más allá de la familia.

¿Cómo tejió la relación entre las dos protagonistas?

Su historia me permitía describir a muchos jóvenes que se vieron arrastrados por Sendero Luminoso en sus primeros años. Ver en qué momento se da, poco a poco, el salto de esta línea roja que termina reventando incendios. El retrato del Perú de ese momento que no entendía nada, era muy racista y centralista y ver cómo, cuarenta años después, no había cambiado demasiado en cuanto al racismo y los sectores más olvidados, cuyo abandono se normaliza.

Resuena mucho a la actualidad. ¿Qué opera para que exista la captación de personas que quizás, sin tener tanta conciencia, aceptan y hasta apoyan el discurso de la extremaderecha?

Los discursos más radicales se nutren de frustraciones contenidas. Saben perfectamente cómo alimentarlas y canalizar un tipo de respuestas que convoca esa incertidumbre. Cuando está albergado en muchos miles de personas, es fácil de movilizar en sentidos que pueden ser absolutamente destructivos. A la violencia se le responde con violencia. Los momentos de mayor crisis de la historia humana se podrían canalizar en respuestas creativas, pero muchas veces son las destructivas donde los demagogos utilizan todo esto para alimentar sus proyectos, que pueden ser terribles. La gente se queda mirando a un otro que ve más cercano a destruir que a quien le está manipulando en favor de todo tipo de intereses.

Es más fácil odiar al que ves y tienes más cerca. Pensar que los motivos de tu frustración, bronca y rabia están ahí; y no en otros hilos invisibles o que se camuflan. Entre los jóvenes está ese flujo de querer hacer algo, marcar una diferencia. Es fácil canalizar ese sentimiento. La tentación de la destrucción es bien fuerte.

Es más fácil odiar al que ves y tienes más cerca. Pensar que los motivos de tu frustración, bronca y rabia están ahí; y no en otros hilos invisibles o que se camuflan.

¿Esto es algo que se pueda combatir?

Sí, conociendo un poco más de la historia de la humanidad, para aprender a no repetir errores y descubrir donde llevan muchos de los discursos en nombre de grandes ideales. Les ponen títulos hermosos como “por la libertad”, que es una palabra que ha sido tan manipulada. Se dice en nombre de la justicia, la seguridad, cosas a la que toda una sociedad va a apelar para acabar con las desigualdades, las injusticias, la inseguridad. Ideales que acaban siendo fagocitados. Cuando tienes conocimiento sobre la historia sabes cómo se mueven los discursos manipuladores de la sociedad. El conocimiento del pasado es un gran cimiento para la creatividad, que no solo se nutre de futuros distópicos. La clave es cómo dirigir el caos en favor de un fuego creativo y no de uno que lo acabe calcinando todo.

¿En qué medida limita el acceso a la historia quien la ha contado?

En Perú, como en España y muchos otros lugares del mundo, la historia de los vencedores suele ser aplicada con mucha violencia. Cuando hay mucho trauma, no se quiere tocar la herida porque consciente o inconscientemente sabes que, si se descubre, va a arder, doler y generar enorme incomodidad. Si no la miras, está latente, expresándose de múltiples maneras. Cualquier trauma no mirado, no atendido, no sanado y no rememorado se expresa de otras muchas maneras. El negacionismo se está viendo en todas partes y negar algo que ha ocurrido es nefasto. Ningún país puede construir un futuro estable si no sana cuestiones terribles que están pendientes.

Cualquier trauma no mirado, no atendido, no sanado y no rememorado se expresa de otras muchas maneras. El negacionismo se está viendo en todas partes y negar algo que ha ocurrido es nefasto

¿Debemos tener miedo a la historia que no hemos podido conocer?

La historia es un arma arrojadiza. Todo se termina relativizando y lo político se vuelve un juego verbal donde cada uno es peor que el otro. Se normaliza un vivir en conflicto permanente. Esa atribución de culpas permite mantener todo esto escondido sin mirar lo que debe haber debajo de la alfombra.

¿Hace falta reflexión?

Sí. Hay momentos en los que se abre la ventana para que mires a lo que has dejado atrás sin resolver. El poeta argentino Juan Gelman dijo en un entrevista en 2005: “Lo contrario al olvido no es la memoria, sino la verdad”. La memoria no está buscando que se revelen cosas que se han olvidado, sino las que permanecen ocultas. Las buscamos porque sabemos que nos van a ayudar a comprender cosas que permanecen generándonos una serie de caos en el interior y el mundo que nos rodea.

La memoria no busca revelar las cosas que se han olvidado, sino las que se han ocultado

¿Cómo ha afectado lo que se ha borrado a nivel cultural?

Una de las mayores secuelas del colonialismo ha sido la implantación de la cultura racista, de la que no nos desprendemos. Es tremendamente simbólico que un museo, que es la representación de lo que se expone como historia, se descolonialice. El racismo está demasiado normalizado en Perú y mucho de esto se expresa a veces en nuestros propios museos. Va de arriba a abajo, también la estructura de abuso de poder.

Con el colonialismo se normalizó que tener poder estuviera asociado a una piel más blanca, con derecho a tener siervos. Ya no somos un país colonial, pero esa estructura del pensamiento colonial, sobre quién tiene el poder de explotar, se reproduce y permanece. Ahora a finales de 2024 terminan las celebraciones por el bicentenario de la independencia, que me parecen una pantomima cuando en este tiempo estamos viviendo un retorno al siniestro abuso de poder.

¿Qué independencia celebras si en la práctica, los pequeños alcaldes, gobernadores regionales, presidenta del Gobierno y Congreso no hacen nada que sea un ejercicio democrático? Hay un ejercicio racista y de violencia contra la población que protesta. Hemos tenido 50 muertos, casi todos en zonas de población más indígena o pobre; y ni ha caído el Gobierno ni se han adelantado elecciones. Todo lo contrario. Está lo simbólico y también desmantelar las estructuras coloniales de racismo y abuso de poder, que se han quedado y siguen habitándonos.

Las estructuras coloniales de racismo y abuso de poder se han quedado y siguen habitándonos

¿En qué medida puede el avance en lo simbólico ayudar a que cambie lo estructural?

Avanza mucho porque cuando tienes expuesto a un indígena como un objeto disecado para mostrar cómo eran, o en una cartela aparece la palabra salvaje; a cualquier niño que pase y lo vea le estás transmitiendo la idea de que hay seres humanos que pueden ser disecados y llamados salvajes. Eso es brutal. Estás mutilando en ese niño la posibilidad de ver a todos los seres humanos como iguales. Es un tema de justicia histórica que también actúa en la mente de quienes van a verlo, le quitas la normalización de ese horror en su consciencia y cosmovisión del mundo.

Cuando tienes expuesto a un indígena como un objeto disecado para mostrar cómo eran, o en una cartela aparece la palabra salvaje; a cualquier niño que lo vea le estás transmitiendo la idea de que hay seres humanos que pueden ser disecados y llamados salvajes

Parece que ahora se habla más sobre descolonización a nivel global pero, ¿por qué no habría ocurrido antes?

En los países hay un apego tremendo a la costumbre. Ese sentir que tú tienes la culpa de algo que hicieron tus antepasados. Lo único que cabe es decir: “Qué mal estuvo, vamos a quitar esto de encima”. Quienes se niegan y les dan ataques de histeria pensando en algo tan elemental, en el fondo es porque están aferrados a la idea de que tienen que mantener las cosas tal cual las hicieron sus linajes hace 500 años.

Hay que cortar con las partes de estos que te hagan sentir responsable. Es una culpa que se carga y de la que te puedes desprender, en lugar de aferrarte a decir: “No fue tan malo”. Se hereda en nombre de mantener la tradición en la historia como si esta no fuera continuamente dinámica y movible. Cuanto más escarbas en ella, más asuntos aparecen que dan una vuelta de tuerca a lo que creías que era la historia. Tiene muchas más aristas de las que vemos.

Una historia en la que las mujeres brillamos más bien por nuestra ausencia.

Estamos en un momento muy interesante por cómo desde la literatura, la historia, la biología y demás campos se están dando cada vez más investigaciones que están revelando el silencio que abarcó la historia de las mujeres. Es terrible el negacionismo que hay ante tantas cosas tremendas que han ocurrido, pero por otro lado se están abriendo ventanas y eso también es incontenible, aunque no lo estemos viendo. Siempre que hay momentos de opresión hay ventanas que se abren.

La violencia está presente en las páginas de su novela, ¿ha reflexionado mucho sobre cómo narrarla?

Escribir sobre la doble moral, las injusticias normalizadas y personajes poco visibilizados en la historia es un ejercicio. El tema es cómo hacerlo sin caer en el panfletismo. Al navegar en esas historias terribles piensas en cómo contarlo de manera que salga algo fuerte y duro, pero que al mismo tiempo te dé pequeños destellos, que no se quede solo en el gris, el blanco, el negro u otro color. Hacer una novela fuerte que haga memoria.