“¡Chist!, bacalao del bueno, tío”: cuando la Ruta se escribía sin “k”
“Un estilo de vida de un sector de jóvenes que busca su identidad construyéndose un mundo a su medida: a toda pastilla”. Con este esforzado juego de palabras y enfundado en un traje demasiado grande para su porte que, visto en perspectiva, le daba más un aspecto de vendedor de enciclopedias a domicilio que de reportero intrépido de investigación, Carles Francino cerraba la presentación que daba paso al reportaje de Canal+ Hasta que el cuerpo aguante.
El tristemente célebre documental mostraría la paellada juvenil de excesos festivos de fin de semana que se cocían a ritmo makinero a lo largo y ancho de la Ruta del Bakalao sin descanso de viernes a domingo. Corría el año 1993 y aquello olía ya a pescado podrido.
Siendo benévolos, se podría decir que sí, que esa emisión lograría representar de qué iba eso de la Ruta del Bakalao, lástima que su contenido apenas mostrara un resumen fragmentado de 72 horas por la Ruta grabadas, como decíamos, en el año 1993.
Resulta que, como explican con pelos, señales y vinilos las voces que Luis Costa ha reunido en el libro ¡Bacalao!, el reportaje de Canal + y los otros cientos contenidos que los medios movieron en los meses venideros, tienen dos peros tan gigantescos como el parking de la discoteca Spook.
Dj, melómano declarado y responsable de prensa de Razzmatazz Clubs, Costa avanza en el prólogo del libro dos claves para desprendernos de esos dañinos peros que dan tumbos en el imaginario de los que no vivimos el fenómeno. Luis Costa lo vio claro: ¡Bacalao! tiene que leerse dando 0,0 en prejuicios.
Primer prejuicio: haber mordido del todo el anzuelo con forma de k que llenaba el bacalao de conservantes artificiales, convirtiéndolo en bakalao, sabor low cost y producido en cantidades industriales.
El bacalao pedía ser consumido preferentemente antes de llegar a los noventa. Metiéndole la k sin miramientos, la fecha de caducidad se alargó hasta el 1995.
Segundo prejuicio: la receta original del bacalao valenciano, en vez de cocinarse dentro de una lavadora con jabón de cocaína, suavizante de ácido y dando trompazos a 150 bpm, se preparaba mejor en un cálido horno modelo mescal, acompañado con aromas guitarreros y los sintetizadores más punteros de la época. La receta local valenciana partía de lo que se estaba preparando en la cocina underground belga y británica, a saber, de las escuelas new wave, post-punk y la electrónica emergente.
En resumen: el tramo para pescar eso del bacalao en su mayor esplendor comprendió aproximadamente la década de los ochenta. Lo que se documentó en los medios de manera generalizada representa su declive, apenas los últimos tres o cuatro años, y deja de lado toda una década bien diferente. Por ello, no se debe olvidar que la pesca de arrastre es una misteriosa especialidad de los buques del periodismo amarillista.
El bacalao vanguardista de las guitarras
Aunque hay varias hipótesis sobre las coordenadas geográficas y el momento exacto en el que alguien pronunció por primera vez el término bacalao en clave musical, el significado está bien claro: bacalao hacía referencia a un temazo, es decir, a una de esas canciones que, incluso antes de terminar de escucharla del todo por primera vez, sabías que levantaría la pista dejando al público más flipado que los constructores del misteriosamente desaparecido Marina d’Or Golf.
Puede que la historia más verosímil de las que reúne ¡Bacalao! acerca del origen de la palabra sea la que cuenta Juan Santamaría, uno de los djs pioneros de la escena valenciana que dejó las cabinas en el año 1983 para abrir la tienda de discos de importación Zic Zac en Valencia. La tienda se erigiría como el cofre de los bacalaos dorados y ejercería de punto de encuentro para todos aquellos djs y clubbers que querían escuchar, conocer y pinchar lo más top del momento:
Así que con el bacalao, de mákina, nada. El bacalao que se servía en los menús discotequeros era puro eclecticismo, incluyendo los nuevos grupos estrella nacionales del momento, como Radio Futura o Glamour, e infinidad de grupos internacionales, principalmente ingleses y belgas, situados en la vanguardia de la época por acercarse a sonidos y tentativas electrónico-guitarreras emergentes y sin apenas precedentes: New Order, Depeche Mode, Front 242, Parálisis Permanente, Megabeat, Sisters of Mercy, Death in June, Nitzer EBB, Golpes Bajos, I-Level, Joy Division, Clan of Xymox, Soft Cell, The Cameleons, David Bowie, A Popular History Of Signs, New Modern Army o Killing Joke son algunos ejemplos.
La lista se extiende hasta donde llegan los recuerdos de las voces entrevistadas en el libro de Costa, especialmente con los relatos de los djs del momento, como por ejemplo: Juanito “Torpedo”, Juan Santamaría, Fran Leaners, Carlos Simó, Toni “El Gitano” o Jorge Albi.
Pescadores melómanos con arpón vinilero
vinileroToni “El Gitano” debe su apodo al mérito de vender como nadie el mejor bacalao vinilero directamente a las discotecas. Comenzó su colección a los 12 años con discos de Led Zeppelin o Jefferson Airplane y gracias a la ausencia de sistemas antirrobo de El Corte Inglés en aquellos años. De este modo nos cuenta su sistema de captura internacional de bacalaos:
Miguel Jiménez (cofundador de la tienda de discos Zic Zac) recuerda cómo partían de revistas inglesas y estadounidenses. “Repasábamos las listas y organizábamos los pedidos, que controlábamos al principio viajando mucho a Londres y más adelante a través de Juanito ”Torpedo“ que se fue para allá”.
Recordar el buen rollo de la Ruta
Se podría decir que la Movida madrileña ha quedado bastante mejor parada en el imaginario colectivo, especialmente comparada con la Ruta Valenciana. Por eso, las historias que ¡Bacalao! saca a la superficie son uno de los puntos fuertes del libro. Porque antes de las peleas en los aparcamientos de las discotecas, el descontrol agresivo, la presión policial y la hostilidad del público que se apropió de la Ruta en los noventa, aquello fue como una gran familia de colegas cuya única misión era pasarlo bien amparados en la banda sonora del buen rollo.
Quizás una de las historias más hilarantes contadas en ¡Bacalao! sea la que ocurrió cuando, tras llover todo el día, el terreno con la carpa de circo exterior que la discoteca Espiral había alquilado expresamente para el concierto de La Mode (grupo que estaba causando furor en la movida madrileña) se llenó con la porquería de un desagüe reventado. Ni los bomberos lograban arreglarlo y ya era imposible evitar la llegada de varios miles de asistentes eufóricos. Todo el mundo temía el caos total. Inesperadamente, el concierto fue genial y terminó con varios bises, tantos que en el último de ellos se fue la luz. ¿Qué hacen 5.000 personas al quedarse sin música de golpe, ahí tiradas? Como recuerda Quique Serrano, dj residente de Espiral, “la gente entró pacíficamente y se fue acomodando entre el pub, la discoteca y la terraza, que estaba cubierta y no se mojaban”. En ningún momento paró de llover a cántaros.
También hay lugar para las historias de misterio, como la aparición de la mescalina, droga que, al parecer, generaba un buen rollo sin parangón y sus efectos no tenían consecuencias tan negativas como las drogas que llegaron después. Todo apunta a que las producía un químico catalán que nadie conocía y que desapareció de un día para el otro como por arte de magia, con la fórmula bajo el brazo.
El bacalao, cadukado
Entre la presión mediática, el cambio generacional, el crecimiento exponencial de los controles policiales y el aterrizaje de empresarios-buitre que fueron directamente a potenciar sin contemplaciones el bakalao, el río dejaba definitivamente de fluir y entraba en un lago contaminado que acabaría evaporándose.
Muerto todo, por entre las grietas de la tierra yerma todavía pueden encontrarse fosilizadas aletas de miles de bacalaos. Un grupo de chavales con una libertad inédita, poco que perder y ganas locas de bailar las usaron como agujas para su tocadiscos.
El invento, milagrosamente, funcionó. Pero los milagros son imposibles. Aquello no podía ser.