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H. P. Lovecraft: territorio aún desconocido

Canino Lovecraft

John Tones

24 de agosto de 2014 06:00 h

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A pesar del tiempo transcurrido desde su muerte (tiempo que ha colocado a su obra, en Europa y desde 2008, dentro de los pantanosos terrenos del dominio público), Howard Phillips Lovecraft sigue enfrentándose a una incomprensión y un rechazo similar a los que marcaron su propia vida. Consumido por una timidez patológica de la que solo encontraba alivio con unas relaciones por correspondencia desbordantes (se cree que escribó unas cien mil cartas, de las que han sobrevivido una quinta parte) y marcado por relaciones familiares que perfilaron una personalidad retraída y conservadora, Lovecraft es el paradigma del escritor de género difícil, inaccesible y encerrado en la torre de marfil de su literatura.

La biografía de Lovecraft es casi tan conocida como su obra (un dato que permite sopesar lo icónico de su perfil personal: él mismo y no sus creaciones ha protagonizado decenas de obras que le rinden tributo, desde cuentos como Los desterrados de Ray Bradbury o la trilogía de los Illuminati de Robert Anton Wilson, pasando por la última encarnación televisiva de Scooby-Doo, donde fue uno de los villanos). Oriundo de Providence, Rhode Island, fue educado en el clasismo más rancio por una madre muy conservadora, junto a la que vivió siempre, y que le inculcó una sensibilidad muy particular. A causa de la sobreprotección materna, una salud quebradiza y unas costumbres solitarias, Lovecraft malvivió como corrector de otros autores, generando una obra propia relativamente escasa, que cabe en apenas un par de volúmenes y que fue apareciendo poco a poco en en medios que entonces se consideraban muy poco dignos: revistas pulp como Weird Tales, donde rechazó empleos de mayor responsabilidad.

Muy posiblemente, esta personalidad tímida y algo hosca (aunque por escrito era un contertulio cálido y dicharachero, poseía una educación exquisita y un sentido del humor negro y muy peculiar) se fundió con su obra, pesimista y profundamente materialista, que hundía sus raíces en el gótico americano para hacerlo mutar, construyendo de paso un panteón de criaturas fascinantes, semidioses casi inmortales y ajenos a las ridículas pasiones humanas. Borges describió su estilo y su obra en su Introducción a la literatura norteamericana con las siguientes palabras: “En vida publicó un solo libro; después de su muerte, sus amigos reunieron en volúmenes su obra, antes dispersa en antologías y revistas. Estudiosamente imitó el patético estilo de Poe y escribió pesadillas cósmicas. En sus relatos hay seres de remotos planetas y de épocas antiguas o futuras que moran en cuerpos humanos para estudiar el universo o, inversamente, almas de nuestro tiempo que, durante el sueño, exploran mundos monstruosos, lejanos en el tiempo y en el espacio. Entre sus obras recordaremos El color que cayó del espacio, El horror de Dunwich o Las ratas en las paredes.” Podríamos añadir a las mencionadas por Borges clásicos más o menos indiscutibles como En las montañas de la locura o La sombra sobre Innsmouth.

Contra el mundo, contra la vida, contra Lovecraft

Quizás esa vida algo estrafalaria y caricaturizable, que se acopla a la perfección a la mitificada idea del autor torturado (aunque Lovecraft era abstemio militante), ha erosionado la percepción que tenemos de su obra. Como si ésta fuera solo un apéndice más de una existencia tan digna de estudio como su propia cosmogonía de ficción (y así es: nada menos que Michel Houellebecq se aproximó a su figura en el peculiarísimo ensayo HP Lovecraft – Contra el mundo, contra la vida; y el prolijo volumen de Sprague de Camp Lovecraft – Una biografía se considera un volumen esencial en el género de la biografía literaria). En cualquier caso, y por las razones que fueran, cuando se cumplen 124 años de su nacimiento, su obra sigue siendo discutida, incluso entre los aficionados a la literatura de terror.

Y eso a pesar de haber tenido defensores de indudable peso. Stephen King, en su esencial ensayo sobre la cultura del terror Danza Macabra, afirma que “sus mejores relatos nos hacen sentir el peso del universo suspendido sobre nuestras cabezas, y sugieren fuerzas sombrías capaces de destruirnos a todos con solo gruñir en sueños. Después de todo, ¿qué es la ínfima maldad interior de la bomba atómica en comparación con Nyarlathotep, el Caos Reptante, o Yog-Sothot, la Cabra con Mil Vástagos?”. Sin embargo, hay quien pone en duda la calidad de su prosa. Emilio Bueso, autor de género español que acaba de publicar con Valdemar la profundamente lovecraftniana Extraños eones, dice que “Lovecraft no fue capaz en toda su obra de construir ni un personaje con posibles, y no escribió ni un diálogo decente. Estaba limitado por muchísimas neuras y taras personales”. Pero, matiza Bueso, “tal vez precisamente por eso su forma de trabajar el miedo rompió todos los moldes y las fronteras que conocía la literatura de terror.”

La devoción de Lovecraft por épocas pretéritas, su fijación con usos y costumbres más propios de la Inglaterra victoriana que de los Estados Unidos de principios de siglo XX, también se palpan en su estilo literario. Francisco Serrano, autor de la novela Perros del desierto define el estilo de Lovecraft como “quizá poco en sintonía con los gustos contemporáneos”. Pero defiende que “lo que la mayoría de detractores o lectores ocasionales de Lovecraft le afean o señalan como carencias son legítimos rasgos de estilo con un propósito. Los arcaísmos, la adjetivación generosa, los enrevesados y pausados arranques narrativos, en la manera en que Lovecraft los utiliza, forman parte de su discurso literario”.

De nuevo hay que sumergirse en su biografía, en el ritmo pausado, con abruptos parones de meses y meses entre un cuento y otro, para encontrar posibles causas a estas hipotéticas irregularidades estilísticas: Daniel Ausente, experto en cultura pop y autor de libros como Black Super Power o Mentiré si es necesario, sentencia que “hay una parte de la obra de Lovecraft a la que sí se pueden poner peros, como la primeriza”. Pero como el resto, también perfila su opinión: “Como prueba de que Lovecraft escribe bien basta observar lo complejo que resulta adaptarlo al cómic o al cine”. O dicho de otro modo, según Serrano, “podría decirse que hay que volver a leerlo para trascender la anécdota con la que a veces se resume su obra”.

Mucho más que un par de tentáculos

La pregunta clave para decidir si Lovecraft sigue siendo hoy un autor relevante está en su influencia en la cultura pop actual. Posiblemente, una buena parte de los millones de jugadores de La llamada de Cthulhu, uno de los juegos de rol más populares de todos los tiempos, con más de 300.000 copias vendidas en todo el mundo y basado abiertamente en la mitología generada por la literatura de Lovecraft, no saben quién fue el autor de Providence. Pero siguen fascinados con su amplio panteón de semidioses que representan el mal puro. Por eso, afirma Ausente que “Lovecraft sigue vigente porque no hay más que rascar en la cultura pop contemporánea para encontrarle. Lovecraft está en Alien, en Fulci, en el terror nipón, en Erich von Däniken, en los villanos cósmicos de la Marvel, en todo horror que enfrenta la urbe con lo rural y al ser humano con la vastedad del universo”.

Y es posible que sea la universalidad de ese tema, la fascinación por el horror puro, el que sigue manteniéndole como un autor válido y sorprendente: Bueso sentencia que “Lovecraft manejaba el lenguaje de la narrativa de terror como un nativo, y lo dislocaba como un enfermo”. E, insiste Ausente, ese logro estilístico no es nada sencillo: “Lovecraft consigue que nuestra imaginación colabore en la visualización mental del horror, y para eso hay que ser muy sutil. El culpable de este tópico creo que fue Borges, y creo que había cierta malicia por su parte, porque la influencia de Lovecraft en Borges es cristalina”.

Volvemos a Borges, lo que sin duda certifica la desafiante actualidad de la eternamente revisada y tantas veces puesta en duda prosa de H.P. Lovecraft. Al fin y al cabo, afirma provocadoramente Bueso, “tiene narices que la fantasía épica no consiga superar a un obsoleto como Tolkien mientras que la literatura de terror todavía no ha arañado ni la superficie de todo lo que puede dar de sí el horror cósmico que se inventó Lovecraft”. Es otra forma de señalar que Lovecraft, aún en el 124 aniversario de su nacimiento, tiene elementos que aportar a la literatura de género hoy, gracias a, como apunta Serrano, “la modernidad de sus ideas, como la aproximación materialista y no mágica al horror. Esto es lo que hace a Lovecraft un escritor relevante, no las babas y los tentáculos”.

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