ENTREVISTA Escritora

Lucía Lijtmaer: “La sororidad no es a costa de todo”

En Cauterio (Anagrama) confluyen tres voces: la de una joven sin nombre en el tiempo presente, la de una pensadora nacida en 1586 y la de la autora que las entrelaza. Este es el cuarto libro de Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) y el que ha cosechado mejores críticas. Y no es para menos. La novela funciona como el instrumento quirúrgico que le da nombre: es capaz de abrir la carne y hacer herida, y después cauterizarla provocando un ardor que desaparece y cura. “Así es el proceso de sanación de los personajes”, explica en una cafetería en Madrid.

Deborah Moody es una persona real, una terrateniente británica que huyó de Londres en 1639 en busca de oportunidades en el Nuevo Mundo. La otra protagonista es un ente imaginario, un zombie sin nombre que transita por la Barcelona de 2014, en plena ebullición política. Mientras que la ciudadanía disfruta y protagoniza ese despertar democrático, ella vive en un pozo de profunda depresión que le gustaría que se tragase todo y a todos. Aunque podrían ser dos novelas distintas, estas mujeres tienen más en común de lo que parece. Y lo iremos viendo.

El libro transita entre Barcelona y Salem, y entre dos personajes lejanos en el mapa y en el tiempo. ¿Cómo surgió la idea?

El germen de la novela es la deslocalización. Tenía muy claro que quería que mis personajes estuvieran fuera de su mundo. En esa situación, hay quien opta por no pensar en su pasado y quien no puede evitar hacerlo sin parar. Conozco bastante bien el puritanismo norteamericano pero no conocía a Deborah Moody, que fue la mujer que diseñó el primer trazado urbanístico de lo que ahora es Brooklyn. Ahí supe que había encontrado a mi personaje. La otra parte surgió estando en Barcelona y pensando en la ciudad como si fuera un mapa sentimental. ¿Sabes? Como cuando vuelves después de haberla dejado y se construye sobre recuerdos y cosas que te han contado.

¿Qué une a la chica contemporánea de Barcelona y a una terrateniente afincada en Massachusetts?

Para empezar, Deborah hizo el primer trazado de su ciudad y el personaje contemporáneo está constantemente relacionado con la idea del urbanismo. Cada capítulo es una calle. Tienen en común el tránsito por la ciudad. Una habla desde la ultratumba y la otra es una especie de zombie que deambula buscando un sentido a lo que le ha pasado. Luego está lo que decía de la deslocalización: las dos huyen y les une la idea de traición. Son dos voces femeninas distintas entre sí, pero que funcionan como complementarias. Se espejan todo el rato.

También comparten la idea de la pareja idílica como expectativa vital, una en el siglo XVII y otra en el XXI. ¿El mito del amor romántico es uno de los lastres más antiguos que arrastramos las mujeres?

Sin duda. En los dos casos parece que la pareja convencional tiene que colmar sus expectativas y en ningún caso se cumplen. Me gustaba la idea de por qué el amor es tan importante para las mujeres. Por qué ser amada convencionalmente es tan vital en el desarrollo de nuestra vida. ¿Qué nos pasa cuando no funciona? Que llega la desolación y la sensación de que es insuperable. Quería ponerlas en esa misma posición para que construyeran su vida desde ahí, a ver qué les pasaba.

El desamor suele presentarse en la ficción a través de la juventud, de la experiencia iniciática. Pero sus dos protagonistas son “mayores” dentro de los estándares de cada época: Deborah se casó con 20 años y la otra se queda soltera con 33. ¿Por qué decidió que fuera así?

La contemporánea está en el momento exacto de la relación de pareja en el que, si se le da una vuelta de tuerca más, ya es “la” relación de pareja. La de la hipoteca y los hijos. La relación de la que se esperan ciertas cosas. Quería que hubiera vivido historias anteriores, pero que esta fuera su relación de quiebre. En el caso de Déborah, aunque el quiebre es anterior porque se casa con su marido siendo joven, también destierra la idea del amor desde muy pronto y elimina a los hombres de su vida. No es una novela de iniciación. Ellas ya tienen su recorrido. Pero es que también tenemos que contar historias de mujeres que han vivido.

Cuando Lijtmaer presenta a la protagonista contemporánea, queda claro que algo no marcha bien. Sus pensamientos suicidas y apocalípticos responden a una ruptura amorosa con el hombre que le había prometido un futuro estable y aburrido. Un hombre, al principio atento y atractivo, que a lo largo de los capítulos va descubriendo otro rostro. Su verdadero rostro: “¿Vas a salir vestida así, no te das cuenta de que pareces una puta?”. Con esa frase la protagonista desenmascara a su maltratador, que también es candidato del partido del cambio de 2014 (seguramente Podemos, aunque nunca se especifica).

El maltratador de la protagonista es un ciudadano ejemplar, con muchos amigos, de izquierdas y casi aliado. En la novela se recalca, sobre todo, que es de izquierdas. ¿Nos cuesta aceptar que el machismo no está ligado a una ideología, en este caso a la conservadora?

Sí, supongo que lo tenemos todavía en la cabeza. Yo puedo hablar desde los lugares que conozco y no tengo un entorno especialmente de derechas. Todos conocemos a un personaje como los de esta historia. Para mí hubiera sido muy fácil describir a un tipo ultraconservador y que no la deja salir de casa. Pero es que las relaciones amorosas son muy espesas y nadie se enamora de alguien que es autoritario y déspota desde el primer momento. ¿Por qué no hablar de todas esas contradicciones e hipocresías? No responde a una posición ideológica por mi parte. No es que quisiera hacerle de izquierdas para demostrar nada. Es que es el día a día.

La política está muy presente: narra el nacimiento de Podemos en Barcelona, los movimientos ciudadanos y la victoria de Manuela Carmena en Madrid. Una ilusión civil que choca con el desánimo de la protagonista. ¿Por qué ese escenario?

Me parece un momento muy interesante de la historia de Barcelona. Yo lo conozco bien. Los diferentes momentos políticos funcionan como pistas de cómo va cambiando Barcelona. Aunque no es una novela que describa cómo era la vida política y social en la ciudad, lo más crudo de la crisis económica lo viví ahí y coincidió con un momento de cambio político y de nuevos proyectos. Estaba todo muy latente, pero no era explícito. No era institucional. La ciudad se nos hizo muy viva y por primera vez se habló pública y masivamente de cómo vivíamos en un lugar tan turistificado. Me pareció un momento de cambio latente, pero muy importante.

¿No le dio vértigo señalar con siglas políticas a su personaje más tóxico?

En la ficción tú juegas con tus propias reglas. Es lo bueno que tiene. Te inventas un mundo en el que no hay una voluntad de explicitar nada. Parece que tenemos que hablar siempre de momentos históricos muy lejanos y no tratar la contemporaneidad. No tengo una respuesta muy ideológica o racional, simplemente me parecía un momento interesante. Además, el ascenso en la escala social que disfrutan algunos de mis personajes era muy posible en aquellos años. Ahora no sé si sería tan posible.

Cuenta depresión en primera persona, poniendo en palabras lo inconfesable y lo políticamente incorrecto. ¿Cómo le dio voz a los demonios internos de su personaje?

Aunque a la gente le resulta muy duro de leer, yo lo disfruté mucho. Porque ella dice y piensa lo que mucha gente no se atreve a decir o a pensar. Es un personaje construido desde una voz muy viva, pese a su letargo y a su momento autodestructivo. Ella es un síntoma de lo que está viviendo y corporaliza un montón de sentimientos, de sensaciones y de padeceres.

A la primera que descubrió Lijtmaer fue Anne Hutchinson, teóloga que emigró a las colonias en el siglo XVII y fue expulsada por predicar ideas innovadoras sobre la religión y defender el libre albedrío. Después fue asesinada junto a su marido y sus ocho hijos. Tirando de Anne, Lucía se topó con Deborah. Esta llegó a Salem siendo viuda, religiosa y sabiendo manejar negocios. A lo largo de Cauterio, Deborah va perdiendo la fe en Dios y ganándola en sí misma: “Tú no existes, porque nosotras hablamos solas y nadie nos salva”.

Dice que conoce bien el puritanismo. ¿Qué le atrajo de esta época y de aquellas reuniones de mujeres para leer las Escrituras Sagradas?

Anna predicaba su versión de las Sagradas Escrituras. Era una oradora excelente que tenía muchos fieles. Por otro lado, me atraía que para Déborah esas reuniones pudieran ser un motor de cambio social. Que viera en ellas la posibilidad de predicar un deseo, no sexual, sino de una vida mejor. ¿Qué pasaría si realmente ellas hubieran impulsado un cambio para la vida de las mujeres? Aunque era un momento anterior a la caza de brujas de Salem, en el siglo XVII también se las perseguía por brujería, y ese resquicio de esperanza me parecía fundamental para no asfixiar al lector.

Impacta leer la necesidad de aquellas mujeres por reunirse y hablar de experiencias comunes que no se les permitía decir en alto. ¿Son ahora las asambleas del 8M o los espacios feministas nuestras particulares reuniones de Salem?

En las experiencias femeninas el poder relatar es fundamental. Todos los movimientos feministas y, cualquier movimiento político, implica inicialmente relatar algo que estaba invisible, que no existía para el resto del mundo. Siempre se dice que los relatos de las mujeres son en primera persona y demasiado autorreferenciales, pero es necesario. Si no existe no se puede pelear por ello. Entonces, cualquier espacio de discusión, de conversación y de poner en evidencia experiencias no relatadas, es necesariamente político.

Llega un momento en el que tanto Deborah como el personaje contemporáneo se muestran hastiadas con las mujeres que les rodean.

Hubiera sido muy hipócrita por mi parte crear dos seres de luz. Las dos expresan algo que cualquiera puede haber sentido con respecto a la amistad femenina o a los vínculos femeninos: no se pueden mitificar. Aún así, la novela trata con mucho cariño la amistad femenina. Es un homenaje a todas nuestras adolescencias, cuando tu mejor amiga es la persona más importante de tu vida. No hay relación más íntima que esa y su pérdida hace daño.

¿Se ha confundido la sororidad con la mitificación de las relaciones entre mujeres?

Hay una exigencia de perfección hacia las mujeres en el espacio social que no es justo. Tenemos derecho a equivocarnos y a pensar distinto. Una cosa es la sororidad implícita y explícita que intentamos todas, pero no es a costa de todo. ¿Por qué la sororidad es solo femenina? ¿Por qué no se habla de los vínculos de amistad entre los hombres? Han generado un tópico reduccionista sobre la mitad de la población que a veces me deja atónita y otras, me resulta insultante. No hay que disculparse ni estar explicándose todo el día.

El encuentro con Lucía Lijtmaer se produce dos días después de las manifestaciones del 8M. Las primeras desde que se decretó el estado de alarma. En estos años difíciles, sin embargo, el pódcast Deforme Semanal, que dirige junto a Isabel Calderón, se ha convertido en un referente para la cultura y el feminismo. Un triunfo cocinado a fuego lento que les ha merecido muchas alegrías, entre ellas un Premio Ondas ex aequo con Estirando el chicle.

Antes hablaba de desmitificar los vínculos femeninos. Pero después del 8M muchos medios han querido destacar únicamente la escisión en dos de la manifestación de Madrid.

Es una manera de echarnos la culpa otra vez. El feminismo es muy diverso y lo ha sido siempre. Ha habido corrientes y diferencias desde su existencia. Y me parece que es una concepción supercentralista del 8M. En otras ciudades se ha ido en una sola manifestación. Estamos dejando que gane un relato que no ha sido común a toda España.

¿Cómo lo ha vivido este año?

Lo viví en la manifestación y me gustó. Es cierto que no ha tenido el fuelle de otros años, pero es normal porque estos tres años han sido durísimos. También creo que a veces nos concentramos mucho en el 8M y se nos exige un millón de personas o 500.000 personas en la calle. Pero la espectacularidad de otros años ha dejado paso a un calado social y discursivo. A diferencia de 2016, hay cosas que ninguna mujer de tu generación admite y aguanta. Quizás hay que fijarse menos en las cifras y más en qué estamos construyendo cada día. Soy optimista, pero hay que esperar. Es que estamos viviendo una pandemia mundial y una guerra.

Hablando de la guerra, algunos (incluida Manuela Carmena) han vuelto a insinuar que esto sucede porque los que gobiernan son hombres. ¿Qué opina sobre otorgar a la mujer el don innato de la bondad y la paz?

No soy la persona más capacitada para hablar de política internacional. Pero, en fin: Margaret Thatcher. La ultraderecha tiene muchas figuras femeninas en primera línea y sus propuestas son las que son. Hay una diferencia muy grande entre la idea de la paz y la idea de una mujer en un gobierno. El tema no es que haya una figura femenina como líder, sino las políticas que promueve el partido o el sector en el que está. A mí esto que dicen me resulta superrreduccionista.

Después de ganar el premio Ondas con un espacio cultural y feminista, ¿cómo reivindica la cultura en tiempos de pandemia y de guerras, cuando más se relega a materia de segunda?

Pensaba el otro día en una anécdota histórica sobre una de estas expediciones al Polo que fracasó. Aquellas personas sabían que iban a morir y se fueron desprendiendo de cosas para quemar y mantenerse en calor, y lo último que quemaron fueron los libros. Es sintomático de lo necesaria que es la cultura, la ficción y los relatos para mantenernos en nuestros cabales y en contacto con la vida.

Me molesta mucho que se tenga una idea de la cultura como algo superfluo. Claro que es importante que haya vacunas y que la gente se sane. La salud pasa por delante de cualquier cosa. Pero no abandonemos esa sensación que tuvimos de que la cultura, en todas sus versiones, era vital para para nuestra supervivencia, porque realmente lo es.