J. Á. Mañas: “Las juergas hay que corrérselas bien fuertes de joven para luego no echarlas en falta”

El manuscrito pudo haber terminado en la papelera del despacho de su padre, pero por suerte Historias del Kronen sobrevivió al bochorno familiar. Al año siguiente, en 1994, llegó el Nadal, y con él las portadas de Ajo Blanco, la Generación X, la película y las críticas a la película.

José Ángel Mañas (Madrid, 1971) tenía entonces 22 años y había cometido la tropelía inconsciente de narrar las juergas de su cuadrilla sin recortar en gramos de coca, pastillas de emedemea y pajas conjuntas. Millones de lectores se lo agradecieron. Los amigos, no tanto.

25 años más tarde, Mañas se reencuentra con Carlos en La última juerga (Algaida). El inapropiado protagonista de Kronen no ha envejecido bien, y no es solo por los picos acumulados durante este cuarto de siglo. El feminismo le ha sentado aún peor que la heroína. “Eres como el Mister Jaid que todos llevamos dentro y que nunca sacamos a relucir”, explica Mañas en el prólogo al que muchos confundieron con su álter ego en los 90. Antes tenía gracia, pero juguetear con la idea de un intercambio de papeles en la actualidad sería casi un suicidio público.

“Después de años de macho alfa por aquí macho alfa por allá, que era el calificativo ultrapositivo que se aplicaba a gente como tú, pues ahora es machirulo. O cipotudo. Lo que es el lenguaje. Y lo que hace la presión de las mujeres y los gais. Son malos tiempos, Carlos, para ser heterosexual”, le dice su amigo Pedro. Tradicional, pero no mucho.

Así es también la segunda parte de Historias del Kronen, el broche macarra a una época salvaje, pero influida por los tiempos y escrita por un autor que ha cambiado los dyccola por los tés de manzanilla.

¿Por qué ha llegado el momento de resucitar a Carlos?

Francamente, porque salió así: tuve una buena idea. Es verdad que me lo llevan pidiendo durante años, sobre todo cuando se cumplió el veinte aniversario, pero yo pensaba que no y que no. Si acaso -bromeaba- arrancaría con el tío enfermo terminal en un hospital. Necesitaba una anécdota potente y atractiva que justificase recuperar al personaje, y no se me ocurría ninguna.

Cela decía que, en literatura, la inspiración no existe. Que el noventa por ciento era culo. Pero existe. Una mañana tuve esta idea, que es la anécdota seminal de la novela y me quedé sin argumentos. Tenía a los personajes, tenía la anécdota y ya sí que tuve que sentarme a escribir.

En su día dijo que terminó harto de Historias del Kronen. ¿Cómo se enfrentó al hecho de recuperar su gran ópera prima?terminó harto de Historias del Kronen

A todo el mundo le pasa, pero le estoy muy agradecido a esa novela. Por eso la hice con mucho secretismo y con mucho miedo. Me preocupaba tenerle demasiado respeto al personaje o querer ser demasiado solemne. Al final, sabía que solo iba a funcionar si no era pretencioso y mantenía una mano muy libre. Y lo cierto es que salió a la primera. Activé al personaje, al que parecía que llevase 25 años pidiéndole permiso, y prácticamente lo contó él solo.

Para mí son mis mejores novelas. Hay algunas que repienso, que me cuestan y que las reestructuro mil veces, y otras en las que el primer monstruo sale fluido. Y eso es muy buen indicador.

En cambio, describe el prólogo como “inevitable”. ¿Tuvo la necesidad de justificar una segunda parte para que no fuese tildada de advenediza?

Bueno, no la habría escrito si no me gustase. Eso seguro. Era más bien una necesidad de separarme, de que en la mente del lector el autor y el narrador fuesen diferentes. Es un guiño a Hitchcock. Me incluyo a mí mismo como personaje, pero sin abusar. De hecho aprovecho para darme un poco de caña [ríe]. Es muy fácil estar siempre detrás y ser el que dispara. Me hace gracia que Carlos use mi tarjeta para hacerse un turulo para esnifar coca, por ejemplo.

Y era muy importante que funcionase tanto para quien conoce Kronen como para los que no. Creo que ha quedado una road movie carpetovetónica, casi almodovariana. Es el reencuentro de dos personajes, el kamikaze de la cuadrilla y el más tradicional, que terminan envueltos en esta última juerga.

En el prólogo le explica a Carlos que, 25 años después, es considerado un adalid de la masculinidad tóxica. ¿Sería más arriesgado que le confundiesen ahora con él que en los 90?

[Ríe] Yo escribo desde un prisma masculinista. Me encanta Doris Lessing, que lo hace desde uno feminista, o Spike Lee, que crea desde sus verdades afroamericanas. Pero yo soy hombre. A mi alrededor hay mujeres escritoras y no les pido otra cosa. Desde luego cuando escribo no puedo estar pensando en eso. Quien me conoce, me conoce. Yo soy una persona muy controlada en la vida, pero necesito desquitarme.

Una cosa es lo que yo diga en esta entrevista o en una columna, donde creo que hay que ser impecable, preciso y contenido, y otra cosa es el arte. El arte es un espacio carnavalesco y lo que aquí son salvajadas, en el arte no. Yo defiendo la libertad de expresión a ultranza en ese contexto.

Y luego está el contexto social de Kronen. Hay muchas cosas de las que antes no nos dábamos ni cuenta y he reflexionado mucho a lo largo de estos años. La autocensura te obliga a ser más fino. Habrá quien piense que ahora somos menos libres, pero eso quizá no es malo. Algunas cosas se ganan y otras se pierden. Aunque nadie se habría planteado una pregunta así en los 90.

¿Y qué cree que se ha perdido respecto a aquellos años?

Kronen sale de unos años 90 muy libertarios. Siempre pongo de ejemplo el vídeo de Almodóvar y Mcnamara en La 2 cantando salvajadas como “quiero ser mamá para enseñar a mi niña a criticar, a ejercer la prostitución y a matar”. Eso en la televisión estatal ahora mismo sería imposible. Se ha perdido una cierta frescura e ingenuidad mágicas.

A partir del 82 pasamos de los años duros de la Transición a un periodo estancado con la mayoría del PSOE, y luego a un momento más hedonista. Los políticos eran lo casposo, daban la brasa y no estaban en el centro. Esto cambia otra vez con la crisis del 2008 y con el 15-M. Ahora estamos totalmente intoxicados de política. Y después de este fin de semana, no te digo más. Antes éramos súper libres, irresponsables, inconscientes e incluso gilipollas. Uno de los problemas ha sido traer esa voz a la actualidad.

Pero hay algo que no cambia y es que “la noche madrileña sigue siendo igual de absurda, hedonista y romántica”. ¿Esa despreocupación juvenil es la clave del éxito de Kronen, que es independiente a generaciones y a momentos políticos?Kronen

Profundamente es un momento biológico en el que necesitas experimentar los límites de todo, de tu propio cuerpo y de las normas. Eso no cambia nunca. Pongo siempre como ejemplo Guerra y Paz porque en su segundo capítulo hay una fiesta loquísima tipo Kronen. También las calaveradas de Larra y los cafés de Madrid. Y, por contra, el espíritu de los tiempos sí que cambia.

Para los chavales como mi hijo, que están en primero de universidad, el tema del medioambiente es prioritario. Rebelarse contra la extinción es maximalista y ahí los tenemos. Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros propios padres. La época nos cambia mucho. Ahora, los jóvenes tienen un montón de cosas contra las que luchar.

En Kronen se escuchaba la guerra de Yugoslavia en las televisiones y esta vez el ruido mediático lo representa el mundial de fútbol. ¿Por qué ese cambio en el telón de fondo entonces?Kronen

Para mí era importante hacerme eco del deporte. En la primera parte puse mucho énfasis en Yugoslavia, como dices, porque fue el fin del sueño europeo. Esa paz perpetua que pensábamos que iba a reinar después de la Segunda Guerra Mundial se vino abajo. Y luego estaban las Olimpiadas del 92, que eran la sublimación de la guerra civilizada entre naciones. Ambas cosas funcionaban en Kronen como vértebra social.

En esta, el fútbol y el deporte en general es un elemento vertebrador de la identidad. Tiene una importancia casi religiosa muchas veces. Hemos vivido el momento de decadencia política más absoluta junto a la edad de oro del deporte casi sin darnos cuenta. Y me apetecía que fuese uno de los ejes de la novela.

Volviendo a Carlos, a sus 50 años es un productor que adapta best-sellers a la pantalla. No es un secreto que la película de Historias del Kronen le disgustó bastante. ¿Es un dardo a sus responsables -Querejeta y Armendáriz-?best-sellersHistorias del Kronen

[Ríe] ¡Uy! Pues es verdad, ahora que lo dices. Lo imaginé como comerciante porque en la primera parte ya decía que le gustaba el cine y que la literatura era una mierda. Y esos agentes tienen una serie de cualidades malas que encajaban a la perfección con el personaje. Además, es un mundo que conozco bien. Tenía claro eso y que iba a seguir siendo un politoxicómano. Yo a mi alrededor tengo unos cuantos y, cuando uno sigue, la cosa no termina bien.

¿Le gustaría quitarse esa espinita viendo Historias del Kronen convertida en serie? Quizá con continuación de La última juerga.Historias del KronenLa última juerga.

Ojalá, aunque eso escapa de mí. Mi principal problema con Historias del Kronen fue que, a pesar de que Montxo Armendáriz es un gran director y formalmente está muy bien, hubo una serie de decisiones “menores” que no fueron acertadas. Una película que representa el Madrid de los 90 y parece la Pamplona de los 70 no cumple con los objetivos. La estética en esa obra lo es todo, porque era lo que se hablaba y se veía en las calles.

Es decir, mucho sexo, droga y rock and roll. ¿Se acepta mejor el paso el tiempo pensando que siempre hay lugar para una última juerga?última juerga

Siempre digo que las juergas hay que corrérselas bien fuertes de jóvenes para luego no echarlas en falta. Y yo ahora estoy muy contento con mis manzanillas. [Ríe].

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