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¿Debería haber sido el año de Margaret Atwood en el Nobel de Literatura?

Nombrar a un músico como el mejor embajador de la literatura fue un movimiento impredecible de los Nobel. Pero lo realmente insólito y revolucionario sería que este año hubiesen premiado a una mujer.

Hoy en día, aunque los hombres representan el 88% de la lista, decir que el galardón más prestigioso del mundo ha silenciado el trabajo de las escritoras es un deporte de riesgo. Señalarlo, como ocurrió el año pasado, puede abrir la veda a todo tipo de insultos y barbaridades.

Desde 1901, solo 14 de ellas se intercalan en un palmarés de 116 autores, así que la balanza queda lejos de estar equilibrada. Sin embargo, en los últimos diez años el Nobel de Literatura ha vivido un espejismo de luna de miel con la igualdad. Doris Lessing, Herta Müller, Alice Munro y Svetlana Aleksiévich se hicieron con el premio más o menos cercanas en el tiempo y dibujaron un horizonte más amable para otras como -por decir un nombre- Margaret Atwood (Ottawa, 1939).

La canadiense ha encabezado durante años la lista de sospechosos habituales al premio de la Academia sueca. Este año, sin ir más lejos, las apuestas de Ladbrokes la sitúan en un tercer puesto por debajo del keniata Ngugi Wa Thiong'o y del siempre favorito Haruki Murakami. Aunque hay muchas razones para acercarse al autor de Sueños en tiempos de guerra, esta podría ser una edición escrita en femenino por la obra de Atwood.

Lo bastante 'mainstream'

Cuando Bob Dylan recibió el Nobel de Literatura el año pasado, Margaret Atwood se encontraba en una sesión de fotos para The Guardian. La periodista que le había entrevistado minutos antes se lo comunicó y ella abrió la boca atónita: “¿Por qué motivo?”. No es ningún secreto que la escritora es la primera expectante por recibir la llamada desde Suecia, con lo que suponemos que esta vez no se haría la remolona con el tribunal.

Los 819.000 euros del premio podrían ser un aliciente para todos menos para la mujer que donó el dinero del Man Booker Prize a causas medioambientales. Son los detalles que han convertido a Atwood, según la revista Time, en una de las cien personalidades más influyentes del planeta.

El cuento de la criada ha tenido mucho que ver, pero no es lo único. Sus libros son de sobra conocidos y esa podría ser la razón por la que el premio se le ha resistido durante tantos años. Sin contar con que es mujer, feminista y se ha atrevido a coquetear con la ciencia ficción.

Ser demasiado popular, demasiado leído, era una rémora en los Nobel. Por lo menos hasta ahora. Dylan no solo rompió el esquema intocable de las siete artes, también esa idea del Nobel como trampolín para una obra importante y con poco calado social. Las canciones del de Minnesota, por mucha poesía que incluyan, forman parte del mainstream, algo que también ocurre con la canadiense. Fan confesa de Daenerys Targaryen y de Twitter, la escritora no es precisamente una septuagenaria retirada en el ostracismo.

Gran parte del público la situará en el mapa gracias a la serie de Hulu inspirada en su novela más famosa, El cuento de la criada. No es una ficción histórica, aunque la escribió hace cuarenta años, y precisamente por eso resulta tan aterradora. Se trata de una distopía donde las mujeres son reducidas a vasijas decorativas o, lo que es peor, reproductivas.

El fanatismo religioso, la nulidad de los derechos de la mujer, la persecución de los homosexuales o el debate alrededor de la gestación subrogada son temas sobre los que se vertebra el libro y que le han dado un segundo renacer. Además, el triunfo absoluto de la serie en los Emmy despertó más interés por lo que escribió en los años 80 que por lo que publica en la actualidad, que es mucho y muy bueno.

Mucho más que un Nobel a una mujer

Hija de un zoólogo y una nutricionista, Margaret Atwood es de las pocas novelistas que admite que su primera vocación no fue la escritura. Ella quería ser bióloga y, de hecho, su primer cuento trataba de la supervivencia de una hormiguita. Su literatura ha estado unida desde entonces al activismo ecologista, a los derechos humanos y a la igualdad de las mujeres.

No tolera que su mensaje se reduzca a una moralina por su condición de mujer, al medio para un fin político o a cualquier cosa que no sea el libre ejercicio literario.

“Ninguna escritora quiere ser pasada por alto o subestimada por ser mujer, pero pocas desean ser definidas únicamente por su género”, escribió en una antología llamada Women Writers At Work sobre la desigualdad del sector editorial. “El título de este libro debería ser WWAAW, Writers Who Are Also Women (Escritores que son también mujeres)”, añadió.

Eso no reduce ni un ápice el compromiso de su obra y es justo ahí donde radica su excelencia. Atwood imagina futuros descabellados en base a lo peor de la sociedad presente, porque, para ella, “la escritura es el arte de la falsedad plausible”. Es una ciencia ficción que nada entre lo especulativo y lo profético, sin recurrir a naves espaciales ni a cataclismos robóticos.

Son pesadillas que no están llamadas a convertirse en realidad, aunque cada vez es más difícil no ver las señales. “El control de las mujeres y sus descendientes ha sido la piedra de toque de todo régimen represivo de este planeta”, escribió en un nuevo prólogo obligado de El cuento de la criada. Pero Margaret no nos advierte solo sobre eso, que ya bosquejó en obras como La mujer comestible, donde cuestiona la presión sobre la imagen de la mujer, Alias Grace, sobre ser soltera en la época victoriana, o Resurgir.

También le obsesiona el apocalipsis medioambiental, que ella simboliza con el fin de los océanos porque “sin ellos, nosotros tampoco existiríamos”. La trilogía Oryx y Clarke es su obra más brillante sobre un futuro donde los avances científicos ponen a los seres vivos a merced de las multinacionales tras una pandemia programada. El año del diluvio y MadAddam completan la saga sobre una catástrofe que acaba con la vida en la Tierra tal y como la conocemos.

Este es solo un pequeño aperitivo de los casi cincuenta títulos que conforman la bibliografía de Margaret Atwood, entre poemarios, cuentos infantiles, ensayos y novelas -sin contar sus artículos y guiones de televisión-. Una vida al servicio de la pluma que le ha reportado una veintena de honoris causa, el Booker, el Princesa de Asturias y el Governor General.

Atwood no se merece el Nobel para completar su paseo de la fama literaria, sino porque, como ella dijo en su día sobre el triunfo Alice Munro, “llamará la atención internacional, no sólo a la escritura de las mujeres y a la escritura canadiense, sino al cuento [en su caso la ciencia ficción], el métier elegido por ella y a menudo pasado por alto”.