Está preocupada por el paso del tiempo, jamás votaría a Milei, defiende que vivir en la indignación no funciona y adora a Taylor Swift. Mariana Enríquez lleva desde que escribió su primera novela, Bajar es lo peor, usando el terror para “hablar de lo incómodo” y como “advertencia”. Ahora tiene cincuenta y continúa ampliando su legado con Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama), un libro de relatos en el que el cuerpo goza de gran protagonismo. La relación con él, las consecuencias de la vejez, la posesión del mismo.
En uno de los cuentos, Mis muertos tristes, Enríquez expresa que “el fascismo empieza con miedo y se transforma en odio”. Le encantaría saber por qué se produce el paso de uno al otro, pero sí tiene claro que “la gente que está asustada pide orden y la eliminación de lo que le molesta”. Y que, en general, “suele haber un líder político inteligente que sabe capitalizarlo”; como Milei o Donald Trump. “No hay ningún liderazgo que no tenga su origen en una situación social. Y eso da más miedo porque si es un líder carismático el que lo está haciendo, puedes pensar que es una excepcionalidad, pero nunca lo es”, asegura.
Después de un largo viaje de promoción la escritora quiere regresar a casa para poder volver a escribir. Proyectos no le faltan. Le esperan una novela, un libro de no ficción sobre su fanatismo, algún guion de novela gráfica y más crónicas sobre viajes a cementerios. “Estoy bastante ansiosa para que los deditos empiecen a trabajar”, reconoce.
El cuerpo está muy presente en el libro, ¿qué tipo de relación tenemos con él?
Pésima, yo también. Hay un doble discurso muy pernicioso. Por un lado está el “me acepto como soy”, que debería ser el ideal. Pero luego el ejemplo que te dan de mujer hermosa es Helen Mirren o Isabella Rossellini, que toda la vida fueron extraordinariamente hermosas. Eso es aceptar la belleza de una mujer bella que envejece pero, ¿qué pasa con una mujer que no lo es y está envejeciendo?
La invisibilidad del cuerpo, la idea de que ya no es más atractivo. Las infinitas rutinas para no tener las alitas de murciélago. Los tratamientos, que ahora no se llaman antiage pero es hasta peor, porque se les da nombres violentos como dermoabrasión que, si lo piensas, es quemarte la piel. Tu cuerpo es una especie de batalla para evitar el paso del tiempo, que es algo que no se va a poder ganar. Eso hace que, culturalmente, esta etapa sea intransitable.
Hay muchas mujeres que dicen que se sienten invisibles ante el deseo de los hombres o de otras mujeres. Pero en realidad no somos nada invisibles. Cada vez lo pienso más. Somos híper visibles. Nunca sentí que la gente tenía tanta voluntad y permiso de decirme cómo hacer para que la pancita no se note tanto o cómo hacer con los abdominales bajos. Tu cuerpo está en experimento, ¿cómo hacemos para que esta mujer envejezca sin que se le note?
¿Nos pertenecen nuestros cuerpos?
Llegar a mi edad te obliga a repensar cuestiones como “mi cuerpo es mío” o “con mi cuerpo hago lo que quiero”, pero tu cuerpo es social. Hay ciertas cosas que son derechos elementales como tomar decisiones sobre la reproducción, etc. Pero el cuerpo es social en el sentido de que hay un momento en el que no está hablada, por ejemplo, la menopausia y lo que le pasa a un cuerpo de mujer cuando deja de sangrar, cuando deja de estar en edad reproductiva. Nadie tiene la menor idea de cómo hablarlo.
De poco se va haciendo, pero desde un lugar muy reivindicativo y no tendría que serlo, porque tiene que ver con el paso del tiempo y es natural, no tendría que ser una bandera de nada. El aborto sí es una bandera de algo porque no es natural. Requiere una intervención, una ley, un consenso social de que la mujer tiene ese derecho sobre su cuerpo. Pero la mujer no toma una decisión de dejar de menstruar, ocurre. Entonces, que eso no tenga un discurso para los demás cuando lo estás transitando es muy raro. Porque es como que todo el tiempo tienes que explicarle a la gente qué te pasa con tu cuerpo.
En el relato Mis muertos tristes se dice “el fascismo empieza con miedo y se transforma en odio”, ¿cómo ocurre esa transición?
Ojalá lo supiera. En la ficción de terror, que es algo muy parecido a la realidad, opera el miedo al otro. Y en la realidad, uno de los grandes miedos es el miedo al otro. Hasta tienen nombre, la xenofobia, la gerontofobia, la homofobia. Siempre me pareció muy peculiar que a esas cosas se les llamen fobia. Lo que termina convirtiéndose en odio y crímenes de odio empieza por el miedo a no querer ser así.
Tener miedo a que te roben o te contaminen, cuando en realidad no pasa por ahí. Es una forma de decir: “Lo primero es tenerle miedo y después lo querés eliminar”. Como a todo lo que le tienes miedo, como la aracnofobia. Mato a la araña a la que tengo miedo, que con las arañas todo bien, pero con el fascismo, cuando es gente, rápidamente se pasa de una cosa a la otra. ¿Por qué? No lo sé, pero es así.
Sin embargo, los líderes fascistas consiguen dar un miedo que luego no genera odio, sino que te sumes a su causa.
El fascismo en tanto a liderazgos, crece cuando crece la base, que es la que está asustada. Es de abajo para arriba y no al revés. Son catalizadores de eso que está pasando. La gente que está asustada pide orden, la eliminación de lo que le molesta. En general suele haber un líder político inteligente que sabe capitalizar eso. Ahí es donde empieza el rock and roll, el problema grave.
No hay ningún liderazgo que no tenga su origen en una situación social. Y eso da más miedo todavía. Porque si es un líder carismático el que está haciendo eso, dices bueno es un loco, una excepcionalidad; pero nunca lo es.
¿Milei se enmarca en este perfil?
Milei es el resultado de una sociedad agobiada por la crisis económica, la falta falta de futuro, la sensación de que va a haber una especie de fantasma que pide siempre lo mismo y nadie se lo puede resolver, porque es como una resistencia a estar en ese lugar para siempre. El resto de los candidatos ofrecían una continuidad menos aparatosa.
No voté a Milei, no lo votaría en mi vida y preferiría que otra persona fuera el presidente. Lo que pasa es que está demostrado que vivir en la indignación no funciona, políticamente hablando. Ya sé que es un horror. El problema es cómo logró una representación del 56%. Eso quiere decir que hay una sociedad que tiene un hartazgo y que encuentra una esperanza en un personaje que claramente tiene un carisma. Y eso es terrorífico porque quiere decir que estaban muy desesperados. Y también es terrorífico que las opciones progresistas y de política más convencional no lo hayan visto, porque quiere decir que además de desesperados, estaban desamparados por sus representantes.
En vez de enojarse y culpar a la gente hay que decir: ¿Qué hizo mal el progresismo cómodo que dejó a la gente abandonada? La responsabilidad de tener estos fenómenos también es de los representantes que no lo pudieron detener. No solo no le solucionaron la vida a la gente, sino que además dejaron que creciera una opción política peligrosa y eso es gravísimo.
De eso también tienen culpa los ciudadanos. Es muy difícil, sobre todo en una cultura donde rápidamente la gente trata de ubicarse del lado del bien, aunque no signifique nada. Firmás 80 cartas a favor o en contra de esto o lo otro. Eso a la gente para la que lo haces no le sirve para nada, pero vos lo subís a redes sociales para decir que lo hiciste. Entonces vos, automáticamente, estás del lado del bien sin haber hecho absolutamente nada ni tener información acerca de la cuestión. Es una cultura muy cobarde, donde esa necesidad de estar todo el rato del lado del bien para no recibir un linchamiento, anula pensar, la información. Y de repente, en medio de toda esta discusión, se te cuela.
No fueron demasiado bien las elecciones europeas, lo peor de todo fue el triunfo de la ultraderecha en Francia que hizo que el presidente tenga que llamar a elecciones. Hay un abandono de la gente muy importante y no solo en mi país. ¿Cuál es la opción progresista para detener esto y hacer que la gente se sienta protegida y cómoda?
Líderes como Milei o Trump son ejemplo de que parece que la política se ha convertido en un espectáculo que se ha apropiado la ultraderecha. Ese decir la burrada más terrible, ante lo que la respuesta está siendo...
Ninguna. Milei insulta a presidentes y líderes de otros países. Lo hizo con Pedro Sánchez pero también con López Obrador y Gustavo Petro, al que directamente acusó de terrorista y asesino, que es un poco peor que que te digan corrupto. Hay todo un porcentaje de gente, en el que me incluyo, que dice: “¡Qué grosero! ¡Cómo va a hacer eso! ¡Qué barbaridad! ¡Vamos a tener este problema diplomático porque es un bruto! Eso no se hace y mucho menos en una visita que no es oficial”. Pero cuando vuelvo a casa o hablo con amigos míos, me dicen: “Bueno, pero tiene pelotas, les dice las cosas en la cara”.
Hay dos visiones acerca de eso. Creo realmente que es una grosería y una barbaridad, pero también hay un discurso que tiene este carisma oscuro. Pasa lo mismo con Trump, dice las cosas en la cara a la gente. A nadie le molesta que Trump tuitee hasta las cinco de la mañana. Lo ven de otra manera. Me parece que ese es el fenómeno que analizar. ¿Qué es ese apoyo? ¿Por qué?
Lo que terminan siendo crímenes de odio empieza por el miedo a no querer ser como el otro
¿Intentar entenderlo puede ser la manera de que esta situación se revierta o debemos tener más miedo a que la situación puede ir a peor?
Esta es una reacción en contra de la política, porque es percibida como gente que tiene privilegios aunque no los tenga, como si fuese una especie de nobleza que no está mirando a la gente. Lo que tiene que hacer la política no lo sé. Personalmente me sirve más tratar de entenderlo que estar enojada. Es muy fácil indignarse y en seguida van a decir qué bien, está del lado correcto. Pero eso yo ya lo sé. Ya estoy enojada, quiero que se vaya.
Lo que quiero es entender qué pasó porque es la única manera de entender a la sociedad en la que vivo y el absoluto hartazgo de vivir en una situación de crisis, falta de futuro, falta de oportunidades. Es realmente insoportable. Entonces: ¿Cómo lo solucionamos sin una versión de extrema derecha? Que por otra parte, es lo que pasa en el mundo entero, no es tampoco una excepción.
Usted que ha escrito sobre el fenómeno fan, ¿qué opina del fenómeno Taylor Swift?
La adoro. Es una mujer que se hizo súper rica con tres cosas que tienen mucho que ver con nuestra cultura y una que no. Habla de sí misma todo el tiempo, es una diarista. Las memorias están de moda, todas las redes sociales son. No sé si ella lo entendió o tiene que ver con su edad y época, pero hizo con eso algo que nadie más había hecho a esta escala. Su tercer disco, Speak Now, es toda la ruptura con su novio, muy bien escrita.
Eso es súper de nuestra época, igual que la relación con los fans. Ella les llevaba a la casa, les presentaba los discos antes que a la prensa, a la que no usa. Prescinde de los viejos mecanismos de difusión. Y tercero, la creación del personaje. Se habla mucho del character assassination (asesinato del personaje). El “estás matando a mi personaje”, “estás controlando mi narrativa”. Ella lo hace, es muy manipuladora en ese sentido y eso tiene que ver profundamente con nuestra época. No lo es que no sé sexualizó. En ese sentido es muy pudorosa, pero no lo es con las emociones, con las que es totalmente desprendida. Nunca tuvo la necesidad de eso. Es una mujer que se hizo millonaria con su talento y con lo que quiso hacer.
Dentro de lo capitalista, como empresaria, cuando se quedó sin sus másteres porque no se los quisieron vender, los volvió a grabar, como clones. No hace versiones, hace el mismo disco. Como ahora los jóvenes no tienen casi memoria, quienes no escucharon en su momento Red cuando ella tenía 22 años y ahora tiene 34, les saca una nueva versión idéntica con temas nuevos, gana dinero y trae una legión nueva de fans. No fui a los shows pero muchos amigos me dijeron que el ambiente es súper tranquilo y amoroso. Está muy bien que se cree un espacio para que las chicas sean tomadas en serio en cuanto a lo que sienten, y luego se sientan seguras.
Es más, me peleé con un taxista que criticaba a unas chicas que estaban esperando en las carpas en Buenos Aires, diciendo que por qué no iban a trabajar. Le dije que tenían quince años y todo el derecho a estar ahí. Y segundo: “Deje de cuestionar la felicidad de la gente, por favor”. Todo tiene que ser: “Está sobrevalorada, no es para tanto”. Hay un montón de gente que lo creemos. ¿Podemos pasarla bien? La crítica constante también es un problema de hacerle caso al algoritmo, que te está diciendo que la tenés que odiar y que la tenés que amar. Ese es el gran problema.
Es curioso cómo están conviviendo las dos cosas.
Sí. A mi, sobre todo como artista mujer, me parece súper importante que haya una artista mujer en ese lugar. Es mezquino criticarla. ¿Por qué no pensamos el fenómeno en vez de decir “no me gustan las canciones” o “no conozco ninguna canción?”. Bueno señor, yo no te puedo diferenciar quizás a Brams de Schubert, y eso es mi problema; no de Brahms y de Schubert. Si usted nunca escuchó una canción, escúchela, es gratis Spotify.