Hablar con el historiador Michael Seidman es realmente sencillo. De trato agradable y facilidad de palabra, se ríe al comenzar a hablar de su libro Los obreros contra el trabajo, recientemente editado en castellano por Pepitas de Calabaza: “Hace 20 años que lo escribí, espero acordarme”. Su tesis sobre la relación de los obreros con su actividad laboral comparando la situación de España y Francia en el periodo de 1936 a 1939 supone una novedad al ir más allá de inclinaciones ideológicas. Actualmente, trabaja como historiador en la Universidad de Carolina del Norte y además de éste, ha publicado otros tres libros relacionados con las revoluciones de España y Francia desde una óptica social.
¿De dónde surge la motivación para establecer una comparativa de una realidad laboral entre Barcelona y París en esa época en concreto?
A finales de los años 70 estuve estudiando en París y mientras escribía mi tesis entré en contacto con los jóvenes que definían la revolución como “no trabajar”. Ellos me dieron la idea de escribir un libro de historia comparativa sobre lo que hicieron y no hicieron los obreros de Barcelona y los de Francia durante el Gobierno del Frente Popular.
Busqué en los archivos de España, especialmente en Salamanca y en Barcelona. Cuando Franco ganó la guerra se centralizaron todos los documentos en Salamanca. Las fuentes más interesantes fueron las actas de los consejos obreros. Aunque un poco desorganizados, los archivos de las grandes empresas de agua, gas y electricidad y otras fábricas de Barcelona como Fabra i Coats, estaban ahí. Nadie los había estudiado, porque los historiadores estaban tan centrados en lo político que se quedaron en los panfletos o periódicos de su propia línea.
El libro se publicó por primera vez en Estados Unidos en 1991 y posteriormente se tradujo a siete idiomas. Tuvo una repercusión bastante grande, ¿no?
Sí, pero fue hace pocos años, relativamente, cuando empezó a tener interés para el público. Por ejemplo, en japonés se publicó en 1997. También se editó en turco y en francés de manera pirata. Una editorial libertaria alemana publicó una muy buena edición. Además, se difundió una versión resumida en griego. Es un libro más o menos académico que casi nadie había leído y ahora es como si hubiese regresado. Lo cual me alegra, porque casi me había olvidado de él. Quizás las nuevas generaciones encuentren interesante esta resistencia al trabajo.
¿Qué reacciones ha suscitado el libro desde su primera edición?
Cuando se publicó la primera vez, yo estaba trabajando en Rutgers, una universidad de Nueva Jersey, cerca de Nueva York. El texto generó mucho debate, hubo muchas cartas por parte de profesores de historia francesa con poder académico quejándose del libro. De hecho, me despidieron. Pero bueno, encontré otro empleo y seguí trabajando sobre historia francesa y española. También ha recibido algunas buenas reseñas dentro del mundo académico pero no provocó mucho entusiasmo. En círculos anarquistas y libertarios sí que tuvo mejor acogida.
¿Qué fue lo que pareció tan mal en los círculos académicos?
Es difícil saberlo, porque para mí no tiene sentido. Quizás en otros ámbitos sí podría entenderlo mejor, pero en el académico no. Tengo una teoría y es que cuando la gente se encuentra algo que no puede entender muy bien le echa la culpa al autor, no a su incapacidad de hacer el esfuerzo de entender. Toda la historia laboral analizada desde 1960 está basada en la teoría de que a los obreros les gusta trabajar. Tanto para los comunistas como para los socialistas, los capitalistas… el trabajo define a la clase obrera. Y mi punto de vista define a la clase obrera como la clase que se resiste al trabajo.
La resistencia al trabajo se analiza en dos sociedades industrializadas (más Francia que España) sin que la tendencia política influya en el rechazo del obrero. ¿Es un sentimiento inherente al ser humano?
Cuando hablo de rechazo al trabajo me refiero al trabajo asalariado en fábricas bastante grandes en ciudades industriales como París o Barcelona. No estoy hablando en el trabajo en todos los periodos históricos. Aunque en otro libro sí que he tratado el tema de la resistencia al trabajo de los campesinos en las colectividades agrarias y el sentimiento es parecido.
Los trabajadores de la época analizada en el libro no tenían reticencias a la hora de hacer huelgas u otros métodos de resistencia al trabajo. Ahora la tendencia parece ser la contraria, pese a que la crisis económica ha reducido notablemente los derechos laborales. ¿Qué es lo que frena ahora a los trabajadores a rebelarse contra los abusos?
Creo que se siguen tomando las mismas medidas pero son muy confidenciales, muy secretas. Nadie va a decir: “No he venido al trabajo aunque en realidad podría haberlo hecho”. Con respecto a las huelgas, ahora no puedo evaluarlas porque no estoy demasiado al corriente sobre la España de hoy.
Pero la huelga en sí es muy interesante porque existe en todos los países y en todas las clases. El significado de la huelga es no trabajar y encaja muy bien con mi definición de una clase obrera que se resiste al trabajo. Es muy interesante también que la palabra “huelga” se dice de manera distinta en todas las lenguas: strike, huelga, grève… indica que cada clase obrera ha descubierto esa forma de lucha.
En París tanto el Frente Popular como las organizaciones patronales y de la iglesia fomentaron el ocio del trabajador con intereses propios y un objetivo común: trabajadores sanos y felices que así serían más productivos. En España, los militantes querían conseguir el control de las fábricas para dárselo a los obreros que trabajarían para lograr un ideal. ¿Las personas son meros instrumentos de producción? En tanto en cuanto no importa la persona sino su trabajo.
Exactamente, ese es un buen sumario de mi libro. El Frente Popular tenía muy buenas intenciones con las reformas de 40 horas semanales en lugar de 48, las dos semanas de vacaciones pagadas… pero los obreros se aprovecharon de esta situación para producir menos. No funcionó, a fin de cuentas. Y se pudo ver, una vez más, que la aspiración de los obreros era trabajar menos.
En España los militantes querían construir una España nueva, fuerte y libre. Pensaban mucho en la Unión Soviética (los anarcosindicalistas menos que los comunistas, claro), pero todos creían que la clase obrera tenía que trabajar por la causa. Sin embargo, la gran mayoría de los obreros no fueron militantes, sólo trataban de sobrevivir en la difícil situación de la revolución, de guerra, de falta de comida. Esas fueron sus prioridades, no trabajar para el fin común. Los anarcosindicalistas tampoco pudieron crear un nuevo modelo de desarrollo. Les dijeron a los obreros: “Ahora es vuestra fábrica, vamos a dirigirla democráticamente”. En mi opinión eso no es posible. En términos exagerados, es como decirles a los presos de una cárcel: “Ahora es vuestra, podéis dirigirla”. No tiene sentido. Tampoco el periodo del antifascismo consiguió convencer a los trabajadores de trabajar más. Ni durante la revolución española ni durante el Frente Popular francés.
Teniendo en cuenta la evolución que ha seguido nuestra sociedad hacia un sistema consumista y capitalista, ¿podría decirse que ha conseguido hacer el trabajo más atractivo para las personas o sigue existiendo esta resistencia?
Yo creo que sí, en el trabajo asalariado sigue existiendo dicha resistencia. Tal vez con todo el desempleo que hay ahora, las personas tienen una motivación para encontrar un trabajo, pero cuanto lo encuentran vuelve a aparecer esta resistencia. El absentismo, el sabotaje, las enfermedades falsas… todo esto sigue ahí. No puedo citar casos específicos, pero supongo que sí.
¿Habrá algún momento en el que algún sistema consiga hacer que los trabajadores quieran trabajar?
(Risas) Eso es muy teórico, no sé cómo se puede hacer. Se puede amenazar a los obreros para que trabajen pero no funcionará.