El milagro de 'Blackwater'

7 de septiembre de 2024 22:03 h

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El campo semántico del marketing editorial es el de la hipérbole. Las fajas de los libros se llenan de frases cargadas de adjetivos que se repiten hasta la saciedad: “conmovedora”, “adictiva”, “trepidante”, “brutal”… La carta de presentación de las novedades editoriales son textos promocionales cuya misión es convencer al público de que tiene que comprar esa novela y no la de la competencia, que resulta estar justo al lado, en la mesa de novedades de la librería. Pero sucede que la sinopsis de la novela de la competencia se corona con un párrafo prácticamente idéntico en la forma al de todas las demás, y llega un momento en el que resulta complicado salir de la idea de que, en realidad, nos están vendiendo clones de novelas.

Distinguir un libro de otro es tan difícil como distinguir a simple vista un replicante de un humano. Me he preguntado muchas veces si es posible huir de eso, casi con la misma frecuencia con la que me he preguntado en qué momento hemos renunciado a la capacidad de reinventarnos. Entre tantos fenómenos editoriales ―ignoro cuántos se nos presentan cada año―, docenas de frases que informan de los cientos de miles de ejemplares vendidos, y pilas colocadas estratégicamente en los puntos calientes de las librerías, en contadísimas ocasiones se produce la magia.

Creo en la idea de que el marketing inteligente es el de la precisión. Aquel que diseña una publicidad específica para una obra concreta. Cuando esto marida con un producto exquisito, entonces sí que se abre una pequeñísima posibilidad de que se produzca el milagro. Y el milagro editorial de este 2024 se llama Blackwater. La campaña publicitaria de Blackie Books funcionó como el goteo discreto del agua que se filtra debajo de la tierra. Esa mina que está naciendo ahí abajo sin que ni siquiera seas consciente. Y cuando quisimos darnos cuenta, el goteo resultó ser el caudal de los ríos de Perdido y todo el mundo estaba empapado.

El material promocional inicial de la saga consistió en dos tarjetones negros sin apenas texto. En uno de ellos podías leer: “BLACKWATER. Una novela en seis entregas. Un fenómeno editorial sin precedentes. Gran lanzamiento 7.2.2024”. En el otro, la palabra BLACKWATER impresa en dorado sobre negro en letras gigantes. En el anverso, la siguiente frase: “La épica saga de la Familia Caskey. Una novela en seis entregas, de febrero a abril”. El flyer era una invitación a descubrir el universo Blackwater con una idea afilada como una navaja: “La novela por entregas del maestro de Stephen King”. A continuación, las palabras de King: “Michael McDowell: mi amigo, mi maestro. De lejos, el mejor de todos nosotros: el mejor escritor de literatura popular”. ¡BAM! Ya está hecho.

Y ahora sí, el marketing editorial, se pone un lazo al definir a Michael McDowell (1950 - 1999) como un auténtico monstruo de la literatura y lanza varias ideas en su biografía: guionista, Bettlejuice, Pesadilla antes de Navidad, Alfred Hitchcock presenta, autor de terror gótico, novelas con pseudónimo... Yo ya estoy dentro. Quiero saber cómo escribía este hombre. Pero, sobre todo, quiero leer estas novelas en edición de bolsillo con esas cubiertas tan perfectas de Pedro Oyarbide, volverme anfibia y sumergirme en las aguas de Perdido.

El lanzamiento de las dos primeras novelas de forma simultánea, sabiendo que había otras cuatro en los almacenes de la editorial con fecha de lanzamiento marcada, me hicieron pensar en que esto era un ejercicio de músculo de Blackie Books. ¿Habían impreso la saga completa en edición de bolsillo? ¿Esa decisión estaba vinculada a la propia elección de MacDowell, que había escogido el paperback como medio de difusión de sus obras? De nuevo, la información del flyer lanzándome dardos: “En 1983 publicó la que es sin duda su obra maestra: BLACKWATER. Y exigió que se publicara en seis entregas a razón de una por mes. El éxito fue arrollador”. Pero, ¿arrollador en el sentido de que reventó las listas de ventas de la época, o arrollador en el sentido de que tienes un nervio retorciéndose en tu pecho que te dice: “Vamos, empieza a leer ya”?

Así es cómo Blackie Books plantó la semilla. Cómo desató la pulsión para que tantas personas empezásemos a leer la saga. El resto ―que es en realidad lo crucial para saltar en cadena de un libro a otro― lo hizo McDowell. Y entonces entendí por qué Stephen King lo llamaba maestro, por qué en la editorial se referían a él como monstruo de la literatura, por qué estaba teniendo un éxito tan bestial en Francia e Italia. Y aquí, de nuevo, el olfato de los editores de Blackie y ese permanecer al acecho y no perder de vista cómo se comportan los libros en otros mercados, y dónde se esconde aquello que diferencia una obra literaria de otra. La búsqueda del milagro.

Empecé La riada, el primero de los volúmenes de la saga, con las expectativas en el cielo. Pero mi temperamento pasional me juega muy malas pasadas. Son tantas las ocasiones en las que me he sentido frustrada porque una obra literaria no cumple lo que espero de ella, que podría volverme a pasar y no pestañearía. Cerraría el primer volumen con un decepcionante “meh”, y a otra cosa. Pero sucedió que en La riada me encontré que las aguas de Perdido y de Blackwater, los dos ríos que marcan el carácter de un pueblo de Alabama, se habían desbordado inundándolo todo.

Bray Sugarwhite lleva los remos de una barca que dirige Oscar Caskey. Están buscando algún superviviente. La envergadura del desastre hace pensar en que casi todo el mundo ha perdido todas sus cosas y que tienen que empezar de nuevo. Entonces, encuentran una mujer llamada Elinor sentada sobre una cama del Hotel Osceola. La marca del agua llega casi hasta el techo y esto ha sucedido hace días. ¿Cómo ha podido sobrevivir esa desconocida? ¿De qué se ha alimentado? ¿Por qué no se ha ahogado? A todas las preguntas que le formula Oscar, Elinor contesta con respuestas que hacen que el misterio sobre su presencia en Perdido y sobre su pasado, marquen esa tensión narrativa que se va a instalar en toda la saga como un inquilino que irrumpe para no marcharse nunca.

Porque esto es lo que se plantea en el primer capítulo de La riada. A partir de aquí, la saga no para de crecer. La atmósfera que dibuja MacDowell te obliga a contener el aliento, todo parece siempre a punto de explotar, pero nunca explota. O eso crees, hasta que, de pronto, sucede algo que te hace levantarte de la silla, echarte las manos a la cabeza, y repetirte: “Efectivamente, eres un monstruo”.

Me atrapó el elemento sobrenatural que atraviesa la saga, el matriarcado que plantea MacDowell, el carácter de Elinor, su relación tensísima con Mary-Love, las relaciones entre los habitantes de Perdido. El pueblo como testigo de todas las tramas que se cruzan, se solapan, se suceden. Una familia que se multiplica y donde se establecen roles, se heredan vicios, se contaminan las relaciones porque el ser humano es una fuente inagotable de defectos y traiciones. Y los fantasmas, que se manifiestan al considerar que quizás no se hizo justicia con ellos cuando estaban en el otro lado.

Me abalancé sobre Blackwater repitiéndome en voz baja: “Que esto sea exactamente como parece, por favor”. Y lo fue. ¿Y ahora qué? Ahora la orfandad, porque me despedí de la familia Caskey y de Perdido hace ya meses, pero qué maravilla poder contagiar la pasión por una saga que es un maldito prodigio.