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La mirada de “la chica rara” que fue Ana María Moix regresa diez años después de su muerte

Ana María Moix en un encuentro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en marzo de 1984

Carmen López

29 de marzo de 2024 21:21 h

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La plaza Letamendi de Barcelona no es un lugar al que se le dediquen muchos elogios. La calle Aragó, con su gran afluencia de tráfico, la divide en dos partes desiguales en forma y espíritu. La más popular es la de arriba, en parte porque hay una sede de Hacienda y un espacio para el disfrute de los perros al aire libre, mientras que la de abajo es más bien un lugar de paso a otros destinos más reseñables. Este rincón quebrado no aparece en las listas de recomendaciones turísticas, pero era uno de los preferidos de Ana María Moix (1947-2014). De hecho, le dedicó uno de los artículos semanales que escribió para la edición catalana del diario Público, uno de sus últimos trabajos de periodicidad fija. La capacidad para detectar lo extraordinario en la planicie de la cotidianidad era una de las virtudes de la autora, que falleció hace 10 años.

En este 2024, con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento, o por casualidad, se reeditan algunos de sus libros, algunos más conocidos que otros. Pero ese texto sobre ese espacio del Eixample no se encuentra en ninguno de ellos, sino en la antología de las columnas de Público El present perdut (Edicions 62, 2015), una edición realizada por Martí Farré. Él es uno de los hijos de Rosa Sender, la mujer con la que la escritora compartió la mayor parte de su vida. “Cuando murió Ana, con mi madre encontramos esos artículos. Yo me acordaba mucho de ellos porque nos los daba a leer antes de publicarlos”, comenta Farré a elDiario.es. “Mi trabajo consistió primero en recuperarlos todos y luego reordenarlos de manera temática como la política del momento, cuestiones sociales, fútbol…”, sostiene.

Precisamente, uno de los recuerdos más vívidos que tiene de Ana María Moix, con la que convivió desde que tenía seis años aproximadamente, está relacionado con ese deporte. Ella era forofa del Barça y un día llevó a Martí Farré y a su hermano al campo de forma espontánea. “Los hombres de la familia nos habían regalado lo típico: las banderas, las gorras y tal. Pero fue ella la que un día, oyendo la radio, cogió las cosas, pilló un taxi y nos plantamos en el estadio, con el partido empezado y todo”, recuerda. “Fue un poco como una segunda madre para nosotros. Pero de una manera muy especial porque tampoco hizo un papel estricto de madre. Nos educó en muchas cosas pero de una forma distinta. Tenía un punto socarrón y un humor muy particular”, dice.

Ese es uno de los detalles de la personalidad de Moix que también destaca su amiga Carme Riera. La escritora, miembro de la Reial Acadèmia de Bones Lletres y de la Real Academia Española, la conoció en el patio de las letras del edificio histórico de la Universidad de Barcelona, donde estudiaban ambas. “Ana iba un curso por delante. Nos presentó Pere Gimferrer y desde entonces hasta su muerte fuimos amigas. La echo de menos, me parece tan raro que no esté”, explica. “Era una persona encantadorísima, frágil, a veces incluso desvalida, pero con un gran sentido del humor, enormemente sensible y muy inteligente”, añade.

Una obra que vuelve a la luz

Gimferrer, académico y escritor, trató con Ana cuando ella aún era una joven que daba sus primeros pasos literarios, a finales de los 60. En el documental Ana María Moix, passió per la paraula, dirigido por Anastasi Rinos, dice sobre ella: “Por un lado, es una persona con un gran conflicto de identidad y, por otro, con una gran voluntad de ser lo que presentía que quería ser en todos los aspectos”. Dicha cinta, producida por PlayFiction Video y TV3, hace un recorrido por la vida de la escritora a través de su obra en orden regresivo, del final al principio. Por supuesto, hace una parada en la casa de Calafell de Carles Barral, centro de reunión de intelectuales de todo el mundo –sobre todo latinoamericanos– en los años 70, en donde también estaban ella y su hermano.

Allí conoció, por ejemplo, a Gabriel García Márquez y a Mario Vargas Llosa, a quienes entrevistó por aquel entonces para Tele/eXprés, así como a otras personalidades de la cultura como Ana María Matute, Salvador Dalí o Jaime Gil de Biedma. La editorial Amarillo las acaba de publicar de nuevo en una antología titulada Conversaciones en el tiempo. Veintinueve entrevistas. “Un día, paseando por una librería de segunda mano, encontré una edición de los años setenta de Ana María Moix –de quien algo había leído– con entrevistas a personajes de la cultura”, dice Ester Vallejo, editora de Amarillo. “Me gustó mucho y vi posibilidades de reedición ya que muchos de los personajes entrevistados siguen siendo interesantes para el público actual”. dice sobre las 24 personas a las que se enfrenta. Para componer su volumen descartó algunos de los textos originales, añadió 10 nuevos e incluyó algunas instantáneas que la fotógrafa Colita –con la que Moix “tenía una conexión especial y le unía una gran amistad”, especifica– había hecho a los protagonistas.

Ana María Moix fue la única mujer a la que José María Castellet incluyó en su famosa antología Nueve novísimos poetas españoles de 1970, en la que también figuran Leopoldo María Panero, Vicente Molina Foix o Manuel Vázquez Montalbán. Por aquel entonces, ‘la nena’ (como la llamaban sus contemporáneos) ya había publicado varios poemarios: Baladas del dulce Jim (1969), Call me stone (1969), No time for flowers (1971). La editorial Lumen los reunió en 1983 con el título de A imagen y semejanza y ahora los recupera en el volumen Poesía completa, con edición y prólogo de Andreu Jaume, junto a Palabras, por ejemplo y Cancionero. Pero además de los versos, en 1970 vio la luz su primera novela Julia.

Bamba editorial, dirigida por Raquel Bada, ha colocado dicho libro en las mesas de novedades de las librerías de nuevo. El objetivo de la editorial es dar a conocer la vida de las escritoras a las que publican a través de sus obras y en Julia se puede distinguir cómo era Ana María Moix en aquel momento. La editora comenta que la propia escritora había señalado en alguna ocasión los paralelismos entre la protagonista y ella misma, aunque para cualquiera que conociese su historia vital fuesen evidentes.

“Fue su primera novela publicada, narrada desde esa etapa híbrida entre ser adulta pero seguir estando marcada por las heridas familiares y la infancia”, alega Bada. Para ella, las palabras de Moix funcionan como el testimonio de una joven en la Barcelona de los años 70, pero aún emocionan a día de hoy: “Todo lo que acontece a Julia, la asfixia familiar, la búsqueda del afecto materno, el amar a otra mujer y esa búsqueda de una misma es extratemporal. Algo que estamos viendo en las primeras impresiones del libro, lectoras emocionadas y conmovidas con todo lo que expresa Julia”.

Precisamente, la que firma el prólogo de esta reedición es una tocaya de la protagonista: Julia Viejo. Esta autora, que acaba de publicar Mala estrella (Blackie Books), leyó la novela a los 25 años –“una edad bastante esponja”, declara– después de encontrarla en una librería de segunda mano. Ella misma recomendó a Raquel Bada que la reeditase en Bamba sin saber que el proyecto ya estaba en marcha. Viejo es una de las traductoras de Cometa rojo, la biografía sobre Sylvia Plath que publicó la editorial en 2023, así que cuando le habló del libro, Bada no dudó en pedirle el texto. “La voz de Julia Viejo conecta muchísimo con Julia”, dice la editora. “Lo que buscábamos era que quienes se adentraran de nuevas en el universo de Moix, como le ocurrió a ella, lo hicieran a través su mirada personal”, desarrolla.

Para Viejo, Ana María Moix forma parte del colectivo de ‘las chicas raras’ que llevan “un ancla dibujada en el pecho”, escribe en el prólogo, al que ella también pertenece. “Hay chicas raras de todas las edades, pero creo que todas ellas comparten una mirada de sorpresa y extrañeza ante un mundo que no creen del todo suyo. Y esto las empuja a inventarse uno propio”, comenta a este medio. Lo que más le gusta de ella es la fuerza y la rebeldía que habitaban en esa persona que daba más imagen de frágil de lo que era en realidad. “Era amiga de Ana María Matute, y las amigas de mis amigas son mis amigas. Ojalá haber estado sentada con ella, Esther Tusquets [a quien está dedicada Julia] y Colita en esas cenas pantagruélicas de Sitges de las que siempre hablaban”, fantasea.

Una reivindicación justa

Aunque a lo largo de su carrera recibió varios premios como el Vizcaya de Poesía en 1970 por No time for flowers y dos veces el de Ciudad de Barcelona (en 1985 por Las virtudes peligrosas y en 1995 por Vals negro), a Ana María Moix no le importaba demasiado la fama. Lo intuye Julia Viejo y se confirma en el documental anteriormente mencionado al enumerar esos galardones. De hecho, la popularidad del apellido se la llevó su hermano, mucho más dado a la farándula y a captar el protagonismo, pese a que ambos se moviesen en el mismo círculo y se dedicasen a la escritura.

Tanto ella como él formaron parte de la Gauche Divine, “esa agrupación de jóvenes de izquierdas pertenecientes en su gran mayoría a la burguesía catalana, cuyo nexo era la cultura en sus diversas formas de expresión”, explica Ester Vallejo. En esa pandilla había profesionales de diversos ámbitos de la cultura además de escritores y poetas. También pasaban por Bocaccio –el principal local de reunión– modelos, arquitectos, fotógrafas, filósofos, profesores de universidad, dibujantes o editores. “Bebían, fumaban y se divertían, sí; pero sus conversaciones hasta altas horas de la madrugada tenían un cariz intelectual que después dio excelentes frutos”, sostiene la responsable de Amarillo.

Vallejo considera que, además de por su obra literaria, Ana María Moix debería tener reconocimiento por su labor como traductora y como editora ya que, por ejemplo, “dirigió algunas colecciones de poesía y relatos en Plaza & Janés y en la editorial Bruguera, de la que luego fue directora unos años”, señala. Bada coincide con esta opinión: “Creo que el lugar de ‘la nena’ dentro de los novísimos, o musa de la Gauche Divine, para mí es relegar a una escritora que además fue una poeta destacada, una gran traductora y editora pionera, que apostó porque la obra de grandes escritores y escritoras pudieran leerse aquí”, como es el caso de sus traducciones de Marguerite Duras, Françoise Sagan, Amélie Nothomb.

A finales del mes de febrero, se conoció la noticia de que la biblioteca barcelonesa de Fort Pienc llevará a partir de ahora el nombre de Ana María Moix, un buen paso en el camino de la reivindicación de su persona, como señala Martí Farré. “No era una escritora de masas como su hermano, pero desde mi perspectiva sí que se podría hablar más de ella, tanto desde el punto de vista literario como desde el punto de vista como columnista, por ejemplo”, comenta. Para Carme Riera está muy bien que se ponga foco en su figura porque cree que ha tenido poco reconocimiento “en comparación con el que se merece”, afirma, así que como manifiesta Julia Viejo: “Aquí estamos para reivindicarla”.

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