Mónica Ojeda: “Yo no he conocido un Ecuador no violento”
De entrada, que dos jóvenes amigas decidan escaparse de sus casas para ir a un macrofestival de música no es un hecho demasiado especial. Tiene más de norma que de anomalía. Pero las características del evento, llamado Ruido Solar, son bastante peculiares: se celebra a los pies de un volcán de los Andes y dura ocho días y siete noches durante los que se forma una especie de microsociedad compuesta por asistentes, músicos, chamanes y poetas con ínfulas de mesías.
Cada año, parte de la concurrencia se une a los desaparecidos, personas que después de la fiesta no vuelven a sus casas sino que se quedan a vivir en los bosques. Allí también habita el padre de una de las jóvenes, que está dispuesta a encontrarse con él después de que la abandonase siendo niña. Este es el escenario del que parte Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, la nueva novela de Mónica Ojeda que acaba de publicar Random House.
Esta es la cuarta novela de la autora ecuatoriana (tras La desfiguración de Silvia, Nefando y Mandíbula), que también ha firmado dos poemarios y un libro de relatos (Las voladoras). En 2021, la revista Granta la escogió como una de las 25 mejores narradoras en español de menos de 35 años, uno de los mayores reconocimientos literarios actuales. En resumen: Ojeda es una de las voces más esperadas en las mesas de novedades junto a otras latinoamericanas contemporáneas como Mariana Enríquez o Fernanda Melchor. Hablar de un ‘nuevo bum’ sería caer en la trampa del marketing pero quizá sí se pueda señalar una conquista del espacio merecido en el mercado editorial.
Sentada en la terraza de la librería Finestres de Barcelona, muy cerca de esas mesas de novedades mencionadas, considera que es más interesante dirigir la mirada a lo que está sucediendo en las librerías del otro lado del charco. “Me parece que muchas escritoras que tienen un espacio acá trabajan para recuperar a otras autoras de allá”, dice Ojeda. “Gabriela Wiener trae consigo unas, Fernanda Melchor otras más y yo espero poder traer también un montón. Pero no solo traerlas acá, hay que traerlas también dentro de Latinoamérica, donde hay un problema de distribución de la literatura”, sostiene.
La escritora reside en Madrid desde hace seis años. Ahora mismo, su país está inmerso en una oleada de violencia extrema, con un Estado de excepción decretado hace un mes por el presidente Daniel Noboa. Las imágenes de grupos de encapuchados armados irrumpiendo en el canal de televisión TC en Guayaquil –ciudad natal de Ojeda– dieron la vuelta al mundo, que ya miraba ojiplático a ese país tras el asesinato a tiros del candidato a la presidencia Fernando Villavicencio tras un mitin. Hasta hace no tanto, Ecuador estaba considerado como ‘la isla de la paz’ entre Colombia y Perú, aunque la escritora comenta que: “Yo no he conocido un Ecuador no violento”. “La suya es una historia de violencia en general, de feudalismo, colonización y extractivismo. En Guayaquil la injusticia social, la exclusión y el daño que sufren determinadas comunidades está absolutamente normalizado. Todo lo que está pasando casi me parece una consecuencia lógica”, afirma.
Esa violencia está presente en su libro en todo momento aunque de diferentes formas. Los protagonistas huyen de las balas que matan a sus vecinos pero también cargan con otros golpes que no son físicos pero también duelen. La ira incontrolable, el duelo, el alcoholismo, la pobreza o los conflictos familiares también marcan las vidas y Ojeda no quería que sus personajes, por el mero hecho de alejarse de la muerte, quedasen desprovistos de conflictos. “No quería simplificar la idea de que el único problema de estos jóvenes que viven en Ecuador es el problema de los narcos”, sostiene. De ahí que le parezca que los medios se equivocaron al calificar a su país como remanso de paz. “En el 2023 ha habido más de 7.000 muertes violentas y obviamente eso es una locura en comparación con otros años, pero la violencia no es solamente la muerte, es muchas cosas que te ocurren en la vida. Percibir la realidad de una forma estadística es reduccionista”, sostiene.
Un ruido solar
Chamanes eléctricos en la fiesta del sol está lejos de ser un manifiesto, pero al tratar temas como el de la mencionada violencia o la lengua indígena, por ejemplo, practica un activismo no evidente pero sí presente. Ojeda comenta que: “Cuando uno se sienta a escribir está haciendo un acto sumamente político porque es un acto de pensamiento y de exploración de sensaciones. Y no hay nada más político que eso”. Este es un libro coral, en el que todos los personajes importan pese a que la búsqueda del padre de Noa sea la columna que vertebra la historia. Para componer las personalidades de cada uno, la autora se dejó llevar por las emociones que le surgieron durante el proceso de escritura, que ella se toma como lúdico aunque a veces esté cargado de tristeza o angustia. “El libro comienza con un festival de música experimental y eso me dictó la forma de la novela porque es una experiencia colectiva pero también introspectiva, así que necesitaba varias voces, cada una con su rollo pero que se fueran conectando”, explica.
Cada personaje tiene aristas muy marcadas que le definen y le diferencian de los demás, algo que le dio mucho juego a la autora. “Me permitían fragmentarme y mirar el mundo desde otra óptica”, especifica. Mario y su goce por el baile, Pam con su devoción casi mística por la música, el amor devoto de Pedro por Carla, la contención de Nicole o la obsesión de Noa por su progenitor son algunos de esos aspectos definitorios. Y, en medio de todo el frenesí, la voz del hombre que abandonó a su hija rompe el ritmo acelerado de los asistentes al festival. Él está recluido en la casa del bosque en la que creció con su madre, no disfruta del contacto con otros humanos y su relación más cercana con otro ser vivo es con su perro Sansón. “Me fascinó mucho la prosa del padre, más calmada pero muy poética también, con otro tipo de relación con el mundo, más a través del judeocristianismo”, explica la escritora. “Me recordaba a estos poetas místicos que me encantan como Ernesto Cardenal, Thomas Merton, San Juan de la Cruz”, afirma.
La idea de ese festival de música experimental viene de las propias experiencias de la autora con los eventos musicales y de referencias como el Burning Man que se celebra en el estado de Nevada en Estados Unidos. Situarlo en las faldas de un volcán fue puro fruto de su imaginación, básicamente porque no existe ninguno, aunque si lo hubiese Ojeda iría sin dudarlo. “Pero que después recojan bien la basura, dejen limpio el páramo y que no asusten a los animales. Hay que tener cuidado con la naturaleza siempre”, advierte entre risas al pensar en la posibilidad. Para ella, los límites entre la ficción y la realidad son “bastante borrosos y neblinosos”. Se pueden cambiar los nombres, las situaciones o los personajes, pero la propia vivencia siempre subyace. “La experiencia de la violencia es una experiencia que sí he vivido de cerca. Por supuesto, he tenido la experiencia con la paternidad al ser hija así como las ganas de conseguir un refugio cuando te sientes desamparado, las ganas de hacer que el baile de repente renombre el mundo y estar bailando hasta que ya no puedes mover ni el dedo meñique”, afirma.
La sinestesia es la unión de dos imágenes o sensaciones procedentes de dos dominios sensoriales diferentes (como las expresiones ‘verde chillón’ o ‘soledad sonora’). La narrativa de Mónica Ojeda ha sido calificada en algunas ocasiones de ‘realismo sinestésico’ pero ella dice que no entiende muy bien qué significa porque le parece que “el realismo es sinestésico siempre”. “Yo vivo en la constante sinestesia en la que de repente distintos elementos se confunden, se contaminan, se transforman”, dice. Al igual que les ocurre a los protagonistas de su última novela en la semana del festival Ruido Sonoro del año 5540 del calendario andino al ritmo de la música de los Chamanes Eléctricos.
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