Concha Espina, la contradictoria autora que documentó la tóxica realidad de las minas de Riotinto
A principios del siglo XX, la escritora Concha Espina viajó a Nerva, en Huelva, para conocer la realidad de los trabajadores de las minas de Riotinto. En 1888, un tiroteo del ejército acabó con la vida de muchas personas en una protesta (nunca se supo el número exacto) y quería saber qué ocurría allí. De aquel viaje nació la novela El metal de los muertos, que ahora rescata el sello Renacimiento, con edición de Cristina Fernández Gallo. Es uno de los trabajos más celebrados de la autora, que este año habría cumplido 150 años.
Cuando la escritora llegó al pueblo, con su pamela y su ropa moderna, los lugareños la confundieron con Amalia Molina, una famosa cupletera de la época. Nadie se esperaba que aquella mujer fuese a sumergirse de verdad en esa realidad de la que cualquiera querría huir. Pero se quedó a vivir una temporada allí, durmiendo en la cama de un trabajador chino que acababa de morir.
Bajó a las entrañas de las excavaciones, respiró la toxicidad del aire y vio cómo la empresa británica RioTinto Company Limited (RTCL) acababa con la naturaleza de la zona, sin importarle ninguno de aquellos problemas. La documentación fue, sin duda, concienzuda.
Aunque es difícil enmarcar el trabajo de Espina en un género literario concreto, El metal de los muertos tiene bastante de naturalismo y de denuncia social. También de exaltación de la figura de la mujer como trabajadora y valiente, poniendo en los personajes femeninos un trozo de su propia personalidad. Sin embargo, quizás la palabra “feminista” le quede grande, porque en esa representación se escora más hacia la abnegación que a la liberación.
Los dos protagonistas son Gabriel Suárez, un pescador cántabro que se gasta el poco dinero que le quedó de una herencia en montar una empresa de carácter socialista en su sector. Como era de esperar, el negocio no le sale bien y se embarca en el Hardy, buque que le lleva a Riotinto, donde empieza a trabajar de minero para la empresa británica RTCL.
Antes de abandonar su tierra natal, conoce a Aurora, una señorita educada por unos familiares en América que regresa a Cantabria por su madre. Esta quiere que se prostituya para ganar algo de dinero, pero ella se pone a trabajar en todo lo que puede para no tener que seguir los mandatos de su progenitora. Inevitablemente, se enamoran al conocerse, pero él se va en busca de trabajo, sin saber que ella está embarazada.
Tras dar a luz a su hija, Aurora decide coger el petate y emprender una epopeya en busca de su pareja. Al llegar, se encuentra la realidad que la autora documentó y conoce al resto del elenco. Los hermanos Rosario y José Luis Garcillán, que viajan por España para escribir artículos sobre las condiciones de los obreros. El sindicalista Aurelio Echea, la familia del minero Vicente Rubio o Leonardo Erecnis, jefe químico de la empresa. Todos ellos lidian con sus problemas personales mientras preparan una huelga para exigir unos derechos mínimos a RTCL.
Huir hacia adelante
María de la Concepción Jesusa Basilisa Rodríguez-Espina García, también llamada Concha Espina, nació en 1869 en Santander. Fue la séptima hija de diez hermanos y hasta la muerte de su madre, en 1891, vivió feliz. Ese mismo año, su padre perdió mucho dinero en un negocio relacionado con la minería y tienen que irse de su ciudad e instalarse primero en Mazcuerras (después Luzmela) y después en Ujo (Asturias), sitio que describió como “muy triste y muy feo”. Allí empezó a conocer las miserias de los trabajadores de la mina.
En 1893 se casó con Ramón de la Serna y huyendo de aquel ambiente gris se marcharon a Chile para atender unos “negocios familiares”, que resultaron ser bastante ruinosos. Allí tuvo a sus dos primeros hijos, Ramón y Víctor. En el 98 volvieron a España y dio a luz a otros tres: José (que muere a los cinco años), Luis y Josefina.
Su matrimonio fue un desastre y en 1908 decidió separarse de su marido, a quien le buscó un trabajo en México para enviarlo lo más lejos posible. Empeñó una joya heredada de su madre y con el dinero que consiguió se fue a Madrid con todos sus hijos a trabajar de periodista y escritora. Ya había publicado algunos escritos en su primera juventud con el seudónimo Ana Coe Snichp y estaba dispuesta a seguir su vocación para ganar dinero.
Las contradicciones de una mujer liberada
En la capital se integró en los círculos literarios de corte conservador. Su primera novela, La niña de Luzmela (1909) se publica en la editorial Patria del Marqués de Comillas, lo cual determinó un poco su sitio, que tampoco difería de sus ideas. Escribe artículos para ABC, Lecturas y periódicos regionales y su nombre toma relevancia.
Su ritmo de trabajo era elevado y publicó prácticamente una novela al año. En 1914 salió La esfinge maragata, que le otorgó el premio Premio Fastenrath de la Real Academia Española. En 1916 El Jayón fue Premio Espinosa y Cortina de la Real Academia Española y en 1920 El metal de los muertos le valió una de sus nueve nominaciones al premio Nobel de Literatura. Nunca llegó a ganarlo -aunque quedó tres veces finalista- y tampoco entró en la Real Academia Española de la Lengua por el hecho de ser mujer.
En los años 20 publicó 18 títulos, viajó a América invitada por la Hispanic Society de Huntington, de la que llegó a ser vicepresidenta, y a las Antillas, destinada como embajadora cultural por Alfonso XIII. No era monárquica y se alegró de la llegada de la II República en el 31. Pudo divorciarse oficialmente de su marido -fue Clara Campoamor quien le tramitó los papeles- y desde su catolicismo recalcitrante aplaudió la separación de Iglesia y Estado (así la Iglesia puede dedicarse a la fe, que es lo que de verdad le atañe, pensó).
Sin embargo, pese a todos sus ideales liberales, en 1936 se afilia a la Sección Femenina de la Falange. Todo lo que quiso para ella, decidió negárselo a las demás, como casi todas las dirigentes de la organización. Trabajadoras fuera del hogar y muchas sin ningún hombre al lado al que tener que complacer, abogaron por la sumisión de la mujer a sus maridos y su dedicación única a las tareas del hogar.
“No traiciones tu magnífico destino de mujer entregándote a funciones varoniles”, como decía su guía, publicada en El pueblo gallego el 17 de enero de 1937. Su hijo Víctor era un camisa vieja que estuvo en el Teatro de la Comedia de Madrid y José Antonio Primo de Rivera fue padrino de uno de sus nietos.
Tras apoyar al bando franquista en la Guerra Civil desde su casa de Luzmela, volvió a Madrid a casa de su hijo Luis, ya con 70 años. Ciega los últimos 15 años de su vida, no dejó de escribir aunque sus últimos libros hasta su muerte, en 1955, fueron historias de amor y propaganda del régimen que no tuvieron mayor relevancia. Tenaz, escribía sobre una plantilla con líneas marcadas, que después pasaba a limpio su secretaria Julia del Río. Nunca quiso dejar de escribir -en 1950 recibió la medalla del Mérito al Trabajo- y su último artículo de prensa se publicó en el ABC el mismo día que la noticia de su muerte.