Entrevista Periodista y escritor

Noel Ceballos: “La 'conspiranoia' es un virus mental e intentar debatir con alguien aquejado por ese virus no es fácil”

Francesc Miró

12 de julio de 2021 22:50 h

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“Una vez que activen la red 5G, clave en esta operación de dominio global, seremos borregos a su merced y necesidades”, escribía el cantante Miguel Bosé en su célebre hilo de tuits escritos en junio de 2020. “Pedro Sánchez 'El Salvador', en nombre del Gobierno de todos los españoles, acaba de hacerse cómplice de éste plan macabro y supremacista, como de costumbre sin el permiso de la ciudadanía. Sólo pretendo informar sobre la situación anunciada hacia la cual, entre otras fechorías, se nos está conduciendo. YO DIGO NO A LA VACUNA, NO AL 5G, NO A LA ALIANZA ESPAÑA/BILL GATES. #YoSoyLaResistencia”, terminaba su comunicado.

Además de dejar claro que era 'solotildista', el cantante aunaba en apenas cinco tuits un buen puñado de teorías de la conspiración cosidas con más o menos gracia para posicionarse públicamente en contra de las vacunas contra la COVID-19 que, hoy, están salvando vidas en todo el mundo. Bosé, como bien desgranó entonces el periodista Eduardo Bravo, se abonaba a la idea de que Bill Gates estaba detrás de un plan solo al alcance de un supervillano de la ficción. La idea era la siguiente: el propietario de Microsoft iba a utilizar las vacunas como vehículo de inoculación masiva de microchips armados con algún tipo de dispositivo de control mental, cuyo potencial veríamos una vez activada la tecnología 5G.

Sí, eran días complicados y calurosos del primer año de pandemia. Días en los que el también cantante Enrique Bunbury llamaba a participar de una campaña contra Bill Gates –por las mismas razones que Bosé–, y en los que la artista Ouka Leele participaba en concentraciones negacionistas al grito de “el amor es la mejor mascarilla”.

¿Cómo y cuándo estas teorías llegaron a ser una cuestión de debate público? ¿Qué mecanismos discursivos llevan a personas adultas a sostener la veracidad de estas teorías? Todo esto y mucho más lo analiza, con rigor y humor, Noel Ceballos en El pensamiento conspiranoico (Arpa, 2021). Un ensayo en el que el periodista y escritor repasa las más modernas teorías de la conspiración, contextualizadas y conectadas con ideas, miedos y paranoias presentes en las sociedades occidentales desde el siglo XVIII.

¿Cómo nace un libro como El pensamiento conspiranoico y por qué publicarlo ahora?

Fue una propuesta de la editorial que empecé a escribir en el año 2019, cuando el asunto de la conspiranoia todavía era algo que estaba en los márgenes del discurso. A mí me fascinaba que desde que había llegado a la presidencia, Donald Trump impulsaba muchas teorías de la conspiración, algo muy raro puesto que normalmente estas teorías viajan de abajo a arriba. Aquí se había dado ese saber revertido que me interesaba analizar, vinculado con una perspectiva histórica que viniese a demostrar que las conspiraciones que tenemos ahora no surgen de la nada, sino que muchas veces son actualizaciones, nuevas versiones de historias que llevan siglos circulando. Cambiaban detalles, pero más o menos las líneas debajo de la canción eran la mismas.

En el libro habla de la utilización de las siglas Nuevo Orden Mundial para explicar la reticencia al cambio que cimenta algunas teorías de la conspiración. Su origen se vincula con Adam Weishaupt, filósofo alemán fundador de la Orden de los Illuminati en 1776. Hoy en día aún se pueden leer columnas de opinión que hablan de Nuevo Orden Moral, siendo en el fondo la misma idea. ¿Cómo es posible que este concepto siga vigente?

Quizás porque es una idea muy poderosa. Es la idea de un enemigo externo a un 'nosotros' construido artificialmente. Un constructo social que aglutina todo aquello que no nos gusta o nos produce miedo. Antes se llamaba Nuevo Orden Mundial y ahora se le llama Globalismo, pero los dos términos designan lo mismo: la idea de que unas pequeñas élites gobiernan el mundo en base a una agenda de intereses, que es un lienzo en blanco sobre la que cada sociedad pinta lo que considera.

Dependiendo de los miedos y ansiedades sociales del conservadurismo de cada época, ese Nuevo Orden Moral o ese Globalismo cambia de nombre para designar aquello que les da miedo, que en el fondo no es más que el progreso inevitable de las sociedades. Para ellos, las sociedades avanzan en una dirección u otra pero no cabe achacarlo a un proceso histórico orgánico, sino al plan malévolo y secreto de unas élites minoritarias. Eso es lo que le da a todo ese barniz conspiranoico.

También habla de la pervivencia del antisemitismo en la base de muchas teorías de la conspiración, aunque hoy no sea tan evidente. Antes se hablaba de una cábala internacional abiertamente y ahora se habla de George Soros. ¿Qué ha pasado para que hoy ese antisemitismo no sea tan fácilmente detectable?

Cuando nació la leyenda negra de los judíos, hacia la segunda mitad del siglo XIX, se convirtió en un bulo muy peligroso que pasó a ser instrumentalizado por ciertos sectores de las sociedades europeas a principios del siglo XX. Aquel era un antisemitismo transparente: los judíos eran el chivo expiatorio por simple xenofobia. La idea respondía a la teoría del enemigo interior: la amenaza a nuestros valores ya no era una nación extranjera, sino que vivía en nuestra sociedad y quería hacerse con el control de nuestros gobiernos.

Todo eso desembocó, como sabemos, en el Holocausto y, a partir de entonces, ese antisemitismo dejó de ir tan a las claras y de ser tan transparente como el de Henry Ford –que publicó periódicos alentando a la persecución de los judíos–. ¿Que por qué Soros? Pues porque responde muy bien a un arquetipo que se llamaba 'el judío internacional': un millonario de origen judío al que se le puede hacer responsable de absolutamente todo aquello que no nos guste. De ahí el bulo de que Soros financia personalmente movimientos como el Black Lives Matter, porque le interesa acabar con unos Estados Unidos caucásicos e instaurar un globalismo multicultural. Hay mucha gente que está convencida de que Soros está detrás de los cambios sociales con los que no está de acuerdo, así que sin saberlo están reproduciendo una serie de ideas antisemitas que vienen de lejos.

El pensamiento conspiranoico tiene mucho de huida hacia delante: cuando se demuestra que una teoría estaba rotundamente equivocada, el conspiranoico es capaz de dar con otra teoría aún más increíble, que al final termina por darle la razón.

Sí, en ese sentido se parecen mucho a las sectas. Por ejemplo: muchas sectas se basan en la idea de que un día el mundo se va a acabar. Pero ellos, que son los elegidos, van a salvarse gracias a Dios, a una raza extraterrestre o a lo que sea. Cuando el día señalado no ocurre nada, cuando la intervención divina o la nave nodriza no llegan, hay dos opciones. Pues bien: hay estudios que dicen que el 90% de los miembros de las sectas optan por redoblar la fe en sus creencias. Solamente un 10% acepta que aquello en lo que ha creído era una farsa, el resto acomoda la nueva realidad a esas estructuras mentales.

Cuando los seguidores de Trump asaltaron el Capitolio y no descubrieron pruebas de que las elecciones habían sido amañadas mucha gente decidió tirar la toalla y convencerse de que no estaban en lo cierto. Pero también hubo muchos que decidieron seguir adelante con su mentira. Es una huida hacia delante, como dices. Así que ahora mismo hay gente convencida de que Donald Trump sigue siendo una especie de presidente en la sombra. De que a Trump ahora le interesa hacer creer al mundo que gobierna Biden, pero que es solo un títere en sus manos, puesto que él sigue haciendo el trabajo para el que fue designado: acabar con esas élites satánicas que no hay ninguna prueba de que existan.

Ante esa huida hacia delante, esa capacidad para ignorar una verdad manifiesta, uno se pregunta: ¿Se puede debatir con alguien conspiranoico? ¿Cómo?

La conspiranoia es un virus mental e intentar debatir con alguien que está aquejado por ese virus no es fácil. Pero creo que hay dos herramientas que pueden ser muy útiles: una es la empatía, no considerar un enemigo a quien te habla de los peligros del 5G, porque eso solamente va a ser contraproducente. En realidad le vas a cargar de razón. Y la otra es hacer preguntas: no contrarrestar lo que te está diciendo con afirmaciones categóricas, porque la conspiranoia siempre tiene respuestas categóricas para todo. Simplemente hacerle preguntas a esa persona hasta llegar a las que sea incapaz de responder. Con un poco de suerte, esa persona podría hacerse preguntas a sí misma. Al final esto va de aceptar dogmas y la única manera de derribarlos es sembrando la duda.

El pensamiento conspiranoico analiza también el fenómeno de la ufología. Repasa los casos de Roswell y el Área 51, incluso habla del fenómeno cultural que fue la serie de televisión Expediente X. ¿Qué significó aquella serie para los espectadores de los noventa?

En muchos casos fue una carta de presentación, una invitación al pensamiento conspiranoico. Y el hecho de que se emitiese los años anteriores al 11-S creo que no debe ser pasado por alto: muchas de las personas que tuvieron contacto con ese mundo de paranoias y secretos gubernamentales a través de una serie de ficción, se abonaron a ellas en la realidad tras el atentado del 11-S.

Creo que cuando el pensamiento conspiranoico es solo ficción, simples hipótesis, no es peligroso. Lo malo es el momento en el que empezamos a aplicar esas hipótesis a la realidad y a manifestarnos en los centros de las ciudades porque somos negacionistas del coronavirus o del cambio climático: eso sí es peligroso. Mientras se circunscribe a la ficción, no hay ningún problema. La serie de Chris Carter es muy interesante para analizar cómo la ficción y la realidad se retroalimentan: al principio Expediente X bebía de conspiraciones reales para inventar la suya propia. Hoy la serie ha alimentado teorías que existen en la realidad.

El conspiranoico se ve a sí mismo como un rebelde contra el sistema

Dice en el libro: “la desconfianza es un virus mental que se propaga muy rápidamente en la guerra por el conocimiento compartido”. Sin embargo, esa desconfianza suele ser selectiva. Por ejemplo, una persona te puede acusar de estar manipulado por los medios tradicionales y al mismo tiempo no reconocer que un blogspot, en el que ha leído que la vacuna contra el Coronavirus mata, también le está manipulando a él. ¿Por qué es selectiva la desconfianza paranoica?

Porque tiene un componente de rebeldía. El conspiranoico se ve a sí mismo como un rebelde contra el sistema. Muchos suelen utilizar la metáfora de Matrix: han tomado la pastilla roja, han despertado a la verdad y a ellos no les vas a engañar con tus trucos o tus medios de comunicación. Ellos se han declarado en rebeldía contra la versión oficial. Tú tomaste la pastilla azul y eres un borrego que hace lo que le dicen la televisión, los periódicos y el Gobierno. En el fondo creo que hay un componente de cuñadismo, de “déjame a mí que yo sí que sé de qué va esto”.

También escribe: “Nunca un porcentaje tan alto de la población había sido expuesto, durante tanto tiempo, a un número tan grande y normalizado de teorías de la conspiración como en la segunda mitad de la década de 2010”. ¿Cree que seremos más conspiranoicos tras la pandemia o, por el contrario, valoraremos mejor los consensos científicos?

La pandemia ha actuado como acelerador para el pensamiento conspiranoico de ciertas ideas que ya estaban ahí latentes. Ideas que ahora se han hecho mucho más accesibles. Ha sucedido algo tan irracional, un evento planetario tan traumático para el que nadie estaba preparado... que mucha gente ha buscado una explicación sencilla, convincente y que además tenga culpables claros.

El concepto de 'mano negra'.

Exacto: la conspiranoia coge problemas complejos, con unas explicaciones que aún no están del todo claras –y que en cualquier caso serían muy aburridas–, y nos da una solución sencilla y satisfactoria. ¿Qué hay más satisfactorio que tener un culpable evidente ya sea China, Bill Gates o los Illuminati? Sería genial poder culparlos a ellos, pero no es la realidad. En una situación como ésta mucha gente ha sufrido pérdidas muy cercanas o ha estado aislada. Y el aislamiento te lleva a la soledad, a caer por madrigueras de conejo mentales de las que luego es muy difícil salir.

Esa sensación de formar parte de una comunidad, sumada al sentimiento de rebeldía contra autoridades difusas: ¿la conspiranoia es la nueva contracultura?

Podría serlo, la verdad. Tal vez en unos años echemos la vista atrás y veamos a estas personas como una tribu urbana. Lo que sí tengo claro es que nunca ha habido un momento tan fértil para ser conspiranoico como este. Lo decíamos al principio: hasta Estados Unidos ha tenido durante cuatro años un presidente abiertamente conspiranoico. La conspiranoia viaja tan rápido por Internet y tiene unos canales de diseminación tan amplios, con los que antes ni podía soñar, como grupos de Telegram o WhatsApp, que se ha cumplido el sueño húmedo de los que antes creaban libelos como Los protocolos de los sabios de Sión.

Siempre que asumes un pensamiento alternativo, un estilo de vida alternativo, se puede decir que entras a formar parte de una determinada contracultura. Si además te declaras en guerra abierta contra la versión oficial y los poderes fácticos pues sí, se puede decir que formas parte de una contracultura.