Once clásicos de la literatura con los que saldar cuentas pendientes en vacaciones
Las vacaciones de verano son una oportunidad de oro para que la lista de 'libros pendientes' mengüe un poco. Es posible que muchos de esos títulos que esperan con paciencia correspondan al grupo de 'clásicos', en ocasiones estigmatizado por el odioso adjetivo de “obligados”, ya que la lectura es un buen ejercicio para el cerebro y el conocimiento, pero también tiene que ser una fuente de disfrute. De hecho, muchas de esas obras clásicas se escribieron con el objetivo de divertir al público.
Puede que los lectores más avezados ya hayan leído muchos de estos libros, pero la temática de esta lista es limitada: los clásicos son los clásicos. Como dice la frase “No están todos los que son, pero sí son todos los que están”. Los que gusten pueden seguir con las recomendaciones en los comentarios, como es habitual.
Jane Eyre (1847)
Jane Eyre
El tremendo pero delicioso culebrón de Charlotte Brönte tiene todo necesario para que una novela enganche: una protagonista aguerrida que sale adelante pese a las miserias, una casa misteriosa que esconde un oscuro secreto, un amor tormentoso y familiares lejanos que dejan herencias.
Considerada una de las primeras obras feministas, Brönte, quien en un principio la publicó bajo su seudónimo Currer Bell, revolucionó con ella la literatura romántica victoriana por las maneras de actuar de la protagonista. Eyre no se doblega ante las vicisitudes de su vida y no acepta casarse solo para tener una vida mejor. Trabaja para mantenerse y busca la libertad de decisión en todo momento.
El árbol de la ciencia (1911)
El árbol de la ciencia
Novela filosófica con tintes autobiográficos. Pío Baroja, escritor enmarcado en la Generación del 98, retrata en la obra la angustia existencial, el hastío y el pesimismo en cuanto al futuro que detectaba en su época. Dividida en dos partes, cuenta la historia de un joven estudiante de medicina llamado Andrés Hurtado, a través del que analiza los comportamientos sociales de la España de principios del siglo XX. La parte más filosófica descansa en los debates que el protagonista mantiene con su tío, el doctor Iturrioz.
Drácula (1897)
Drácula
No fue el primero de los vampiros, pero sí el más famoso (con perdón de la saga Crepúsculo y coetáneas). En teoría Bram Stoker se inspiró en la vida de Vlad el Empalador (su sobrenombre da una ligera idea de su técnica en la batalla), aunque también se señala a la condesa húngara Erzsébet Báthory como posible musa. Lo cierto es que la historia es trepidante y pese a que se publicó por primera vez en el siglo XIX, sigue dando miedo.
La personalidad seductora del vampiro y su capacidad para manipular las mentes continúa sorprendiendo y sus particularidades como el no reflejarse en los espejos o dormir en ataúd con tierra de Transilvania son aún inquietantes. Mención especial para el personaje Renfield, esbirro del Conde y harto repugnante, que hace que todo sea más desagradable si cabe. Ideal para leer por la noche o en una tarde de tormenta con una ristra de ajos a mano.
La odisea (siglo VIII a.c)
La odisea
La mayor aventura jamás contada. O al menos una de las primeras. Se atribuye su autoría a Homero y narra la historia del héroe griego Odiseo (Ulises en latín), que estuvo diez años luchando en la Guerra de Troya y tardó otros diez en llegar de nuevo a su casa. Mientras tanto, su hijo Telémaco y su esposa Penélope le aguardan en su palacio en Ítaca (donde él es el Rey) lidiando contra los ataques e incordios de lo pretendientes de su mujer.
Para librarse de los infortunios y conseguir su objetivo, Odioseo se vale principalmente de su astucia. La historia está narrada en verso, se compone de 24 cantos y es una obra esencial para entender mitos que explican la realidad en la que vivimos.
Frankenstein (1818)
Frankenstein
El monstruo más célebre de la literatura gótica cumple 200 años, lo que puede ser un buen reclamo para conocer a fondo su historia aunque, en realidad, cualquier excusa es buena. Como Drácula, su vida se ha llevado en múltiples ocasiones al teatro, al cine y a la televisión, así que el argumento es de sobra conocido (y quién no tiene en mente el retrato del monstruo de Frankenstein interpretado por Boris Karloff).
Las interpretaciones que se han hecho sobre el libro de Mary Shelley son variadas: hay quien lee las sensaciones de un niño abandonado que pudieron ser las de la escritora, que creció sin madre y con un padre con el que se llevaba mal. También se ve como un dibujo de las injusticias de clase sobrevenidas con la Revolución Industrial o como crítica al mundo científico de la época, al que las mujeres tenían difícil acceso.
Nada (1944)
Nada
La novela que le valió a una joven Carmen Laforet el premio Nadal en 1945, es una de las obras principales de la llamada Generación de los 50 compuesta por los autores que empezaron a despuntar en la posguerra española. Ubicada en Barcelona y narrada en primera persona, está protagonizada por Andrea, una joven que llega a la ciudad para estudiar en la Universidad.
Se aloja en casa de su abuela, en la que también viven su tía Angustias y otros familiares en un entorno tenso como la cuerda de un violín. Esa realidad choca con la que vive en la facultad, en donde conoce a su mejor amiga Ena y donde experimentará las pequeñas dosis de libertad que permitía la época. La crítica señala la obra como una de las principales representantes del existencialismo español.
El Gran Gatsby (1925)
El Gran Gatsby
El pobre F. Scott Fitzgerald murió pensando que había sido un fracaso como escritor. Cómo iba a saber, después de lo poco que vendió mientras aún estaba vivo, que se acabaría convirtiendo en una de las grandes “novelas americanas” y un clásico de la literatura. El relato de la vida excesiva de Jay Gatsby y aquellos que le rodeaban en los locos años 20 refleja a la perfección lo ocurrido durante esa temporada de euforia que se vivió en Estados Unidos y a la que siguió la decadencia, el pesimismo y la depresión que ya no tenía como hilo musical el desenfreno del jazz.
Se trata de una crítica al “sueño americano” y a sus tretas para conseguir el éxito, como el contrabando, el crimen organizado y la ambición sin límites. Fitzgerald se basó en sus propias vivencias para componer su historia, ya que él mismo asistió a las enormes fiestas que se organizaban en las mansiones de Long Island que después contaría en su obra.
Anna Karenina (1878)
Anna Karenina
“Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su manera”, es la frase más famosa de este novelón de más de 1.000 páginas de León Tolstói. Así empieza esta crítica a la aristocracia rusa de finales del siglo XIX, cuyo motor principal es la pasión y el adulterio con el castigo que se les aplica a sus protagonistas en función de si son hombres o mujeres.
Cargada de drama, está dividida en seis partes y empezó a publicarse como un folletín en la revista El mensajero ruso, que nunca llegó a mostrar el final en sus páginas debido a desacuerdos del escritor con el editor. Sus lectores tuvieron que esperar a que se publicase en formato libro. La historia perfecta para olvidarse de las series (al menos entre temporada y temporada)
Madame Bovary (1897)
Madame Bovary
También publicada en un inicio en formato de folletín, los lectores pudieron leerlo en formato libro un año después de su primer capítulo en La Revue de Paris. La crítica la incluye como referente en el género del romanticismo tardío o posromanticismo. La trama cuenta la historia de Emma, casada con Charles Bovary, una joven que se aburre en un matrimonio que dista bastante de la imagen idílica que ella tenía de la vida en pareja.
Lectora ávida de novelas románticas, busca la emociones en relaciones extramatrimoniales con las que también intenta llenar el vacío existencial de una vida falta de metas personales. Existen dos equipos tan enfrentados como los de la tortilla con cebolla o sin cebolla: amas locamente este libro o lo detestas. Puede haber llegado el momento de posicionarse.
Mujercitas (1868)
Mujercitas
El libro que Joey acaba metiendo en el congelador aterrado por el posible desenlace en la serie Friends. La novela de Louise May Alcott, basada en su propia experiencia, narra el paso a la edad adulta de cuatro hermanas durante la Guerra Civil de los Estados Unidos. Aunque ha sido tachada de cursi y ñoña, en realidad la escritora realiza un ejercicio de crítica a la sociedad de la época desde un punto de vista de género. La rebeldía de Jo, la solidaridad de Beth o la percepción de sí misma que tiene Amy son novedosos dentro de una narración de dichas características.
La edad de la inocencia (1920)
La edad de la inocencia
Edith Warthon se hizo con el Premio Pulitzer un año después de publicar este Best Seller, que previamente había visto la luz como folletín en la revista Pictorial Review. La autora disecciona con una fina ironía a la alta sociedad neoyorkina de 1870 a través de sus protagonistas: un correcto y embobado joven llamado Newland Archer que se obsesiona con su prima, la misteriosa condesa Olenska, enigmática, atrevida y lista. De nuevo un ataque a las convenciones del momento. Puede que lo mejor -sin desmerecer la historia- sea el tratamiento que le da la escritora a los personajes, a los que no les tienen en muy alta estima precisamente.