Una mujer china de mediana edad, conocida como la Hermana Ping, dirigió desde una pequeña tienda en del neoyorkino barrio de Chinatown un negocio multimillonario de tráfico de personas en los años noventa. El periodista Patrick Radden Keefe investigó su caso y lo plasmó en 2009 en el libro Cabeza de serpiente, hasta ahora inédito en España y que llega a nuestras librerías de la mano de Reservoir Books. “El debate sobre la inmigración es una historia que se repite una y otra vez, la de la gente desesperada por dejar sus países y arriesgar sus vidas para construir una mejor en otro lugar. Esto sigue muy presente hoy en día”, reconoce el autor de No digas nada (2018) y El imperio del dolor (2021) en un encuentro virtual con varios medios celebrado este martes.
Han pasado más de diez años desde que finalizara su volumen, pero lo plasmado en sus páginas no ha envejecido ni caducado: “Estamos en un 2024 donde en Europa estáis muy familiarizados con la desesperación de personas que cogen barcos desde el norte de África para salir de allí. También hay gente que está dejando de nuevo China. El debate político se mantiene”, comenta desde Nueva York, donde ha regresado tras pasar varios meses en Barcelona, donde ha sido el primer residente del programa internacional puesto en marcha por el Centre de Cultura Contemporánea CCBC en colaboración con la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
“No sé si la inmigración es el gran reto internacional, depende de cómo enmarques el problema. Para mí el cambio climático está al principio de la lista aunque no nos parecerá tan inminente”, plantea, “los legisladores son un poco miopes. Si no pueden sacar una foto del problema, no es tan urgente”. De ahí a que apunte que, en su caso, le preocupe el “mundo que van a heredar” sus hijos, las generaciones venideras. En cuanto al conflicto que aborda en Cabeza de serpiente, considera que existe “mucha retórica antinmigración, que se basa en la idea de que existe una buena y una mala inmigración, aquella que procede del sur global; y es una tontería”.
“La mayoría de las veces, si rascas un poco cuando alguien intolerante hablar de inmigración, seguramente esa persona crea en la pureza racial. Cuando ves a Trump y a quienes le rodean diciendo: 'Estamos perdiendo nuestro país', siempre hay una connotación racial en sus palabras”, valora. “Si lo piensas en términos puramente económicos, en Estados Unidos necesitamos inmigrantes. Hay muchos puestos de trabajo que aquí no se quieren hacer, como ir a recoger fresas a California o estar en los mataderos, por ejemplo”, añade. Y acto seguido lo compara con las drogas: “En cualquier economía ilícita, las mercancías se van a mover si hay oferta y demanda, independientemente de lo que hagan los gobiernos. En EE.UU. se habla de las drogas como si la gente de México y Colombia nos las estuvieran mandando, y no que nosotros las estemos pidiendo, como si no hubiera más remedio que comprárselas”.
El norteamericano escribió en 2019 No digas nada, una crónica sobre el conflicto norirlandés. En él ahondó en la profesionalización de las milicias republicanas, la guerra a veces sucia del estado británico, la escalada de la violencia por parte del IRA y la evolución ideológica de algunos de sus protagonistas. “Me interesan las situaciones en las que el pasado no ha sido digerido”, reconoce sobre cómo, del mismo modo que le interesó el de Belfast en su momento, le ha ocurrido lo mismo tras su estancia en la ciudad condal. “Tienes un lugar que vive en el presente pero la sombra del pasado está en todas partes. En mi etapa en Catalunya noté que este era uno de esos lugares. Lo vi materializarse en todo tipo de contactos, en la política, la lengua, la literatura, los deportes, la música, en todos estos ámbitos a veces vemos que hay una historia connotada, hay una identidad que se expresa”, expresa.
Para qué vale, si es que vale, el periodismo
Patrick Radden Keefe, que colabora con The New Yorker desde 2006, describe que la actualidad es “una época mucho más polarizada” que cuando escribió Cabeza de serpiente en 2009. “Lo veo nostálgico, casi te diría. Aceptaría con los ojos cerrados volver al gobierno de George Bush. Nos hemos polarizado más”, opina. El estadounidense considera que es algo que se puede aplicar igualmente al ejercicio del periodismo.
“Hay una caricatura de la gente progresista y liberal, pero si te fijas en el imperio Murdoch y en la prensa de derechas, también está muy polarizada. En la historia, esas líneas polarizadas se mezclan y difuminan. La gente de la izquierda debería ser más receptiva a los refugiados, la inmigración, los solicitantes de asilo, mientras que desde la derecha tendría que haber más xenofobia, cerrar fronteras y querer expulsar a esta gente porque la economía no puede sostenerles”, argumenta.
Independientemente del contexto, Radden Keefe sigue confiando en el poder del periodismo. “Aunque no tengas una responsabilidad legal o moral, hay gente, con poder, que está cometiendo cosas atroces. La verdad es importante, transmitirla al papel y que se pueda leer. Ahí quedará para siempre y a lo mejor, dentro de unos años, alguien lo leerá y sabrá que lo hiciste”, defiende.
Respecto a la forma de hacerlo, el periodista señala que los seres humanos estamos “predestinados” a “absorber la información más fácilmente si se cuenta en forma de historia”. De ahí a que sea el formato en el que deja plasmadas sus investigaciones. “Hay un motivo por el que en todas las tradiciones culturales parecen mitos, fábulas, tradiciones religiosas, instrucciones morales que se nos transmiten a través de historias”, recuerda. “Creo en la fuerza que tienen los relatos. Hay periodistas muy buenos en recabar datos y después vomitarlos. No es lo que yo hago. Uno tiene que buscar la forma de seducir al lector para que le interese la historia que le estás contando”, afirma.
Relato, empatía, oportunidad
Tanto en No digas nada como en Cabeza de serpiente necesitó introducirse en entornos que no son los 'suyos'. “Hay gente, sobre todo ahora, que considera que esto es casi como una violación, que estás superando el límite al hablar de una cultura que no es la tuya”, lamenta. Su posición es que, como escritores: “Tenemos que ser empáticos. Deberíamos poder escribir sobre quien sea. Eso sí, existe un precio de admisión. Si vas a entrar en la cultura de alguien tienes que ser respetuoso, tienes que hacerlo bien para que cuando alguien de esa cultura lea ese libro tenga la sensación de que le has entendido y no que eres un turista que se ha llevado una visión superficial”, sostiene.
En el caso de la historia sobre el tráfico ilegal de personas llevado a cabo en los noventa en Chinatown, relata en el propio libro que lo escribió en base a más de trescientas entrevistas realizadas entre 2005 y 2008 a agentes del FBI, policías, investigadores de inmigración, abogados, funcionarios de la Casa Blanca, vecinos e individuos que trabajaron en el negocio de las cabezas de serpientes. Para ello contó con la ayuda inestimable de William, un hombre que ejerció de intérprete de los diferentes dialectos desconocidos para él, y con el que a día de hoy mantiene una estrecha relación de amistad.
“La Herman Ping aceptó hablar conmigo pero desde la cárcel no me dejaron entrar”, cuenta con tristeza y enfado, “me molestó muchísimo porque lo difícil era que ella aceptara”. Lo que sí que pudo fue intercambiar cartas a través de la intérprete con la que ella contó para su proceso judicial. “Acabó dando un resultado casi mejor que si hubiera ido yo a la cárcel, ya que entre nosotros habría una distancia que con ella no, porque era alguien en quien confiaba”, agradece. Desde entonces, Radden Keefe explica que no ha seguido indagando sobre la situación, ni tampoco pudo llegar a establecer un contacto más directo con su 'protagonista', dado que murió a causa de un cáncer de páncreas dentro de la prisión, donde falleció cumpliendo su condena a cadena perpetua.