“En los 70 pensaban que las feministas íbamos a tomar las armas… ¡Ahora realmente podrían hacerlo!”
“¿Fiestas? ¿Qué fiestas?”. Vivian Gornick no tiene idea de lo que le estoy diciendo. “¿Quieres decir, festivales literarios o algo así?”. En realidad me estaba refiriendo –como si ella tuviera que tenerlo siempre en mente– a una cosa que dijo en una entrevista y que podría funcionar como un breve balance de su vida hasta ahora, y es que le hubiera gustado estar más en el mundo y ser invitada a mejores fiestas. En mi idea previa de esta entrevista, en mi conversación soñada, Vivian Gornick (83 años) y yo estamos caminado por Madrid Río o la Gran Vía, hablando de nuestras madres, o de nuestros amantes o nuestros amigos gays y no hay editores, ni nadie del Festival Primera Persona en el que participa, ni Jaime, que me ayuda con la traducción, ni estos míseros veinte minutos. Entonces, cuando le suelto esa pregunta ella se ríe y me contesta que sí, que deberían invitarla a más y mejores fiestas y que a todas debería ir conmigo.
Así es como nuestros ídolos crean en nosotros la fantasía de la cercanía, más aún tratándose de Gornick, maestra del ensayo personal, alguien capaz de convertir aquella familiaridad en técnica, esa empatía en arte. En la realidad mi encuentro con la autora de Apegos Feroces, libro del año 2017 según el Gremio de libreros de Madrid, ocurre en un lugar llamado Aula 4F, bajo los fluorescentes, y ella está muy cansada —viene dando entrevistas desde las 8 de la mañana, así que soy la última— y ya no queda ni agua en la jarra para la cronista del yo. Aunque siempre hay tiempo para ser amable sin ser condescendiente.
La autora, que acaba de publicar en España sus memorias (La mujer singular y la ciudad) –su editorial, Sexto Piso, que ha tenido la sabiduría de recuperarla ahora, en plena nueva ola feminista, las ofrece como la continuación natural de Apegos… y lo son, un auténtico paseo por los singulares vericuentos de Gornick– parece esforzarse lo justo para no hacerme sentir la increíble mujer diminuta. No deja de mirarme a los ojos, me pregunta si he entendido lo que ha querido decir, quiere asegurarse de que está hablando conmigo, de que nada de mí, ni mi feminismo, ni mi devoción, ni mis larguísimas preguntas (“¿Eso es una pregunta?”), ni mi apetito de intimidad, van a quedarse sin respuesta.
¿Crees que el hecho de que el reconocimiento hacia tu trabajo haya ido creciendo en los últimos años se debe al auge de los ensayos personales y de la literatura del yo? ¿O es más bien culpa del feminismo?
Probablemente por las dos cosas, ya que encajo en ambas categorías. El feminismo se ha convertido en algo muy importante a nivel global en los últimos años, y también es cierto que las memorias y la narrativa personal están de moda… Algo de lo que para ser sincera no me había percatado. ¡Estoy más sorprendida que tu! Quiero decir, que Apegos feroces haya sido publicado 30 años después de escribirlo… es increíble. ¡Y es increíble que esté viva para verlo! En un año y medio el libro se ha publicado en ocho países de Europa: Inglaterra, Holanda, Noruega, España… Increíble. Debe ser que cada vez hay más editoras jóvenes en la industria, ¿no crees? Muchas más que en cualquier otro momento. De otra manera no lo entiendo. ¿Por qué tanto interés, al mismo tiempo, en gente de tantos países distintos? También creo que es una medida de qué tan atrasadas habéis estado vosotras en temas de feminismo, es como si lo estuvierais descubriendo, llegáis 30 años tarde la verdad… [Risas]. Es broma.
¿Te sientes en contacto con ese libro después de 30 años?
Sí, el año pasado lo releí por primera vez desde que lo escribí y creo que es realmente bueno. Fue una sorpresa descubrir que tenía tanto que decir en esa época. [Risas]
Aquí algún medio te ha llamado “La feminista feroz”, y más allá del juego de palabras con tu libro, creo que es por el feminismo radical que profesaste en los 70. ¿Sigue siendo ese tipo de feminista, eso que ahora los que quieren desprestigiarnos llaman “feminazis”? ¿O es que llega un momento en que una se empieza a calmar? ¿Deberíamos?
Feminazi… esa es una palabra del enemigo. O de aquellos que no sienten empatía con nuestra causa. Pero ya nos llamaban así hace 40 años, y nos lo siguen diciendo ahora. Sí, sigo viéndome a mí misma como una feminista radical. Y lo seré siempre. [Poniendo cara de amenaza] Siempre. [Risas]. ¿Más calmadas? ¡No! ¿Por qué deberíamos sentirnos más tranquilas? Todo lo contrario. Siempre lo digo, los 70 no fueron suficientes, no pasó todo lo que tenía que pasar, no hubo suficientes cambios, y por eso ahora hay mujeres mucho más cabreadas de lo que lo estuvimos nosotras. Así que no, mujeres, no podemos “relajarnos”, hay que cabrearse más. Hasta que las cosas cambien, solo hay lugar para el cabreo. Cuando mi generación abrazó el feminismo todo el mundo pensó que íbamos a tomar las armas, a ponernos las botas de combate y a salir por ahí a matar gente… ¡ahora realmente podrían hacerlo! Mira, todo esto está tomando demasiado tiempo… Como dijo James Baldwin, el gran escritor negro, una persona oprimida no se levanta como un santo sino como un asesino…
Has dicho que el feminismo te ayudó a profundizar en tu propia experiencia. ¿Quizá de ello podríamos concluir que el feminismo también te enseñó a escribir?
Sí, claro, ¿por qué no? Creo que el feminismo me ayudó a entender mi propia vida más que cualquier otra cosa, y mientras más la entendía más segura me sentía como escritora. Para mí el feminismo es una forma de aprendizaje. [Gornick hace una pausa para preguntarle al fotógrafo cuánto tiempo más va a seguir haciendo “eso” (tomarle fotos) y para decirle que le odia. “Siento mucho odiarte —dice— pero te odio... es broma”].
El testimonio personal –algo que llevas haciendo hace muchos años– se ha vuelto una herramienta para que muchas mujeres se cuenten a sí mismas y narren sus experiencias de violencia. Desde el #MeToo americano al #Cuéntalo, que explotó hace poco aquí en España. ¿No te parece que ese relato íntimo de nosotras mismas ahora forma parte de un relato más amplio, de una enorme significancia? ¿Cómo ves este proceso?
Desde la Segunda Guerra Mundial, desde el Holocausto, el s. XX ha sido el siglo del testimonio personal. Empezó con testimonios de la guerra y eso continuó mientras la democracia se expandía, esa convicción de que todo el mundo tenía el derecho a una vida consciente de sí misma, a creer que su propia historia era tan importante como cualquier otra. Y eso ha sido así por los últimos 50 o 60 años en occidente. Las mujeres no lo inventamos. Solo nos incorporamos al espíritu de un tiempo en el que cada vez somos más devotos a contar historias personales. Es de ahí que proceden los escritores —yo soy una de ellos—, que somos capaces de convertir esas historias en literatura. Entre los negros americanos, por ejemplo, miles de personas han contando sus historias desde los días de la esclavitud. Pero sólo autores como James Baldwin legitiman esas historias. Es la conjunción de dos cosas, por un lado estamos en una era de testimonios, confesiones, memoria, y luego hay gente que, espero no parecer petulante, como yo, sabemos cómo convertir todo ese material en bruto y llevarlo a la literatura. Pero el origen de todo es social y político, y esa es una fuerza imparable.
Hace unos años ocurrió lo mismo que está ocurriendo contigo en España con otra gran ensayista norteamericana, Joan Didion…
¿De verdad? ¿Solo hace algunos años? [Risas]
Sí, pero aprendimos a amar sus libros rápidamente, como a los suyos. ¿La conoce? ¿Son amigas?
¿Con Joan Didion? ¡No! Es completamente distinta a mí. No, no. Ella es enemiga del feminismo.
¡Lo sabía! Además parece un poco pija…
¡Exacto! Yo soy clase obrera y ella es un poco pija. Yo soy una proletaria. [Risas]
Bueno, pero ¿y la sororidad entre dos escritoras como vosotras…?
No, que va, no hay sororidad. En absoluto. [Risas] Creo que ella es una gran ensayista y no solo he leído sus libros sino que los uso como ejemplo en mis clases. Enseño sus libros. No me gustan sus novelas, pero es una gran ensayista del yo. Puedes decir eso.
¿La mujer singular y la ciudad es un libro acerca de la multitud o acerca de la soledad?¿La mujer singular y la ciudad
Ambas cosas. Siempre me he considerado una flâneur, y ser flâneur es estar solo y mezclarte con la multitud para recordarte que formas parte de la raza humana…
¿Crees que podrías tener con otra ciudad el tipo de relación que tienes con Nueva York o tu ciudad sigue siendo, como se deduce de tu libro, esa pareja que jamás pudiste o quisiste encontrar?
Jamás. Soy nacida y criada en Nueva York. Una newyorker hasta la médula. Así que es exactamente como acabas de decir. ¿Sabes que hoy en día la mitad de las casas que se venden en Nueva York se venden a personas solteras? ¿Puedes creerlo? La mitad de nosotros vivimos solos. Por eso se entiende que la ciudad sea todo para nosotros.
Hay muchísimas frases increíbles en La ciudad y la mujer singular que recoges al vuelo de las calles por las que pasas. Me gustó mucho una en particular: Un hombre le dice a otro: “–¿Qué te daba que la echas tanto de menos. –No es lo que me daba –responde el otro– es lo que no me quitaba”. A sus 83 años, Vivian, ¿has encontrado a esa persona que no te quita?La ciudad y la mujer singular
No, aún no la he encontrado. [Risas].