De las pintoras del Barroco a la artista ignorada en la novela de Siri Hustvedt: la literatura revisa el canon del arte
Nunca ha sido fácil nacer con vocación de artista. Sobre todo, para una mujer: “Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño se encuentra una polla y un par de pelotas”. Son palabras de Siri Hustvedt en El mundo deslumbrante, una novela de 2014 publicada primero en Anagrama que Seix Barral acaba de recuperar, con traducción de Cecilia Ceriani. En esta novela reflexiona sobre el papel de las mujeres en el mundo del arte, pero también sobre los estereotipos asociados a la feminidad, que tanto perjuicio han causado a la hora de valorar las obras de las mujeres. También indaga en la dificultad para realizarse en el ámbito afectivo sin renunciar a la carrera profesional, sin sentir que una se traiciona a sí misma al darse en una relación amorosa. Incisiva y sugerente, con la sofisticación literaria e intelectual que la caracteriza.
Tal vez ahora, tras la última ola feminista que suscitó el #MeToo, la sociedad esté más preparada para leerla, al igual que para recuperar la obra de las mujeres artistas en los museos. Hustvedt, no obstante, no ha sido la única escritora en poner sobre la mesa la cuestión de las mujeres en el arte: de Tracy Chevalier y su long-seller La joven de la perla (1999) a una reciente biografía novelada de la madre de Leonardo da Vinci, pasando por el hallazgo de dos referentes del Barroco, son muchos los autores que han recuperado esas voces que quedaron sepultadas. Pioneras que brillaron con fuerza pese a sufrir, como la protagonista de Hustvedt, la negación de sus contemporáneos. Si los historiadores se encargan de restituir su arte, los narradores ofrecen una reconstrucción de sus vidas y de los obstáculos que afrontaron. Este es un recorrido por algunos de los títulos más destacados.
Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini no fueron los únicos que engalanaron la Roma del siglo XVII: la pintora Artemisia Gentileschi (Roma, 1593-Nápoles, ca. 1654) y la arquitecta Plautilla Bricci (Roma, 1616-1705) también estuvieron allí. La primera rompió con la familia: su padre, que le había buscado un maestro, se posicionó a favor de este después de que la violara. Ella se sobrepuso al golpe y se consagró al arte. Artemisia (Periférica, 2020), de Anna Banti (1895-1985), publicada en 1947, evoca con lirismo e introspección los sentimientos de la artista, con quien la autora establece un diálogo. Banti, crítica de arte, reescribió el manuscrito cuando este fue destruido por los bombardeos nazis. Como su protagonista, tomó la adversidad como una oportunidad y reinventó el libro para crear un magnético juego de identidades.
Más reciente es La arquitectriz (Anagrama, 2022), de Melania G. Mazzucco, que ya había dado voz a otras mujeres, de Annemarie Schwarzenbach (Ella, tan amada, Anagrama, 2006) a la refugiada de Estoy contigo (Anagrama, 2019). Esta vez se pone en la piel de la que está considerada la primera arquitecta moderna: Plautilla Bricci, que relata en primera persona su vida y la de su ciudad, Roma, donde la máxima expresión artística convive con las astucias del poder, la violencia y las desigualdades. Artistas, sacerdotes y hombres de negocios desfilan por sus páginas; ante la dificultad de recrear una trayectoria de la que apenas hay datos, Mazzucco se sirve de quienes la conocieron para, a través de ellos, imaginar cómo vivió esta polifacética mujer que también cultivó la escultura y la pintura. De padre y hermano artistas, ella los superó en aptitud y firmó obras como la Villa Benedetti, pero en los documentos consignaron a su hermano como autor. Fue borrada de la historia y no se la redescubrió hasta siglos más tarde.
Amor y trabajo, combinación de riesgo
Compartir el viaje personal con otro artista podía suponer tanto un estímulo, cuando remaban en sintonía, como una condena, cuando la sospecha se cernía sobre ella. Camille Claudel (1864-1943) conoció las dos caras con su maestro y amante Auguste Rodin (1840-1917): El vestido azul (Periférica, 2018) es un monólogo en el que la escultora, desde el sanatorio en el que estuvo recluida durante 30 años, hasta su muerte, rememora e implora clemencia. Michèle Desbordes opta por un fluir de la conciencia poético y caótico para desvelar una psique marcada por la genialidad, la pasión y el trastorno.
El matrimonio de Paula Modersohn-Becker (1876-1907), fallecida a los 31 años tras dar a luz, tampoco evitó que su obra fuera bastante ignorada hasta después de su muerte. Con su marido, el pintor Otto Modersohn, frecuentaban el círculo de artistas alemán en el que también se hallaba Rainer Maria Rilke, de quien Marie Darrieussecq toma un verso para titular Estar aquí es espléndido (Errata Naturae, 2021), un texto tan intimista y luminoso como las creaciones de su protagonista, la primera occidental en pintarse desnuda y embarazada. Su producción destaca por la atención al cuerpo humano en escenas privadas. Como Camille Claudel, estudió en París, el único lugar en el que una mujer podía acceder a una escuela de arte con modelos desnudos.
En cambio, a Lili Elbe (1882-1931), una de las primeras personas de quien consta una operación de reasignación de género, su unión con la pintora Gerda Wegener (c.1885-1940) no solo no la destruyó, sino que fue clave para alcanzar su plenitud. Al menos, según David Ebershoff en La chica danesa (Anagrama, 2001), adaptada al cine con gran éxito, que muestra cómo el desarrollo de la identidad resultó fundamental para crecer como artista. Ambas se retroalimentaron; una declaración de que el verdadero amor siempre suma.
Las contemporáneas, poliédricas y con retos pendientes
En los ochenta, las Guerrilla Girls denunciaron la falta de mujeres en los museos. Pese a los avances que propulsaron el feminismo y la contracultura, incluso en Londres o Nueva York imperaban los prejuicios de clase, género y etnia. Alison (Errata Naturae, 2023), una novela gráfica de Lizzy Stewart, relata el periplo de una joven que se abre camino en aquel Londres. Mantuvo una relación con un artista que la ayuda en sus inicios, pero su realización llega al enfrentarse sola al mundo. La amistad es crucial: una amiga negra, también artista, se convierte en cómplice e inspiración (es habitual que estas novelas incluyan a otros colectivos minorizados: todos asumen el riesgo de transgredir las normas para reclamar su sitio).
Si los artistas posmodernos rompieron los esquemas clásicos, los escritores se sirven de la experimentación para hacer lo propio. Volviendo a Siri Hustvedt, en El mundo deslumbrante perfila a una neoyorquina que, para rebelarse, encarga a tres hombres que se hagan pasar por los autores de su obra. Encarnan tres arquetipos: el joven y bello, pero ignorante; el instruido con ínfulas; y el homosexual discriminado a su vez, el único que empatiza con ella. La novela está concebida como una sucesión de fuentes que descubren la vida de la artista imitando las búsquedas de los investigadores. Un ejercicio intelectual y una caricatura amarga de la realidad de las creadoras, tan inteligentes como infravaloradas. Hustvedt sabe de lo que habla.
Aún más singular es la propuesta de Ali Smith en How To Be Both (2015). Dividida en dos partes, nos encontramos con una adolescente de hoy que trata de superar la pérdida de su madre refugiándose en la obra de Francesco del Cossa, pintor de la Escuela de Ferrara. Él es el centro de la otra historia, que se puede leer por separado. La madre de la joven se dedicaba al arte activista digital –mensajes subversivos que se vuelven virales–, de tal modo que los nuevos formatos se contraponen estética y sociológicamente al arte clásico de la trama paralela. Plantea un experimento sutil y lleno de capas que, imitando la naturaleza hipertextual de la mente, juega con la duplicidad y la ambigüedad. Un texto exigente que, como el arte contemporáneo, pide al lector que participe para completarlo.
El entorno del artista
Tan importante es rescatar a las olvidadas como deconstruir el discurso dominante en torno al hombre artista. La obra es inseparable del contexto, y la literatura recrea las condiciones laborales y personales. Tracy Chevalier plasma el ambiente doméstico de Johannes Vermeer en La joven de la perla (Duomo, 2021), popularizada gracias al filme homónimo. Al centrarse en una criada, no solo muestra las relaciones de poder en el hogar, sino que desmitifica el ideal de 'musa' al retratarla como una chica humilde e indefensa. Las modelos, tan poetizadas y sexualizadas por la mirada masculina heterosexual, también requieren una resignificación.
¿Y la familia? El historiador Carlo Vecce, experto en Leonardo da Vinci, narra en Caterina (Alfaguara, 2024) la vida de su madre, una campesina del Cáucaso que fue capturada y vendida en Italia. Fruto de la relación extramatrimonial con un notario florentino, nació un niño que nunca pudo llamarla madre, pero al que transmitió sus nociones sobre la naturaleza y el cuerpo. Vecce detecta guiños a ella a lo largo de su carrera; no obstante, el mayor interés de la novela está en mostrar los claroscuros del periodo, y, sobre todo, en revelar a la madre de un icono del Renacimiento como una esclava sexual, como lo son hoy las víctimas del tráfico humano.
Más allá de las figuras individuales, todas estas novelas son a su vez una inmersión en una época y en el microcosmos singular que el mundo del arte integra en ellas. De la Italia renacentista hasta nuestros días, permiten ser testigos de las costumbres y los conflictos subyacentes en cada una, además de aspectos como la génesis de la obra, la recepción que tuvo en su día y la relación del artista con sus patronos, mecenas o galeristas. Hay mucho por explorar, y la literatura puede ser un buen aperitivo.
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