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Poemas para recordar la lucha de Marcos Ana

El poeta y preso del franquismo Marcos Ana.

elDiarioes Cultura

Marcos Ana se aficionó a las letras entre rejas. A fuerza de soledad. Superviviente del franquismo, fue el preso político que más tiempo pasó encarcelado por el régimen. 23 años en los que le dio tiempo a leer los libros permitidos en prisión, a conseguir algunos de poetas prohibidos por Franco y a escribir sus propios versos cargados de mensaje.

Autor de varios poemarios y de su autobiografía Decidme cómo es un árbol (2007), Marcos Ana fue propuesto para el premio Príncipe de Asturias por el escritor y premio Nobel José Saramago. Fue galardonado con la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo en 2009 y la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes (2011).

Estos son algunos de sus poemas, recopilados en la Biblioteca Virtual de las Juventudes Comunistas, que reflejan sus años de cautiverio y los ideales por los que siguió luchando ya en libertad.

Decidme cómo es un árbol

Decidme cómo es un árbol,

contadme el canto de un río

cuando se cubre de pájaros,

habladme del mar,

habladme del olor ancho del campo

de las estrellas, del aire.

Recitadme un horizonte sin cerradura

y sin llave como la choza de un pobre,

decidme cómo es el beso de una mujer,

dadme el nombre del amor

no lo recuerdo.

¿Aún las noches se perfuman de enamorados

tiemblos de pasión bajo la luna

o solo queda esta fosa,

la luz de una cerradura

y la canción de mi rosa?

22 años, ya olvidé

la dimensión de las cosas,

su olor, su aroma,

escribo a tientas el mar,

el campo, el bosque, digo bosque

y he perdido la geometría del árbol.

Hablo por hablar asuntos

que los años me olvidaron.

No puedo seguir:

escucho los pasos del funcionario.

Mi corazón es patio

La tierra no es redonda:

es un patio cuadrado

donde los hombres giran

bajo un cielo de estaño.

Soñé que el mundo era

un redondo espectáculo

envuelto por el cielo,

con ciudades y campos

en paz, con trigo y besos,

con ríos, montes y anchos

mares donde navegan

corazones y barcos.

Pero el mundo es un patio

(Un patio donde giran

los hombres sin espacio)

A veces, cuando subo

a mi ventana, palpo

con mis ojos la vida

de luz que voy soñando.

y entonces, digo: “El mundo

es algo más que el patio

y estas losas terribles

donde me voy gastando“.

Y oigo colinas libres,

voces entre los álamos,

la charla azul del río

que ciñe mi cadalso.

“Es la vida”, me dicen

los aromas, el canto

rojo de los jilgueros,

la música en el vaso

blanco y azul del día,

la risa de un muchacho…

Pero soñar es despierto

(mi reja es el costado

de un sueño

que da al campo)

Amanezco, y ya todo

-fuera del sueño- es patio:

un patio donde giran

los hombres sin espacio.

¡Hace ya tantos siglos

que nací emparedado,

que me olvidé del mundo,

de cómo canta el árbol,

de la pasión que enciende

el amor en los labios,

de si hay puertas sin llaves

y otras manos sin clavos!

Yo ya creo que todo

-fuera del sueño- es patio.

(Un patio bajo un cielo

de fosa, desgarrado,

que acuchillan y acotan

muros y pararrayos).

Ya ni el sueño me lleva

hacia mis libres años.

Ya todo, todo, todo,

-hasta en el sueño- es patio.

Un patio donde gira

mi corazón, clavado;

mi corazón, desnudo;

mi corazón, clamando;

mi corazón, que tiene

la forma gris de un patio.

(Un patio donde giran

los hombres sin descanso)

Mi vida

Mi vida,

os la puedo contar en dos palabras:

Un patio.

Y un trocito de cielo

por donde a veces pasan

una nube perdida

y algún pájaro huyendo de sus alas.

Yo denuncio

Yo no pido clemencia. Yo no pido

con un hilo de voz descolorida

perdón para la vida que me deben.

Odio la voz delgada que se postra

y el corazón que llora de rodillas

y esas frentes vertidas en el polvo,

hecha añicos la luz del pensamiento.

Yo no pido clemencia. Yo no junto

las manos temblorosas en un ruego.

Arden voces de orgullo en mi palabra

cuando exigen -sin llanto- que las puertas

de la venganza oscura se derriben

y a los hombres descuelguen de sus cruces.

Yo no pido clemencia. Yo denuncio

al dictador cadáver que gobierna

la vida de los hombres con un hacha

y ahora quiere dejar para escarmiento

mi cabeza cortada en una pica.

Yo no pido clemencia.

Doy banderas.

Paso de mano el golpeado

corazón de mi pueblo prisionero.

Carta urgente a la juventud del mundo

Si la juventud quisiera

mi pena se acabaría,

y mis cadenas.

(Decid ¡basta!

Haced la prueba.)

Vuestros brazos son un bosque

que llena toda la tierra;

si enarboláis vuestras manos

el cielo cubrís con ellas.

¿Qué tiranos, qué cerrojos,

qué murallones, qué puertas

no vencieran vuestras voces

en un alud de protesta?

(Todos los tiranos tienen

sus pedestales de arena,

de sangre rota, y de barro

babilónico sus piernas.)

Pronunciad una palabra,

decid una sola letra,

moved tan solo los labios

a la vez y la marea

juvenil atronaría

como un mar cuando se encrespa.

Pero, ¿quién soy yo, qué barco

de dolor, qué espuma vieja,

qué aire sin luz en el viento

acerco a vuestras riberas?

Como campanario de oro

vuestros corazones sueñan.

La juventud es la hora

del amor, su primavera.

¿Por qué mover vuestras ramas

alegres con mi tristeza?

¿No es mejor que yo me coma

mi pan solo en las tinieblas;

que mis pies cuenten las losas

veinte años más, mientras sueñan

mis alas entre las nubes

de un cielo roto en mis rejas?

Pero la vida -mi vida-

me está clamando en las venas;

abrasa loca las palmas

de mis manos; lanzaderas

clava y desclava en mi frente

y el pensamiento me quema.

Ved nuestros tonos. Ya somos

como terribles cortezas;

claustrales rostros, salobres

ojos que buscan a tientas

-sedientos de luz y sol-

una grieta entre las piedras.

No sabéis lo que es vivir

muriéndose a vida llena;

grises, sobre grises patios,

sin más luz que una bandera

de amor...

Ni lo sepáis nunca...

Más si queréis que esta lepra

jamás os alcance el pecho,

no dejéis “mi muerte” quieta.

No dejadme, no dejadnos

con nuestras sienes abiertas

y en un cerrojo sangrante

crucificada la lengua.

Levad vuestros pechos. ¡Pronto!

( Es bueno que esta gangrena

os revuelva las entrañas.)

¡Echad abajo mi celda!

Abrid mi ataúd; que el mundo

en pie de asombro nos vea

indomables, pero heridos,

sepultos bajo la tierra.

¡Que no queden en silencio

mis cadenas!

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