Roger Wolfe: “Me hubiera gustado vivir la Movida madrileña, pero si lo hubiera hecho no estaría hoy aquí”
En el panorama poético español de los años 90, Roger Wolfe (Westreham, Kent, 1962) fue una figura singular. Su expresión dura, bañada de cierto malditismo, lo encasilló inicialmente en el llamado “realismo sucio”, aunque con el tiempo se demostró capaz de dar forma a una obra de mayor alcance. Poeta, ensayista, narrador, este autor de origen inglés ha seguido fiel a sí mismo hasta hoy. Tras publicar su lírica completa hasta 1993 en el volumen Toda esta poesía (Renacimiento), Wolfe, alrededor de un vaso de café en una terraza sevillana, recuerda cómo fue este recorrido.
Usted llega a Alicante con cinco años. ¿Tenía la sensación de cambiar de mundo, o Inglaterra y España no eran tan diferentes?
No me acuerdo bien. Vinimos con la familia, era 1967… Mi casa era un microcosmos, claro. Mis padres no tenían mucha relación con gente local, cuando llegaron no conocían a nadie. Fue una decisión un poco caprichosa la de establecerse aquí. Yo fui a un colegio español, once años en los jesuitas, en el colegio Inmaculada, donde creo que estuvo Gabriel Miró.
Los jesuitas imprimen carácter, ¿verdad?
Sí, en aquella época eran todos progres, estaban en la Teología de la Liberación. Eran sacerdotes, sí, pero el ambiente era de plena libertad.
¿Y en su casa, qué cultura se consumía?
Mis padres eran lectores no de literatura seria, pero sí eran grandes lectores de novela, memorias, biografías… Mi padre era un gran aficionado a la llamada Alta Fidelidad, y tenía un equipazo que se fue comprando poco a poco. Trajo un reproductor de cintas de cassete de Estados Unidos, se hizo con unos altavoces Goodmans, que no sé si seguirá existiendo esa marca… Y tenía un giradiscos Lenco, suizo, que sí los usan todavía los dj’s. Y cuando ponía el equipo temblaba la casa, era como una discoteca. No sé si conoces a Isaac Hayes, el músico negro de los 70, que hizo la banda sonora de una película sobre un detective negro titulada Shaft. “Shaft, who is the man…”.
Y con 18 regresa a estudiar a Inglaterra. La elección de la literatura, ¿la tenía clara, o fue algo más bien casual?
Pues, a partir de los 16 o los 17 me empezó a interesar mucho la literatura, empecé a escribir, y eso orientó mis estudios. También trabajé en hostelería, de pinche y de segundo de cocina, e incluso llegué a pensar en estudiar para cocinero...
¿Recuerda usted quiénes eran sus modelos cuando empezaba?
He sido muy ecléctico y muy desordenado en mis lecturas, como todos, supongo. A los 15 años ya empecé con droga dura: Kafka, Sartre. Luego Rimbaud, los simbolistas franceses, Eliot, La tierra baldía… Y en español, Rubén Darío, Antonio Machado… Todavía no había descubierto a Manuel Machado, que luego me ha gustado muchísimo. Y luego, de poesía contemporánea, el primer poemario que me impactó fue de Blas de Otero, Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia.
Luego, cuando empezó a sonar su nombre, se le puso la etiqueta del “Bukowski español”. ¿Le halagaba o le molestaba?
La culpa la tuve yo, porque empecé a hablar mucho de Bukowski cuando aquí como poeta aún no era conocido. Y luego en los 90, a finales, empezaron a traducir su poesía. Lo irónico es que a Bukowski lo leí tarde, llegué a él con 18 y 20 años, y me gustó muchísimo. Te ponen la etiqueta y ya no te la quitas.
¿Qué papel jugó el alcohol en su poesía?
Está toda esa mitología que tiene que ver con la literatura, la exploración de otras realidades, con Dylan Thomas, otro poeta al que yo leí mucho, y que me influyó, más que formalmente, desde el punto de vista de su leyenda, porque murió de hecho alcoholizado. Y luego toda aquella mitología del alcohol, las drogas, la noche, el malditismo… Y los años 80 en España fueron una fiesta tremenda.
¿Los vivió intensamente, aquellos años?
Yo llegué a la mayoría de edad en 1980. Mi década formativa fueron los 70, no viví la movida en Madrid. Me hubiera gustado, pero igual si lo hubiera hecho no estaría ahora aquí. España es un caso especial, se dieron unas circunstancias, el paso de una dictadura a una democracia, el país se incorporó a la modernidad de golpe, y había unas ansias de juerga y de libertad… Y no había acritud. Había muchos conflictos políticos, pero había menos polarización. La movida, curiosamente, no fue literaria, sino cinematográfica y sobre todo musical.
¿Tenía una voluntad de plantarse en el panorama literario como maldito?
No, no era algo deliberado. Aunque toda la mitología literaria estaba involucrada, tenía que ver también con la música rock, con lo que mucha gente vivía en aquel momento. Yo soy alcóholico rehabilitado. Tuve problemas muy serios, porque si no, no estaría aquí. Llegó un momento en que no era viable. Me metía también de todo, menos heroína…
¿Por qué no?
No me llamaba, al margen de que en los primeros 80 la gente se inyectaba y a mí eso no me iba. Lo mío eran los excitantes, el speed, las anfetaminas, que me gustaban muchísimo. También eso tiene que ver con la literatura: Sartre escribía con unos colocones… La Crítica de la razón dialéctica está escrita con anfetaminas a puñados. Y los estudiantes tomaban centraminas, sacaban los exámenes con eso.
Cuando salió del alcohol, ¿cambió su escritura?
Creo que no, porque no había malditismo premeditado. He seguido contando mi vida y cómo veo el mundo. Cuando uno deja de beber piensa que ya no puede vivir, que le va a faltar apoyo.
Cuando desembarca en la literatura española se vive un momento de polarización entre la Experiencia y la Diferencia. ¿En medio de aquella pelea, usted…?
Me mantuve al margen siempre. Quizá por eso sea menos conocido de lo que podía ser. He ido por libre, no he hecho tampoco mucha vida literaria. Tengo algunos buenos amigos, pero pocos. Uno de ellos era Félix Grande, excelente poeta y buenísima persona, también Luis Alberto de Cuenca… Pero la política literaria nunca me ha interesado, todas esas maniobras… A mí me interesa la escritura. Lo que pasa es que, si no haces esas cosas, te quedas a la sombra.
¿Lo ha lamentado alguna vez?
No, no.
Y la política propiamente dicha, ¿le ha interesado?
Siempre he sido bastante anti-político. La literatura y el arte no son un buen producto para la política. El arte al servicio de la política suele ser malo y envejece bastante mal. El otro día leía unas declaraciones de Adam Zagajewski, el polaco, en las que decía que la poesía la reservaba para hacer literatura. Para él el arte es la expresión de la humanidad, que va más allá de la política. Y eso que hemos hablado de Blas de Otero, con quien no comparto sus ideas políticas de madurez, pues era un comunista de carné, y sigue siendo uno de mis poetas favoritos. Pero una de las cosas que a veces estropea los poemas de Blas de Otero es que, cuando los lees, piensas que el autor se siente obligado a meter una cuña política, porque si no parece que no es lo bastante comprometido. Y los estropea.
La izquierda ahora no produce muchos poetas como Blas de Otero, ni la derecha narradores como Céline, que le gusta tanto. ¿Todo se degrada?
Siempre parece que el pasado fue mejor, pero en literatura hay que dejar que pase el tiempo antes de darse cuenta de qué vale la pena. Pero si lo miras, cada época da pocos autores realmente buenos.
¿Sigue la poesía de Twitter?
No, no, las redes no las sigo. Tengo un blog, pero en Tumblr. Hace unos diez años estuve en Twitter, pero no me gusta. Se ha convertido en un gallinero. No estoy ahí. Pero imagino que estos nuevos poetas… He oído que se ha dado este nuevo fenómeno. Pueden ser plataformas buenas para la difusión de la poesía, llegas potencialmente a millones de lectores. No sé si has oído hablar de un chaval medio inglés, Selam Wearing. Empezó en las redes sociales y sacó un libro en Aguilar. Le hice un prólogo y me interesó, aunque creo que se ha apartado un poco de las redes, pero tenía bastante éxito.
¿Y tuvo contacto con aquella generación de narradores, Mañas, Loriga…?
Mañas, aunque es más joven que yo, fue muy amigo mío. Durante una época colaboré en La Esfera, el suplemento de El Mundo, y lo defendí mucho. Hemos perdido un poco el contacto, está muy apartado.
Ahora ha escrito la segunda parte del Kronen…
¿Ah, sí? ¿Ves como estoy apartado? No lo sabía. La tengo que leer. A Mañas lo trataron muy mal, muy mal. Salí en su defensa cuando los críticos serios lo llamaban de todo, y es un tío muy culto, muy sensible y muy buen escritor. Y el Kronen es una gran novela. A mí me gusta también Ciudad Rayada, quizá la que más.
El mercado buscaba caras nuevas, y a la vez la crítica os miraba por encima del hombro, ¿no?
Sí, la polémica siempre vende. A mí también me han criticado bastante. A Mañas lo criticaron más porque tuvo muchísimo éxito, fue finalista del Nadal y desbancó a la ganadora, que era Rosa Regás. Y luego la película… Cuando tienes un éxito así, no sé si es bueno, te quedas para siempre como “el del Kronen”. Es muy difícil sobrevivir a eso y que le presten la atención a lo siguiente que hagas.
A propósito de todo esto, recuerdo un poema suyo en el que habla con su editor, Abelardo Linares, sobre el hecho de que cite en un verso a Carmen Maura y duda de si sabrán quién es esa señora los lectores del futuro. Y Abelardo le responde: “Todos somos perecederos”. ¿Le preocupa realmente eso, que las referencias pop se marchiten rápido?
Al final todo va a acabarse, hasta el Sistema Solar. Lo importante es que te sirva mientras estés aquí, que le de sentido a tu vida, te satisfaga, que lo hagas bien, que ayude a los demás, resulte ameno, interesante… Y luego no se sabe, porque como decía Abelardo Linares, cuando estemos muertos, no lo vamos a saber.
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