La pobreza se esconde solo para el que no quiere verla. El reportero Ignacio Carral y su director, en ese momento en la revista Estampa, Vicente Sánchez-Ocaña, estaban dispuestos a mostrarlo a toda página. Era el mes de enero de 1930 y Carral y su compañero dibujante Francisco Rivero Gil salieron de la redacción sin un céntimo en el bolsillo. “No vamos a conquistar nada, sino a dejarnos derrotar”, admitió. Se encaminaron al Rastro, donde hicieron un cambalache de sus trajes seminuevos por otros andrajosos y unos “zapatos meramente honoríficos” que Carral los llamaba así, porque “con ellos se pone el pie sobre el duro suelo, lo mismo que si no se llevaran”. Con la transacción ganaron tres duros y así, en la Ribera de Curtidores, antesala de los “barrios bajos” entonces y ahora, los periodistas se prepararon para vivir un mes en la pobreza, y contarlo en un gran reportaje en otra entrega titulada Los otros.
Del apasionante, febril e innovador periodismo español de los años 30, se ha recuperado a Manuel Chaves Nogales y a Josefina Carabias, poco más. Hay un filón abierto ardiendo en silencio en las hemerotecas. El periodista de El Norte de Castilla Carlos Álvaro está decidido a explotarlo y con la publicación a cargo de La Uña Rota de Los otros, ha hecho un gesto tan decidido que suena como un pesado paquete de periódicos, recién salidos de la rotativa, cayendo sobre la mesa. Álvaro es uno de esos periodistas que descubren no solo historias en las noticias, sino noticias en la Historia. Su especialidad es la crónica segoviana, ciudad en la que nació Ignacio Carral, en 1897.
En 2014, Carlos Álvaro publicó José Rodao. ¡Ese soy yo!, una biografía sobre el talentoso poeta, dramaturgo y también periodista segoviano. Álvaro descubrió a Carral al ser este yerno de Rodao. “Yo ya había leído algún trabajo suyo antes de llegar a Los otros, lectura que me recomendó su propia hija, Carmen”, explica a este diario. “Carral era un hombre joven, valiente, un periodista de raza, aunque suene a tópico, que alzó su voz contra las injusticias y que también tuvo una vertiente política muy marcada. Su compromiso republicano brotaba de una concepción de la política basada en la honradez, la justicia y la libertad”, añade.
Estampa era una revista ilustrada semanal de reportajes, pero Sánchez-Ocaña y Carral ya habían trabajado juntos antes, en el excelente periódico El Heraldo de Madrid, del cual Chaves Nogales era jefe de redacción en ese mismo momento. Como cuenta Álvaro en el prólogo, Sánchez-Ocaña y Carral se entendían bien, tenían la misma edad y compartían una visión del periodismo que anticipaba lo que estaba por venir, aunque en España se truncó, como todo, por la Guerra Civil. Una página de publicidad en la revista anticipaba lo que iba a suceder cada martes en los quioscos: “Un redactor de Estampa va a contar a los lectores la historia de su vida, durante un mes, entre mendigos y ladrones”, acompañado de dos fotografías: el Carral elegante, con bastón y bien peinado y el reportero de incógnito, vestido con su ropa de 'hampón', sentado contra una pared en el suelo.
“La Guerra Civil y la dictadura de Franco levantaron un muro casi insalvable entre periodos históricos”, explica el responsable de la edición al respecto del desconocimiento y la desconexión con aquel reporterismo honesto y valiente, en el que se hicieron fantásticos trabajos de periodismo inmersivo, de gonzo, cuarenta años antes de que Hunther S. Thompson inventara el término. “La fuerza bruta se llevó por delante muchas cosas, no solo vidas. En el 36 sucumbe una sociedad entera, una cultura, unas esperanzas de progreso, unos anhelos. Después, Franco devolvió al país a la Edad Media. No sabemos adónde pudiera haber llegado el periodismo español de no ser por el franquismo. Nunca lo sabremos. Ocurre lo mismo en otros muchos ámbitos. La muerte temprana, ya que falleció en 1935, cuando estaba a punto de cumplir 38 años, ahorró a Carral sufrimientos enormes, pero también contribuyó al olvido de su memoria y su trabajo”, recuerda. “Es curioso que los periodistas actuales conozcamos más las corrientes extranjeras de los años sesenta o setenta que la labor que hicieron nuestros abuelos en el oficio aquí, en España, periodistas como Manuel Chaves Nogales, Ignacio Carral, Josefina Carabias o Magda Donato, por citar solo algunos ejemplos de aquella época dorada. En Los otros hay Nuevo Periodismo, hay periodismo de infiltración, incluso periodismo gonzo. Ellos lo llamaban reportajes vividos, sin más pretensiones. Y lo practicaban con honestidad y decencia”.
En la primera de las entregas, titulada Cómo me hice hampón, el dibujante, en comisión de servicio junto al redactor para evitar las sospechas que podría despertar un fotógrafo, y Carral se lanzan a las tabernas y restaurantes más económicos, a gastarse sus tres duros en la cena y los vinos, y así es como poco a poco van entrando en la ciudad sórdida que estaban buscando. “Si es que se quiere conocer de verdad a estas gentes que deambulan al margen de la vida urbana, sin más fin que el de subsistir un día más lo menos mal posible, no hay más remedio que aparecer a sus ojos, que hacerse como uno de ellos. Vagabundos, mendigos rateros... golfos de todas clases esquivan su espíritu a los que no pertenecen a su 'sociedad”, este es el arranque de su gran reportaje.
Para Carlos Álvaro, que transcribió cada palabra copiándola de los ejemplares que se conservan de las revistas, como si él mismo hiciera una inmersión en el universo Carral, como si se calzara la misma ropa, considera que el lector actual “va a descubrir en Los otros a un periodista contemporáneo”, explica. “Carral escribe a finales de los años veinte del siglo pasado, pero tiene un discurso narrativo directo, contundente, eficaz, ágil, fresco, moderno. Utiliza los diálogos, las descripciones, el humor cuando hace falta... Escribe realmente bien y construye un relato periodístico y al mismo tiempo literario que no debió dejar indiferente a nadie. En cuanto al contenido, creo que no ha perdido actualidad. En la España de Alfonso XIII, de la dictadura de Primo de Rivera, había unas desigualdades sociales muy acusadas. Hoy también podemos ver a los 'otros', por ejemplo, en las colas del hambre. Y no digamos en los países más desfavorecidos”.
Durante la reciente presentación del libro en la librería Rafael Alberti de Madrid, un hombre vestido con ropa vieja y sucia pedía dinero en la puerta, con un cartel que decía “vosotros sois los otros”. Estaba allí, pero era invisible. En mitad del acto, entró en la librería, abriéndose paso entre la gente con una voluminosa bolsa de supermercado y pidió decir algo por el micrófono. Sacó unos folios y se impersonó, también, en Ignacio Carral. Era un actor, pero generó unos segundos de incomodidad, porque dejó de ser invisible y la frontera entre nosotros y los otros se hizo evidente.
El compromiso de Ignacio Carral con la República no tuvo fisuras. Participó en la constitución de la agrupación segoviana Alianza Republicana y su entusiasmo político se acrecentó con los sucesos revolucionarios de 1934, en especial con el asesinato en Asturias de su compañero y amigo, el periodista Luis de Sirval, a quien dedicó su libro Por qué mataron a Luis de Sirval. A Carral le encontró la muerte temprana, con 38 años, a causa de un infarto, trabajando. Preparaba el informativo de la mañana en Unión Radio. Cayó fulminado sobre la máquina de escribir.