Emilie Pine decidió escribir las cosas que, para bien o para mal, habían marcado de forma irremediable su vida. Y, además, publicarlas. Cosa que su madre no entendió en un principio. Esa determinación se ha materializado en Todo lo que no puedo decirTodo lo que no puedo decir, una colección de seis ensayos autobiográficos que Literatura Random House acaba de publicar en castellano traducida por Cruz Rodríguez Ruiz. En Irlanda, lugar de origen de la autora, fue libro del año en 2018.
El escepticismo de su progenitora estaba suscitado por la temática de sus escritos, todos contados desde la intimidad de la primera persona. “Cuando mis editores irlandeses me pidieron que escribiese sobre mi vida, supe inmediatamente lo que escogería”, cuenta la escritora a eldiario.es. “Estos temas, desde el aborto involuntario y la infertilidad hasta la violencia sexual y también la presión en el trabajo, son todas las cosas sobre las que sentía que no podía hablar en mi vida normal. Las cosas que me callé para no herir los sentimientos de otras personas, o por miedo a los tabúes sociales”.
Pine es profesora asociada de Dramaturgia en el University College de Dublín. También es editora del Irish University Review y ha publicado trabajos sobre cultura y memoria como académica y crítica. Con este currículum puede pensarse que proviene de una familia si no acomodada, sí de clase media sin problemas para facilitarle a su hija el acceso a una educación superior. Pero la historia de la escritora dista bastante de esa idea: hija de padres separados, fue su madre la que se ocupó de sacar adelante a dos hijas con pocos recursos tanto económicos como para conciliar.
Ese entorno familiar fue una de las causas de que la autora se convirtiese en una adolescente problemática casi antes de tener edad para ello. Las circunstancias que propiciaron que acabase entregándose a las noches de alcohol y desenfreno fueron las más complicadas de afrontar a la hora de plasmar sus memorias en papel.
“Lo más difícil fue escribir sobre mi infancia. Tuve que regresar a los recuerdos de mi infancia y volver a experimentar el dolor y la dificultad. Eran sentimientos de soledad e infelicidad. Sabía que si quería hacer que cualquiera entendiera estas experiencias tenía que hacer que las emociones fueran reales”, declara a este periódico. Además, tuvo que recomponer la historia, rellenar los huecos que había eliminado de su mente: “me di cuenta que solo me acordaba de las vivencias más intensas”.
De las noches en la discoteca, las raves, los festivales y las calles se deriva el relato de los abusos y agresiones sexuales que vivió durante su juventud y que no logró identificar como tales hasta que pasó el tiempo (en concreto hasta que acudió a una reunión feminista). Un tema del que Pine no se atrevía a hablar hasta escribir su libro, pero que ahora que se ha publicado se convierte en un 'a mí también'.
El símbolo de la sangre
De los seis ensayos, algunos resultan más impactantes que otros, por la gravedad de los hechos y por la manera en la que los describe. El más difícil es quizás el del aborto involuntario, un tema cada vez menos tabú —en España, autoras como Luna Miguel o Paula Bonet han compartido sus experiencias para romper ese silencio— pero que sigue rodeado de nebulosa. Hay que tener en cuenta, además, que en Irlanda el aborto voluntario no se despenalizó hasta diciembre de 2018: la idiosincrasia del país hace que el mutismo sea aún mayor.
Pine descubrió que sus posibilidades de quedarse embarazada eran muy reducidas cuando por fin su pareja y ella se decidieron a tener un hijo. La maternidad se convirtió en su objetivo vital y su cuerpo en el enemigo que le impidía conseguirlo. Cada mes se encontraba la mancha roja que la avisaba de que ha perdido otra posibilidad.
La escritora remarca constantemente cómo lo que tiene que ver con el cuerpo de las mujeres se ha mantenido en un lugar oscuro hasta ahora. “El otro día estaba en casa de una amiga y su hijo y su hija estaban hablando de menstruación en la mesa, de manera abierta y completamente normal. Espero que sea algo propio de su generación y que no desaparezca”, cuenta a este periódico vía mail.
No reflexiona sobre el cuerpo solo cuando indaga en la pérdida del feto, sino que también está presente en la época oscura de su adolescencia cuando utiliza el hambre como herramienta de control. Era una de las pocas cosas sobre las que podía tomar decisiones. Dejar de comer se convierte en una sílfide y sus relaciones sociales cambian.
“Creo que cada vez hay más presión para que las personas tengan cuerpos que se vean de manera particular. Me gusta el movimiento 'body neutrality'”, pone de ejemplo. Se trata de un movimiento que reivindica la importancia de sentirse bien más allá de la imagen, no como el 'body positive' que se centra en aceptar el propio cuerpo. Famosas como Taylor Swift y Jameela Jamil son dos de sus embajadoras. “Me gusta porque no se centra en la apariencia sino en lo que tenemos que ofrecer al mundo con nuestra voz. Quizás cuando se deje de juzgar a la mujer por su apariencia en lugar de escucharlas, las otras restricciones sociales e intelectuales se relajen”.
La adicción
“Estar enganchada” es un estado casi permanente en la vida de Pine. Lo estuvo al hambre, al alcohol y a las drogas, a la posibilidad de la maternidad y posteriormente, al trabajo. No es tan extraño, ya que al fin y al cabo, es una condición que vivió de cerca desde sus primeros años de vida, aunque ella no fuese la adicta. Su padre tenía una relación más que estrecha con el alcohol, que mantuvo durante casi toda su vida y que condicionó la de los que le rodeaban.
De hecho, el libro comienza con un viaje repentino a Grecia para cuidar de él porque está al borde de la muerte. La historia le permite echar la vista atrás y así empezar a recomponer cómo había sido su vida familiar, la relación del progenitor con sus hijas y en cómo ellas asumen automáticamente el papel de cuidadoras.
En un fragmento de ese primer ensayo, Pine explica cómo se enfurecía al escuchar la versión de lo ocurrido que su padre contaba una vez fuera de peligro: “En su recuerdo es un héroe estoico. En su recuerdo, nosotras funcionamos solo como personajes ocasionales. En su recuerdo, nuestros sentimientos no cuentan. Tal vez la narcisista sea yo, recordándole de buen grado mi presencia, reinsertándonos a mi hermana y a mí —con una palabra, con un gesto, con una anécdota— de nuevo en su versión de lo que sucedió en aquel momento. Porque sus recuerdos no son los bastante buenos para mí. Me dice que soy agresiva. Puede que tenga razón”.
El episodio le sirve también para destacar la importancia de un sistema sanitario público que garantice la atención médica para todo el mundo, independientemente de su clase social. Porque la igualdad en todos los ámbitos de la sociedad es una reclamación constante en el libro. Ese empeño le supuso recibir, entre otros piropos, algún 'feminazi' por parte de sus compañeros de trabajo. Siempre 'en broma', claro.
“He tratado de entender por qué a veces socavamos a los otros a través de insultos o formas más sutiles. Creo que es porque nos sentimos amenazados, creemos que alguien va a quitarnos el poder o el control”, explica la escritora. “Para que se produzca un cambio real, debe haber una inversión emocional y política por parte de los grupos dominante, debe existir la creencia real de que quienes están discriminados (mujeres, clase trabajadora, refugiados) son iguales”, reivindica en la entrevista.
Todo lo que no puedo decir
viene a engordar la lista de ensayos-memorias que se colocan en la sección de feminismo en las librerías, que cada vez ocupa más espacio. Ella misma acaba de leer uno que podría encontrarse al lado del suyo: “es el ensayo Hard to Love de la estadounidense Briallen Hopper. Defiende la dependencia como una forma de vida, en lugar de fingir que todos somos fuertes, independientes y autosuficientes. Hopper dice que deberíamos apoyarnos unos en otros y construir una comunidad. Lo encontré inspirador y hermoso”.
Por su parte, tiene claro en qué quiere seguir trabajando después de esta recopilación de ensayos que acaba de publicar. “Quiero seguir contando historias con las que las personas puedan conectar. Estoy asombrada con la fortaleza de la gente, porque todos parecen llevar una carga —una experiencia o una emoción— con la que luchan diariamente. Y como no se habla de eso, es un acto invisible”, cuenta. “Por el momento, quiero escribir sobre las personas silenciadas, los que están en los límites. Soy escritora residente en el hospital nacional de maternidad y me sorprende cómo se parecen la fuerza y la vulnerabilidad”.