Rafa Cervera es un referente en el periodismo musical desde hace más de tres décadas. Su reciente carrera literaria —Lejos de todo (2017), Porque ya no queda tiempo (2020) y Canción para hombres grandes (2022), todo publicado por Jekyll & Jill— ha destapado que él, en realidad, siempre había querido ser el escritor que hoy es y que, si empezó a escribir sobre música a los 18 años, era porque deseaba contar al mundo lo que le apasionaba y de paso contarse a sí mismo, igual que hace ahora a los 59.
No reniega de esa materia vital, y también literaria, que le han proporcionado tantos años haciendo entrevistas a músicos y escribiendo artículos, “pero en realidad todo ha sido un camino para llegar a la ficción”, admite. El pico y pala del trabajo diario, el músculo de la edición, todo eso ha conformado su estilo directo, su pulso ameno, la construcción de una intriga, una sorpresa, un asombro en cada párrafo para no perder al lector por el camino.
Tampoco significa su presente carrera literaria que se haya hartado de la música, la cual se infiltra en sus dos primeras obras, sino que está “cansado de la precariedad” y de “escribir una crítica de un disco por 20 euros”. De lo que sí se ha cansado es de las redes: “No tengo ganas de competir con la gente ni tengo la necesidad de decirle a nadie lo que me ha parecido, ni de escribir en ellas para que se vea que he publicado una novela”. “Yo lo que quiero es desaparecer de esta carrera por la omnipresencia y si no lo hago es porque soy un autor pequeño en un sello pequeño y tengo que recurrir a las redes”, añade. “He decidido que en la medida que pueda, no quiero estar ahí. Quiero estar en la vida real. Quiero estar aquí”, dice.
Últimas voluntades
Para su primer libro, Cervera recurriría a la adolescencia y a David Bowie como ídolo. Para el segundo, creó un híbrido entre unas memorias falsas, con algo de verdad, para crear una realidad manipulada literariamente. “Escribí ese libro porque pensé que era como dejar un testamento en vida”, confiesa. “Por desgracia, ya he ido a algún que otro entierro de amigos y me he dado cuenta de que determinadas personas acaban enterándose de que existen otras personas importantes para esa persona en el velatorio. Cuando me llegue a mí ese día, al menos que tengan el libro como guía”, dice.
Canción para hombres grandes es una historia de ficción sobre hombres que se acuestan con hombres homosexuales de mediana edad. “Hay una toma de postura política que, en los tiempos que corren, se hace importante: defender la libertad de ser quien eres”, avanza Cervera. “Defender que las personas somos muy complejas y que las etiquetas a veces no sirven sino todo lo contrario, estorban. Si tú eres homosexual, no tiene sentido negar lo que eres y hay muchas cosas todavía que resolver como para esconderse o negarse a uno mismo. En la medida en que se pueda, claro, porque todo el mundo tampoco puede hacerlo. Es importante ser valiente porque si tú te besas con un hombre por la calle, igual te dan una paliza, y en otros países te matan”, añade.
El deseo masculino
Un aspecto particular de la nueva novela de este escritor valenciano es evitar contar una historia sobre hombres donde no existen las mujeres. “En una historia endogámica donde los hombres se buscan, se enamoran y se acuestan entre ellos, parece que las mujeres están excluidas, pero no puedes nunca excluir a la mujer, ni siquiera en una situación así”, advierte. “En la novela, los personajes femeninos devuelven a los protagonistas su propia imagen, de sus propios errores, de todos esos males endémicos que venimos arrastrando culturalmente, de cómo los hombres forman parte de ese tejido que es el machismo. Cuando el hombre se convierte en el objeto deseado del hombre, el protagonista entiende esa prevención de las mujeres, porque el hombre es como es, más allá de sus preferencias sexuales. Los hombres son caprichosos, infantiles y depredadores”, añade. “No puedes hablar de los derechos de los homosexuales y olvidarte del feminismo. Está todo unido. Y si no está unido, tenemos un problema porque entonces estamos incurriendo en los mismos errores que queremos erradicar”, advierte.
Los protagonistas de esta novela están en torno a los 50 y 60 años, “gente que viene con unos lastres educacionales” y por eso toman conciencia a su edad de cómo les define su masculinidad. Este libro se suma a la reflexión sobre el cuestionamiento de la masculinidad hegemónica. Es una obra que bebe de otras anteriores, como El amor del revés (Anagrama 2016) de Luisgé Martín, y de París-Austerlitz (Anagrama, 2016) de Rafael Chirbes, libros sexualmente descarnados donde hay también ternura, a veces reprimida.
“He intentado no poner un freno, que no haya temor a contar las cosas, hablar con honestidad de los errores, de los miedos, de la presión uno ejerce sobre sí mismo, de la edad, de los sentimientos, de lo difícil que es querer, de esa realidad que implica la figura masculina a nivel sexual”, explica el autor. “Me llama mucho la atención que haya una serie de lugares comunes que nadie se cuestiona. ¿Por qué en el siglo XXI las zonas de cruising [lugares en el espacio público donde mantener relaciones sexuales con desconocidos] siguen siendo sitios tan concurridos. ¿Por qué tiene que haber siempre esa zona oscura? Con esto no quiero decir que me parezca mal, sino que quiero saber por qué sigue siendo necesario que determinada gente tenga que desahogarse de una manera sórdida, secreta e ilícita”, dice.
Hay sexo pero no es una novela erótica
Los personajes de Rafa Cervera, según los ve el autor, no son normativos dentro de un espectro que tampoco es normativo. Es decir, “no son gays militantes del orgullo, de los bares, de las quedadas” sino que “viven a su aire, uno más escondido, el otro menos”. “Lo que se cuenta aquí no es que pretenda anular o criticar lo que hay, sino que busca aportar otras visiones, otras experiencias, otras sensibilidades, otras maneras de vivir la homosexualidad”, apunta. Es un libro que contiene más preguntas que respuestas, sin dar indicaciones morales.
A pesar de que el sexo es el hilo conductor de Canción para hombres grandes, hay un momento en el que la narración cierra la puerta con pestillo. “Porque en la literatura yo creo que está muy bien que la gente se imagine las cosas y el sexo es imaginación”, explica el escritor. “Hay literatura erótica buenísima, muy explícita, y me parece estupenda y fantástica, pero yo no quería hacer eso. Yo no hago literatura erótica de la misma manera que tampoco hago literatura gay. Es decir, hago un libro para todo el mundo que está protagonizado por homosexuales y que tiene como eje la homosexualidad y por lo tanto hay sexo. Se cuenta en la sinopsis para que nadie se lleve engaños, pero no hay que leerlo buscando sexo. Me parece mucho más excitante que cada uno imagine lo que pasa. A mí, como lector, prefiero que me den los detalles justos y necesarios”, reconoce.
No solo la insinuación, sino la sexualidad del fetichismo funcionan como gatillos de la imaginación y de la recreación de la sexualidad de los personajes. Los calcetines que uno viste, el relato de los encuentros o la excitación de un forense ante el cuerpo inerte que debe sajar: “Ahí el instinto manda. Ese chispazo, esa excitación es lo que a mí me interesaba contar”.