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Un tour ilustrado por las raíces de Kafka, el “bicho raro” que trataba de huir de la tiranía de su padre

Ilustración de Kafka realizada por Renáta Fučíková para la biografía 'Franz Kafka: el hombre que trascendió su tiempo'

José Antonio Luna

El primer relato de Franz Kafka, aquel que empezó a definir su estilo, no fue uno lleno de tachones ni pensado durante meses. Todo lo contrario. La condena (1912) fue escrito en una sola noche del tirón, desde las diez hasta las seis de la mañana. Según cuenta el autor en su diario personal, acabó tembloroso y con las piernas entumecidas de estar tanto tiempo sentado, pero con la satisfacción de cruzar la meta tras una maratón intelectual. Las pocas fuerzas que le quedaban, las aprovechó para escurrirse hacia la cama y apagar la lámpara justo cuando la luz del sol ya entraba por la ventana.

En torno a Kafka sobran palabras, pero aún así nunca parecen suficientes. A rasgos generales se suelen tener claros tres aspectos del escritor: que era judío, que escribió una historia sobre un insecto y que tuvo ciertas dificultades familiares. Sin embargo, para sobrepasar la línea de lo anecdótico nace Franz Kafka: el hombre que trascendió su tiempo (Libros del Zorro Rojo), una bibliografía sobre el praguense ideal para quienes desean tener una primera aproximación de su vida y obra. Además, se encuentra escrita por Radek Malý, poeta y traductor; e ilustrada de forma soberbia por la artista Renáta Fučíková.

La obra no se limita a recopilar novelas en forma de listado, sino que ofrece un tour por todas las marcas personales de Kafka, desde sus raíces lingüísticas hasta sus relaciones amorosas pasando por la influencia de Praga, la ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida. Por el camino, la biografía también recopila extractos de sus narraciones, cartas y diarios que ayudan a transmitir la atmósfera que definió al literato. Por ello, con ayuda de Radek Malý, hemos seleccionado algunos de los muchos puntos en los que se centra el libro para ofrecer una perspectiva general de lo que se puede encontrar entre sus páginas. Comencemos el viaje.

Praga

Kafka nació en Praga el 3 de julio de 1883, una ciudad que hoy le rinde homenaje de las formas más variadas: con postales, camisetas, tazas e incluso con esculturas. Sin embargo, a pesar de que el autor hizo de la capital de la República Checa un fenómeno mundial, este no siempre tuvo buenas palabras para ella. Se dividía entre el amor y el odio, entre la admiración a las imponentes catedrales y la depresión por vivir rodeado de sombrías edificaciones. “Parece está allí un poco en contra de su voluntad, y tal vez es por eso que sus novelas se transforman en un lugar extrañamente angustiado, cuyos edificios, un templo, una universidad u oficinas, tienen a su vez un significado simbólico para él”, apunta el biógrafo.

“Praga no deja que te marches. […] Madre con garras. […] Tendríamos que quemarla desde ambos extremos, desde Vyšehrad hasta el castillo, tal vez entonces se podría huír de ella”, se puede leer en el extracto de una carta a Oskar Pollak, historiador del arte y compañero de clase de Kafka. De hecho, exceptuando algunas historias de su juventud, ninguna de sus obras se desarrolla explícitamente en esta localidad. Eso sí, el entorno descrito en sus novelas es claramente en gran medida praguense. “Personas que cruzan los puentes oscuros alrededor de santos con lucecitas vacilantes. Nubes que se extienden por el cielo gris sobre las iglesias con las torres que desaparecen en las tinieblas”, volvió a escribir a su amigo Pollak sobre la ciudad, esta vez en forma de poema.

El judaísmo

Kafka nació a finales del siglo XIX, en una Praga en la que los judíos ya gozaban de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos y en la que podían moverse con libertad fuera del gueto. En ella no solo predominaban los alemanes, sino que era un cóctel de lenguas y culturas. Además, algunos de sus habitantes defendían la independencia del imperio austrohúngaro, lo cual dio lugar a una serie de tensiones que se verán reflejadas en el matiz inquietante de sus obras.

En el caso concreto de Kafka, este se interesó por un tipo de judaísmo: el jasídico, que daba especial importancia a lo místico y lo sobrenatural. Según Malý, “la relación de Kafka con el judaísmo no estaba del todo clara. Aunque nació en el antiguo gueto de Praga, donde nos encontramos con monumentos judíos a cada paso, su padre trató de separarse de la comunidad judía y su familia fue declarada oficialmente checa”. Aun así, esto no le evitó interesarse también en otros movimientos como el sionismo, que defendía la emigración a Palestina y la creación de un Estado judío.

Un padre difícil

Franz fue el mayor de seis hermanos y, aunque sus progenitores esperaban que en un futuro se encargara del negocio familiar, este tenía otros planes bien diferentes. Quería un futuro que no pasaba por trabajar como vendedor de puerta en puerta ni como empleado de una mercería, sino en las letras y la imaginación.

Esto provocó que Kafka, en ocasiones, se sintiera encerrado en un caparazón, incomprendido por aquellos que le rodean y que lo contemplan como un bicho raro, algo de lo que dejó constancia en La metamorfosis (1915). “El conflicto entre un escritor novato y su padre no era inusual en ese momento: muchos jóvenes de la generación Franz, que se convirtieron en artistas o intelectuales, tenían puntos de vista bastante diferentes sobre la vida de las generaciones de sus antepasados”, explica el poeta.

Su padre era representaba todo lo opuesto a su personalidad. Hermann le presionaba para que se casara y tomara las riendas de la empresa de los Kafka, motivándole también a transformarse un hombre dominante para formar una familia con pulso firme, tal y como él hacía. De hecho, como aparece en la biografía, Franz describió a su padre como un tirano, uno con capacidad para dictar el destino de todos aquellos que le rodeaban.

Sin éxito en el amor (hasta el final)

Al contrario de lo que se suele pensar, Kafka no fue alguien solitario, introvertido y continuamente depresivo. No obstante, tampoco destacó por tener éxito en el amor. Franz fue un hombre tímido que, aunque tuvo varias parejas, no consiguió tener una relación verdaderamente fructífera hasta la última.

La primera de ellas fue Felice Bauer, hija de un comerciante berlinés que deseaba un casamiento sobre el que Kafka mostraba sus dudas. Posteriormente llegó Julie Wohryzek, descendiente de un zapatero judío. Su cultura fue suficiente para que el padre de Franz se opusiera al compromiso entre ambos y acabara forzando la ruptura. En cambio, el trato con la periodista checa Milena Jesenká fue prácticamente epistolar. Solo se vieron en dos ocasiones, motivo por el que la relación acabó difuminándose.

Quien la acompañó hasta el final de sus días fue Dora Diamant, hija de un comerciante judío. “Probablemente solo con Dora pudo tener una relación verdaderamente completa. Gracias a ella, salió de Praga y se mudó a Berlín, donde fueron felices a pesar de vivir de forma muy austera. También planearon mudarse a Palestina, donde querían cumplir uno de sus sueños: un restaurante en el que ella sería la cocinera y él camarero”, destaca Malý. Pero, como comprobaremos en el siguiente punto, ese sueño no se pudo realizar.

Tuberculosis

A mediados de agosto de 1917, Kafka se despertó en mitad de la noche vomitando sangre. Era el inicio de la que acabaría siendo su peor pesadilla: la tuberculosis, una enfermedad bastante extendida que por aquel entonces era prácticamente incurable. “Luchó contra la tuberculosis durante los siguientes siete años, lo que cambió radicalmente su forma de vida”, apunta el biógrafo. El escritor se dedicó a viajar fuera de Praga, a cuidarse en balnearios y, aunque en un principio lo negó, a seguir los métodos de la medicina clásica.

“Quién me soportará en el hotel si toso como ayer, de 9:45 a 11:00, ininterrumpidamente. Luego me duermo, y hacia las 12:00 doy vueltas y más vueltas en la cama y vuelvo a toser hasta la una”, escribió en una carta a Milena Jesenká desde un sanatorio en el norte de Italia, en Merano. Allí, mientras los pacientes tomaban el sol y seguían estrictas dietas, Franz se dedicaba a la lectura y la correspondencia. No sirvió demasiado. Finalmente, el autor murió en los brazos de Dora el 3 de junio de 1924. “Un día vivido con Franz supera todo lo que jamás hubiera escrito”, sentenció su última pareja.

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