El peligro que supone el olvido, la aceptación de nuevos puntos de vista y detectar quién ostenta el poder de tener y conceder la palabra son tres de los temas sobre los que la escritora Rebecca Solnit arroja luz en ¿De quién es la historia? (Lumen, 2023). Un ensayo que busca agitar mente, conciencia, corazón y entraña, examinando la batalla actual por el dominio de la narrativa. Una lucha en la que los poderosos intentan aferrarse a sus antiguos privilegios, llegando incluso a justificar la violencia para defenderlos; al tiempo que quienes están en los márgenes tratan de hacerse hueco en el elenco de la verdad, que siempre debió pertenecerles.
“Vivimos una época en la que el poder de las palabras es importante para presentar, justificar y explicar las ideas, y ese poder es tangible en los cambios mientras se producen. Olvidar es un problema”, advierte la autora en sus páginas, “olvidar significa no reconocer la fuerza y el proceso de mutabilidad de los significados y valores”. El presente no parece ser el contexto idóneo para proteger el recuerdo. En la imperante era de la inmediatez y lo efímero, los espacios de pensamiento, introspección y madurez están arrinconados en las orillas más inhóspitas.
La escritora estadounidense de 62 años es autora de Los hombres me explican cosas (Capitán Swing, 2016) o Una guía sobre el arte de perderse (Capitán Swing, 2020) y es también columnista en el periódico The Guardian, cuyos artículos pueden leer los lectores traducidos en elDiario.es. En el encuentro virtual de presentación del volumen celebrado el pasado lunes, Solnit advirtió que “gran parte de la desesperación viene de la amnesia”. “Pensamos que procede del futuro, pero este no podemos conocerlo. Lo único que tenemos es el pasado. De él podemos aprender cómo la historia puede sorprendernos”, dijo. Y citó de ejemplo episodios como la caída de los regímenes tras el telón de acero, la desaparición de la Unión Soviética o la salida de Nelson Mandela de la cárcel antes de convertirse en presidente. “El mundo cambia de formas complejas como resultado de cosas que al principio parecen pequeñas e insignificantes”, añadió. La ensayista indicó que esta amnesia está muy relacionada con el poder y el cambio, por cómo ambos “están desprovistos de perspectiva histórica”.
La culpa de Silicon Valley
A la hora de valorar y enfrentar las posibles y necesarias transformaciones, Solnit tildó de “problemático” que “la mayoría de ejemplos de heroísmo que se dan sobre cómo se cambia el mundo, se centre en individuos”. Esto es algo que ella identifica que ocurre con Greta Thunberg y el cambio climático: “Se le señala a ella, pero su trabajo solo importa porque hay mucha gente que la escucha, amplifica su mensaje y se une a su lucha”. De ahí que considerara que donde hay que poner el foco es en “las formas más positivas y constructivas en las que la sociedad civil puede trabajar este sentido de pertenencia”.
La escritora describe su experiencia de vivir en San Francisco como “ser un conejito devorado por la serpiente de Silicon Valley”, a quien acusa de haber traído “la era de la tecnología”. Una coyuntura que genera “aislamiento e individualización. La gente no pasa mucho tiempo en público, en grupo”. Esto es preocupante porque, según sostuvo, “la democracia depende de que tengamos esa conexión con los extraños, con gente distinta a nosotros. Si no salimos y no nos movemos, lo perdemos”. “Necesitamos de la acción colectiva para proteger incluso los elementos de nuestra vida más introspectivos y personales que se han visto borrados, pisoteados, menospreciados”, afirmó.
Para ello, hace falta plantearse “la narrativa”: “¿Cómo contamos el relato de quiénes somos? ¿Qué significa ser humano? ¿Qué necesita un ser humano? ¿Qué es lo que tiene valor? ¿Qué es lo que hay que proteger?”. “Cada ser humano es narrador de una forma u otra”, apuntó antes de volver a incidir en la relevancia de la “solidaridad” con aquellos con quienes no se comparten rasgos, ideologías, raza, género, etc.
“Ese es uno de los poderes del periodismo, la literatura y el cine: el hacernos imaginar y acceder a las vidas de los que no son como nosotros. Convertirse en otra persona por un momento. A menudo veo el racismo como resultado de enseñar a la gente a limitar su empatía, a no ver humanidad en los otros”, argumentó. “Las imágenes atroces de linchamientos en el sur de Estados Unidos en los que se torturaba y asesinaba a hombres negros, mientras que al lado había gente blanca de picnic y haciéndose fotografías, son ejemplo de personas que celebraban haber asesinado su propia capacidad de empatía”, lamentó.
A menudo veo el racismo como resultado de enseñar a la gente a limitar su empatía
En esta línea, criticó igualmente las dinámicas intrínsecas en las redes sociales, de las que sí destaca que “en manos de feministas” fueron claves para impulsar el MeToo. “Si las redes se hubieran realmente creado como foro público para el bien común, sería algo muy distinto. Ahora las gestionan para lucrarse Elon Musk, Mark Zuckerberg y las personas más horribles de Estados Unidos; pero sería distinto si las regularan otras y si las reglas fueran distintas”, dijo.
La “patraña” de la cultura de la cancelación
Solnit fue tajante en su postura sobre la cultura de la cancelación: “Es una patraña, un concepto de mierda que usa sobre todo la derecha estadounidense, que presupone que hay gente que tiene derecho no solo a tener éxito y a que se le escuche; si no que nadie tiene derecho a oponerse a ella”. De tal forma que puede darse el que calificó como “espectáculo burlesco” que sean estos quienes “de repente escriban un artículo de opinión en el New York Times o aparezcan en la televisión nacional hablando sobre cómo se les ha silenciado. A menudo son hombres blancos que suponen que nadie tiene derecho a criticarles, que todo el mundo tiene que hacerles caso y que deberían vivir en el mundo en el que se criaron, donde su relato era el dominante”.
La cultura de la cancelación es una patraña, un término de mierda que usa sobre todo la derecha estadounidense
“La cultura de la cancelación es un concepto que nos idiotiza, que oculta y distorsiona lo que está pasando en la realidad”, concluyó la escritora con firmeza, “hay que fijarse en a quién escuchamos, quién tiene espacio en televisión y quién tiene su propia columna en un periódico. Los conservadores siguen teniendo gran parte del poder. Que se callen ya de una maldita vez”.
El autoritarismo fue igualmente diana de Solnit, sobre el que declaró que el que se da “en el hogar y en el Estado tienen mucho en común”. “Los autoritarios intentan controlar la historia, la ciencia, los hechos, la verdad, lo que se puede decir y quién tiene permiso para decirlo”, expuso, “muchas de las cosas que suceden en las sectas en las que se convierten muchos regímenes autoritarios es que la gente permite que se les dicte la realidad. Hay que aprender a confiar en lo que nos dicen nuestros sentidos, a juzgar por nosotros mismos y mantener vivos los relatos que no encajan en esa realidad”. “La resistencia puede y debe producirse en todas partes de todas las maneras posibles”, animó.
La ira y el amor en el activismo
Dentro de las obras culturales y su trascendencia a la hora de generar diálogo y poner sobre la mesa diferentes debates, Solnit ahondó en la huella que el MeToo dejó dentro de Hollywood. “La industria siempre ha estado podrida, no creo que una institución con tanto dinero y poder pueda no estarlo”, afirmó. La autora celebró que en los últimos años se hayan estrenado películas “que no giraban alrededor de los hombres y que no utilizaban a las mujeres como juguetes, floreros, premios, criadas y todas esas convenciones antiguas”.
Muchas de las cosas que suceden en las sectas en las que se convierten los regímenes autoritarios es que la gente permite que se les dicte la realidad
En esta línea, la escritora reivindicó el filme que parte como favorito en los Premios Oscar que se entregarán el próximo domingo, Todo a la vez en todas partes: “Me sorprendió descubrir que el guion original tenía a un hombre como protagonista. Aquello habría sido muy aburrido y lleno de tópicos. Ver a una mujer menopáusica que tiene que cuidar de su padre, su hija y la lavandería que regenta me pareció mucho más interesante”. “Lo bueno y lo malo de Hollywood es que van a donde está el dinero. Y si son las mujeres las que deciden qué películas van a ver, se harán otro tipo de películas. Eso también tiene que ver con que haya directoras, productoras y ejecutivas en los estudios, además de más películas independientes”, sugirió.
Ante todo, Solnit insiste en la necesidad de reapropiarse y proteger las palabras. Y a la vez de mirar hacia el pasado como fuente de alerta y esperanza sobre un futuro en el que hace falta implicarse, confiar y modificar. Porque al recuperar el poder sobre el relato, el cambio es posible.