Robert Graves, el autor de 'Yo, Claudio' que escribió su biografía antes de los 40: “Lo que tocaba lo convertía en literatura”
Para multitud de lectores el nombre de Robert Graves aparece asociado a su novela Yo, Claudio, un éxito editorial y un clásico, cuya fama se vio reforzada por una mítica serie de televisión de la BBC en los años setenta. Aquella crónica histórica de un peculiar emperador romano y lúcido relato sobre los entresijos del poder eclipsó el resto de la obra amplia, profunda y versátil de Graves, nacido en Wimbledon (Londres) en 1895 en una familia burguesa acomodada.
Ahora, la reciente publicación de su autobiografía Adiós a todo aquello (Alianza), escrita en 1929 cuando contaba 34 años, pone de relieve el talento de un escritor con un centenar de libros publicados, traducidos a 30 idiomas y que abarcan poesía, narrativa, cuentos y ensayo histórico. Considerada como la biografía de la generación que luchó en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Adiós a todo aquello marcó la vida y la obra de Graves y narró el horror del conflicto.
“De mi generación del colegio”, escribió Graves, “murieron por lo menos uno de cada tres porque todos consiguieron destinos como oficiales en cuanto pudieron, la mayoría de ellos en Infantería o en el Real Cuerpo Aéreo. La esperanza media de vida de un oficial subalterno de Infantería en el frente occidental fue, en algunas fases de la guerra, de tan solo unos tres meses. Para entonces ya había resultado herido o muerto”.
Como universitario de clase alta Graves se alistó con 19 años, como oficial, en el Ejército británico. Su terrible experiencia bélica en las trincheras dejó huellas para toda su vida como la repugnancia al olor a gas o el espanto ante los ruidos violentos, es decir, padeció una profunda neurosis postraumática. Pero su autobiografía no se limita a aquellos cuatro años horrorosos, sino que abarca también una infancia y una adolescencia infelices con conflictos religiosos o pulsiones homosexuales. Experto en Graves, profesor e investigador en la Universitat de les Illes Balears, Eduard Moyà afirma que Adiós a todo aquello, un título muy significativo de lo que cuenta, representa “el certificado de defunción de una civilización de progreso, una civilización occidental que murió en las trincheras de esa Primera Guerra Mundial”.
“Aquella guerra significó un golpe brutal para un poeta joven como Graves”, señala Moyà, “y se convirtió en la biografía de su generación. Es un libro prolijo y exhaustivo porque aplica una mirada amplia sobre sus compañeros del colegio, de internados o del Ejército, a la vez que muestra una gran honestidad al hablar, por ejemplo, de su atracción por algunos amigos. Es una obra, por tanto, escrita a tumba abierta que incluye su separación de Nancy Nicholson, su primera mujer, y su posterior relación con Laura Riding. Todo ello explica que el libro figure entre las mejores autobiografías del siglo XX”.
Admiradora de la obra de Robert Graves y empeñada en publicar la mayoría de sus libros, Pilar Álvarez, directora de Alianza, define Adiós a todo aquello como “uno de los mejores testimonios sobre la Primera Guerra Mundial y un retrato de su generación escrito en un estilo ágil y muy narrativo. Además, revela su paulatino desclasamiento de la burguesía a la que pertenecía y su aproximación al protofeminismo de su mujer, Nancy Nicholson, y a las ideas progresistas”.
Graves se muestra como un tipo con inquietudes diversas que van desde la práctica del boxeo, en la que destacó, hasta su afición por el montañismo, pero que poco a poco se decanta por la poesía, en particular, y la literatura en general. En ese periodo de formación jugó un papel relevante George Mallory, su profesor y pionero del alpinismo ―llegó a ser su padrino de boda― y que desapareció en una ascensión al Everest rodeada de misterio en 1924. Así evocó la trágica expedición y homenajeó a su amigo en su autobiografía: “Cuando terminó la guerra, George amaba las montañas más que nunca. Su muerte en el monte Everest llegó cinco años después. Nadie sabe si Irvine y él realmente consiguieron escalar los últimos cien metros del ascenso o si se dieron media vuelta, ni lo que pasó; pero todos los que hemos escalado con George estamos convencidos de que llegó a la cumbre y se regocijó como era su costumbre sin dejarse una reserva suficiente para el descenso”.
En 1926 Graves, ya un especialista en literatura inglesa, logra una plaza de profesor en la Universidad de El Cairo adonde se traslada con su esposa Nancy, sus hijos y Laura Riding, también escritora y amiga del matrimonio. Sin embargo, aquel trío acabó de forma explosiva, ya que Robert y Nancy se separaron a su regreso a Londres mientras Laura intentó suicidarse. Pese a todo, el escritor y Laura recompusieron su relación y en el año 1929 decidieron trasladarse a Mallorca.
Mallorca, su lugar en el mundo
A juicio de Eduard Moyà, a Graves le resultó opresivo el ambiente de Londres y necesitó escapar. Con una vocación pasional por la poesía, sigue los pasos de Keats o Byron y busca el Mediterráneo. “Robert Graves”, cuenta Moyá, “se marcha a un paraíso estático en aquella época que son las islas mediterráneas y elige Mallorca por recomendación de Gertrude Stein. Se siente fascinado por ese tipo de vida de una sociedad donde la tecnología todavía no había llegado y que reúne los ingredientes de su imaginario poético. Él es sobre todo un poeta y en las montañas de Mallorca, en Deià, encuentra inspiración y sosiego. Allí escribirá y trabajará con Laura Riding, terminará la novela Yo, Claudio en 1934 y permanecerá en la isla hasta que el estallido de la Guerra Civil les obligue a abandonar Mallorca en 1936”.
A pesar de su deseo de regresar cuanto antes a Mallorca, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939 retrasa su vuelta hasta siete años después. Entretanto, Graves se separa de Laura y se empareja con Beryl Hodge con la que se casaría en 1950 y con la que tendría cuatro hijos, entre ellos William, actual albacea del legado de su padre; y Lucía, escritora. Durante cuatro décadas en Deià, hasta su fallecimiento en 1985, el autor de Yo, Claudio se convertirá en un escritor reconocido y premiado que obtiene el favor de una multitud de lectores con sus obras más populares, al tiempo que publica libros ensayísticos sobre cultura clásica para un público más cualificado.
Su editora subraya que Graves ocupa un lugar destacado en la literatura, entre otras cosas, “por reinterpretar los mitos clásicos”. “Así pues, un libro como La diosa blanca representa una cosmogonía de los mitos desde la perspectiva de una mujer. Asimismo sus obras sobre los mitos griegos y hebreos revelan su extraordinaria formación en la cultura clásica”, añade Pilar Álvarez.
Tanto el profesor Moyá como la editora Álvarez coinciden en que Graves amó la poesía por encima de todo. Ello no significa, en opinión de los expertos en su literatura, que no fuera también un brillante novelista y ensayista. En cualquier caso, su éxito rotundo con Yo, Claudio, con una biografía de Lawrence de Arabia y con otras novelas le permitió una cómoda y desahogada vida en Mallorca. La directora de Alianza resalta una cualidad de Graves: “Era un estudioso que convertía en obra literaria todo lo que estudiaba. Podría decirse que aquello que tocaba lo convertía en literatura. No podemos olvidar que fue un catedrático en Oxford”.
Famoso y rico, en armonía con la naturaleza en su pequeño reino de Deià, en un paraje privilegiado entre la sierra de Tramuntana y el mar, Graves se implicó con la sociedad mallorquina y no fue un extranjero aislado. Amó Mallorca donde pudo alejarse del mundo y escapar del horror de una brutal guerra que marcó su juventud.
A pesar de su espíritu abierto y modernizador, la irrupción de un turismo de masas a partir de la década de los setenta disgustó un tanto a Graves porque había perdido el paraíso. En su vejez, trató con escritores como Camilo José Cela, que se había instalado en Palma en 1954 y pasó a ser un asiduo acompañante. En cualquier caso, Eduard Moyà, que ha traducido recientemente un poemario de Graves al catalán (El crestall rost. Poemes de muntanya, editorial Moll) sostiene que Graves se dio cuenta de que la invasión turística de Mallorca daba al traste con el paraíso que había vivido. “Siempre fue Graves un elemento modernizador en la isla”, opina Moyà, “hasta que se percató de que el turismo abría una caja de Pandora”. Ahora bien, su huella ha quedado en su fundación y en un museo en Deià y, por supuesto, en su extensa obra. Quiso que en la lápida de su tumba en el cementerio de este pueblo mallorquín tan solo figurara esta inscripción: “Robert Graves. Poeta 24-7-1895 / 7-12-85”.
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