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Roman Polanski escribe para liberarse del cartel de “perverso enano libertino”

Roman Polanski reedita sus memorias

Mónica Zas Marcos

Roman Polanski no se ha pillado los dedos con el título de su autobiografía. La gente pedía hechos y él ofreció sus Memorias, un concepto tan difuso como legítimo. “Era consciente de que, por mucho que me empeñara en ser sincero, algunas personas seguirían prefiriendo la caricatura a la realidad”, escribió el director en 1984, la primera vez que salió publicado este libro. 

Por aquel entonces, Polanski ya había atravesado las tres fases más difíciles de su vida y disfrutaba de un ilusorio periodo de calma. No se imaginaba que el purgatorio llegaría en las décadas siguientes por el último de estos episodios: la supuesta violación a una adolescente de 13 años. “Me maravillan el optimismo y la ingenuidad que parecen destilar hoy los últimos párrafos de mis memorias”, escribe el franco-polaco en un epílogo añadido en la última edición, recién llegada a nuestro país de la mano de Malpaso.

Las quinientas páginas restantes no han cambiado ni un ápice desde hace más de treinta años. Lo único que ha querido añadir el director de El pianista es el infierno al que le ha sometido la justicia norteamericana y expresar su gratitud incondicional hacia su última esposa, Emanuelle Seigner, y los dos hijos que ha tenido con ella.

Roman por Polanski se escribió durante un retiro “permanente” de la profesión, alejado de la fama y del escrutinio. Sin embargo, fue convenientemente lanzado justo antes de estrenar Piratas en 1986.

Esta edición rebautizada como Memorias sale a la luz en plena polémica cannoise, donde Polanski acaba de hacer promoción de su última película, y poco después de renunciar a presidir los Premios César franceses debido a la presión de organizaciones feministas. 

Sea cual sea la intención del manuscrito, redentora o explicativa, lo cierto es que Polanski no pasa de puntillas por ninguna de sus vivencias, en especial por las más cruentas. Los que se acerquen a Memorias atraídos por el morbo verán recompensada la inversión, pero los que quieran conocer de cerca una vida tan dura como asombrosa serán los verdaderos afortunados. También los cinéfilos, ya que el director ofrece toda variedad de chismes y secretos del rodaje de El baile de los vampiros, Chinatown y La semilla del diablo, entre muchas otras.

Los campos de concentración

Polanski creía hace treinta años que su carrera como director había terminado, pero por suerte se equivocó de lleno. Fue esa etapa posterior la que dio forma a una de sus obras maestras. “La única, en realidad, en la que he llevado a la pantalla hechos de los que he sido testigo y que he descrito en este libro es El pianista”, escribe el cineasta en su epílogo.

Las penurias relatadas en sus memorias sobre la primera etapa de su vida daban, desde luego, para alimentar una película y varios libros. Hijo de un matrimonio de judíos polacos, el pequeño Roman vio su infancia truncada de la peor forma posible durante la Segunda Guerra Mundial. Sus padres, hermanastra y abuela fueron enviados a campos de concentración, mientras él compraba su custodia a varias familias avariciosas de Polonia. 

Polanski relata con minuciosidad nombres, apellidos y lugares geográficos para crear un mapa trágico en la mente de su interlocutor. De Cracovia a Varsovia, pasando por guetos sitiados, pisos francos y granjas en medio del estiércol. Es en esta época donde el adolescente encontrará un refugio psicológico en el cine, las películas de Disney, las aventuras de Errol Flynn y las comedias de Laurel y Hardy. Todos ellos le permitieron salir de su pozo de depresión y superar la muerte de su madre en una cámara de gas de Auschwitz.

En este fragmento, el autor logra reconciliarse hasta con sus detractores. Su escritura es elegante, carente de inquina y pensada para establecer un frágil cimiento para los episodios posteriores, donde el Polanski adulto está preparado para despertar menos simpatías. 

Una mezcla de pasiones

Roman Polanski, como bien sabrán los doctos en su carrera, siempre se ha sentido más actor, de teatro, además, que cineasta. Su gusto por la interpretación llegó de la mano del sexo, y desde entonces ambas pasiones se mantuvieron ligadas. “Tuve mucha suerte. No perdí la virginidad con una prostituta, sino con una chica mucho más experta que yo que hacía el amor simplemente porque yo le gustaba y porque disfrutaba de la sexualidad”, relata sobre aquel 1 de mayo de 1950.

Después llegaría la etapa francesa, también conocida como la lanzadera espacial de su fama. Polanski cuenta con detalle la producción de El cuchillo en el agua, la cinta que le abriría las puertas al mercado estadounidense, a Hollywood y a Sharon Tate. 

El director de El baile de los vampiros quería a Jill St. John, una de sus amantes, para el papel femenino principal, pero sus productores le encasquetaron a Charontait, como él la llamaba con acento francés. Fue ahí donde comenzó el romance con la actriz norteamericana, una relación sin ataduras, pero que a su vez cubría todas las expectativas intelectuales y sociales que buscaba Polanski en una compañera de viaje.

El director no esconde en ningún momento de Memorias que fue infiel a Sharon Tate incluso en sus últimos días de embarazo. También durante el rodaje de La semilla del diablo, que al final contó con la fantástica Mia Farrow como protagonista, aunque él siempre imaginó a su esposa como Rosemary. 

Los recuerdos junto a Tate son tan nítidos que aún desgarra la evocación del día de su muerte, cuando la familia Manson entró en su vivienda y apuñaló a su mujer a pocos días de dar a luz. Polanski recibió la fatal noticia en Brasil, donde se encontraba finiquitando un guión. El torbellino de emociones se mezcla en el libro con un rencor visceral hacia la prensa, que convirtió su duelo en un sinfín de bulos y carroña.

“Hollywood, que no es solo la comunidad más malintencionada del mundo, sino también la más insegura, deseaba buscar una explicación que echara toda la culpa sobre las víctimas, reduciendo de este modo la amenaza que pesaba sobre la sociedad en su conjunto”, escribe el director sobre el asesinato de su mujer. Una situación que se revirtió en el otro episodio oscuro de su biografía: la acusación de violación de la adolescente Samantha Geimer. 

En confesión con el lector

Roman Polanski sabía que los capítulos 27 y 28 eran los más delicados, así que aporta gran cantidad de detalles de aquella fatídica sesión de fotos para Vogue. Resulta curioso que el director apenas haga mención de la edad de la chica –13 años– mientras que desgrana temas de conversación, detalles de la ropa y descripciones del entorno.

Por respeto a la adolescente, decidió usar seudónimos en todo el fragmento. El de ella es Sandra. La describe como una muchacha parlanchina y adelantada a su edad. También incide en que “la experiencia y la desinhibición de Sandra resultaban evidentes. Separó las piernas y la penetré”, recuerda en el libro. Tras esa breve mención al episodio ocurrido en la mansión de Jack Nicholson, Polanski detalla el proceso judicial que vino después y que terminó prohibiéndole la entrada a EEUU, su tierra prometida.

“Ahora se me considera universalmente, bien lo sé, un perverso enano libertino. Mis amigos –y las mujeres de mi vida– saben que eso no es cierto”, sopesa el director en el epílogo de 2015. Ese affaire de Los Ángeles, como lo llama en el libro y que él siempre ha calificado de consentido, cambió para siempre la percepción hacia su trabajo, aunque tampoco eso consiguió alejarlo del set de rodaje.

“No me arrepiento de nada de lo que ha ocurrido por el camino”, admite en unas últimas líneas a modo de reflexión. Roman Polanski se reconoce feliz por primera vez en muchos años gracias a su familia, pero asume que gran parte de su público se acercará a Memorias esperando encontrar el retrato de un hombre destrozado. También sabe que se juzgará de nuevo su adúltero estilo de vida, por eso el prólogo lo dedica a quienes le esperan con el mazo en alto. “Quisiera pedir al lector que tenga presente que este libro se escribió hace más de treinta años. Se diría que hoy hemos olvidado lo tolerante y libre que era entonces nuestra sociedad”.  

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