Virginia Woolf fue violada desde los siete años por sus hermanastros y superó su primera crisis mental a los trece. Amalia Andrade temió durante mucho tiempo que le creciesen árboles en el intestino por haberse tragado una semilla. Sócrates llevaba siempre la misma ropa, andaba descalzo y bailaba solo. Kafka masticaba cada bocado 32 veces. Agatha Christie escribía sentada en la bañera. También Rosa Montero sufrió ataques de pánico desde los 17 hasta los 30 donde perdía todo el contacto con la realidad, como relata minuciosamente en El peligro de estar cuerda (Seix Barral).
El artefacto, pues no es ni un ensayo, ni una novela ni una autobiografía, intercala la propia experiencia de la autora y columnista de El País con las enfermedades síquicas, los traumas, los trastornos obsesivos o las simples extravagancias de creadores y escritores que, como ella, dudan a diario de la realidad y se refugian en la imaginación. “A veces la vida no es suficiente”, dice citando en la entrevista a su admirado Fernando Pessoa.
El peligro de estar cuerda es una oda a la locura y una negación de la normalidad. “Lo verdaderamente raro es ser normal”, asegura Montero en el libro. El resultado entretiene con una suerte de thriller, abruma con anécdotas por momentos, entrena el músculo de la empatía y, sobre todo, hace reflexionar.
Es la pregunta típica, pero un libro que conecta la mente del creador con la patología mental, ¿de dónde nace?
Siento que de alguna manera es el libro de mi vida, porque lo he estado escribiendo siempre. Yo los llamo 'artefactos literarios' porque no son novelas convencionales. El peligro de estar cuerda incluye temas que han estado dando vueltas en mi cabeza desde siempre.
Comienza reconociendo lo siguiente: “Siempre he sabido que algo funcionaba mal dentro de mi cabeza”. ¿Cómo fue consciente por primera vez de que tenía rasgos de Persona Altamente Sensible (PAS) y en qué lo notó?
Ha sido una inquietud que he tenido desde que era pequeña, que además se incrementó y se convirtió en algo crítico cuando tuve las primeras crisis de pánico. Ahí ya piensas que estás loca y tienes todavía más afán en intentar entender qué te pasa. Además, se junta con el hecho de que la inmensa mayoría de los novelistas hemos empezado a escribir de niños. Al principio es un juego, pero a medida que vas creciendo y vas viendo que dedicas horas y horas a sentarte en una esquina de tu casa a solas a inventarte mentiras, en realidad es algo estrafalario, ¿no? Así que lo he ido rumiando, tejiendo, destejiendo y ha aparecido en este libro.
Ha escrito mucho de salud mental en sus columnas. ¿Qué le hizo publicar este ensayo literario o artefacto justo ahora?
Hace cuatro años recibí como una especie de telegrama mental del subconsciente. Tú no escoges los libros que haces, sino que los libros te escogen a ti. Entonces, lo que hice fue empezar a leer de una forma sistemática, tomando notas y releyendo algunos de los muchos libros que recordaba que podrían ser más útiles para esto: neurociencia, psiquiatría, psicología o expertos en cosas raras, como adicciones y así.
¿La pandemia no tuvo nada que ver?
Lo empecé mucho antes, en 2018. La pandemia ha empeorado de tal manera la salud mental en todo el planeta que ha tenido un efecto carambola positivo, y es que ha saltado la tapa del tabú por los aires. El año pasado publiqué un artículo diciendo que 2021 había sido el año de la salida del armario de los trastornos mentales. Fíjate tú qué coincidencia. No soy Rappel, pero yo creo que somos como un cardumen de pececitos. Si aplicas bien el oído, escuchas la respiración y el pensamiento de los demás, sabes que había un zumbido común en torno a esto. Hay algo colectivo que nos une.
Dice que “la ficción representa de una manera más plástica y más evidente su visión de la vida: que la realidad es muy poco fiable”. ¿A qué se refiere?
La realidad es apenas un decorado que se mueve y que además se puede deshacer en cualquier momento. Si yo me he salido de la realidad en mis crisis de pánico por el efecto túnel, ¿cómo me voy a fiar de la realidad? Tengo la teoría de que un 15% de la población tiene ese mismo tipo de cerebro, también son muy creativos y tienen esa sensación de que la realidad no termina de encajar. Entre ellos están los lectores apasionados. Es lo que decía Pessoa en esa frase tan bonita: “La existencia de la literatura es la prueba inequívoca de que la vida no basta”. Y es verdad, la vida no nos basta a algunos. Somos los que tenemos la visión del abismo más clara y que las fronteras entre lo real y lo imaginario son completamente porosas y movedizas.
¿Y cómo se compagina esa sensación con el ejercicio del periodismo, que supuestamente es el que pone palabras a la realidad?
Claro, son dos maneras de relacionarte con la realidad. La del periodismo es una realidad muy pequeña. En el periodismo describes el árbol de al lado y en la novela intentas describir el bosque. Incluso en los textos de periodismo literario el redactor es igual que el notario, tiene que describir una realidad tangible. Me acuerdo del reportaje que hice de la matanza de Atocha, que empezaba con uno de los asesinos entrando al bar una hora antes y pidiendo un carajillo. No me lo puedo inventar. He tenido que ir al bar para preguntarle al señor si estuvo ahí y qué se pidió. No me puedo permitir ni la licencia de decir que se tomó un carajillo. Para mí no hay ninguna confusión. Es como hablar dos idiomas. Puedes pasar de uno a otro.
El miedo a la muerte es uno de los motores de muchos trastornos mentales y, sin duda, de las crisis de pánico. Yo creo que escribo para perderle el miedo a la muerte
Empezó la carrera de Psicología porque pensaba que estaba “loca”, pero no la terminó. En cambio dice haber encontrado en la literatura más respuestas a cuestiones complejas que le rondaban. ¿Cuáles eran?
¿Por qué tenemos la cabeza llena de imaginación? ¿A qué llamamos un trastorno mental y a qué le llamamos cordura? ¿Cuál es la relación entre el trastorno mental y la creatividad? He encontrado respuestas suficientes a todas esas cosas y para mí ha sido un libro muy serenador. Si te planteas el sentido de la vida, te tienes que plantear cómo soportar el sinsentido de la muerte. Así que en el libro termino desembocando en mis temas de siempre, porque yo soy una escritora esencialmente existencialista. Todo el rato hablo obsesivamente de la muerte y del paso del tiempo. El miedo a la muerte es uno de los motores de muchos trastornos mentales y, sin duda, de las crisis de pánico. Yo creo que escribo para perderle el miedo a la muerte.
El refugio de la literatura está bien, pero en El peligro de estar cuerda también echa en falta el tratamiento psiquiátrico o la compañía psicológica durante sus crisis de pánico. ¿Ha recurrido después a ello alguna vez?
Me he psicoanalizado varias veces durante tres temporadas, como año y medio cada vez. Intelectualmente es una experiencia muy rica. El psicoanálisis sirve para la gente que no está muy mal, para los neuróticos, no para gente con trastornos mentales mayores. Lo que hace es cambiar tu narrativa. Los seres humanos somos narración, somos palabras en búsqueda de sentido. Creemos que vivimos las cosas en la memoria y que recordamos nuestro pasado, pero es mentira: lo que recordamos es un cuento.
Lo que yo recuerdo de mi infancia no es lo que recordaba hace 20 años. Los padres de mi hermano mayor no son mis padres, es que no tienen nada que ver. Cada uno ha hecho su cuento. Eso es lo que haces cuando eres niño para defenderte. Tienes muy pocas armas, muy pocos recursos. De hecho la niñez me parece una etapa de la vida muy amarga, muy complicada, muy difícil. Un buen psicoanalista escucha, te pone un espejo delante y te rebota tus contradicciones. Te permite ver que esa narrativa no era la guerra y construir otra que está más acorde con quién eres tú hoy. Te permite ser menos infeliz.
La niñez me parece una etapa de la vida muy amarga, muy complicada y muy difícil. Está idealizada
Una de las tesis que más defiende en el libro es que para la creación se necesita haber tenido un trauma infantil. ¿Tan importante es esa etapa –además, nada idealizada– para la carrera de un escritor?
No lo digo yo. Hay unanimidad entre los expertos en eso. No hay que magnificarlos. Traumas infantiles abundan (ríe). No toda la gente que tiene un trauma infantil llega a ser artista, bueno o malo, que no tiene que ver con la calidad. Y no hay que pensar en cosas que pueden ser terribles. Algunos grandes escritores tienen unos traumas de muertes de los padres muy tempranas, guerras, abusos o bancarrotas, pero pueden ser otras cosas. Es una especie de pérdida brusca de la infancia feliz en algún momento, por lo que fuere. Creo que la infancia es el momento del descubrimiento del mundo. ¿Cómo no va a ser maravilloso? Pero es un lugar de mucha indefensión, mucha oscuridad y muchos miedos. ¿La infancia está mitificada? Siempre.
Aborda mucho la soledad del enfermo mental o del que sufre alguna patología. ¿Nos arrepentiremos de haber dado de lado a esas personas?
Mucho. El trastorno mental es algo común en la vida del ser humano aunque haya sido ocultado de esa manera sistemática, se haya creado un estigma y se haya apartado a la gente. Es algo tan patológico que, si conseguimos destapar esa verdad, asumirla y no empeorar el dolor psíquico, mejoraremos como sociedad. La locura es una soledad tan extraordinaria, tan brutal, que solo la conoces si has estado ahí. Es una soledad tremenda. Si a esa soledad psíquica le añades el estigma a la soledad social, condenas a esa gente a ser incapaz de llevar una vida habitable.
La OMS dice que un 25% de la población va a tener un trastorno mental en algún momento de su vida, pero creo que es un cálculo superconservador. ¿Esto qué quiere decir? Que todo el mundo, o bien va a tener un trastorno mental o bien lo va a tener alguien muy cercano: tu hermano, tu hermana, tu amante, tus amigos, tus padres. Abrir esa puerta quitaría mucho dolor.
Hay una corriente importante que vincula la salud mental con el estado del bienestar. ¿Qué hacemos cuando cada vez hay más políticos en el poder que lo quieren desmantelar?
Estamos en esa lucha en todo el mundo. Están subiendo como la espuma partidos tremendamente retrógrados, tremendamente extremistas. Lo que está en alza es el dogmatismo, el fanatismo y el extremismo de derechas. Y de izquierdas, que para mí son exactamente iguales y hacen las mismas cosas. No hay más que ver a Ortega en Nicaragua. No es un caldo de cultivo bueno para esto que estamos hablando. Pero ahí está la batalla social. Por otro lado, se ha abierto esa puerta. No dejemos que se cierre.
Están subiendo como la espuma partidos tremendamente retrógrados y extremistas que no son buen caldo de cultivo para la salud mental
En concreto en España, a pesar de ser uno de los países de la Unión Europea con menos personal médico de expertos en salud mental.
Nos falta muchísimo personal, muchísimos psiquiatras y muchísimos psicólogos. También somos el país de la Unión Europea que más ansiolíticos y píldoras receta. Lo hacen los médicos de familia, porque como no pueden derivar al paciente a ningún lado, recetan los ansiolíticos como si fueran agua. Está todo el país tomándose benzodiacepinas, que crean una una adicción brutal y que además fomentan la depresión, entre otras cosas. Esto es una barbaridad.
A las mujeres se les receta más del doble de psicofármacos. ¿Además del estigma, hay una brecha de género en el tratamiento de las enfermedades mentales?
Totalmente. Hay estudios hechos antes de la pandemia que demuestran que, ante los mismos síntomas, a los hombres les mandan pruebas diagnósticas y a las mujeres nos dan ansiolíticos. A las mujeres nos cuesta un 13,5% más de tiempo ir a un especialista. Ese 13% son ansiolíticos. Oye, pero es que la gran mayoría de los médicos de familia son mujeres. El machismo es una ideología que nos afecta a todos. Hay que tener muy en cuenta eso.
Aunque hay que buscar ayuda profesional en primer lugar. ¿Cree que el arte nos permite sobrellevar la oscuridad?
Desde luego, esa es la tesis del libro. Es una loa a la capacidad que tiene la escritura de ser curativa o sanadora. Pero también leer, aunque no escribas, nos salva la vida. Eso está clarísimo. Los libros son un talismán enorme. Siempre he sentido que si tienes un libro cerca, nada muy malo te puede pasar. No es verdad, pero me da esa sensación de protección. ¿Y qué decirte? Que la gente no se rinda. Que busque ayuda psicológica, psiquiátrica y que hable las cosas con los amigos. Y luego, que lea, porque leer nos hace sentirnos menos solos, nos pone en contacto con otra cabeza que vibra como nosotros. Te sientes junto con alguien frente al mundo, frente a la oscuridad del mundo.