La gente que lee siempre tiene tres o cuatro autores de cabecera que contribuyeron a modelar su personalidad o a entender la vida de una cierta manera. Quizá Lawrence Durrell, con El Cuarteto de Alejandría, podría ser uno de ellos. Es de esos autores que descubren que uno ya no tendrá más la razón, ni poseerá ninguna verdad absoluta y, lo que es peor, que tampoco nadie más será propietario indiscutible de una certeza. En esta tetralogía, cuatro personajes narran la misma historia a su manera, cómo la vivieron o como recuerdan haberla vivido filtrada por la memoria y su experiencia.
Durrell contaba que hay tantas verdades como personas, que todo es relativo y subjetivo. En boca de Justine suena así:
Rudyard Kipling desde el prisma de Durrell
No es necesario conmemorar aniversarios de nacimientos o muertes para celebrarlo, como se está haciendo ahora, para guardarle un sitio. Pero hay que mirarlo desde el prisma. No existe un solo Rudyard. Kipling es, por una parte, uno de los símbolos del imperialismo británico; por otra, un escritor genial.
Jorge Luis Borges decía de él: “George Moore dijo que Kipling era, después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario. Sabía administrar sin pedantería esa profusión léxica. Cada línea ha sido sopesada y limada con lenta probidad”. Cuando murió en Londres, el 18 de enero de 1936, el argentino publicó un artículo en el diario Crítica en el que intentaba separar el grano (su calidad literaria) de la paja (su actitud colonial) afirmando “que la obra -poética y prosaica- de Kipling, es infinitamente más compleja que su política, y aún más que sus ”ideas“.
Una vida viajera y militarizada
Rudyard Kipling nació en Bombay, en la India colonizada por el imperio británico, en 1865, en el seno de una familia humilde de origen inglés. Su padre, pintor, era superintendente del Museo de Lahore (actual Paquistán), por lo que pasó los primeros tiempos de su infancia en Asia. A los seis años fue enviado a estudiar a Inglaterra, donde permaneció hasta 1882, año en el que volvió a India a trabajar como periodista en The Lahore Civil and Military Gazette y en The Pioneer, a continuación.
En 1889 empieza su intensa vida viajera visitando Japón y EEUU, que relató en una serie de cartas que publicó The Pioneer y que recogió el libro De mar a mar. Su carrera literaria empieza con narraciones, baladas y poesía, ganándose una merecida fama de imperialista. Estos trabajos le convierten en el poeta de referencia de la época victoriana.
En 1892 se casó con la neoyorquina Caroline Starr Balestier y fueron a vivir a Vermont, donde permanecieron cuatro años. Sus libros de esta época, que han sobrevivido con buena salud hasta nuestros días (El libro de la selva y Capitanes intrépidos) tienen una fuerte influencia norteamericana y, en concreto, de Jack London, glosando la vida primitiva y el retorno a la naturaleza. En 1907 obtuvo el Premio Nobel de literatura.
Se considera que Kim (1901), donde relata las aventuras de un huérfano (“un blanco pobre, el más pobre de los pobres”), hijo de un soldado inglés y una madre modesta, de raza blanca, es su obra maestra. Es una novela de espionaje, que le sirve para describir los aspectos más pintorescos de la India y entender alguno de los conflictos que actualmente azotan Asia. Henry James, comentando sus libros, decía que contienen “la magia irresistible de los soles tórridos, de los imperios sometidos, de las religiones salvajes y de las guarniciones inquietas”.
Los relatos de Kipling han inspirado muchas películas y las siguen inspirando. Existen hasta 14 títulos basados en sus narraciones, algunos dirigidos por personajes como John Ford, John Huston o William Wellman. Precisamente, Disney ha anunciado el estreno de una nueva versión de El libro de la selva (la cuarta ya que produce esta compañía estadounidense) que se estrenará el próximo 15 de abril. Está dirigida por Jon Favreau, que firmó la saga del superhéroe Iron Man con voces de Bill Murray como Baloo, Ben Kingsley como Bagheera e Idris Elba como Shere Khan, además de Scarlett Johansson, Lupita Nyong'o, Christopher Walken y Giancarlo Esposito.
“If...”, su poema más conocido
Borges consideraba que Kipling era un gran poeta. If..., por ejemplo, que tiene un origen funesto, inspirado por gestas guerreras de los británicos en la guerra anglo-boer de Sudáfrica, fue adaptado por Joni Mitchell en su álbum Shine de 2007. Abraham Simpson lo refiere a su hijo Homer, en la segunda temporada de la serie más jaleada de la tele, en el episodio Old money, modificando el “Serás un hombre, hijo mío”, por “Serás un estúpido”.
Su extrema sencillez y la facilidad con que todo el mundo puede entender este poema ha provocado que sea despreciado por muchos “popes” culturales. Lo han tachado de “católico”, de “joseantoniano”, de “machista”, de “masón”, pero su popularidad lo ha salvado de todas las críticas y lo mantiene vivo.
Los británicos lo consideraron el poema favorito de su literatura en una encuesta de la BBC de 1995. Y uno de sus versos, If you can meet with Triumph and Disaster and treat those two impostors just the same (“Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota y a estos dos impostores los tratas de igual forma”) preside la entrada de tenistas de la pista central del torneo de Wimbledon. Roger Federer y Rafa Nadal lo leyeron en un vídeo de la final masculina de 2008.
(TRADUCCIÓN de José Manuel Benítez Ariza)
If... ha superado las circunstancias coloniales en las que fue escrito y ha sido adoptado por personas de todo el mundo, algunas tan respetables como la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, que lo tradujo al birmano o el Nobel yugoslavo Ivo Andric, autor de la versión serbocroata.
Las citas más implacables
La obra de Kipling es pasto recurrente de los libros de citas lapidarias. Involuntariamente, se ha convertido en un autor de autoayuda, en un psiquiatra de cabecera, y no por ello ha perdido valor o ha inspirado menos a los creadores más cercanos. Muchas de estas referencias le protegen de su pasado colonial y nos permiten verlo como un escritor moderno, vigente.
“Las palabras son la más potente droga utilizada por la humanidad”. Está entresacada de un discurso en el Real Colegio de Cirujanos de Londres, en 1923. Y, en contexto, seguía: “No solo las palabras infectan, te convierten en egocéntrico, narcotizan y paralizan, sino que también entran dentro de ti y tienen la capacidad de colorear las células más pequeñas del cerebro”. Era una premonición que anunciaba el auge del nazismo en Alemania, alentado por la propaganda nociva del aparato hitleriano.
Otra frase de Kipling reza: “Seis honrados servidores me enseñaron cuanto sé. Sus nombres son cómo, cuándo, dónde, qué, quién y por qué”. Pero lo cierto es que Kipling fue muy crítico con la prensa, sobretodo cuando invade la vida privada. En un poema titulado La prensa, que ha sacado a la luz recientemente una edición de Cambridge University Press, era muy riguroso con su antigua profesión:
¿Qué opinan en India de Rudyard Kipling?
Mustansir Dalvi, profesor de Arquitectura en Bombay, representa el sentimiento general del país sobre Kipling: “Está por una parte su pasado colonial y por otra su calidad como escritor”. Otro profesor indio, Harish Trivedi, de la Universidad de Delhi, es más duro con él: “Aunque escribió sobre la India en la India, Kipling lo hizo solo para una guarnición de lectores británicos que vivían temporalmente aquí, los anglo-indios”.
Nacido en India, rinde homenaje a su ciudad natal, Bombay, cuando escribió sobre ella: “Para mí la madre de todas las ciudades/nací en su puerta/, entre las palmeras y el mar/, donde el mundo termina y el barco de vapor espera”.
Un barco de vapor que acabó llevándole a Inglaterra donde vivió el resto de su vida.