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Análisis

Ruido de rebeldía

Manifestación contra las medidas sanitarias en Bruselas
25 de enero de 2022 22:31 h

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¿La rebeldía se volvió de derechas? Con este sugerente título, el historiador argentino Pablo Stefanoni aborda en su libro más reciente uno de los debates políticos más interesantes del momento: la posibilidad de que la izquierda haya claudicado a su tradición contestataria, a su capacidad para confrontar a los poderes y el orden establecido, y haya cedido ese papel transgresor a la derecha. O, al menos, al ala más radical de ella, que es lo que finalmente se desprende de la lectura del texto.

Stefanoni pone el foco en el ascenso de una nueva derecha cuyos líderes “ya no son cabezas rapadas ni calzan borceguíes ni se tatúan esvásticas en el cuerpo”, sino que tienen la consideración de figuras “respetables” en el juego político, gracias a un proceso de 'normalización' que ha sido facilitado en buena medida por la pasividad, el oportunismo político o la debilidad de los partidos convencionales, en particular los conservadores. Pero el autor no se detiene en la discusión sobre ese blanqueamiento, tema que han tratado con profusión prestigiosos expertos en la materia, con el politólogo holandés Cas Mudde a la cabeza. La originalidad de ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Siglo XXI) estriba en que, a partir de una lectura rigurosa de los referentes de la ultraderecha y la derecha alternativa, disecciona con meticulosidad la estructura discursiva que permite hoy a estas corrientes ideológicas presentarse como un fenómeno rompedor, sin complejos ni tabúes, dispuesto a poner patas arriba un orden pernicioso impuesto por las élites 'progres', como denominan a un magma impreciso de poderosos entre los que invariablemente sacan a relucir el nombre del magnate judío y filántropo de iniciativas progresistas George Soros, que encarnaría al depredador capitalista por antonomasia.

Estrellas mediáticas de la “alt-right”

Por las páginas del libro desfilan grandes figuras del libertarismo, como el economista Ludwig Von Mises o la filósofa Ayn Rand; estrellas mediáticas de la alt-right, como Milos Yiannopoulos, y toda una pléyade de vociferantes provocadores del calibre del supremacista blanco Richard Spencer o el 'masculinista' Jack Donovan. En mi opinión, el personaje clave de este batiburrillo de influencias es Murray Newton Rothbard, discípulo de Von Mises, que a comienzos de los 90 abandonó el Partido Libertario y construyó un puente entre la tradición libertaria y el viejo conservadurismo estadounidense, sentando las bases del populismo de derechas tal como lo entendemos hoy. No es casual que el libro dedique un espacio generoso a este influyente economista.

Como bien apunta Stefanoni, el discurso de la nueva derecha plantea hoy un serio desafío a la izquierda, en la medida en que contiene reivindicaciones y planteamientos que, sin la debida contextualización, podrían confundirse en algunos casos con banderas clásicas del progresismo. La ultraderecha, por ejemplo, no solo se proclama defensora de las clases populares frente a los abusos de los ricos, sino que ha comenzado a tantear cierta retórica ecologista e incluso a hacer guiños —en unos países con más determinación que en otros— al colectivo homosexual. Pero su escenario predilecto para alardear de rebeldía es el de la “guerra cultural”. De acuerdo con su relato, la izquierda perdió la batalla sobre el modelo económico con el derrumbe del comunismo soviético, pero se las ha ingeniado para ganar hasta el día de hoy la batalla de la cultura. La máxima expresión de esa victoria sería la “corrección política”, como denomina despectivamente lo que han sido, esas sí, auténticas rebeliones desde la izquierda contra el orden establecido, como la lucha por la igualdad de la mujer y la defensa de los derechos de las minorías, y a las que trata de descalificar en su conjunto por los excesos que se hayan podido cometer en su nombre. Bajo esa etiqueta, agrupa todo lo que le disgusta del progresismo: del lenguaje inclusivo al feminismo, pasando por el multiculturalismo, la “ideología de género” o la sensibilidad hacia la inmigración. Para hacer frente a la “nueva Inquisición”, la gran familia ideológica a la que pertenece Vox se ha autoproclamado con orgullo la abanderada de la “incorrección política”.

Resulta obvio, para quien se tome el trabajo de hurgar en las raíces del pensamiento de la ultraderecha y la derecha alternativa, que el discurso de este conglomerado ideológico está construido sobre unos valores muy distintos a los que han animado tradicionalmente a las izquierdas. Así, la defensa de las clases populares va en el mismo paquete que el rechazo a la inmigración, a la que se acusa de quitar el trabajo a los nacionales. Las críticas a la globalización se enmarcan en un proyecto etnonacionalista de sociedad, ajeno al internacionalismo que ha caracterizado al progresismo. Lo mismo cabría decir de la reciente y quizá oportunista preocupación por la ecología, que Stefanoni asocia de algún modo con el “ecofascismo”, una forma de idealización de la vida en naturaleza que el nazismo y el fascismo tomaron del romanticismo alemán y que poco tiene que ver con apuestas científicas para la protección del medioambiente o la preocupación por el calentamiento global. La calculada apertura al mundo gay se hace desde una perspectiva “homonacionalista”, al inscribirse dentro de la lucha contra el odiado Islam, religión a la que se identifica con la homofobia y la intolerancia. Y la “incorrección política” se termina revelando como un instrumento “para habilitar el racismo, el sexismo y la intolerancia política y cultural”.

No se puede negar que este discurso está resultando atractivo para muchos, sobre todo para sectores populares golpeados por las dificultades económicas y la incertidumbre, en un contexto de debilidad de la democracia y de descrédito de la política tradicional. “Estamos ante derechas que le disputan a la izquierda la capacidad de indignarse frente a la realidad y de ofrecer vías para transformarla”, advierte Stefanoni. Y observa: “Las izquierdas 'antisistémicas' abrazaron la democracia representativa y el Estado de bienestar o bien se transformaron en grupos pequeños y sin incidencia efectiva; mientras tanto, son las denominadas 'derechas alternativas' las que vienen jugando la carta radical contra las élites, el establishment político y el sistema”.

Batalla cultural

El libro expone algunas de las dificultades a las que se enfrenta la izquierda ante el ascenso de la ultraderecha y el potente impacto de su discurso en el debate político: ¿Cómo defender la laicidad sin caer en la islamofobia? ¿Cómo desarmar los argumentos xenófobos contra la inmigración con datos convincentes y sin incurrir en posiciones fácilmente refutables? ¿Cómo apoyar una idea comunitaria de la sociedad sin renunciar al cosmopolitismo y sin adoptar una cultura del terruño que podría resultar reaccionaria? A ello se suman las dudas sobre cuál es la manera adecuada de lidiar con las derechas 'políticamente incorrectas'. Según Stefanoni, la sensación que reina hoy entre los progresistas es que, si debaten con ellas, salen perdiendo; si las ignoran, siguen en ascenso; y si las atacan, se victimizan. Una de las quejas habituales de la izquierda es que los ultras lo tienen más fácil porque recurren sin tapujos a la demagogia y la mentira. A ello responde el autor con crudeza: “También es verdad que el progresismo se quedó cómodo dando su batalla 'en la cultura', en sus zonas de confort morales y en su adaptación a un capitalismo más hípster”. Y apostilla: “Esto no significa, de ningún modo, que las izquierdas no puedan seguir ganando elecciones; significa que pueden muy poco cuando las ganan”.

El historiador propone en el epílogo una fórmula muy singular para hacer frente a tan hábil y descarado enemigo: el humor. Burlarse de las derechas alternativas que se presentan como víctimas de la corrección política. “Quizá llegó la hora de ridiculizar a los ridiculizadores”, proclama. Sin embargo, añade a renglón seguido que esta ofensiva debe ir acompañada de una renovación del progresismo, que le permita volver a conectar “con los de abajo” y articular las reivindicaciones de una sociedad atomizada y diversa. Ahí está, precisamente, el quid del problema. Cómo recuperar la capacidad para la rebeldía que en otros momentos identificó a la izquierda. En mi opinión, este es un reto mucho más difícil que burlarse de Abascal o Trump. Lo cual no significa, ni mucho menos, que minusvalore el potencial combativo del humor.

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