“Los padres son el destino elegido por los hijos”, dice una voz grabada en un cd, “y lo aclaro porque vas a ir demostrando un carácter cada vez más impulsivo, desbordado. Esta energía de muchas vidas es la misma que podría generar tendencia a atraer hombres complicados para marchar a tu lado. Parejas y relaciones difíciles”, prosigue la grabación.
Estas palabras corresponden a una 'carta kármica' que un abuelo ha hecho para su recién nacida nieta. Una funesta predicción de futuro que el narrador no puede evitar reproducir. El protagonista de La otra hija no cree realmente en predicciones astrales ni en pseudociencias, pero la voz del cd, de alguna forma, anida en él y le hace dudar de todo. ¿Por qué un abuelo diría algo así de su nieta? ¿Qué relación tuvo él mismo con su padre? ¿Será capaz de evitar sus errores? ¿De contradecir a esa 'carta kármica'?
El pensamiento mágico dinamita los pocos puentes que el narrador de La otra hija tenía con su propio padre. Un narrador que no es otro que el escritor Santiago La Rosa (Buenos Aires, 1987), que en su nueva novela reflexiona con precisión de cirujano sobre los miedos asociados a la paternidad, los errores heredados, la voluntad de cambio y el silencio como corruptor de cualquier relación afectiva. Cinco años después de su debut con Australia (Metalúcida, 2016), La Rosa vuelve con La otra hija (Editorial Sigilo, 2021), mientras compagina su carrera como escritor con su trabajo como director de la editorial Chai, que mantiene desde un pequeño pueblo de 500 habitantes en la provincia de Córdoba, Argentina.
Ser padre y tener miedo a ser como tu padre
“La otra hija nace a partir de un tema que ya estaba presente en Australia: el terror por los hijos, la función del padre”, explica Santiago La Rosa a elDiario.es. “Cómo se los cuida y cómo se los entiende. Cómo es ser padre hoy, cuando el modo y la violencia y la distancia de los padres que conocimos está tan cuestionada, fue una de las preguntas vitales que me empujó a escribir esta historia”.
La otra hija es una historia de paternidades cruzadas, ascendientes y descendientes. El protagonista acaba de ser padre y su nueva condición aporta cero certezas. Sumido en un mar de dudas, el narrador se plantea la educación que recibió de su propio padre, un célebre divulgador de la alimentación macrobiótica. Un señor con el que apenas tiene relación, que no conoce a su nieta aunque dice saber su futuro. ¿Qué le enseñó su padre sobre ser padre?
“El miedo es casi inherente a tener hijos y la idea de no repetir patrones también”, cuenta el novelista. “Quizás ahora la paternidad trae más preguntas: en el caso del narrador, la certeza y seguridad de la carta astral desconcierta y le da miedo porque él está desconcertado frente a este nuevo rol. Cómo se es padre si la herencia que tuvimos no sirve. Si queremos evitar las violencias y dejar lugar a sujetos, los hijos, criados en coordenadas que no fueron para nada las nuestras, hay que aceptar que tenemos que inventar nuevas formas, no saber”.
La carta astral que el abuelo prepara para la nieta deja al padre de la criatura descolocado. Siembra una semilla que le hace vivir con miedo, que le aleja de sus seres queridos, de su pareja, de su hija. Pero él finge tenerlo todo controlado, calla y decide por los demás, cree saber lo que conviene, replicando así un patrón de masculinidad tóxica del que creía estar libre.
“No es algo que haya pensado conscientemente durante la escritura, pero todo lo reprimido, la violencia, el miedo y la impotencia, genera esa toxicidad que mencionas y que de algún modo lo aleja de aquellos a quienes quiere cuidar”, reflexiona Santiago La Rosa. “Lo pienso más desde lo inconsciente: el peso en la escena presente de todo los recuerdos, las creencias y, sobre todo, de lo no dicho”.
El pensamiento mágico como semilla tóxica
Para el escritor “las palabras de un destino astral –en que el narrador en otro momento podría no creer–, tienen un valor y un peso mortal”. Según el autor de La otra hija, en su novela “el pensamiento mágico irrumpe distorsionando el vínculo con el otro. Quizás sea, al final, una forma de neurosis que no permite ver a esa hija ni a esa esposa, sino a los terrores o a las propias limitaciones del narrador”. Y añade: “en la novela, la astrología y los discursos sobre el cuerpo y la violencia siempre irrumpen y aíslan al narrador. Esa es la herencia que trae y con la que lidia a lo largo de la novela”.
El abuelo ausente de la novela se dedicó durante años a la terapia Gestalt, una psicoterapia que tiene en pie de guerra a muchos profesionales de la psicología y la psiquiatría por considerarla una intrusión pseudocientífica. Y con sus actuales charlas sobre alimentación macrobiótica –una dieta que se basa en los conceptos orientales del ying y el yang–, viaja por todo el mundo ofreciendo consejos y recetas a quien le quiere escuchar, previo pago, obviamente.
“Escribir esta novela me exigió una investigación sobre disciplinas que siempre me resultaron fascinantes por el efecto que generan en quien está atravesado por ellas”, cuenta La Rosa. “Uno puede creer, informarse y argumentar en contra, puede reírse todos los días de la astrología con sus horóscopos, pero en los momentos de angustia hay algo de esas palabras que pesa distinto, que tiene un efecto”, reflexiona. “Todas las disciplinas que le hablan al sujeto, que nos hablan a nosotros y de nosotros sin conocernos, me fascinan”.
En el fondo resulta que en lo personal, los consejos que el personaje del abuelo ofrece a cambio de dinero, a él no le han servido demasiado. Se divorció cuando el narrador era pequeño y no ayudó en nada a su familia. Apenas se le conocen más lazos de sangre, ni madres ni padres, ni primos ni tíos.
“Un amigo leyó la novela hace poco y me dijo que tiene algo de novela de fantasmas. Eso me gustó. El narrador busca todo el tiempo a figuras elusivas, que ya no están y que quizás nunca estuvieron pero que resultan muy presentes en el día a día de su relación y su paternidad”, explica el autor. “Podemos escaparnos de una persona, de una agresión, de una situación traumática, pero a veces nos da la sensación de que no hay escape posible. En la novela, el narrador quiere olvidarse, no pensar, no ver, y de algún modo la tragedia que lo antecede se le hace presente todo el tiempo. Piensa en esos vínculos, en su trabajo y especialmente en la relación con su hija. De algún modo, lo que mueve el libro es la intención del narrador de hacer algo distinto como padre de lo que hicieron con él como hijo”.
Una intención que entrelaza la lectura de La otra hija con una sensibilidad contemporánea sobre maternidades y paternidades en la ficción. La misma portada del libro, realizada por Ana Galvañ, conecta La otra hija con Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver, novela para la que la ilustradora murciana hizo una portada conmemorativa de los 50 años de la editorial Anagrama. Un título con el que “comparte esa idea de lo terrorífico en el seno de una familia, del núcleo familiar como el lugar de lo ominoso y lo imposible de deshacerse”.
Muchas otras lecturas fueron fundamentales para escribir La otra hija. “Revisité las que para mí fueron las grandes ficciones que me hicieron querer escribir, los libros que por otra parte, tienen padres memorables, padres impotentes frente a hijos que no comprenden y no pueden cuidar. Pienso especialmente en Desgracia de J. M. Coetzee y Pastoral Americana de Philip Roth, pero también en la más reciente La Carretera de Cormac McCarthy donde la díada padre e hijo se lleva al límite”.