Sara Torres: “Las guerras de amor entre una madre y una hija se parecen a las de dos amantes”
Cuando tenía 18 años diagnosticaron a su madre un cáncer terminal. A los 28, mientras ella hacía el amor con otra mujer en Barcelona, su madre fallecía en Asturias y de camino a su entierro le asaltó la primera frase de Lo que hay (Reservoir Books). Sara Torres (Gijón, 1991) ha debutado con una novela que narra mucho más que un duelo. Tampoco es solo un testimonio escrito desde el “fango” y la tristeza profunda, pero a la vez sintiendo una pasión y un amor que se antojan inoportunos.
La prosa de Torres hereda una voz poética que ya ganó el Premio Nacional de Poesía Gloria Fuertes en 2014 y explora asuntos en los que se ha formado como investigadora en la Universidad Queen Mary de Londres y la Universidad de Passau, en Alemania: la narrativa lésbica y la escritura vinculada a los diagnósticos de cáncer. Todo esto, entrelazado con su tragedia personal, le da empaque y emoción a una historia de vínculos amorosos de mujeres con otras mujeres: amantes, madres, novias, abuelas e hijas.
La autora descuelga el teléfono en compañía de su perra Pan, que a veces reclama su atención. Parece decirle que basta de tanta entrevista, sesión fotográfica y firma de libros. Pero Lo que hay es el debut más interesante del año y el público lo corrobora: tres semanas después del lanzamiento, han anunciado la segunda edición.
¿De dónde parte Lo que hay y qué lo distingue de lo que había escrito antes?
En realidad parte del duelo biográfico por mi madre. La extrañeza del libro es que yo estaba pasando el duelo a la vez que la narradora pasa el suyo. Esta sincronía hace que la escritura sea muy poco irónica, muy poco distanciada y muy de meterse en el propio fango y revolver. Cuando estaba yendo al funeral de mi madre en coche, pensé la frase de “Mientras mi madre moría yo estaba haciendo el amor” y me perturbaba a la vez que me asombraba. Era demasiado teatral como para ser real. Es difícil hasta para mí saber qué partes de la novela son ficción y qué partes no, porque mi propia memoria ha quedado determinada por ella.
Entiendo que empezó a escribir en una etapa muy temprana del duelo. ¿Cómo fue ese proceso?
Empecé a escribir mis propios cuadernos del duelo, que no tenían ninguna forma narrativa ni ningún deseo de ser novela. Lo hice para poder conversar con alguien sobre temas donde generalmente estamos solas. Hay ciertos momentos intensos, como el enamoramiento o la pérdida, en los que es muy difícil encontrar interlocutoras que aguanten mucho rato de conversación. Siempre hay amigas caritativas que te acompañan, pero sabes que no puedes abusar muchísimo. Y, casualmente, por esas fechas me escribió una editora preguntándome si aparte de poesía tenía algo de narrativa. Le mandé estas notas y ella me dijo que ahí había un libro. Y claro, ya con la compañía de otra persona que quiere saber más, me puse a escribirlo.
Hay momentos intensos, como el enamoramiento o la pérdida, en los que es muy difícil encontrar interlocutoras que aguanten mucho rato de conversación
¿Qué es lo que más le interesaba plasmar en la novela?
El impacto psíquico que deja en las hijas el diagnóstico de alguien amado. Y más un diagnóstico como el cáncer, con todas las significaciones y los fantasmas sociales que tiene. No tenemos herramientas para acompañar a las personas diagnosticadas ni a las personas cercanas, cuyas vidas simbólicamente también se transforman de forma definitiva.
Ahora mismo está en Alemania con una beca para investigar sobre la escritura postdiagnóstico de cáncer. Ni sobre la enfermedad ni sobre el duelo. ¿Por qué elegió una temática tan concreta y qué ha descubierto en la literatura sobre el diagnóstico?
Formándome en Londres en Queer Studies, llegué a este género: las escrituras que ocurren en un contexto de enfermedad. Y no me interesaba tanto la enfermedad como el momento concreto del postdiagnóstico. Me interesaba ver qué ocurría en nuestra imaginación e identidad cuando esa noticia desordena nuestra idea de nosotras mismas. El diagnóstico trae consigo una angustia bestial y es una crisis muy particular que puede generar incluso más sufrimiento que las expresiones físicas o materiales de la enfermedad. Es un momento durísimo.
Algunas escritoras han intentado generar mitos alternativos para no sujetarnos simplemente la narrativa institucional médica. Por ejemplo, el lacito rosa o la mujer con el pañuelo que mantiene su alegría y su optimismo, que es femenina y familiar. ¿Sabes? Qué pasa si, después de un diagnóstico, te identificas con las amazonas o con Medusa. Es decir, con mitos que te permitan la furia, la rabia, la destrucción y la creación. Enfrentarnos a las transformaciones corporales a través de la creatividad es una vía muy alegre.
¿Cómo le afectó el diagnóstico de su madre, siendo ella y usted tan jóvenes?
Con una madre nos identificamos de formas salvajes e inconscientes. Es como un espejo. Hay una especie de empatía radical que hace que tu cuerpo haga mapas del dolor de la otra y empiece a sufrir verdaderamente. Hay muchas personas que enferman después de la enfermedad de alguien querido. Y hay muchas personas jóvenes cuya idea del propio cuerpo queda absolutamente determinada después del diagnóstico de alguien querido.
En mi caso, tuve una especie de miedo al cuerpo bestial. De pequeña había sido miedosa, pero el peligro siempre era alguien, generalmente un hombre, que caminaba tras de ti y ponía fin a tu vida tal y como la conocías. Con el diagnóstico de cáncer de mi madre, que además fue terminal, cambió la dirección del miedo: empecé a temer que el peligro viniese de dentro, del propio cuerpo. Ya no son los demás, sino que soy yo misma mi propia enemiga. ¿Como lo suficientemente ecológico? ¿Ayer fumé un cigarro? ¿Me comí un trozo de carne roja el otro día? Esta sospecha del cuerpo como espacio del mal es muy propia de las personas que vivimos un diagnóstico fuerte en un contexto cultural muy complicado y del que hay que hablar más, donde se nos responsabiliza de nuestra salud a pesar de que vivimos en un entorno totalmente tóxico. Por muy ecológico que comamos y por muchas horas que durmamos, no vamos a compensar esa toxicidad.
“Amar es amar siempre después de mi madre”. En Lo que hay narra algunas dinámicas complejas que se dan, no solo entre madres e hijas, sino entre una hija única y una madre separada. ¿En qué se distingue esta experiencia maternofilial de otras?
La madre tiene un único modelo de amor potente, de amor romántico incondicional. Utiliza el mismo esquema con el marido del que se separa que con la hija. Las patologías del amor intenso romántico se expresan igual sea el vínculo que sea. Y claro, una vez que se ha retirado el principal foco del amor intenso, que es el marido, pues la hija, como segundo foco del amor pasional, tiene que gestionar toda la oscuridad que deja la ideología de la monogamia, el amor incondicional y el amor romántico. Creo que los duelos y las guerras de amor que tienen una madre y una hija se parecen a las guerras y los duelos de amor de dos amantes.
¿Cree que esa dependencia mutua le ha obligado a crecer de golpe? En la novela describe cómo la hija pasa de estar bajo el ala, admirando y dependiendo de la madre, a convertirse en el único pilar de fuerza para ella.
Sí, y también tiene que ver con esa tensión entre voluntades. Cuando representas el tipo de hija que ella quiere tener y ella el tipo de madre que quiere ser, todo va bien. El problema es cuando tu voluntad va en direcciones que la contradicen. Aquí ocurre la primera ruptura, que es la ruptura de la sincronía de ese vínculo. Y de nuevo esta cosa del amor romántico que, para que funcione, tenemos que estar juntas en el mismo lugar y en el mismo momento. Esto se ve intensificado cuando hay un cuerpo que vive y otro cuerpo que deja de vivir. Ahí se da una segunda ruptura bestial, que se representa en las primeras líneas de la novela, cuando mi madre moría y yo estaba haciendo el amor. Son direcciones completamente opuestas y, además, están socialmente mal vistas. Está mal visto ser un cuerpo vivo, apasionado y deseante si tu madre, que es tu principal vínculo con el mundo, se está muriendo. Aquí viene la culpa de las hijas únicas. Es tremenda, muy difícil de superar.
Los duelos y las guerras de amor que tienen una madre y una hija se parecen mucho a las de dos amantes
Esa culpa atraviesa todo el relato. ¿Cómo le ha servido a la hora de escribir y no quedarse enquistada en ella?
Es uno de los grandes temas que quería sostener con coherencia en el libro. Descarté muchas cosas, sobre todo muchos sueños, porque durante dos años soñaba con mi madre todas las noches y era agotador, me despertaba agotada. El duelo ocurría en la noche y necesita escribirlo para gestionarlo. Y una de las cosas que más he representado en el espacio onírico era la sensación de culpa, culpa, culpa. Incluso ejerciendo nuestra libertad, sentimientos normativos y culturales como la culpa nos roban la alegría. Es una situación muy triste, pero muy única también y muy llena de potencia. La culpa es esa pasión triste que interrumpe la experiencia del amor y de la belleza, como una fuerza que nos empequeñece y nos pisa desde fuera.
El amor y el sexo son la otra parte del binomio del libro. Hace poco hablábamos de que Cristina Peri Rossi fue la primera autora que había puesto escenario a su deseo. ¿Sigue echando en falta relatos que den voz a otras sexualidades o vivencias que no sean la monogamia?
No tengo pudor hacia lo erótico porque políticamente es un espacio de acción fundamental. Muchas veces pensamos que lo que ocurre en lo privado o en lo sexual pertenece a cada cual y que no tiene nada que ver con lo social. Y es mentira. Si se presenta como privado, es mucho más peligroso porque entonces sí que se queda como intocable. Para mí es fundamental generar fantasías alternativas que revolucionen los deseos de las lectoras y revolucionen sus vidas. Yo aprendí a desear leyendo. De pequeña, el espacio de deseo y donde yo tenía acceso al erotismo era la lectura. Y todo eso nos marca terriblemente.
La dedicatoria dice lo siguiente: “Para mamá, que cansada de que su hija escribiera 'poesía que no entiende nadie' me preguntaba en cada nuevo encuentro: '¿Para cuándo el best-seller?”. Ha ganado el Premio Nacional de Poesía Gloria Fuertes, pero lo que hoy en día se hace un hueco en la industria es la narrativa. ¿Fue esta una de las razones para debutar con una novela?
Es curioso, porque sí que había escrito hace cinco o seis años algo que yo consideraba narrativa. Pero claro, era una prosa muy poética y no demasiado accesible. Fue en una estancia que hice en la Fundación Antonio Gala, donde escribí una novela que se llamaba Vida mínima, que era un poco estilo Las olas, de Virginia Woolf. Iba de la exploración de la psique y del cuerpo atravesado por ideas, sueños y alucinaciones. En ese momento todo el feedback que recibí fue que no era publicable. Me entristecí y pensé que esto no era para mí, que lo que yo quería hacer con la narrativa no tenía un sitio. Pero cuando me propusieron este proyecto, intenté encontrar un equilibrio.
Me acerqué precariamente, aprendiendo sobre la marcha y gracias también al apoyo de las editoras. Escribí el libro muy inocentemente y lo escribí en un cuerpo muy, muy triste. Al final, cuando estás triste y tienes la autoestima por los suelos, es difícil valorar lo que eres capaz de hacer y lo que no. Y yo escribí esta novela con muy poca autoestima. Como escritora no tenía ningún tipo de ego profesional, digamos.
Yo aprendí a desear leyendo. Para mí es fundamental generar fantasías alternativas que revolucionen los deseos de las lectoras
¿Y cómo está viviendo esta oleada de interés? Empezó a escribirlo en uno de los momentos más bajos de su vida y ahora, en apenas unos días, ha hecho decenas de presentaciones y entrevistas, ha estado firmando en la Feria del Libro y ya va por la segunda edición.
Pues, si te soy supersincera, abrumada y feliz. O sea, estoy acostumbrada a que todo lo que escribo lo lean 500 o 600 personas máximo. Con la poesía ni siquiera tenía la remota ilusión de que un libro le llegase a bastante gente. Por eso nunca he tenido ninguna expectativa ni miedo al triunfo. Mi única expectativa era no ser un agujero negro para la editorial y que no me volviesen a publicar nada nunca más.
Con eso puede estar muy tranquila.
Ya, y lo agradezco tanto, porque me generaba verdadera ansiedad. Me sentí tan sola emocionalmente durante el proceso del duelo y es tan desgarradora esa soledad sin conversación, que pensar que pueda conversar con personas que necesitan hablar en estos términos me parece maravilloso. Para eso estamos, ¿no?
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