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En 2004, el guionista Santiago García y el dibujante Pepo Pérez publicaron el primer tomo de El vecino (Astiberri), un cómic en el que se mezclaba el mundo de los superhéroes con el costumbrismo urbano. La idea funcionó y sus protagonistas, José Ramón, un opositor, y su vecino, Javier 'Titán', el superhéroe, contaron con dos tomos más y un buen número de lectores (una cifra que supera los 10.000). Y hasta ahí podía haber llegado su vida literaria.
Pero en febrero de 2018, cuando los autores ya se habían olvidado de las posibilidades audiovisuales de sus cómics al haber fracasado otras propuestas, hizo su aparición la productora Zeta Audiovisual –encargada de series como Élite- que les hizo una opción de compra de los derechos a los autores.
Rápidamente surgió también Netflix, que vio con muy buenos ojos el proyecto. Puso el dinero sobre la mesa para la cesión de los derechos y para marzo de este año ya se estaba rodando una serie sobre el cómic, dirigida por Nacho Vigalondo en sus dos primeros episodios, y que será estrenada en 2020 en la plataforma. El vecino comenzaba una nueva vida.
Este proyecto basado en una obra literaria no es el único que Netflix tiene previsto. Para el año que viene se estrenarán Memorias de Idhún, a partir de las novelas de Laura Gallego; Valeria, de Elisabeth Benavent y El desorden que dejas, de Carlos Montero, que fue premio Primavera de Espasa en 2016. Desde la editorial Astiberri también confirman que no solo es cosa de esta plataforma. Otras como HBO y Movistar han llamado a su puerta para interesarse por las posibilidades que tendrían los cómics de Alfonso Zapico y Paco Roca, entre otros. Y Atresmedia acaba de adquirir los derechos audiovisuales de La cocinera de Castamar (Planeta), de Fernando J. Múñez.
“Ahora mismo las plataformas están a la búsqueda de material, estamos subiendo en una burbuja. Tenemos un montón de obras como opción para las productoras”, señala a eldiario.es el editor de este sello vasco, Laureano Domínguez, que resalta que, “sin ninguna duda, es un momento bastante dulce, sobre todo para los autores”.
Es cierto que adaptaciones de libros ha habido siempre, pero la velocidad en la que se están firmando ahora los contratos y, como apostilla Domínguez, “el hecho de que ya no se tenga tanto en cuenta la popularidad del libro como sus posibilidades audiovisuales, que es lo que les interesa a las plataformas que saben perfectamente quiénes ven las series y los minutos que las ven”, es un vuelco novedoso.
Ya no solo se busca el bestseller. Este nuevo fenómeno, la avidez de contenidos por parte de plataformas que necesitan rellenar constantemente sus parrillas para los suscriptores, está trastocando una industria, la editorial, en la que los creadores nunca han sido los más beneficiados de la cadena.
Como explica Manuel Rico, presidente de la Asociación Colegial de Escritores (ACE), los anticipos que se llevan los autores, esto es, la cantidad que la editorial paga de forma adelantada en derechos de autor y que parte del 10% del precio de venta del libro, “han bajado sustancialmente en los últimos años, salvo en el caso de autores con grandes ventas”.
Según Rico, “un anticipo estándar está entre los 1.500 y 6.000 euros. Pero solo se dan en caso de obras de narrativa y por parte de editoriales solventes y grandes. En las pequeñas ni siquiera pagan eso. Suelen pagar posteriormente en función de las ventas”. Como confirman desde CEDRO, el Centro Español de Derechos Reprográficos que vela por los derechos de autor de los escritores, “muy pocos autores pueden vivir solo de escribir, casi todos tienen que compatibilizar su labor creativa con otro tipo de trabajos -colaboraciones en prensa, profesores, funcionarios, etc”.
Los ingresos precarios se trastocan cuando aparecen las productoras y las plataformas. En este caso, como ocurrió con El vecino, la productora –Zeta Audiovisual- primero compra la opción sobre la obra. El concepto de 'opción' significa que esta empresa tiene en su haber el libro durante un tiempo estipulado en el contrato que hace al creador, que es el que negocia los derechos (o bien lo hace su agente literario).
A partir de ahí, la productora desarrolla guiones y busca una plataforma para vendérsela. Cuando una plataforma, como puede ser Netflix, está interesada compra el proyecto a la productora, que establece un contrato de cesión de derechos por otro tiempo determinado.
En sumas reales, las cantidades oscilan entre los 5.000 euros por capítulo si es una serie, mientras que en las películas se paga según la taquilla que se haga. Un caso concreto como fue el de la serie de Fariña, producida por Bambú Producciones y basada en el libro homónimo de Nacho Carretero publicado por Libros del K.O., supuso un ingreso de 5.500 euros por capítulo y un total de 55.000 euros, que en este caso fue repartido entre autor y editores.
Los creadores de Astiberri, Santiago García y Pepo Peréz, que han firmado para entre ocho y diez capítulos, sin embargo, tenían ellos solos los derechos. Aunque como señala el dibujante, “el editor también se va a llevar un porcentaje porque han hecho de intermediario con la productora, pero lo hemos hecho de forma voluntaria”. Ahí cada autor decide. Hay casos en los que la editorial no va a ver ni un solo euro por la adaptación. Aunque también puede suceder lo contrario si el escritor no posee los derechos audiovisuales de explotación.
Pero no solo son los ingresos que se puedan conseguir por los contratos con las productoras y plataformas, también hay que contar con su repercusión, que suele devenir en más ventas de los libros. Sucedió con Fariña, pese a que el estreno coincidió con la prohibición de ventas del libro por decisión judicial. “Sí, se abre una nueva vía de ingresos, de hecho el cómic ya se ha vendido también en Francia”, revela Pérez, que insiste en que la industria editorial española subsiste en la precariedad: “Muchas veces si consigues vender 1.000 ejemplares el editor ya está contento”. De momento, Pérez y Santiago García ya tienen casi listo un nuevo volumen de El vecino, que llegará casi con el estreno de la serie.
No obstante, pese a que los emolumentos suben con la adaptación al audiovisual, los autores también bajan un poco las expectativas de convertirse en millonarios con la aparición de las plataformas. “Nos pagan un porcentaje sobre presupuesto final, pero no es un millón de euros. Claro que cambia, pero nosotros nos dedicamos a hacer cómics. Ni siquiera hemos participado en el proyecto de Netflix ni tenemos ganas, porque es un oficio que no es el nuestro. Si le gusta a la gente, estupendo, pero que lo hagan a su manera”, recalca Pérez. Si hubieran sido los guionistas de la serie, los ingresos también hubieran aumentado.
“Las cantidades son de momento bastante bajas. También depende del mayor interés que haya por una obra. Si hay más productoras interesadas, estás mejor posición: tienes lo que negocias en cuanto a la opción y después en cuanto a la cesión de derechos a la plataformas”, insiste Domínguez, que cree que todavía en la industria española audiovisual tampoco se da lo que sucede en EEUU.
“Allí una productora llega a un acuerdo con Mark Millar [autor de cómics de X-Men, entre otros] para desarrollar proyectos a partir de lo que él haga. Pero le pagan por ser los amos de lo que hace. Y eso dura un tiempo. Aquí se está haciendo algún intento de llegar a un acuerdo con la editorial para manejar su fondo, pero a nivel económico es muy distinto. Lo que sabemos es que el cine no nos va a dar de comer. A los autores un poco más, pero justito”.
Lo que es evidente es que las posibilidades de la narrativa han aumentado con las nuevas plataformas. “Para nosotros es un foco que te lleva a otro nivel, más mainstream, lo ve más gente. El cómic para adultos está en el circuito literario y tiene unas cifras que funcionan, pero no llega… Ahora, con las plataformas digitales, pues sí”, apostilla Pérez. Precariedad sí, pero en algunos casos, un poco menos.
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