La premiada novela de Shani Boianjiu narra la vida de tres chicas soldado del ejército israelí | Lee un extracto de La gente como nosotros no tiene miedo
La gente como nosotros no tiene miedo (Alfaguara, 2013) es la primera novela de la jovencísima Shani Boianjiu (Jerusalén, 1987). Habla del servicio militar obligatorio de las chicas soldado del ejército israelí, en el que sirvió durante dos años antes de ir a Harvard, donde se licenció en 2011.
Sus protagonistas, Lea, Avishag y Yael, sufren, se enamoran, sueñan, desean y al mismo tiempo viven con una naturalidad pasmosa el roce diario con las armas, la sangre, las muertes y la guerra. La novela de Boianjiu ha recibido numerosos premios y le ha valido una invitación para el Hay Festival de Segovia.
Has dicho en alguna entrevista que no eras muy consciente de estar escribiendo una novela, ¿de dónde vino la necesidad de sentarse a contar esto?
Siempre he escrito y me ha gustado poner en palabras lo que pensaba, algunas veces cosas muy raras. La primera vez que fui consciente de estar escribiendo fue con los servicios de mensajería instantánea para hablar con mis amigos. Después, en el último año de instituto, escribí un relato breve. Luego entré en el ejército. Allí, contrariamente a lo que podría parecer, pasas mucho tiempo esperando.
Al ejército no le preocupa tu tiempo, solo le importan sus propias necesidades: puedes estar sentado durante horas esperando para hacer algo que dura cinco minutos. En esas horas muertas, anotaba palabras o frases que escuchaba o que me venían a la cabeza, y lo guardaba todo. Luego las mecanografiaba en el ordenador. Un año después, volví a mis notas. Empezaba con una frase a la que añadía otra y otra hasta tener un capítulo, al que luego agregué otro que partía de fragmentos e ideas. Y fui construyendo los capítulos hasta que me di cuenta de que ahí tenía un libro.
¿Por qué en inglés y no en hebreo, que es tu lengua materna?
Me hacen mucho esta pregunta y he dado tantas respuestas diferentes que ahora no estoy segura de creer en ninguna de ellas. Cuando empecé a escribir la novela estaba estudiando en Harvard, así que tenía que escribir en inglés, no solo para las clases de escritura creativa, que era lo que había ido a estudiar. Por otro lado, es una vieja tradición judía escribir en una lengua que no es la de tu país, y no solo judía: pienso en Nabokov, Joseph Conrad u otros escritores.
Con respecto al hebreo, es una lengua que ha ido creciendo en los últimos años. En mi familia soy la primera generación que tiene el hebreo como lengua nativa. Mis padres eran inmigrantes, por lo que el hebreo no es su lengua materna. Mi madre, iraquí, llegó a Israel pocos meses antes de que yo naciera, habla hebreo aprendido, para mí es nativo. No creo que escriba en el inglés que hablan los norteamericanos ni en un inglés puro, ni en el inglés de Jane Austen o de The New York Times. Hemos aprendido inglés viendo la tele, en internet y hablando por chat, hemos creado algo así como una lengua común que permite que nos comuniquemos con alguien que vive en Líbano, a veinte minutos de mi casa, pero al que evidentemente no puedo ver; con alguien de Francia, Rusia o de donde sea; con gente que no necesariamente habla el mismo idioma.
Y también, lo escribí pensando en la traducción: cuando escribes en tu propio idioma, no piensas en que luego te van a traducir, pero, cuando lo hacen, los traductores hacen unas preguntas muy interesantes sobre por qué has elegido una palabra y no otra; cuando escribía esta novela, tenía eso en cuenta. Quería escribir en un inglés que fuera accesible para los que esa no es su lengua materna.
Desde el principio de la novela, el amor o el sexo y la muerte aparecen unidos, ¿por qué hay esa mezcla?
Cuando acabé el libro me di cuenta de que había mucho sexo, pero no sé por qué. Me di cuenta de que las tres se pasaban mucho tiempo pensando en él o practicando el sexo. Alguien debería investigarlo y, si lo averigua, que me lo cuente. Cada una de las tres protagonistas tiene su papel, su sexualidad, y la vive de una manera distinta. La que termina casada, Yael, que siente deseo por todo, pero que se lo piensa todo mucho, también.
El libro habla del paso de la infancia a la edad adulta, pero en unas circunstancias muy especiales que hacen que casi no haya paso intermedio. ¿Querías escribir una novela de aprendizaje?
Me da un poco de rabia no haber podido buscar en Google la respuesta. Es curioso cómo a los 17 años, 11 meses y veintinueve días, eres un niño. Creo que en lo que se refiere al ser humano no puede establecerse un corte, porque no sientes ninguna diferencia física, no te levantas la mañana en que pasas a la edad adulta y te notas distinto. Aunque hay acontecimientos, evidentemente, que te van marcando. Por otro lado, el ejército es una institución –creo que casi todo en la vida lo es: la escuela, los hipster de Nueva York...–, y esa condición está presente todo el rato, no puedes no ser consciente de que lo es, y en Israel el ejército es una institución que te da de lleno en la cara y en la que tienes que entrar a los 18 años, te sientas o no un adulto.
Supongo que todos somos el resultado de una serie de decisiones personales, que, a mí, como mujer, por ejemplo, me llevan a estar tomando una Coca Cola light en esta mesa. Pero la transición de niña a adulta no es nada obvia. En realidad, lo que yo quería demostrar es que muchas veces las decisiones individuales se ven como mitos, pero no siempre lo son: Lea siempre ha sido mandona, Avishag está triste incluso antes de la muerte de su hermano, o Yael, que es la que desea y sueña. Es decir, yo creo en el mito de la individualidad.
Pero pese a su individualidad, las tres viven con una especie de extraña naturalidad el contacto diario con las armas y la guerra y el paso por el ejército.
No creo que nadie cuyo país haya participado en una guerra pueda decir que se ha librado de ir a la guerra, en todo caso, lo único que puede decir es “conseguí que otro fuera en mi lugar”. No importa cuán en contra estén de esos conflictos, no importa que estén en desacuerdo con la guerra o que les parezca injusta. Si han enviado soldados, es porque había soldados. Es una cuestión moral decir cómo te afecta, porque lo único que se puede decir es “he encontrado a alguien que va a ir en mi lugar”. Miles de coaliciones: EEUU con la Unión Europea... Siempre encuentran a alguien que quiera ir a la guerra. Llegué a EEUU a los dieciséis años, cuando acababa de estallar la guerra entre Irak y EEUU, y no vi a tanta gente protestando en contra de la guerra. Es muy difícil responder a eso porque es un asunto moral.
¿Crees que hay alguna solución al conflicto palestino-israelí?
No. Te diré por qué. Creo que podría resolverse, pero haría falta mucha sangre joven y mucho dinero. La solución, y es lo que creen tanto los jóvenes palestinos como los israelíes, sería dos Estados para dos pueblos. Se han hecho muchos esfuerzos por parte de ambas partes y también se han cometido muchos errores, pero lo importante es pensar en el futuro y no en el pasado. Los cuerpos de mantenimiento de la paz, los cientos de miles de soldados que están allí para mantener la paz y los países que envían a esos soldados tienen que comprometerse con dinero para garantizar la seguridad de la franja de Gaza, de Cisjordania, y ayudarles con dinero a que ellos construyan su propio Estado.
Hay más de un millón de minas antipersona en los Altos del Golán; para quitarlas se necesita muchísimo dinero que tiene que venir del mundo porque allí no lo hay. Tiene que haber también compensaciones, tanto a los palestinos como a los judíos de la diáspora. Los palestinos que viven en otros países necesitan saber que pueden volver y tener un Estado propio. Pero todo esto requiere mucha sangre joven y gran cantidad de dinero. No veo que haya un compromiso de querer hacerlo. ¿Cómo va a haberlo si a la gente de mi edad en Suecia, por ejemplo, solo le preocupa encontrar un piso más barato y un buen trabajo? ¿Qué pueden decir los jóvenes de Darfur, por ejemplo, que viven en situaciones horrorosas?
Si me preguntas si quiero la paz, sí. ¿Con todos los sacrificios que haya que hacer? Sí. ¿Aunque haya que derramar sangre, mi propia sangre? Toda la que sea necesaria, aunque tenga poca. ¿Todo el dinero que sea necesario? Sí. ¿Ceder territorio? Sí. ¿Que se divida Jerusalén? También. Si la pregunta es si creo que va a suceder (y puedo ser honesta contigo), no.