A Sheila Heti le gusta conversar. Puede que no le interese excesivamente dar entrevistas, pero sin duda le gusta discutir y reflexionar. En ese sentido, al charlar con Sheila Heti uno inmediatamente se da cuenta de que podría ser un personaje de una película de treintañeros cultos en un país anglosajón. El estereotipo resulta fácil de crear: es joven, culta e intelectual. Su obsesión por la visión y el objetivo del artista, sus referencias a escritores de la modernidad y su seriedad harían muy fácil un chiste que incluyera una película de Noah Baumbach y una gran copa de vino.
Y, sí, Sheila Heti ha sido estereotipada como una de las nuevas voces del panorama literario y mediático norteamericano contemporáneo. Se ha hablado de su influencia en Lena Dunham y las nuevas creadoras anglosajonas. Se la ha catalogado dentro de la Nueva Sinceridad o el Realismo Histérico, por traer a la novela tanto la intimidad como tema, y basarse en la no ficción como proceso creativo. Y, sobre todo, fue encumbrada con ¿Cómo debería ser una persona? como una de las nuevas voces norteamericanas en el New York Times, Salon y The New Yorker, entre otros.
Pero Heti no es una intelectual envarada. En absoluto. Se ríe de un postre grasiento que le han regalado y mantiene una conversación fácil y el ánimo relajado. Tras el éxito de ¿Cómo debería ser una persona?, ahora regresa con Las sillas están donde la gente va (Alpha Decay), un libro donde se documentan los intereses y saberes de Mischa Glouberman, mejor amigo de Heti, escrito con la simple premisa de que él hablaba y ella tecleaba. Ahora, sentada frente a mí, reflexiona sobre la conferencia y/o performance que dio en el festival Primera Persona, basada en un juego de azar parecido al cara o cruz en el que incluía al público.
Veía tu conferencia con las preguntas basadas en el juego y se hacía evidente que el proceso en tu trabajo es muy importante.
Sí, hoy pensaba en ello a partir de Dalí, que es para mí una especie de proto-Warhol. Si alguien hiciera las cosas que hacía Dalí hoy, nadie se daría por enterado, en nuestro mundo capitalista. Un artista así ahora no te contaría nada nuevo. En nuestra era una obra como producto o un artista como producto son demasiado parecidos a algo que ya existe. El proceso, en cambio, no es un producto. No es limpio, no lo haces para venderlo, es un reflejo de la vida. Entiendo que mis libros al final son productos, pero si enseñas el proceso o lo explicas, como el caso de este libro, el libro de Misha, donde en el fondo se explica una amistad, el objetivo en sí es el proceso, no el producto.
Las preguntas que te hizo una de las chicas a las que sacaste al escenario eran tremendamente teóricas. “¿Cómo debería ser una relación?”. “¿Cómo son las emociones?”. Eran preguntas para una artista, no necesariamente una novelista.
Es verdad. Los mejores novelistas están muy interesados en la historia, en el argumento. A mí me interesa más cómo llegamos hasta ahí. En el libro de Mischa hay muchos juegos, pero casi nadie intentará ponerlos en práctica. Funcionan como metáforas sobre cómo nos relacionamos. Uno puede pensar en su propia vida como una narrativa o hacerlo a través de estos filtros en la experiencia diaria.
Un juego no deja de ser un proceso.
Exactamente, como la performance. Por eso me gusta hacer este tipo de show en el que empezamos con un juego y tenemos que cambiarlo porque nadie hace preguntas. Eso es divertido.
¿Qué pasa cuando no funciona en directo, sobre el escenario?
El entretenimiento pasa en esos casos porque no te entretengan. Prefiero ver un fracaso o una lucha sobre un escenario que saber exactamente lo que pasará. No me molesta estar en el escenario, eso solo asusta si estás intentando demostrar que eres mejor que otra persona. No hay que tener dignidad, básicamente (ríe).
Te comparan con varios artistas de tu generación que se centran precisamente en eso, en lo que no es necesariamente entretenido o interesante. ¿Qué opinas de tus contemporáneos? ¿Aceptas esa comparación?
Sí, totalmente. Vivimos en una era de tanto sentido del espectáculo, entretenimiento y drama en el que las series de televisión que triunfan son un síntoma. El ejemplo perfecto es Breaking Bad, donde hay tanto drama, tanto afán por saber qué va a pasar después. Si el artista tiene que mostrar aquello que no es evidente, lo que tiene que ser revelado, la banalidad funciona como el inconsciente en la era del entretenimiento. Para mí, esa banalidad es política, porque la vida humana no es así. Por eso lo que hace Tao Lin, por ejemplo, me interesa. Las series y el ocio crean la ansiedad y la idea de que la vida es aburrida, así que el artista puede reflejar la banalidad como un equilibrio.
Pero a veces eso no resulta interesante. El ego banal puesto en bandeja, como en las redes sociales, ¿aburre o fascina?
Ahí está el riesgo, y no es menor. Cuando haces algo, siempre quieres interesar al otro. Si escribes algo con una trama estupenda, tienes la confianza de que vas a enganchar a los lectores. A mí me gusta buscar esa confianza en la filosofía que hay detrás del libro, en el estilo, no necesariamente en la trama. Mischa cuenta cosas que no son realmente interesantes a menos que te interese la improvisación. Lo bonito de este libro es que él quiere comunicar, esa es su esencia, independientemente de lo que cuente.
¿Fue eso lo que te impulsó a escribir sobre Mischa?
En realidad fue algo muy práctico, quería saber qué pensaba, qué le interesa. Empecé a escribir una novela sobre él pero no funcionaba, así que intenté meter este libro en “¿Como ser una persona?” pero seguía sin funcionar, porque uno es ficción y el otro no.
Has dicho anteriormente que la trama no te interesa, pero pasaste de un libro sin trama Las sillas están donde la gente va a otro con una bastante definida.Las sillas están donde la gente va
“¿Cómo debería ser una persona?” necesitaba una trama porque yo quería que la gente lo leyera hasta el final. El de Mischa no podía porque no podía añadir nada, ni cambiar sus palabras. Mi próximo libro necesita trama de nuevo precisamente porque quiero enganchar al lector en la historia. Lo cual es interesante y nauseabundo a la vez. Ayer estuve releyendo “El extranjero” y lo pensé.
¿Nauseabundo?
Sí, porque no te puedes columpiar. Hay que ser muy bueno para hacer que el lector no se quede ahí, columpiándose. Hacen falta trucos y técnicas para que siga leyendo.
¿En qué te inspiraste para escribir Las sillas están donde la gente va?Las sillas están donde la gente va
En libros de cocina, con recetas y con comentarios del autor. Al fin y al cabo, los juegos son como recetas. Siempre he querido escribir un libro de cocina que no tuviera recetas.
Tiene, entonces, un componente de autoayuda, como ¿Cómo debería ser una persona?¿Cómo debería ser una persona?
Sí, tiene algo utilitario. Me obsesiona por qué en nuestra era la gente que escribe libros que pretenden ayudar no sabe escribir. Deberían ser los artistas, con su capacidad de comunicación, sus metáforas, sus herramientas de conexión los que escribieran esos libros.
Entonces, ¿tú crees que el artista es alguien diferente, especial, que tiene ciertas cualidades distintas?
Sí, sin duda. Eso se puede educar, y entrenar, pero el artista tiene esos recursos. Si escribes durante veinte años escribes mejor que tu vecino.
Dicen de ti que formas parte de una corriente del 'Realismo Histérico'
No tengo ni idea de qué es eso. ¿Sobre mí? Me parece que se refieren a Zadie Smith (ríe) Ni idea.
¿Qué autores contemporáneos tuyos te interesan?
Me gusta mucho Tao Lin, me gusta su libro Tai Pei. Lo leí hace seis meses y lo he olvidado completamente, lo cual no sé si es bueno o es malo. Es muy difícil, es un libro que se desvanece . Y él tiene algo warholiano, y no creo que sea una pose. Me gustan mucho Kate Zambreno, Ben Lerner... no sé si es porque les conozco o porque son mis contemporáneos. Hace quince años odiaba a las figuras literarias que tenían éxito, me parecían tan falsos, puro ocio, eran lo opuesto a estos escritores.
¿Cuán importante es la imagen en todo esto? Existe cierta aura de los jóvenes escritores anglosajones. ¿Ayuda o va a la contra?
Probablemente ayuda mucho. Hablaba de esto con la poeta Leopoldine Core la semana pasada. Yo leí entrevistas con escritores desde adolescente, como Jean Cocteau o Simone de Beauvoir, o Gertrude Stein, en los que su trabajo es indisoluble del personaje que se ha creado sobre ellos. No sé por qué hay escritores que adquieren esos personajes y otros que no, no creo que sea consciente ni sé si realmente se puede trabajar. El hermano de Gertrude Stein le dijo que sin ese personaje sus libros no habrían tenido éxito y se pelearon. A ella le dolió mucho, y yo creo que ella se equivocaba al ofenderse. Piensa en Rilke, en Lord Byron... si el trabajo no tiene esa personalidad, a la gente no le interesa tanto.
Pero a veces puede ser engañoso.
Sí, puede ser demasiado, porque con las redes sociales y la proyección pública puede acabar siendo excesivo. A mí me abruma un poco. Me interesa cómo lo hace Tao Lin, que se mantiene dentro del personaje en las redes. Yo intento hacer algo similar, pero no sé si funciona. El yo no es una obra de arte de la misma manera que lo era con Warhol o Dalí.
Lo cual nos devuelve al principio.
¡Exactamente! La interacción es lo importante. Es lo que genera nuevas maneras de pensar.