El macizo del Mont Blanc y sus poblaciones aledañas, hoy rentables destinos turísticos y deportivos, nunca han dejado de fascinar a miradas de todas las épocas, condiciones y predisposiciones. “Hay en los Alpes ascensionistas asiduos, como en Baden y en Mónaco se ven habituales de la ruleta. ¿Es acaso el amor a la ciencia lo que los empuja? No: suben por subir”, comentó en 1876 un arquitecto francés acerca del turismo incipiente de la época.
En Perspectivas del Mont Blanc (Alba Editorial) Isabel González-Gallarza propone una estimulante antología de textos que alternan el enfoque literario de mayor y menor calado con el apunte o documento de “simples viajeros de ayer y de hoy, científicos, exploradores, geógrafos, testigos oculares y guías de montaña”. Que el primer texto se remonte a 1606 y la lectura avance cronológicamente, además de servir de repaso histórico, geográfico, incluso ecológico, de nuestra relación con el enclave más alto de la Unión Europea, invita a tomar conciencia de nuestro presente demasiado veloz y algo idiota, con la crisis climática deshaciendo glaciares y aumentando grietas.
“Cinco montañas, señora, de hielo puro, de la cabeza a los pies; pero de un hielo que podemos llamar perpetuo”. En 1669 un funcionario francés lamentaba por carta la separación de su amada durante días de subidas y bajadas por las cinco montañas más peligrosas de puro hielo. Se creía que el Mar de Hielo de los glaciares aún por explorar, y explotar neoliberalmente, permanecía intacto desde la creación del mundo. Las aguas del diluvio universal no habían podido derretirlo y bajo sus resplandores centelleantes aguardaban cristales y piedras preciosas.
Al cabo de 75 años el terrateniente británico Sir William Windham encabezó y costeó la primera expedición por los Alpes. Esta novata incursión turística de ocho personas más cinco criados que partió de Ginebra resultó una bienaventurada travesía con bruscos deslizamientos inesperados y otras sorpresas como los avistamientos de íbices, cabras que saltan precipicios con una precisión asombrosa.
Se considera a Horace Bénédict de Saussure, primer científico que subió a la cima del Mont Blanc, el fundador del alpinismo. Además de inventariar la botánica, la geología y la física de la región, prometió una importante recompensa a quien definiera el camino hasta la cima. En agosto de 1786 Jacques Balmat y el doctor Paccard se embolsaron el dinero. Antes de morir rentabilizaron la hazaña que protagonizaron al límite de sus fuerzas y con las manos congeladas, al contársela a Alexandre Dumas padre. No mucho después un quinceañero de abolengo, sobrino de célebres pioneros de la aviación francesa se empeñó en repetir el logro, sin llegar a conseguirlo. “Escupía sangre y a punto había estado en más de una ocasión de verme arrastrado por pasillos de avalanchas. Para mi profundo pesar, tuve que resignarme a bajar”.
Sin embargo hoy puede resultar algo polvoriento el discurso de quién fue el primero que subió a esta y aquella cima, en masculino adinerado y, casi siempre, con honores. Para equilibrar la balanza siempre se pueden encontrar perspectivas desde otros ámbitos y con intenciones igualmente ilustrativas; historias de gente “sin historia” que habitaron las aldeas suizas en las que abundaban los casos de bocio o cretinismo, así como de quienes participaron en la construcción del observatorio Janssen cuyos cimientos no soportaron el “lenguaje de las llanuras” y que hoy sigue enterrado.
Si como afirma Isabel González-Gallarza en su introducción, para escribir de verdad sobre el Mont Blanc es necesario conocerlo o hay que haber estado allí, Mary Shelley también capturó su atmósfera de aristas verticales y llanuras heladas. Chamonix y los glaciares fueron escenarios de Frankenstein o el moderno Prometeo, cuando se produce el desencuentro entre el doctor Frankenstein, que había regresado a su aldea de la infancia en busca de imposible sosiego, y su criatura condenada a la soledad. “Mi refugio son las montañas desiertas y los desolados glaciares. He vagado por aquí durante muchos días; las cavernas de hielo, que únicamente yo no temo y el hombre no apetece, son mi morada.”
Johanna Schopenhauer, madre del filósofo y autora de éxito que firmaba con su nombre, y la viajera empedernida George Sand también estuvieron en Chamonix. Esta última describe desde la ventana de su alcoba el cinturón granítico del Mont Blanc bajo las grandes estrellas del firmamento mediante unos despliegues metafóricos que frena en seco su reconocible y mundano sentido del humor, al afirmar que lo más hermoso que ha visto en Chamonix es la belleza y el aplomo de su hija de ocho años.
Atraído por la magnificencia del paisaje, el alpinista ilustrador Edward Whymper empezó recorriendo montañas para dibujarlas y vender sus grabados. Mientras cuenta el ascenso al puerto de Dolent detalla las ventajas y desventajas de algunos elementos técnicos; las cuerdas y los distintos tipos de piolets para excavar escalones en el hielo. Cierran el volumen dos textos apasionados del divulgador alpinista Gaston Rébuffat, de 1987, para quien la nieve cruje bajo los crampones, que la “muerden” bien. “Antes de iniciar la marcha nocturna, el guía o el alpinista interrogarán al cielo, al viento y a la noche, y tiene esta conversación secreta y muda algo cautivador: una complicidad a la que luego sigue un compromiso”.
Tal vez ésa sea palabra a resignificar, dadas las consecuencias del calentamiento cabría debatir y matizar el compromiso del contrato, con sus correspondientes ingresos, que adquieren los guías profesionales, así como esos otros compromisos, acaso más realistas y ambiciosos, que cada persona decide asumir respecto a los desplazamientos, vacaciones, deportes, también en lo referido a las tensiones sobre lo que se consume, se come y se desecha. El difícil compromiso de cuidar la tierra, en este caso concreto del macizo más imponente de Europa, pasaría también por escuchar las demandas de los activistas que el pasado diciembre bloquearon el túnel del Mont Blanc.
Verano 2023 ¿descendiendo?
El algoritmo y la inteligencia artificial generan notificaciones. Ascensión Express en dos o tres días, opción diseñada para hacer cumbre en un tiempo reducido con un precio moderado. Salida desde Chamonix. Programa Confort, 4 días, 650 euros, mínimo cuatro personas, no presenta grandes dificultades técnicas, no es necesario escalar pero sí tener una buena condición física ya que hay jornadas con bastante desnivel. Objetivo Mont Blanc en seis días, aclimata bien tu cuerpo en altura. Mira el currículum deportivo del guía, sus titulaciones internacionales y escaladas más representativas. Cordadas por aristas de roca y de nieve. Reserva con antelación la temporada de verano que va de junio a septiembre para asegurar plaza en los refugios. La cumbre es lo de menos. Además de las ofertas de alpinismo por distintas aristas hay numerosas actividades; escalada en hielo, en roca, esquí, trekking, entre otras.
Se dice que en la montaña lo importante es volver. Mientras prosiguen las ofertas de flujo de dinero y el deshielo, países como Francia aplican nuevas restricciones de acceso al Mont Blanc. Algunas perspectivas actualizadas y necesarias para resistirse a cualquier amago de nostalgia montañera quedan recogidas en La virtud en la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (Trea Ensayos), del historiador Pablo Batalla Cueto, para quien al igual que el clima, el alma humana también sufre un “proceso de recalentamiento, de derretimiento y de evaporación”.